Opinión

Lucha de titanes

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Esto no es sólo una lucha entre Israel y Estados Unidos. Tampoco es sólo una pelea entre la Casa Blanca y el Congreso. Es también una guerra entre dos gigantes intelectuales.

En un bando están dos prestigiosos profesores: Stephen Walt y John Mearsheimer. En el otro, el inmenso intelectual internacional Noam Chomsky.

En resumen se trata de averiguar si el perro menea el rabo o el rabo menea el perro.

Hace seis años, los dos profesores mencionados dejaron a Estados Unidos (y a Israel) traumatizado, al publicar su libro «El lobby israelí», en el que aseguraron que la política exterior de los Estados Unidos de América, al menos en lo que se refiere a Próximo Oriente, está practicamente controlado por el Estado de Israel.

Se trata de saber si el perro menea el rabo o el rabo menea el perro

Para resumir su análisis, podríamos decir que Washington DC es de hecho una colonia israelí. Tanto el Senado como la Cámara de Diputados son territorios ocupados por Israel, más o menos como Ramalá o Nablús.

Noam Chomsky dice algo diametralmente opuesto: Israel es un peón estadounidense, utilizado por el imperialismo norteamericano como instrumento para promover sus intereses.

(En su momento comenté que ambos bandos tenían razón, dado que se trata de una relación perro-rabo bastante peculiar. Cité incluso el viejo chiste judío sobre el rabino que le dice a un demandante que tiene razón, y luego dice lo mismo al acusado. «¡Pero ambos no pueden tener razón!» le recrimina su mujer. «Tienes razón», le responde).

No es lo habitual que una teoría intelectual pueda comprobarse en el laboratorio. Pero en este caso sí se puede.

Está ocurriendo. Ha surgido una crisis entre Israel y Estados Unidos y está a los ojos de todo el mundo.

Se trata de la teórica bomba nuclear iraní. El presidente Barack Obama está decidido a evitar una confrontación militar. El primer ministro Binyamin Netanyahu está decidido a evitar un acuerdo.

Para Netanyahu, el programa nuclear iraní se ha convertido en un asunto angular, incluso una obsesión. No para de hablar de él. Ha declarado que constituye una amenaza «existencial» para Israel y que abre la posibilidad de un segundo holocausto. El año pasado se pavoneó en la Asamblea General de Naciones Unidas con un dibujo infantil de una bomba.

Los cínicos dicen que es sólo un viejo truco, un espantajo que funciona bien para distraer al mundo y conseguir que no se preste atención al asunto de Palestina. De hecho, durante años, la política israelí de ocupación y colonización ha avanzado de forma silenciosa, lejos de los focos.

Obama está decidido a evitar una guerra con Irán; Netanyahu está decidido a evitar un acuerdo

Pero en la política, un espantajo puede servir a varios fines a la vez. Netanyahu va en serio con lo de la bomba iraní. La prueba: en este asunto está dispuesto a hacer algo que ningún primer ministro israelí se ha atrevido a hacer jamás: poner en peligro las relaciones entre Israel y Estados Unidos.

Es una decisión de gran envergadura.Israel depende de EE UU en casi todos los aspectos. Estados Unidos paga a Israel un tributo anual de al menos tres mil millones de dólares, y en realidad mucho más. Nos entrega equipos militares de última generación. Nos protege con su veto de las recriminaciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, hagamos lo que hagamos.

No tenemos ningún otro amigo incondicional en el mundo, salvo, quizás, las Islas Fiyi.

Si hay una cosa en la que están de acuerdo practicamente todos los israelíes, es esto: una ruptura con Estados Unidos es inimaginable. La relación EE UU – Israel es, para decirlo con la expresión hebrea que a Netanyahu tanto le gusta, «la piedra angular de nuestra existencia».

Así que ¿qué cree Netanyahu que está haciendo?

Netanyahu se ha criado en Estados Unidos. Allí fue al instituto y a la universidad. Allí empezó su carrera. No necesita asesores para los asuntos norteamericanos. Se considera a sí mismo el experto más listo que pueda haber.

No es idiota. Ni es aventurero. Se basa en evaluaciones sólidas. Está convencido de que es capaz de ganar esta pelea.

Podríamos decir que es un seguidor de la doctrina Walt-Mearsheimer.

Sus últimas jugadas se basan en la evaluación de que en una confrontación directa entre el Congreso y la Casa Blanca, el Congreso ganará. Obama, ya desangrado por otros asuntos, quedará vencido, incluso destruido.

Eso sí, la última vez que Netanyahu intentó algo similar, se equivocó. Durante las últimas elecciones presidenciales apoyó abiertamente a Mitt Romney. Su idea era que los republicanos iban a ganar. El barón judío de los casinos, Sheldon Adelson, inyectó dinero a su campaña, a la vez que mantenía un diario israelí de gran tirada con el único fin de respaldar a Netanyahu.

