En ocasiones ve muertos
Alejandro Luque
En esta ocasión, el misterio que Ricciardi deberá resolver gira en torno al brutal asesinato a golpes de una anciana cartomante, actividad profesional que compaginaba con la de la usura. Crimen dostoievskiano donde los haya, este caso servirá como pretexto para presentar a una serie de personajes de distintas clases sociales que rodeaban a la pitonisa, todos ellos con más o menos motivos para ser sospechosos. Ricciardi y su fiel colaborador Maione, policía implacable y sentimental, irán así invitando al lector a hacer sus propias quinielas respecto a la identidad del culpable, para lo que habrá de sortear no pocas pistas falsas.
Ahora toca dirigirnos al lector dominguero, de natural perezoso, que lleva un rato con la mano levantada y una sonrisa nerviosa dibujada en el rostro, y que invariablemente preguntará: “¿Pero engancha, engancha?” Sí señor, La primavera del comisario Ricciardi engancha, se lee de un tirón, tiene todos los ingredientes para depararle un buen rato de lectura al sol, ahora que acecha la primavera.
Lo que no estamos tan seguros es de que se trate realmente de un buen ‘giallo’. En primer lugar, porque se nota demasiado la plantilla, el esquema tipo de la investigación y la urdimbre precocinada de la trama. Eso agradará a quienes les gusta transitar por lugares conocidos, pero en ningún caso alentará el espíritu aventurero del público lector.
Luego está la ambientación espacio-temporal de la novela. De Giovanni ha elegido, imaginamos que nada azarosamente, el Nápoles de 1931, es decir, el apogeo de la dictadura mussoliniana. Sin embargo, salvo muy contadas pinceladas de esas que llamamos de color, la acción podría tener lugar en cualquier parte y en cualquier lugar.
El autor prefiere contar una historia de buenos y malos completamente blanca, sin detalles que puedan herir susceptibilidades políticas o históricas, antes de meterse en camisa de once varas. Pero para eso podría haberse ahorrado la fecha, incluso el nombre de la ciudad: sintiéndolo mucho, Nápoles no resulta visible entre las brumas de esta obra. Y aunque esté feo comparar, invitamos a leer Puertas abiertas de Leonardo Sciascia, por ejemplo, para entender que se puede ir mucho más allá, y más adentro.
“¿Pero es mala, entonces?”, pregunta el turista de la lectura con sus 20 euros arrugados en la mano. No, señor. No del todo. De Giovanni ha encontrado, tal vez sin buscarlo, un filón narrativo en ese comisario alucinante que en ocasiones ve muertos, que vive con su anciana tía y distrae las horas jugando a ser ‘voyeur’ con la vecina de enfrente, abandonado a una extraña melancolía. “El hombre que mira –escribe el autor, en implícito homenaje a Alberto Moravia– no vive, pero puede tratar de poner las cosas en orden”. Ése es el camino por el que el novelista napolitano puede llegar a hacer grandes cosas. Entre tanto, se conforma con darnos un buen entretenimiento, algo que en estos tiempos turbios también se agradece sinceramente.