Manuel Rivas

«El narcotráfico es el liberalismo llevado al extremo»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Manuel Rivas | Adrián Estévez (Creative Commons)
Manuel Rivas | Adrián Estévez (Creative Commons)
Sevilla | Noviembre 2010

Cuando Manuel Rivas (A Coruña, 1957) dice que Galicia pudo ser Sicilia, se refiere como es lógico al costado más siniestro de la isla italiana: el del crimen organizado y la corrupción institucionalizada. En los años 80, con el desarrollo del narcotráfico que aprovechó las añejas estructuras del contrabando y la favorable topografía de la región, el extremo noroccidental de la Península fue tierra sin ley.

Ése es el telón de fondo de Todo es silencio (Alfaguara), la última novela de Rivas, en la que no sólo se aborda esta cuestión, sino también la ambición humana, los resortes del poder y las manipulaciones de la realidad. Premio de la Crítica española con Un millón de vacas (1990) y El lápiz del carpintero (1998), este poeta, narrador y periodista ha culminado la que tal vez es su obra más comprometida.

El silencio sea una ley que tienen en común todas las mafias, y también todas las dictaduras. ¿Se trata de algo más que una simple coincidencia?
Es una asociación adecuada, porque hay momentos históricos en que se confunde y se funde lo que llamamos Estado con las organizaciones criminales. Hay quien piensa que con este libro me he pasado a la novela negra, pero cuando en los anteriores hablaba del larguísimo totalitarismo que vivió nuestro país, no hacía otra cosa que contar nuestra propia novela negra. Evidentemente, en las dictaduras y en las mafias la consigna es inyectar la idea de lo que no se puede decir. Vivimos con esa tradición, “lo que no se puede mirar” está ya en los Desastres de la Guerra de Goya. Pero sobre todo, se trata de anular la posibilidad de que el individuo pronuncie el monosílabo “no”. Y si hay algo que es el contrapunto, la antípoda del poder oculto, dictatorial, es negarse a dominar. No sólo no dejarse dominar, sino negarse a ejercer un dominio. Al final, la esencia de la Literatura, su ADN, es esa negación. Puede haber obras favorables a la dominación, pero no las reconocemos como Literatura.

 ¿El silencio y la manipulación de la información son dos caras de la misma moneda?
Hay varios tipos de silencio. Cada nota musical, por ejemplo, tiene su silencio. También está ese silencio de Bartleby [el personaje del relato de Herman Melville], que puede ser una forma de desobediencia: la resistencia a sumarse a ese discurso que sólo es un ruido intimidatorio. Pero es verdad que no hay mayor sensación de poder que la de aquel que consigue imponer el silencio. Es el grado máximo, el toque de silencio, como decían en la mili. Había en mi cuartel un corneta maravilloso, que hacía sonar ese toque como un canto de liberación…

Más que un corneta, debía de ser Miles Davis.
Era increíble, no sonaba como una orden, sino como un canto zen. “Muy bien ese silencio, llegó a decirle un oficial. “Aún lo puedo tocar mejor si me deja salir al pueblo a comprar otra boca”, respondió. Le dejaron ir, y no volvió. Hice un poema con esa historia.

Dice usted que Galicia corrió grave riesgo de sicilianización. Pero la mafia en Sicilia es la consecuencia de unas estructuras feudales y de una desconfianza hacia el poder oficial, que no sé si se dieron alguna vez en su tierra…
Es muy complejo. Siempre que se habla de un país o un espacio tan definido cultural y geográficamente como Galicia, nos quedamos en las identidades positivas. Pero también puede ser interesante organizar la Historia desde el lado oscuro, desde la tradición delictiva. Quizás así entenderíamos muchas cosas. Del mismo modo me escandaliza, por ejemplo, que no se estudie el origen de muchos bancos que empezaron con la trata de esclavos. Muchos basamentos del sistema en que vivimos se sustentan en el delito. Y la evolución del delito actúa como una vanguardia, una curiosa I + D: Innovación y Delito. Marx hablaba de cómo había evolucionado la cerrajería gracias a los ladrones, y a ellos también les debemos el desarrollo de la novela negra. También se refería al sistema como un mago enloquecido, y no hay más que ver cómo estamos. En fin, yo soy libertario, pero creo que la novela negra tiene que ser comunista. Me interesa la Literatura para registrar la historia, pero también para luchar contra ella…

¿Hasta qué punto la complicidad o la tolerancia de la gente, de los pueblos en general, explica el éxito de las mafias? En el caso del contrabando estaba muy claro, porque era un medio de subsistencia…
Para mí, son parte de los círculos concéntricos. Para que ese poder oculto esté en el centro tiene que darse un hábitat de suspensión de las conciencias. Es verdad que hay un grado más allá de eso, que es directamente la complicidad. Y muchas veces, además, eso es el núcleo, no la placenta. Es interesante pensar hasta qué punto en México la sustancia delictiva es la coca. ¿No es más tóxico el libre comercio de armas, el supermercado de la balacera que muchos consideran un rasgo patriótico de los Estados Unidos? “Queremos nuestras armas”, proclaman, pero no piensan que así se llenan las favelas de Río de Janeiro o los depósitos de cadáveres de México, donde hay muchos más muertos que en Afganistán. Me parece importante ver hasta qué punto lo colateral también es central. La cuestión es que esto que llamamos narcotráfico es el liberalismo llevado al extremo, es su caricatura y su tragedia. No es casual que en la única entrevista que le hicieron a Al Capone dijera lo mismo que los santones y los gurús del neoliberalismo. Fue un adelantado a su tiempo.

