Opinión

Bibi y los yo-yos

Uri Avnery
Uri Avnery
· 8 minutos

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Era todo bastante vergonzoso.

Allí estaban, los miembros de los más altos organismos legislativos del único superpoder del mundo, saltando de arriba a abajo como yo-yos, aplaudiendo frenéticamente, cada pocos minutos o segundos, las mentiras y tergiversaciones más escandalosas de Binyamin Netanyahu.

Era peor que el Parlamento sirio durante un discurso de Bashar Assad, donde cualquiera que no aplauda puede dar con sus huesos en la cárcel. O que el Soviet Supremo de Stalin, donde mostrar menos respeto del exigido podía significar la muerte.

Era peor que el Parlamento sirio donde cualquiera que no aplauda a Assad puede ir a la cárcel

Lo que los senadores americanos y congresistas temían era un destino peor que la muerte. Cualquiera que permaneciera sentado o aplaudiendo sin la suficiente efusividad podía ser pillado en cámara, y eso viene a ser un suicidio político. Sólo bastaba con que un solo congresista se levantara y aplaudiera para que los demás hicieran lo mismo. ¿Quién osaría no hacerlo?

La imagen de estos cientos de parlamentarios saltando y chocando sus manos, una y otra vez y otra vez y otra vez, con el líder saludando con un elegante movimiento de mano, evocaba a otros regímenes. Pero esta vez no era el dictador local quien imponía esta adulación, sino uno extranjero.

Lo más deprimente de todo esto era que no había ni un solo legislador, republicano o demócrata, que se atreviera a contenerse. Cuando yo era un niño de 9 años en Alemania, me atreví a dejarme el brazo derecho pegado al cuerpo cuando todos mis compañeros de clase levantaban los suyos en el saludo nazi y cantaban el himno de Hitler. ¿No hay nadie en Washington DC que tenga esa mera valentía? ¿Es en realidad Washington TOI (Territorio Ocupado de Israel) como aseguran los antisemitas?

Hace muchos años visité la recepción del Senado y me presentaron a los senadores de entonces. Me impresionó profundamente. Después de haber sido educado en el respeto a los senadores de los Estados Unidos, el país de Jefferson y Lincoln, me encontré con una panda de pedantes, muchos de ellos papanatas que no tenían la más remota idea de lo que estaban hablando. Me dijeron que eran sus asistentes quienes en realidad entendían sus asuntos.

Entonces ¿qué le dijo el gran hombre a esta venerable institución?

Era un discurso delicadamente elaborado, empleando todos los viejos trucos del mercado: la pausa dramática, el dedo levantado, las pequeñas ocurrencias, las frases repetidas para impresionar. No era un gran orador, ni mucho menos, ni un Winston Churchill, pero era suficientemente bueno para este determinado público y ocasión.

Pero el mensaje podía resumirse en una palabra: No.

Tras el desastroso descalabro de 1967, los líderes del mundo árabe se reunieron en Jartum y adoptaron los famosos Tres Noes: ‘no’ al reconocimiento de Israel, ‘no’ a la negociación con Israel, ‘no’ a la paz con Israel. Era justo lo que los dirigentes israelíes querían. Así podían dedicarse por completo a afianzar la ocupación y construir asentamientos.

Ahora Netanyahu está viviendo su Jartum. ´No’ a la vuelta a las fronteras de 1967. ‘No’ a la capital palestina en Jerusalén Este. ‘No’, ni siquiera, a un regreso simbólico de algunos refugiados. ‘No’ a la retirada militar del río Jordán: lo que significa que el futuro Estado palestino estaría completamente rodeado de fuerzas armadas israelíes. ‘No’ a la negociación con el gobierno palestino “apoyado” por Hamas, incluso si no hay miembros de Hamas en el mismo gobierno. Etc, etc… NO. NO. NO.

El objetivo es claramente asegurarse de que ningún líder palestino pueda ni siquiera soñar con entrar en negociaciones, incluso en el improbable caso de que estuviera preparado para aceptar otra condición: reconocer Israel como “el Estado-nación del pueblo judío”, que incluye a las docenas de senadores judíos y congresistas que fueron los primeros en saltar de arriba abajo, de arriba abajo, como tantas marionetas.

Netanyahu, junto con asociados y compañeros de cama políticos, está decidido a evitar el establecimiento de un Estado palestino por todos los medios. Eso no empezó con el actual gobierno: es un objetivo profundamente arraigado en la ideología y práctica sionista. Los fundadores del movimiento establecieron el rumbo, David Ben Gurion actuó para llevarlo a cabo en 1948, en colusión con el rey Abdalá de Jordania. Netanyahu está simplemente aportando su granito de arena.

