Reportaje

Las falsas barbas de Siria

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos
Brigada Ansar Sham, Monte Kurdo, Siria, Jun 2012 | Ansar Sham
Brigada Ansar Sham, Monte Kurdo, Siria, Jun 2012 | Ansar Sham

«Cuanto más larga tengas la barba, más dinero recibes”. Firas Birro, un joven sirio de la zona de Latakia, lo tiene muy claro. Sus propias mejillas apenas muestran una ligera capa de vello, pero asegura que ya se ha afeitado el bigote para adecuarlo al estilo de los “barbudos”, los salafistas que se caracterizan por espesas barbas negras y un labio superior rasurado. “Sí: cambié de ideología por tres liras, lo que me costó la maquinilla de afeitar”, se ríe.

Firas Birro es un profesor de colegio de Alepo, convertido en contrabandista de medicamentos y armas para los rebeldes del Monte Kurdo, una cordillera en el interior de la provincia de Latakía, la ciudad portuaria más importante de Siria. No cumple ningún rito religioso islámico y ni siquiera ayuna en ramadán, aunque forma parte de la población suní de Siria.

«Mi hermano dirige una de las diez ‘falanges’ de campesinos guerrilleros en el Monte Kurdo», relata Birro. «Al principio le pusimos de nombre ‘Mártir Rafiq Hariri’ (ex primer ministro libanés asesinado), para ver si recibíamos ayuda de Líbano. No conseguimos nada. Así que lo cambiamos a «Ansar Sham» (‘Apóstoles de Siria’, con una clara alusión coránica), y ahora recibimos dinero de los salafistas. Si nos financiara Francia, nos llamaríamos ‘Falange Jacques Chirac'», concluye entre risas.

No todas las barbas son salafistas. “’Es que se nos han acabado las maquinillas de afeitar: si nos traes, nos rasuraremos dos veces al día’, me dijeron los rebeldes cuando les pregunté por su aspecto», recuerda Muntasir Sino, otro activista que cruza la frontera a menudo, aunque únicamente trafica con información: fotos, cámaras, vídeos… Pero añade en seguida que en gran parte de los guerrilleros, las barbas sí tienen una función consciente: reflejar una imagen integrista para contar con los flujos de dinero de las rede salafistas.

Pero la imagen engaña: estos barbudos no son, ni mucho menos, integristas. «De cien, vi rezar a dos. Y aunque al principio me miraban raro porque yo comía en pleno ramadán, cada día había más compañeros acompañándome; el último día, sólo dos o tres de la quincena de guerrilleros con los que iba cumplían el ayuno», relata Muntasir Sino.

Desde luego, la apariencia de los guerrilleros, tal y como aparece en un vídeo difundido por los ‘Ansar Sham’, imita la imagen habitual de Al Qaeda: ropa negra, pasamontañas y la frase «Dios es grande» en una cinta sobre la frente. Pero la lectura del documento de constitución termina con el gesto marxista de los puños en alto…

Apoyo de cualquiera

Aunque los jóvenes se ríen de su ‘conversión’, el giro hacia una imaginería salafista esconde una tragedia. «La nuestra era una revolución de la dignidad. Pero lo dejó de ser porque nos han abandonado todos. Ahora agradecemos el apoyo de cualquiera, así sea Israel: nada puede ser peor que continuar con el régimen. Ya nos da igual lo que venga después», jura Sino. «¡Aceptaríamos ayuda hasta del diablo!»

Pero son los representantes de Dios quienes se han hecho con la revolución. «El dinero para comprar material y armas viene de Arabia Saudí, también de Kuwait, el Golfo, Afganistán y sobre todo de Libia», apunta Birro. Y no todos los combatientes fingen: «Hay verdaderos salafistas entre los rebeldes, y muchos son yihadistas de fuera: libios, algún afgano, hombres del Cáucaso… Éstos creen de verdad en la yihad, cumplen el ayuno a rajatabla», relata Sino. “Vi a uno que, por perder el momento correcto para romper el ayuno al atardecer, se quedó dos días sin probar bocado. Y sin beber. Así ¿cómo puede uno combatir?” se pregunta, para concluir que “esto no puede ser sano, sobre todo para la mente”.

No obstante, entre los sirios cunde el ejemplo. «En los hospitales observo a muchos guerrilleros heridos, con tatuajes de corazones, culebras, calaveras… —algo completamente antiislámico— pero con recientes barbas salafistas. Y es que un año sin trabajo, sin ingresos, con una carestía general, hace que la gente cambie de ideario», dice Hefiz Abdulrahman, activista kurdo y miembro del Consejo Nacional Sirio, la organización paraguas de la oposición.

No todos se convierten. «Cuando llegó el Ejército al pueblo de Selma, los nuestros pidieron armas a un salafista, que paga un salario a 200 hombres. Nos ofreció fusiles a cambio de pasar bajo su mando. Dijimos que no. Porque combatimos por una Siria democrática, pero los salafistas utilizan su poder para fines personales y para su visión particular del islam», asevera Birro.

Hefiz recuerda otra anécdota, ésta ocurrida en la región de Afrin, una zona de colinas al norte de Alepo, habitada por kurdos. “Unos delegados salafistas se encontraron con un grupo de combatientes kurdos y les ofrecían dinero y armas, a cambio de algunas condiciones: ‘Os dejáis la barba, tenéis que rezar y desde luego, nada de alcohol’. Uno de los kurdos respondió: ‘Nosotros también tenemos una condición: jamás entramos en combate sin antes beber una botella de cerveza’. Ahí se acabó la reunión”.

