Crítica

Y aun dicen que el pescado es caro

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 4 minutos
rhalib-condenadosLos condenados del mar
Dirección: Jawad Rhalib

«Como esto siga así, en unos años, el pescado se conocerá por las fotografías”. La frase es terrible. La dice un pescador de Essaouira, mientras remienda redes, confinado a tierra por el paro biológico, mirando el horizonte donde un arrastrero de bandera sueca captura al día 200 toneladas de pescado al día.

Doscientas toneladas se dice pronto. Darían de comer durante meses a millares de pescadores que se hacen a la mar de manera artesanal, en las pequeñas flukas de motor fueraborda, tan modestas que seis u ocho hombres pueden llevarlas a hombros.

No es una profecía vana. Los mismos peces que alcanzaban medio metro cuando yo jugaba entre las barcas de Essaouira ―de eso hará treinta años― miden ahora la mitad. Y en la costa portuguesa apenas superan dos palmos de largo y no llenan el fondo de la caja: aquí ya falta menos.

Los mismos peces que alcanzaban medio metro cuando yo jugaba entre las barcas de Essaouira miden ahora la mitad

De ahí que los barcos portugueses, españoles y del resto de Europa acuden donde aún queda pescado: a la costa atlántica marroquí. Sardinas, caballas, sargos, merluzas, lubinas, rubios, jureles, pargos, un universo de escamas y aletas corre cual torrente de lava plateada por los canales que llevan de la red de arrastre a las bodegas.

Mirar esta imagen ―Jawad Rhalib nos la repite, la mantiene durante un minuto interminable, nos fuerza a mirarla, a no cerrar los ojos― sabiendo que a menos de un kilómetro subsisten con un par de calamares cientos de pescadores condenados a la inactividad es como mirar la cascada de un arroyo de montaña proyectado sobre la imagen de una caravana que muere de sed.

“El paro biológico es necesario para que el pescado se reproduzca. Lo curioso es ―dice un pescador marroquí que mira pudrirse su barca― que el pescado sólo necesita reproducirse cuando queremos pescar nosotros”. Ahí está el único fallo que se le puede señalar al documental: no deja claro que también el centenar largo de barcos integrados en la cuota negociada entre Marruecos y la Unión Europea debe permanecer amarrado.

Quienes esquilman los caladeros tienen licencia para matar: Rabat reparte permisos invididuales a algunos marroquíes bien relacionadas con las altas esferas. Como no disponen de flota, lo venden a un armador extranjero no sujeto a los acuerdos pesqueros de la UE.

Quienes esquilman los caladeros tienen licencia para matar: Rabat reparte permisos invididuales

Rhalib, un cineasta marroquí residente en Bélgica, con una decena de documentales en su haber, el más conocido la polémica La ley del beneficio (2007), dedicada a El Ejido, ha elegido un barco sueco para este documental, pero lo mismo podría ser uno ruso, japonés o español. Y el drama descrito no sólo se desarrolla en Marruecos sino a lo largo de miles de kilómetros de las costas africanas y asiáticas.

En resumen, una denuncia necesaria desde hace décadas, elaborada con la colaboración de la televisión pública marroquí 2M. Aún queda por ver si se llega a emitir como previsto, pero el documental se presenta estos días en un festival de Agadir, pocos días después de haberse mostrado por primera vez en España, como parte del festival de cine árabe Amal en Santiago de Compostela.

Pese a la pequeña ambigüedad mencionada, el filme es redondo. La fotografía, mimada desde el primero hasta el último fotograma, un único poema visual. Los diálogos, reales: aquí no hay truco ni red sino un director que ha sabido dedicarle meses a la tarea cautelosa de acostumbrar a sus personajes a la cámara hasta que suceda lo inverosímil, es decir aquella realidad que nadie puede inventar y que sólo un maestro puede captar.

La diferencia entre un documental bueno y uno mediocre reside en que en el bueno, no es el director sino la realidad la que se encarga de crear los momentos que parecen ficción. Cuando vean aparecer a Ghislane vestida con el traje de faena verde, prepárense. Y ojo a lo que dice la vieja dueña del cafetín: eso es Marruecos. En vivo y en directo.