Vampiros en Abruzzo
Alejandro Luque
Tengo la convicción de que los cientos de escritores, músicos, periodistas, hombres y mujeres de teatro y cineastas que en las últimas décadas denunciaron las trapacerías de Berlusconi trabajaban para el futuro. Quiero decir que su esfuerzo no solo estaba dirigido a influir en el votante, sino a dejar testimonio para las generaciones venideras, a preservar la verdad de la ingente maquinaria de manipulación que controló la vida italiana entre 1994 y 2011. Sabían que el presente es patrimonio de la propaganda –campo donde el premier siempre fue rey–, mientras que la Historia se juega en una liga más larga.
Este documental de Sabina Guzzanti, la directora que sorprendió con una declaración de amor al último presidente socialista de España titulada Viva Zapatero, quiso poner sobre el tapete la escandalosa operación política y económica que siguió al devastador terremoto de L’Aquila, que en 2009 golpeó el centro del país. Pero, como si descreyera de la porosidad del electorado para los mensajes críticos, termina trascendiendo la actualidad inmediata para ensayar una visión panorámica del berlusconismo.
El presente es patrimonio de la propaganda -campo donde Berlusconi siempre fue rey-, pero la Historia se juega en una liga más larga
De acuerdo, la Guzzanti coquetea todo el rato con la sátira. Y también abusa quizá de cierto didactismo simplificador, rayano en la demagogia. En este sentido, se adscribe claramente a la escuela Michael Moore, incluso a la hora de sobreexponerse ante la cámara. Pero nunca le roba el protagonismo a sus entrevistados, y no pierde de vista el objeto de su trabajo: denunciar el modo en que las autoridades gubernamentales sacaron tajada de una tragedia que se cobró la vida de más de 300 personas, entre ellas muchos niños, y provocó serios daños en el patrimonio histórico y artístico de la capital.
Cuando en aquella madrugada del 6 de abril se desató el terremoto de casi 6 grados en la escala Richter con epicentro en L’Aquila, Berlusconi vivía uno de sus momentos de más baja popularidad, acosado como estaba por diversos escándalos sexuales e incapaz de dar soluciones a los múltiples problemas que atravesaba el país. Y aunque tardó en reaccionar, la tragedia de la región de Abruzzo le vino como caída del cielo para poner en práctica otra de sus conocidas operaciones de populismo, acompañada obviamente por sus consiguientes maniobras especulativas para beneficiar a sus amigos y a sus propios intereses.
No obstante, Berlusconi nunca habría podido sacar adelante sus planes sin un nutrido contingente de fieles y desinhibidos colaboradores. El documental Draquila pone el foco en la figura de Guido Bertolaso, responsable de la Protección Civil. Bajo su mando, esta institución obtuvo poderes insólitos gracias a una indefinida prórroga de la situación de emergencia, en concreto hasta julio de 2010, que comportaba en una no menos indefinida suspensión de derechos y libertades en aras de la seguridad. El miedo y el paternalismo hicieron el resto.
Sin una oposición pasiva, acomplejada o ausente, Berlusconi no habría podido lograr tan altas cotas de descaro e impunidad
Sabina Guzzanti se esfuerza a conciencia en explicar el fenómeno con detalle, visita los lugares del desastre y habla con todos, revela las tretas del poder y no olvida mostrar las inquebrantables adhesiones de un sector de la ciudadanía encandilado por los berlusconianos alardes de diligencia y entrega. Asimismo, acierta en señalar la pasividad de los demás partidos como clave en el desenlace de esta historia. Porque sin una oposición pasiva, acomplejada, comprada o simplemente ausente, Berlusconi tampoco habría podido lograr tan altas cotas de descaro e impunidad.
Trabajar para la historia, decíamos. La fulgurante carrera de Bertolaso naufragó en medio de escándalos de varia naturaleza, desde favores sexuales a tráfico de influencias, y fue señalado dentro de la acusación de posible homicidio culposo por haber subestimado el peligro del terremoto. Y qué decir de Silvio Berlusconi, que a sus 78 años y con varias condenas en su haber parece definitivamente descartado para la política, aunque nunca se sabe. Ninguno de los máximos responsables de aquella gestión sigue en su puesto, pero lo cierto es que la ciudad de L’Aquila es aún hoy, ¡cinco años después del desastre!, una urbe apuntalada. Pasear por su centro histórico es tan inquietante como recorrer una ciudad fantasma, y hacerlo sin casco es una absoluta temeridad. Pero lo verdaderamente pavoroso no son las grietas en los muros, ni los balcones desmoronados. Son los vampiros.