El mensaje va calando. «Si Siria se convierte en un estado islamista, será responsabilidad de Europa y Estados Unidos. Porque nos han abandonado, han dejado que Arabia Saudí, Qatar y Kuwait se conviertan en dueños de la revolución», denuncia Hefiz. «Una desgracia para Siria y un grave error estratégico, porque así, Europa perderá un país que habría sido su aliado en Oriente Próximo: Siria es el único Estado árabe laico. Preservar este laicismo, llevar el país hacia una democracia cívica, habría sido posible si Europa hubiera marcado las pautas», cree Hefiz.

La suerte, sin embargo, parece echada. «Siria será un aliado de Arabia Saudí y la religión islámica adquirirá una importancia en la vida ciudadana como nunca la ha tenido antes. Para el pueblo sirio es una tragedia», concluye el activista.

Eso sí, los grupos guerrilleros independientes del salafismo han tomado conciencia del desafío e intentan ganar su particular guerra: la de mostrar que existen. Es la especialidad de Muntasir Sino, kurdo oriundo de la región de Qamishli, miembro de la Unión de Coordinadores de los Jóvenes Kurdos en Siria (HHCKS), una red que se dedica a defender los intereses de los kurdos en todo el país desde una visión integradora. Acaba de volver del Monte Kurdo de Latakía, nombrado así, porque sus habitantes se enorgullecen de un lejano origen kurdo, aunque hoy todos hablen únicamente árabe.

«Los rebeldes me pidieron que les llevara armas y munición, pero les dije que sólo me ocupaba de la información», recuerda Sino. «Porque la guerra tiene dos caras: la armada y la de la información. Lo que hay en el Monte Kurdo es una verdadera guerra, y no desde ayer, sino desde hace más de un mes, mucho más tiempo que en Alepo o Damasco. Lo que ocurre es que no se sabe”.

Sino quiere romper el cerco informativo. “En el monte no hay internet, ni siquiera electricidad. Esta semana fui a verlos y les llevé cuatro portátiles y cuatro cámaras de fotos de alta calidad. Necesitan también internet por satélite, pero es muy caro y no hemos encontrado quien lo financie». De vuelta se trajo un disco duro lleno de fotos y algunos vídeos.

Asedio al monte

La región lleva semanas bajo un estricto asedio por parte de ejército sirio y los ‘shabbiha’, las milicias al servicio del régimen. Pero el camino hacia Turquía está despejada: «Los 30-40 kilómetros entre el monte y la frontera son territorio nuestro, no hay peligro», cuenta Sino. Eso sí, cuando uno se adentra en el monte, conviene conducir a toda prisa, para evitar que los tanques del ejército apostados en cuatro cimas puedan apuntar al vehículo. Los bombardeos aleatorios son frecuentes, así cómo los ataques desde helicópteros.

Pero los tanques no pueden tomar el monte, ya que los guerrilleros montan guardia día y noche, relata el joven. «Tienen incluso dos hospitales de campaña, dirigidos por médicos, pero faltan medicamentos y, sobre todo, instrumentos para operar», se queja. «Aunque lo que más piden son armas».

De éstas se ocupa Firas Birro. Tanto él como sus hermanos, suboficiales del Ejército, se pasaron muy pronto con armas y bagajes al bando rebelde. «Teníamos tiendas y negocios en Latakía, pero lo dejamos todo para echarnos al monte. Mi padre, que ya peina canas, ahora anda con un fusil y un revólver, coordina una unidad de socorro, y dirige el almacén donde llevamos la comida que llevamos desde Turquía; últimamente no hay más que unos cuantos sacos de patatas», relata Birro.

Firas Birro, rebelde sirio. Antakya, Jul 2012 | Ilya U. Topper/M'Sur
Firas Birro, 2012 | I. U. Topper

Salir de Turquía hacia Siria, cargado de comida, medicamentos y armas, es fácil. «Los turcos nunca te paran. Lo difícil es volver. Anteayer me detuvieron dos veces en la frontera para darnos la opción de ser trasladados al campamento de refugiados Sanliurfa, o bien volver a Siria. Elegí lo segundo. Finalmente dimos un rodeo de cinco horas bajo el sol y conseguimos entrar», recuerda el contrabandista.

«Antes veníamos a Turquía para comprar fusiles de caza, que aquí se venden libremente. Ahora hay una segunda fase en la que llegan armas de verdad de contrabando. Y dentro de Siria hay un tráfico de armas, se intercambian fusiles por morteros, según lo que necesite y tenga cada uno, pero en el Monte Kurdo somos pobres, y con los fusiles no nos podemos defender contra los helicópteros», se lamenta. Pero reitera su negativa a permitir que los salafistas de verdad tomen el mando en su terruño.

“El Monte Kurdo es una zona estratégica: desde sus colinas se dominan las llanuras de Hama, Idlib y la frontera turca. Y queremos defender nosotros mismos, para que siga siendo nuestro”. Recuerda con orgullo las hazañas de un experto en explosivos, capaz de fabricar «mezclando abono, acetona y ácido» unas minas que pueden derribar un edificio o inutilizar un tanque. Con esto y unos cuantos fusiles, el agua de los arroyos y los frutales, las brigadas campesinas podrán hacer frente durante mucho tiempo a cualquier enemigo, asevera.

Pero también Birro cree que para ganar la guerra no basta con una hazaña de guerrillero. «¿Qué piensan de nosotros en Europa?» pregunta preocupado. «Cómo ven la revolución? ¿Pensarán que somos islamistas?»