Matar al padre
Alejandro Luque
Curzio Malaparte
Muss. El Gran Imbécil.
Género: Ensayo.
Editorial: Sexto Piso.
Páginas: 152.
ISBN: 978-84-15601-17-3.
Precio: 17 euros.
Año: 2013.
Idioma original: Italiano.
Título original: Muss. Il Grande Imbecile.
Traducción: Juan Ramón Azaola.
Mientras leía estos textos de Curzio Malaparte, no podía evitar imaginarme una obra de teatro, un largo monólogo, lleno de giros y digresiones, en el que un bufón se dirige al cuerpo sin vida, ultrajado, colgado por los pies en la milanesa plaza Loreto, del dictador al que sirvió. Ese es, grosso modo, el contenido de Muss. Retrato de un dictador y El gran imbécil, aunque como todo lo que tenga que ver con el escritor de Prato, pueda prestarse a muchas interpretaciones.
Como bien explica Francesco Perfetti en el prólogo de esta edición, todo empieza con el proyecto de escribir la biografía de Mussolini, pues no hay escritor afín a una dictadura que no sienta como misión más o menos ineludible retratar para la posteridad a su gran guía. El voluble Malaparte, según explica su biógrafo Maurizio Serra, mantiene con el fascismo una suerte de “amor no correspondido”. Profesa el culto a la fuerza, y ve en la figura de Il Duce no sólo una oportunidad para el despertar de Italia, sino para sus propios intereses, que marcan su alejamiento del régimen conforme van viéndose frustrados. En esto llega el caso del confino, la detención y reclusión en la colonia penitenciaria de Lípari durante casi dos años. Éste será el gran argumento del autor para presentarse en adelante como mártir del antifascismo, y el gran giro que sufre Muss, un texto que en su primer borrador empieza como exaltación del sátrapa y acaba volviéndose feroz invectiva.
¿Cuál es el argumento del drama? Obviamente, la relación del intelectual con el poder, el modo en que aquél coquetea con éste, y también cómo el abrazo del poder puede hacer crujir los huesos del intelectual cuando alguno pierde el paso del baile. “Tú no sabes cuánto te he odiado, Muss. Cuántas veces te he escupido a la cara en mi celda de Regina Coeli, en la celda nº 461 del 4º Corredor, con aquel olor a chinches y a moho…”. Poco importa que sepamos que el escritor no sufrió un presidio tan angustioso, aunque para alguien tan libre como él cualquier cerco sería claustrofóbico. A quien oímos es al actor en plena representación, justo antes de dar el golpe maestro: se vuelve y dirige su discurso hacia el patio de butacas, es decir, hacia sus compatriotas.
“La mala fe del pueblo italiano le lleva a fingir que cree en cosas, en personas, en ideas, en las que no cree, y a actuar en consecuencia. Tal era la mala fe de Mussolini (…) El italiano finge creerse sentimental: y no lo es. Romántico: y no lo es. Idealista: y no lo es”. Continúa una larga perorata en la que Malaparte va apretando nervios de la italianidad, dando a entender una idea cruel: un dictador es un producto de su pueblo, un reflejo de los peores atributos de la masa. Claro que el escritor, desde el escenario, pretende olvidar –y que olvidemos– que también él participó en la glorificación del Duce.
Llega entonces uno de los más fascinantes pasajes de este libro, el relato del encuentro de Malaparte con el asesino de Mussolini, en la plaza Colonna de Roma. “Era el asesino estúpido, banal, típico de la crónica negra de los años de posguerra en Italia (…) Le mató no como se mata a un hombre, sino como se roba algo de dinero de un cajón”. Naturalmente, Malaparte lo inventa todo, pero lo inventa muy bien, y encamina su imaginación hacia el terreno que le interesa: después de manifestar su odio hacia el tirano, ensaya un ejercicio de compasión similar al que haría en La piel.
Tras este intenso relato, llegamos a El Gran Imbécil, que entra de lleno en el terreno de la caricatura, pero una caricatura tan ácida y rabiosa que roza lo grotesco, si no fuera porque lo grotesco se parecía mucho al modelo original. No deja Malaparte, desde luego, de soltar patadas en las espinillas a los italianos, ese pueblo cobarde que necesitó de la ayuda extranjera para desalojar a Mussolini del poder, y cuando lo hizo, fue de aquella manera innoble y violenta…
Ésa es la obsesión que mueve estos escritos de Malaparte: el atroz fin de Mussolini, la frustración porque ninguno de sus fieles hubiera tenido la deferencia de darle una muerte honrosa. “Si yo hubiese sido uno de los suyos, no hubiera vacilado en dispararle”, escribe. Y de la imposibilidad de matar al Padre, al único consuelo posible: el escarnio jocoso, que de paso le colocaría del lado de los buenos en la nueva coyuntura. “A los tiranos no hay que matarles, hay que burlarse de ellos. No hay que cubrirles de sangre, sino de ridículo”.
¿Se puede decir algo más de este gran histrión? ¡Telón! ¡Aplausos!