Virginidad


Una activista gallega escenifica el tabú de la virginidad | © I. U. T. / M'Sur
Una feminista gallega escenifica el tabú de la virginidad | © I. U. T. / M’Sur

La virginidad —de la chica, nunca del chico— es uno de los tabúes más fuertes en el ámbito mediterráneo y puede llegar a representar el honor de toda la familia. El valor que se le da, no obstante, varía enormemente: en conjunto es mucho menor en la parte occidental y adquiere una importancia más grave, de vida o muerte, en los países situados más al oriente. Allí, la virginidad adquiere la categoría de “bien público”, hasta el punto de que en algunos países las autoridades policiales llevaban a cabo rutinariamente exámenes ginecológicos de virginidad en mujeres detenidas y en chicas menores de edad, normalmente sin pedirles permiso.

Hasta mediados del siglo XX, la pérdida de la virginidad de la mujer antes de casarse se consideraba un escándalo prácticamente en todos los países europeos y mediterráneos; de la familia dependía si se camuflaba convenientemente o se expulsaba a la hija descarriada.

Desde los años sesenta, este detalle ha ido perdiendo importancia en casi todos los países al norte del Mediterráneo; en España, un 30% de las chicas menores de 19 años ha perdido la virginidad según sondeos de la década 2000; la media da este paso a los 21 años, casi siempre mucho antes de casarse. Es difícil comparar este dato con otros países europeos, porque no siempre está claro si la edad de “iniciación sexual” —en los 17,5 años para ambos sexos en Francia, por ejemplo— se refiere concretamente a la primera penetración.

La población gitana, desde España a Rumanía, forma una excepción; mantiene la virginidad como un valor supremo, que debe ser públicamente demostrado el día de la boda. En España, una profesional conocida como ajuntaora comprueba la virginidad de la novia introduciendo en su vagina un dedo envuelto en un pañuelo, aunque no desflorándola; en Rumanía corresponde al marido comprobarlo.

Hasta el matrimonio

Un lugar parecido como bien supremo ocupa la virginidad en todos los países al sur del Mediterráneo. En Marruecos, la educación sexual de las jóvenes se suele centrar en que deben llegar vírgenes al matrimonio. Pero muchas chicas que cumplen esta premisa no dudan en dedicarse a todo tipo de juegos sexuales, preservando el himen. Ya en 1982, dos de cada tres chicas jóvenes habían tenido algún tipo de experiencia sexual antes de casarse y en 2006, un estudio del diario L’Economiste entre jóvenes de 16 a 29 años mostró que un 34 % de las chicas habían tenido relaciones sexuales antes de casarse. Las capas tradicionales de la sociedad marroquí siguen certificando la virginidad de la novia tras la noche de bodas, exhibiendo la sábana manchada de sangre, y la falta de virginidad —o simplemente de sangre— lleva a menudo a un repudio por parte del marido y significa un oprobio para la mujer, aunque normalmente no un peligro de vida.

Más opresivo es el ambiente en Argelia, bastante liberal hasta los años ochenta, donde la oleada islamista ha ido imponiendo un código social muy conservador y muchas chicas, incluso de clase media o alta, esperan hasta el matrimonio para perder su virginidad. Incluso en Túnez, con un gobierno opuesto al islamismo, el 94% de los jóvenes rechaza casarse con una chica que no sea virgen. También en Egipto, el mandamiento de la virginidad está hoy vigente en todas las clases sociales, más entre las generaciones jóvenes que entre las mayores.

En los países donde la virginidad se sigue considerando un valor fundamental, pero en la práctica se conserva poco, muchas chicas recurren a clínicas privadas para reconstruir el himen antes de casarse. Es frecuente en Marruecos, aunque cada vez menos, y en Francia, donde la demanda va en aumento entre las comunidades de origen magrebí. Hace una generación también familias acomodadas españolas y portuguesas acudían a las clínicas francesas. No siempre se trata de engañar al novio: a veces la operación se realiza, extrañamente, de común acuerdo entre los futuros esposos.

Bien público

En varios países del Mediterráneo oriental, la «castidad» de las mujeres jóvenes se considera un bien público hasta el punto de que ser un chica soltera y no ser virgen es asociado automáticamente a una conducta criminal. Hasta 1999, la policía de Turquía forzaba a las chicas, sobre todo a las adolescentes, a someterse a exámenes de virginidad si habían sido detenidas por cualquier motivo (aunque el sexo entre solteros es legal en el país).  Aún en 2001, el Ministerio de Salud quiso obligar a todas las estudiantes de Enfermería a pasar un examen de virginidad, pero retiró la propuesta tras masivas protestas.

En Egipto, la misma práctica empezó a denunciarse de forma masiva tras la revolución de 2011, cuando fue empleada por la policía como forma de presión y humillación de activistas detenidas.

En Jordania, el hábito de someter a jóvenes a exámenes de virginidad si se les había encontrado en compañía de un hombre se mantuvo al menos hasta la década 2000, aunque habitualmente se suponía que se hacía a instancias de la propia familia (sin importar  la voluntad de la chica). En este caso, la policía aduce a veces que un certificado de virginidad puede proteger a la joven: la castidad de una hija equivale al honor de toda la familia. La pérdida del himen o la mera sospecha de que pudiera haber ocurrido o que la joven pudiera dar lugar a habladurías motivan frecuentemente los así llamados “asesinatos de honor”.

 

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