Netanyahu quiere asegurarse de que ningún líder palestino sueñe con negociaciones

“No al Estado palestino” significa: no a la paz, ni ahora, ni nunca. Todo lo demás, como dicen los americanos, son tonterías. Todas las frases piadosas acerca de la felicidad de nuestros hijos, prosperidad para los palestinos, paz en todo el mundo árabe, un brillante futuro para todos, son simplemente eso: simples tonterías. Al menos alguien en el público debe haber notado eso, incluso con todos esos saltos.

Netanyahu escupió en el ojo de Obama. Los republicanos que lo vieron deben de haber disfrutado de eso. Y puede que algunos demócratas también.

Se entiende que Obama no. Entonces, ¿qué va a hacer ahora?

Hay un chiste judío sobre un indigente hambriento que entró en un bar a pedir comida. Si no se la daban, amenazó, haría lo que hizo su padre. El dueño del bar asustado le dio de comer, y al final preguntó tímidamente: “Pero ¿qué hizo tu padre?” Tragándose el último bocado, el hombre respondió: “Se fue a dormir sin comer.”

Hay una buena oportunidad de que Obama haga lo mismo. Puede fingir que la baba de su mejilla es agua de lluvia. Su promesa de evitar en la Asamblea General de las Naciones Unidas un reconocimiento del Estado de Palestina le priva de su principal influencia sobre Netanyahu.

Alguien en Washington parece estar difundiendo la idea de que Obama venga a Jerusalén y se dirija a la Knesset. Sería una represalia directa: Obama hablando con el público israelí sin contar con el primer ministro, tal y como Netanyahu se dirigió al público americano sin contar con el presidente.

Sería un acontecimiento muy interesante. Como antiguo miembro de la Knesset que soy, me invitarían. Pero yo no lo aconsejaría. Yo lo propuse hace un año. Ahora no lo haría.

El precedente indiscutible es el histórico discurso de Anuar Sadat en la Knesset. Pero en realidad no hay comparación. Egipto e Israel estaban todavía oficialmente en guerra. Ir a la capital del enemigo no tenía precedentes. Y más aún sólo cuatro años después de una guerra sangrienta. Fue un hecho que sacudió a Israel, eliminando de un golpe todo un conjunto de patrones mentales y abriendo la mente para nuevos patrones. Ninguno de nosotros podrá olvidar el momento en que la puerta del avión se abrió y allí estaba, apuesto y sereno, el líder del enemigo.

Queda un camino: el reconocimiento de Palestina por la ONU y una acción pacífica en masa

Más tarde, cuando entrevisté a Sadat en su casa, le dije: “Vivo en la calle principal de Tel Aviv. Cuando usted se bajó del avión, miré por la ventana. Nada se movió en la calle, excepto un gato, y seguramente buscaba algún aparato de televisión.”

Una visita de Obama será muy diferente. Él, por supuesto, sería recibido educadamente, sin los obsesivos saltos ni aplausos, aunque probablemente incomodado por miembros de la Knesset de la extrema derecha. Pero eso será todo.

La visita de Sadat era una hazaña en sí misma. No así una visita de Obama. Él no zarandeará la opinión del público israelí, a menos que venga con un plan concreto de acción: un plan de paz detallado, con una agenda detallada, respaldado por una clara determinación de llevarlo a cabo, cualquiera que sea el coste político.

Otro buen discurso, aunque esté maravillosamente formulado, no funcionará. Con el aluvión de discursos de esta semana hemos tenido suficiente. Los discursos pueden ser importantes si acompañan a acciones, pero no existe sustituto para la acción. Los discursos de Churchill ayudaron a dar forma a la historia, pero sólo porque reflejaban hechos históricos. Sin la Batalla de Bretaña, sin Normandía, sin El Alamein, esos discursos habrían sonado ridículos.

Ahora, con todas las carreteras bloqueadas, sólo permanece un camino abierto: el reconocimiento del Estado de Palestina por parte de las Naciones Unidas junto a una acción pacífica en masa por parte del pueblo palestino contra la ocupación. Las fuerzas de paz israelíes también jugarán su papel, porque el destino de Israel depende de la paz tanto como el destino de Palestina.

Seguramente, Estados Unidos intentará impedirlo, y el Congreso saltará arriba abajo, pero la primavera palestina-israelí está en camino.