Cristianos invisibles

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos
Abdelhalim B., marroquí converso, lee la Biblia en su casa (Dic 2008) | © Rafael Marchante


Rabat | Diciembre 2008

“Vivimos como los primeros cristianos”, dice Abdelhalim B., un hombre de unos 40 años que prefiere no ver impreso ni su apellido, ni su profesión: ser un cristiano converso en Marruecos, un estado oficialmente islámico, aconseja cierta precaución. “Es como bajo los romanos”.

Pero no hay que bajar a las catacumbas: el salón de Abdelhalim sirve de iglesia improvisada para la pequeña comunidad cristiana de Kenitra, una ciudad en la costa oeste de Marruecos. Sólo una pequeña cruz de tela en la pared y algunos ángeles navideños muestran que la mesa en el centro sirve los domingos para leer la Biblia. “No necesitamos signos exteriores, lo importante es la enseñanza de la fe”, asegura Abdelhalim, quien se convirtió al cristianismo protestante durante su época de estudios en Europa.

Prácticamente ningún cristiano marroquí acude a alguna de las iglesias reconocidas, aunque no faltan oportunidades: hay más de 70 templos, la mayoría católicos, en Marruecos, y en muchos se celebra misa a diario.

Hay más de 70 iglesias, la mayoría católicos, en Marruecos, y en muchos se celebra misa a diario

La relación entre el clero y la población musulmana es buena, como asegura el padre Manuel, párroco de la pequeña Iglesia de San Francisco en Rabat. Subraya el “respeto enorme” del que gozan los religiosos y añade que “algunas hermanas” que viven en lugares aislados, son “casi veneradas” por la gente.

Sin embargo, en los bancos de la iglesia sólo hay europeos, algunos americanos y, desde hace unos años, un gran número de africanos subsaharianos. El padre Manuel asegura que no conoce a marroquíes conversos. “Está prohibido”.

Esto no es del todo cierto. La Constitución marroquí garantiza la libre práctica religiosa y ninguna disposición penaliza las conversiones. Las leyes de la charia, que teóricamente prevén la pena capital por el abandono de la fe musulmana, no se aplican en Marruecos. El código penal sólo castiga, con un máximo de seis meses de prisión, a quien “emplee medios para sacudir la fe de un musulmán o para convertirle a otra religión”.

Pero la ley se aplica raramente; el último caso conocido fue el de un egipcio-alemán condenado en 2006, aunque la sentencia se suspendió. Normalmente, las autoridades simplemente expulsan a los misioneros que trabajen de forma demasiado llamativa. Aun así, la policía a veces interroga a los marroquíes que acuden a la iglesia para acompañar a un amigo cristiano a una boda o un funeral, según asegura Jean Luc Blanc, párroco protestante en Casablanca.

Quien practica su fe en casa, no tiene nada que temer. “Desde luego, la policía sabe perfectamente quién es cristiano y quién no”, asegura Abdelhalim. “Pero no tienen nada contra nosotros, mientras no nos hagamos visibles”.

El Estado se encuentra en un dilema: perseguir a los cristianos echaría por tierra los esfuerzos de presentarse como un país tolerante, moderno y abierto a Occidente. Pero reconocerlos abiertamente desencadenaría la reacción de la prensa conservadora y de los movimientos islamistas, cuyo poder ha aumentado notablemente en la última década: no dudarían en fustigar al Gobierno si cometiera la ‘herejía’ de legalizar las conversiones. De ahí que Rabat prefiera simplemente evitar el debate.

Contactos entre bambalinas

Entre bambalinas, los contactos existen. “A diferencia de los islamistas, nosotros no representamos ningún peligro para el Estado: rezamos por el Rey y nos sentimos marroquíes al cien por cien”, asegura Abdelhalim. Recuerda una anécdota: “Hace poco, realizamos para nuestra comunidad un taller de prevención del sida; luego me llamó la policía para decirme que había sido un excelente trabajo y me preguntó si podíamos organizar algo similar para los musulmanes. Les dije que lo organizaran ellos, yo llevaría a los expertos. Porque tenemos contacto con médicos egipcios coptos”.

Las cadenas misioneras, normalmente de coptos protestantes, emiten desde Chipre

Además, algunos cristianos dirigen proyectos sociales, talleres para minusválidos, una caravana por la salud… siempre en coordinación con el gobierno, según Abdelhalim.

¿Cómo hacerse cristiano si no hay misioneros? Hay varias emisoras de televisión y radio, como Al Hayat, Sat 7 o Miracles, que emiten a diario mensajes de evangelización en árabe para todo Oriente Medio. La cadena más importante, Al Hayat, está basada en Chipre y su equipo se compone sobre todo de coptos egipcios adheridos al protestantismo.

“En la pantalla sale un número de teléfono; si llamas, examinan tu interés en el Evangelio —hay gente que sólo pretende convertirse para conseguir más fácilmente un visado para Europa— y al cabo del tiempo te ponen en contacto con otros cristianos en tu zona”, explica Abdelhalim.

Así se convirtió Ahmed F., residente en un pueblo cercano a Agadir. “Yo leía mucho y escuchaba en la radio el mensaje del evangelio, me convertí en 1982, pero durante años pensaba que yo era el único cristiano de Marruecos”, recuerda. “Gracias a la radio entré en contacto con otros fieles”. No tiene problemas en su barrio, afirma, aunque tanto los vecinos como la policía saben de su nueva fe.