¿Por qué el cine y la literatura han sido tan remisos a abordar el tema del narco en Galicia?
Tal vez sea una cuestión de falta de distancia histórica, y un problema de la mirada también. Fíjate, en la narrativa española, buscar alguna novela donde aparezca la emigración española en Europa es buscar una aguja en un pajar. En cambio, es una constante en la novela americana, [Saul] Bellow, Philip Roth… Tal vez fuera un desplazamiento pendular frente al realismo social, que los escritores dejaron de lado para pasar a un mundo sin principio de realidad.

No tuvo Galicia su Saviano
Hubo trabajos aislados, al menos dos libros de investigación que es justo reconocer: uno de Perfecto Conde, y otro de Felipe Suárez. Pero la clave fue la reacción social, que provocó una inflexión. Si la solución hubiera venido desde arriba, no habría sido tan efectiva. Pero las sociedades tienen un instinto de supervivencia, que en este caso fueron las madres contra la droga. La información jugó su papel, pero de todos modos, insisto, faltó una distancia histórica, brechtiana, para decir ¿qué pasa aquí? Sería interesante ver en qué medida el narco no es, como decías antes de Sicilia, un caciquismo renovado, o de qué manera el contrabando fue mudando en el estraperlo, el wolframio, y finalmente la cocaína…

Habla de esas madres como el punto final de la amenaza. ¿Da por salvada Galicia?
No, no. Es verdad que ahora sí que no hay un hábitat favorable. La reacción civil de la que hablaba sacudió conciencias y activó a aquellos que estaban en stand by, por ejemplos los poderes judiciales. No olvidemos que quien acaba con Al Capone es la Agencia Tributaria, y aquí también se notó mucho la actuación contra el patrimonio, la persecución del dinero oculto, opaco… Lucky Luciano se ofendía cuando le decían que había hecho fortuna con la droga. “¡Yo rico me hice con los apartamentos!”, protestaba. Ésa es la clave de los círculos concéntricos. ¿De qué sustancia tratamos, de la coca, o del polvo mágico? Lo importante es la pasta y el poder que se consigue con ellos. Mira, tras el 11-S, salió Bush diciendo que acabaría con los paraísos fiscales, pero no se volvió a hablar del asunto. Galicia fue el muelle del desembarco, pero el dinero acabó en otra parte.

Y mientras Suiza es el colmo de la paz y la civilización, Galicia, Nápoles o Marsella escenificaban su propio infierno… ¿Por qué decidió hablar de todo esto desde la ficción?
No sé, el cuerpo me lo pedía. La literatura te permite ir un poquito más allá que el periodismo y la arqueología. Y porque también quería escribir sobre la condición humana, y no sólo sobre el narcotráfico en Galicia.

Muchos, desde Carlos Fuentes a Felipe González, están clamando ahora por la legalización de la droga. ¿Se suma a la lista?
Al final las sustancias cambian, pero se mantiene en el tiempo el afán de dominio, la corrupción del lenguaje, que es más duradera que las situaciones que la han propiciado… Yo quería escribir una historia que se pudiera leer en cualquier parte, y también dentro de unos años. Hoy no nos importa el licor que circulaba en camionetas por Chicago: ¿era whisky, era ginebra, era licor café? El tema es otro, y seguimos leyendo a Hammett porque seguimos queriendo saber sobre su Villaveneno. Y hoy todavía tiene sentido preguntar dónde está nuestro Poisonville: me temo que es tan extenso como nuestro planeta.

En la Galicia de Feijóo

“Lo que llama la atención de la situación actual es que vivimos una especie de deconstrucción”, explica Rivas sobre la Galicia gobernada por el popular Alberto Núñez Feijóo. “Siempre se ha hablado de las autonomías como una forma de hacer país, y resulta que el afán del gobierno autonómico es deconstruir lo que había, privatizar lo que era público… El señor Jacques Derrida ha llegado a la política de forma voraz. Y se esperaba que la derecha trajera mejor gestión, pero prueba de hasta qué punto ha fallado, que ha pinchado hasta la visita de Benedicto XVI, ni siquiera funcionaron los autobuses. Eso no pasaría con la izquierda: le habrían llevado un montón de gente al Papa”.