Opinión

Wikileaks y el perro de Alcibíades

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

 

Alcibíades, nos cuenta Plutarco, era un político griego del siglo V a.C. tan taimado como ambicioso, aparte de gran seductor, amasador de fortunas y especialista tanto en crearse enemigos como en cambiar de aliados. Cualquier similitud con políticos del siglo XXI es casual.

Alcibíades, dice Plutarco, tenía unos cuantos muertos en el armario, pero además poseía un magnífico perro. Un día le cortó el rabo. Sus amigos se lo reprocharon: ¡cuanta crueldad! ¡y qué mala imagen! toda Atenas habla de tu perro, le dijeron. Perfecto, replicó Alcibíades, es lo que necesitaba: así no hablarán de otra cosa.

Lo que no es casual es la semejanza de la táctica de lanzar un escándalo para tapar otro. En la guerra se llama maniobra de distracción; en la diplomática tiene desde hace poco otro nombre: Wikileaks.

La maniobra ha sido un éxito completo. Nadie habla de otra cosa. La prensa escudriña 250.000 documentos, los políticos hablan de ataques, catástrofes, cambios en la concepción del periodismo o de la diplomacia y ‘cablegates’ y los diarios arrasan en los kioscos con lo que llaman revelaciones y que son, en realidad, cotilleos de segunda mano y de tercera fila sobre la opinión que tal o cual ex embajador tuvo sobre el aguante en las fiestas o el grado de inteligencia de tal o cual político.

Cotilleos de tercera fila. No hay más. Comprueben el material. Angela Merkel, poco creativa. Berlusconi, un fiestero. Sarkozy, un autoritario. ¿Algo que no sabíamos ya? ¿Algo que ustedes no hayan leído, día sí y día también, en las columnas de su diario favorito?

Turquía es el segundo país más presente en esta filtración. Lo más suculento de lo publicado hasta ahora es una opinión de un ex embajador según la que el primer ministro Recep Tayyip Erdogan se rodea de asesores ‘sumisos y arrogantes’… redactada en 2004. Lo más reciente no pasa de un análisis de prensa y opinión de calle que cualquier corresponsal haría con más estilo.

Hay dos posibles conclusiones: O bien los embajadores de Estados Unidos en el mundo no tienen acceso a otra información que el resto de los mortales y están al margen de la verdadera política exterior de su gobierno. O bien alguien ha elegido cuidadosamente la información filtrada para hacernos llegar sólo la más insustancial.

La filtración está controlada por cinco grandes medios: El País, Le Monde, The Guardian, The New York Times, Der Spiegel; sólo lo que ellos eligen para publicar se pone a disposición del público en la web de Wikileaks. Pero es inverosímil que se hayan puesto de acuerdo para proteger los intereses de Estados Unidos.

Una cosa es innegable: la información publicada protege los intereses de Estados Unidos. Nos intenta hacer creer que los grandes secretos de la primera potencia mundial se reduzcan a opiniones de barra de bar.

¿Sabe Assange para quién trabaja? ¿O es un ingenuo que se cree un héroe?

Cierto: sabemos que los cables contienen información meramente confidencial o semisecreta, pero Washington ha puesto el grito en el cielo como si realmente se tratase de secretos de importancia capital. Como si tuviéramos que creer ―y de hecho gran parte de la prensa europea finge creérselo― que las desnudeces del imperio hayan sido expuestas. Si éste es el imperio al desnudo, es que detrás no hay nada más, continúa un discurso lógico: Estados Unidos no tiene nada que esconder.

Permítanme que disienta.

Ya puestos nos habría interesado saber lo que de verdad es secreto. Nos habría encantado conocer qué lazos mantiene la guerrilla kurda PKK con los militares estadounidenses a través de la administración kurda en el norte de Iraq, cuáles con Israel por via de su rama anti-iraní PEJAK, y cuáles con la propia cúpula militar turca, preguntas sobre las que especula la prensa turca.

Nos habría encantado saber a cuánto asciende la ayuda militar que Washington entrega al los partidos suníes de Líbano para que financien milicias del tipo ‘Al Qaeda’ para neutralizar a Hizbulá (según lo investigado por periodistas norteamericanos). Quisiéramos saber quién pone realmente las bombas que se identifican como de ‘Al Qaeda’ en Iraq, con qué finalidad, y por qué se les obliga a los iraquíes implicados a ‘suicidarse’ por la fuerza (como sospechan los iraquíes de a pie).

Nos habría arrancado de la silla conocer los detalles de cómo el Pentágono va construyendo una amenaza terrorista islamista en el Sahel, de Mauritania a Mali y Níger, y qué papel juegan en ella los servicios secretos argelinos (como demostró con todo detalle un profesor británico).

Pero toda esta información, materia para un periodismo de investigación de verdad, está siendo tapada por una marea de 250.000 documentos perfectamente superfluos, perfectamente vacuos. Una excelente operación de marketing de la CIA, hay que concluir.

Lo que no sabemos es si todo el montaje de Wikileaks depende desde sus inicios de la CIA ―como aseguró uno de sus fundadores, John Young, ya en 2007― o si únicamente este golpe ha sido una eficaz operación, utilizando un conducto independiente para inundar el mercado periodístico.

Las publicaciones anteriores de Wikileaks hacen pensar más bien lo primero: lo más grave que supimos sobre la guerra de Iraq mediante, dicen, 400.000 documentos, es que unos marines ametrallaron a sangre fría a 12 civiles, entre ellos dos periodistas iraquíes. ¿Alguien se sorprende, tras el asesinato de José Couso? El resto de los documentos se dedicaba a exponer las torturas de la policía iraquí, no la violencia de los estadounidenses, ampliamente documentada por la prensa clásica. Curioso.

Jeff Gates, analista estadounidense, acusa directamente a Tel Aviv de estar detrás de la última andanada de Wikileaks: curiosamente, toda la información publicada favorece a Israel (como ha dicho incluso, orgulloso, Benyamín Netanyahu). Gates sugiere que Israel intenta restar credibilidad a Estados Unidos para quitarse de encima las presiones de la Casa Blanca a favor de una ―al menos aparente― negociación con los palestinos.

Tengo mis dudas. No sé hasta qué punto el Mossad puede realizar una tal operación sin contar con el visto bueno de la CIA: un serio enfado entre ambos servicios secretos no le vendría nada bien a Israel.

¿Sabe Julian Assange para quien trabaja? ¿Es éste el motivo para su total intransparencia frente a otros colaboradores de Wikileaks, su conocida gestión autoritaria y personal del aparato? ¿O es un ingenuo que se cree un héroe? ¿O incluso un aprovechado que finge creerse todo en aras de una fama personal duradera?

“Antes de estar metido en esto, creí que sabía bastante de cómo funciona el mundo. Pero nada me preparó para la realidad con la que me he encontrado”, aseguró Assange a El País el mes pasado. En esto coincido: yo tampoco creía que los embajadores de Estados Unidos se limitasen a cotilleos y resúmenes de prensa en sus telegramas oficiales. Se aprende más leyendo a Plutarco.