Aunque hay mucha más libertad que antes, los hijos de las familias cristianas aprenden pronto a no divulgar su fe en el colegio, y un converso selecciona a los amigos a los que confiar su condición, relata Abdelhalim. “Si ves que a alguno le supondría un serio problema, te lo callas”.

Según él, entre las clases educadas, la religión se suele considerar un asunto estrictamente personal, mientras que en las capas más pobres aun se amalgaman los conceptos de religión y nacionalidad y se considera que no se puede ser marroquí sin ser musulmán. Una postura que incluso comparten algunos juristas, que interpretan en este sentido el rango del islam como religión de estado.

Conseguir una Biblia en árabe ya no es tan difícil como antes, comenta Ahmed. “Se pueden encontrar en algunas librerías o leer en las bibliotecas públicas”. También se consiguen a través de las iglesias establecidas, que importan cada año una remesa limitada. Además, de vez en cuando, las comunidades reciben la visita de teólogos formados en otros países “para enseñarnos, porque aquí todos somos principiantes”, dice Abdelhalim.

No existe una clara jerarquía en estas iglesias protestantes: prácticamente cualquiera puede dirigir el culto. Esta falta de organización hace que sea muy difícil dar cifras sobre el número de conversos. Abdelhalim cree que la red de comunidades cristianas agrupa a unas 1.500 personas “aunque podría haber más familias que esconden su fe por miedo”. “En Casablanca hay siete casas-iglesia, ocho en Marrakech y al menos una en prácticamente cualquier ciudad marroquí, de Tánger al desierto”, detalla.

«Quizás haya miles de conversiones, pero muchos vuelven pronto a su antigua fe»

Algunas páginas web norteamericanas estiman el número de conversiones en 3.000 a 3.500 anuales. Cifras muy infladas, a tenor de Jean Luc Blanc. “Más cerca de la verdad es la estimación semioficial de unos 800 a 1.000 conversos en total. Quizás haya realmente miles de conversiones, pero muchos de los afectados volverán pronto a su antigua fe, porque la presión social es muy grande”, añade.

El párroco no tiene demasiada simpatía por los misioneros norteamericanos prestos a bautizar a cualquiera que se lo pida, sin evaluar la firmeza de la voluntad del nuevo creyente. A su juicio, algunos de sus sermones sólo ensanchan el abismo entre musulmanes y cristianos, al igual que hacen los islamistas, mientras que lo importante, considera, es crear puentes, espacios bisagra, momentos de convivencia. Lleva años involucrado en un diálogo discreto con las autoridades marroquíes.

“No pedimos el derecho a evangelizar —aunque ese debate también será necesario— sino la libertad de cada uno de mostrar abiertamente su fe”, resume. No constan condenas por conversión, pero algunos jueces y fiscales parecen creer que es suficiente con confesarse converso para “sacudir la fe” de los demás, advierte.

El pasado bereber

No sorprende que los cristianos hablen con cierta envidia de sus conciudadanos de fe judía. Gracias a su milenaria presencia en el país, la comunidad hebrea de Marruecos goza de un estatuto oficial de minoría, practica abiertamente su religión y está exenta de cumplir las leyes inspiradas en el Corán.

“La mayor parte de Marruecos era cristiana antes de la llegada del islam”

Algo similar imagina Ahmed F. cuando habla de fundar una “Iglesia Nacional” para “evitar los errores del pasado”. “La mayor parte de Marruecos era cristiana antes de la llegada del islam”, recuerda, “pero no hubo una Iglesia organizada y así se perdió la fe”. No del todo: en determinadas zonas rurales, la población bereber tiene muy presente su pasado cristiano, existen canciones populares que hacen referencia explícita a la resurrección de Jesucristo y en algunos colegios coránicos, el día libre es el jueves, no el viernes, “porque así nos lo enseñó Jesús», aseguran. Incluso sobrevive en algún santuario la costumbre de santiguarse, aunque quienes la cumplen no la asocien a la religión cristiana.

En este sentido, para algunos bereberes, la conversión no es tanto la búsqueda de una espiritualidad nueva sino el regreso a unas raíces olvidadas sólo a medias. A ello contribuyen a veces los movimientos fundamentalistas islámicos que difunden desde hace una década un severo islam acuñado en Arabia Saudí y muy lejos de la religiosidad bereber. Hay quien se torna hacia el cristianismo como una forma de protesta ante la cara sexista e intolerante de este islam wahabí.

¿Hay futuro para los cristianos? Abdelhalim es optimista: cree que el desarrollo económico de Marruecos y la extensión de la enseñanza pública llevarán hacia una mayor tolerancia. Mientras tanto, los cristianos multiplican sus actividades: proyectos sociales, talleres para enseñar a las familias una vida acorde a la fe, seminarios teológicos… e incluso encuentros para solteros donde se puedan conocer chicos y chicas. Algo fundamental para mantener unidas las pequeñas y dispersas comunidades. Aun así, a la hora de casarse, los novios deberán cumplir con el rito islámico, el único aceptado, aparte del judío. Ser invisible es, aparentemente, un deber ciudadano.

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