Tintas cargadas
Ilya U. Topper
Emir Kusturica
Forastero en el matrimonio
Género: Relatos
Editorial: Acantilado
Páginas: 208
ISBN: 978-84-1790-222-3
Precio: 16 €
Año: 2013 (2020 en España)
Idioma original: serbocroata
Título original: Sto jada
Traducción (del francés): Nicole d’Amonville Alegría
Tengo a Emir Kusturica por uno de los mayores cineastas de su generación. Por su capacidad de poner en imágenes de enorme profundidad visual una historia realista, casi real, pero con un toque onírico que hace pensar que del todo real no es, o que podría ser real si el mundo en el que vivimos fuera un poco más sueño. Tenernos ahí en esa fina cuerda de equilibrista entre lo que es indudablemente un retrato fiel del aquí-ahora y el otro lado, el que no ocurre: eso es maestría. Estoy pensando, como no, en El tiempo de los gitanos, pero también en Arizona Dream (no, a Kusturica no le hacen falta gitanos ni Balcanes para contar la más bella y triste, la más alocada y más tierna de las historias).
El mismo Kusturica ha publicado, además, un libro de cuentos, ya en 2013, traducido ahora al español (desde el francés, no desde el original) gracias a la editorial Acantilado. Son seis relatos cortos, de los que cuatro comparten ambiente y personaje: el Sarajevo de los años 70, un chaval llamado Aleksa Kalem, hijo de Azra y Braco. De los otros dos, el primero, que le dio nombre al libro en su edición original —Sto jada: Solo desgracia— respira el mismo aire, podría formar parte del mismo barrio, aunque es en tercera persona y el crío tiene una vida más triste que Aleksa Kalem. El otro, ‘En el abrazo de la serpiente’, cae fuera de la serie: es un relato de pueblo, de campo y de guerra. De esa guerra que, sabemos, tuvo lugar en Bosnia y en todos los Balcanes en los años 90.
Aleksa Kalem tiene nueve años en el relato en el que es más joven y lo quieren obligar a leer un libro (‘El ombligo, puerta del alma’), 13 en ‘Bueno… como gustes’, donde ya se hace prácticamente un hombre, y catorce en ‘Forastero en el matrimonio’, última pieza y buque insignia del conjunto, no solo por darle título a la versión francesa y española. También por llevar a la máxima expresión lo que los demás cuentos solo insinúan: esa combinación de un fuerte realismo de trazo grueso y las manchas de color que lo revientan en forma de minas casi humorísticas para llevarlo a lo irreal.
Aquí no tenemos las pinceladas finas, oníricas, de los primeros filmes de Kusturica, y más bien bravuconadas
Me viene a la cabeza una escena de Underground, probablemente el peor filme de Kusturica precisamente porque lo planteó como su magna obra: estamos en una sala de torturas de la policía que persigue a los dos partisanos. Le ponen cables pelados a la cabeza a uno de ellos. Ni se inmuta. Le suben la carga. Nada (no saben que el partisano es electricista y está acostumbrado a cortar cables con los dientes sin antes bajar el fusible). El policía decide probar si hay corriente, se lo aplica a sí mismo.. y cae fulminado en el acto. Los partisanos huyen. Nos reímos.
Sí: aquí no tenemos las pinceladas finas, oníricas, de los primeros filmes de Kusturica, aquel tenedor que vuela, el aeroplano casero. Más bien lo llamaría bravuconadas. Exageraciones hasta el límite de lo que se puede admitir en la barra de un bar, teñidas de una violencia general, ambiental, que sí se nos antoja muy balcánica, que probablemente sea marca de fábrica de toda una región, desde mucho antes de las últimas guerras. Una violencia que en estos relatos de Kusturica puede llegar a ser un divertido elemento ambiental (y entonces mi primo le dijo al taxista que por qué lloraba, y lo mandó parar y salieron a pelear… todo esto cuando en el taxi se halla la madre del narrador agonizando camino del hospital) o en un elemento más de un final feliz (y cuando los de la banda resbalaron sobre el suelo aceitoso del bar, mi primo les partía sistemáticamente las sillas en la espalda, la cabeza, los brazos).
Ambas citas, resúmenes no literales, son de escenas de ‘Bueno.. como gustes’, un cuento que termina con el crío de 13 años, casi demasiado joven como para hacerse pajas, bebiéndose las reservas de alcohol de media ciudad, en compañía del primo, tras recuperar el fajo de billetes del que le ha despojado la gitana que está liada con su primo.
Hay una guerra, sí, pero el enemigo son milicianos sin nombre: cualquiera puede serlo
Distinto es la violencia en ‘ El abrazo de la serpiente’: aquí hablamos de una guerra, y en la guerra, la crueldad es un arma más. Y vista la realidad de lo ocurrido en los Balcanes, aquí Kusturica más bien ha suavizado el tono, moderado el rojo vivo, para firmar una historia de amor bella y triste, con sus toques de magia justo al otro lado de lo cotidiano —esas serpientes que beben leche a diario, y que luego llegan al tamaño de poder envolver a un hombre entero, sin importar que la última vez que miré, Bosnia no estaba en la Amazonía— aunque el final se pierde en una extraña ensoñación, una de esas pesadillas raras de la que uno no se despierta sin cerrar el libro.
Por cierto, y justo porque no viene a cuento, un apunte: si creen que aquí encontrarían algún rastro de la polémica que persigue a Kusturica desde que en los primeros años del nuevo siglo se proclamara serbio y cristiano y se distanció de la versión política bosnia, se equivocarán: hay una guerra, sí, pero el enemigo son milicianos sin nombre: cualquiera puede serlo, como cualquiera podemos ser Kosta, el hombre que da leche a los serpientes.
Con todo, mi favorito es ‘Forastero en el matrimonio’. Por su fuerza visual, su despreocupada manera de encadenar una barrabasada con otra, una versión extrañamente balcánica de rocknroll, drogas y sexo, de Sarajevo a Dubrovnik, en manos de tres chavales que se creen hombres con quince años. Aquí, la violencia, primero en forma de casualidad cómica, se va tornando poco a poco en argumento. Una violencia que quizás alguien llamaría eslava, un hábito de buscar bronca por la bronca, sin motivo profundo, sin tener realmente diferencias con la persona, hasta ayer tu hermano, tu amigo, tu semejante, a la que ahora te ves impulsado a medir a cuchillo. Sí: quedan cadáveres por el camino, como si eso fuera parte de la vida, y sin que se apague la risa.
‘Forastero…’ es un cuento sobre el proceso de hacerse un hombre, con toda la carga machuna que conlleva esta frase, y por supuesto en un giro de confrontación con el padre. Sí, Azra es un personaje más presente en estos cuentos, una mujer con carácter y una madre siempre tierna, pero es con Braco Kalem, el padre, con quien Aleksa tendrá que ponerse al nivel de iguales.
El patriarcado, también el cómico, era esto.
En fin: Kusturica siempre hace reflexionar. Eso ya es un valor. Y otro es que no aburre nunca. Sabe manejar las claves, sea en cámara, sea en teclado, para conjurar imágenes. Aunque a veces cargue mucho las tintas y todo parezca un filme en technicolor saturado.
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