Romney «no podía perder»… pero perdió. Esto debería haberle servido de lección a Netanyahu, pero no lo asumió. Ahora juega el mismo juego, pero con apuestas muchísimo más altas.

Estamos en medio de la pelea y es demasiado pronto para predecir cuál será el resultado.

El lobby proisraelí, AIPAC, respaldado por otras organizaciones judías y evangelistas, está pasando revista a sus tropas en Capitol Hill. Es un espectáculo impresionante.

Senador tras senador, diputado tras diputado, sus hombres desfilan para apoyar al gobierno israelí contra el suyo propio. Los mismos políticos que daban saltitos cual títeres cuando Netanyahu dio su último discurso ante las dos cámaras del Congreso, ahora intentan superarse mutuamente en sus afirmaciones de lealtad incondicional hacia Israel.

Esto se hace ahora de forma indisimulada, en una exhibición de falta de vergüenza. Varios senadores y diputados han declarado públicamente que han recibido información de las agencias de espionaje israelíes y que se fían más de éstas que de las agencias de espionaje de Estados Unidos. Nadie dijo lo contrario.

Esto sería impensable si se tratase a cualquier otro país, digamos Irlanda o Italia, de donde llegaron los ancestros de muchos norteamericanos. El «Estado judío» tiene un estatus único, en lo que es una especie de antisemitismo inverso.

De hecho, algunos tertulianos israelíes han dicho ya de forma jocosa que Netanyahu cree en los Protocolos de los Sabios de Sión, aquel panfleto famoso – e infame – fabricado por la policía secreta del zar. Aparentaba demostrar una siniestra conspiración de los judíos para gobernar el mundo. Cien años después, controlar a Estados Unidos se acerca bastante a esa idea.

Una frase crítica con Israel basta para destruir las esperanzas de cualquier candidato a diputado en EE UU

Los senadores y diputados no son idiotas (o al menos, no todos). Tienen una meta evidente: volver a ser elegidos en los próximos comicios. Saben qué les conviene. El AIPAC ha demostrado en varios casos, que han sentado precedente, que puede hundir a cualquier senador o diputado que no se ciñe a la línea marcada por Israel. Una frase que contenga una crítica implícita a Israel es suficiente para destruir las esperanzas de cualquier candidato en las elecciones.

Los políticos prefieren exponerse a la vergüenza pública y hacer el ridículo antes de cometer un suicidio político. No hay pilotos kamikaze en el Congreso.

Esto no es una situción nueva. Ya llevamos así desde hace varias décadas. Lo que es nuevo es que ahora se hace forma indisimulada, sin adornos.

Es difícil saber en este momento hasta qué punto la Casa Blanca está atemorizada ante el rumbo que han tomado las cosas.

Obama y su ministro de Exteriores, John Kerry, saben que la opinión pública norteamericana está radicalmente en contra de cualquier nueva guerra en Oriente Próximo. Lo que flota en el aire es un acuerdo con Irán. Casi todas las potencias mundiales lo respaldan. Ni siquiera van en serio los franceses belicistas, que no tienen ningún objetivo concreto aparte de mostrar su supuesto peso geopolítico.

 ¿Qué pasa si Obama & Kerry aguantan el tirón y mantienen el rumbo actual respecto a Irán?

Esta semana, Israel recibió al presidente francés François Holland como si fuera el heraldo del Mesías. Si uno cerraba los ojos podía imaginar que habíamos vuelto a los días felices anteriores al general De Gaulle, cuando Francia armaba Israel, le entregó su reactor nuclear militar y cuando los dos países se iban de picos pardos juntos (véase la aventura de Suez de 1956 y su triste fracaso).

Pero ¿qué pasa si Obama & Kerry aguantan el tirón y mantienen el rumbo actual respecto a Irán? ¿Puede el Congreso imponer una política contraria? ¿Puede convertirse esto en la crisis constitucional más grave de la historia de Estados Unidos?

En una esquina de escenario, Kerry continúa con los esfuerzos de imponer a Netanyahu una paz que éste no quiere. El ministro de Exteriores sí consiguió empujar al primer ministro israelí a iniciar «negociaciones sobre el estatus definitivo» (nadie se atrevió a pronunciar la palabra paz, Dios no lo quiera), pero nadie en Israel ni Palestina se cree que esto llevará a alguna parte. Excepto, claro está, si la Casa Blanca aplica todo el peso del poder de Estados Unidos, algo que se presenta como muy inverosímil.

Kerry ha previsto nueve meses para este desafío, como si fuera un embarazo normal. Pero las probabilidades de que al final salga un bebé son prácticamente cero. Durante los primeros tres meses, los dos bandos no han progresado ni un solo paso.

¿Quién ganará, pues? ¿Obama o Netanyahu? ¿Chomsky or WaltMearsheimer?

Como les encanta decir a los tertulianos: «El tiempo lo dirá».

Mientras tanto, hagan sus apuestas.