Opinión

Crimea no es Kosovo

Adrian Mac Liman
Adrian Mac Liman
· 8 minutos

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En febrero de 2008, cuando el Parlamento kosovar aprobó unilateralmente la separación del territorio de la República de Serbia, las potencias occidentales – Estados Unidos y la Unión Europea – aplaudieron la iniciativa, haciendo hincapié en la lucha de la etnia albanokosovar por su derecho a la autodeterminación. Más aún: el presidente Bush manifestó en aquél entonces que la solución del estatus de Kosovo garantizaría la estabilidad en los Balcanes.

Poco tardaron las altas instancias de la Unión Europea en sacarse de la manga una declaración institucional, calificando la independencia como un caso único, e invitando a los países comunitarios a decidir según sus prácticas nacionales y su normativa  jurídica, sobre la extraña declaración de independencia. Huelga decir que la mayor parte de los Estados comunitarios optó por reconocer al territorio secesionista.

Sin embargo, las autoridades de Chipre, Grecia, España y Rumanía se mostraron reacias: sus respectivos países contaban con movimientos separatistas dispuestos a emular a los kosovares. Conviene recordar que antes de la secesión, la etnia albanesa representaba el 90 por ciento de la población kosovar. Conmovidos, al menos aparentemente, por los horrores de la limpieza étnica practicada por la mayoría serbia, los Estados Unidos y la Unión Europea optaron por reconocer a la recién creada República de Kosovo.

Sólo los países con minorías separatistas se negaron a reconocer la independencia de Kosovo

 

Mas para no infringir la compleja normativa jurídica, las Naciones Unidas trasladaron el conflicto al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya,  cuyos miembros llegaron a la conclusión de que la declaración de independencia no violaba el derecho internacional. Los secesionistas adquirían, pues, cartas de naturaleza en el concierto de las naciones libres y… democráticas.

Al escribir esas líneas apenas unas horas antes de la celebración del referéndum soberanista de Crimea, nos preguntamos si el rechazo frontal de esta iniciativa por parte Occidente no es el mero reflejo de la política de doble rasero llevada a cabo por las instituciones del Primer Mundo, muy propensas a confundir sus intereses con la voluntad de los pueblos del Planeta.

En realidad, hay bastantes paralelismos entre la problemática de Crimea y la de Kosovo. En ambos casos, nos hallamos ante el dilema de etnias dispuestas a desembarazarse del yugo de las potencias o las instituciones foráneas. En ambos casos, se puede alegar una reacción de legítima defensa por parte de las comunidades directamente involucradas en el proceso independentista.

Sin embargo, es obvio que la población rusófona de Crimea no cuenta con la simpatía del establishment político occidental. Los intereses creados son múltiples y, muy a menudo, dispares. Pero si en algo coinciden los gobernantes del Viejo Mundo es en el deseo de no renunciar a ningún trocito de este más que apetecible pastel llamado Ucrania.

Los rusos de Sebastopol no compraron armas en el mercado negro de Zúrich o de Viena

 

La desfachatez de Moscú consiste en tratar de arropar a los hermanos de sangre de la República Autónoma de Crimea. En comparación con los kosovares, los rusos de Sebastopol no compraron armas en el mercado negro de Zúrich o de Viena, no negociaron su independencia con Bruselas, no mandaron emisarios a la Casa Blanca.  ¡Qué falta de delicadeza!

Para quienes conocen el funcionamiento del sistema político post-soviético, no resulta nada difícil imaginar los resultados de la consulta soberanista que se celebrará este fin de semana. ¿Y las consecuencias? Es probable que los habitantes de Crimea vuelvan a ser, algunos tal vez a regañadientes, ciudadanos de la Madre Rusia.

Curiosamente, Occidente llegó a la conclusión de que la posible aplicación de las tan cacareadas sanciones contra Rusia podría convertirse en un arma de doble filo. De hecho, los países occidentales tienen más que perder que los gobernantes moscovitas.

En ese contexto, no hay que extrañarse que el propio secretario de Estado John Kerry señale ante los miembros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos que un (hipotético) aislamiento de Rusia implicaría la congelación de una serie de iniciativas diplomáticas como en el proceso negociador con Irán, la guerra civil de Siria, o la situación en Afganistán, cuya solución no depende sólo de Washington o de Bruselas, sino también de la implicación inequívoca de Moscú. Quienes ansiaban hace apenas unos días  la vuelta a la política de la cañonera, a las conquistas imperiales de los marines en Centroamérica, tratan de moderar el lenguaje.

Cazas F 26 de la Fuerza Aérea estadounidense vuelan rumbo a Polonia. Aparentemente, para participar en maniobras conjuntas con la aviación polaca. Dos barcos de guerra de la Sexta Flota navegan hacia el Mar Negro. Visitarán las instalaciones de las escuadras de Bulgaria y Rumania y llevarán a cabo ejercicios conjuntos con las fuerzas navales de los dos países que se enorgullecen de formar parte de la Alianza Atlántica. Pero en este caso concreto, los gobernantes de Sofía y Bucarest no disimulan su inquietud; hay quien estima aquí, en la extremidad oriental del Viejo Continente, que la crisis de Ucrania podría desembocar en un enfrentamiento bélico de gran alcance…

Pero no se preocupe, estimado lector: la guerra de Crimea no tendrá lugar. Este conflicto, ideado y orquestado por las superpotencias, sirve de cortina de humo destinada a ocultar los verdaderos designios de quienes pretenden modificar los parámetros estratégicos del planeta.

En realidad, la guerra de Crimea empezó en 1991, poco después del derrumbamiento del imperio soviético. Ucrania fue el primer país de la antigua URSS cortejado por la OTAN, el primero en adherirse al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte, en formalizar su presencia en el Partenariado para la Paz. En las dos últimas décadas, las tropas ucranias participaron en las operaciones y misiones de la Alianza.

El Kremlin advirtió que integrar Ucrania en la OTAN equivaldría a una acción ofensiva

 

Pero las cosas se torcieron en 2008, cuando los miembros de la OTAN invitaron a Georgia y a Ucrania – antiguos territorios de la desaparecida Unión Soviética – a ingresar en la Alianza como miembros de pleno derecho. El Kremlin frenó el ímpetu de los estrategas de Mons (cuartel general de la OTAN), señalando que la integración de Ucrania en el bloque militar occidental equivaldría a una acción ofensiva.

Los mandos de la Alianza optaron por congelar el proceso. Pero los disturbios registrados en Kiev el pasado mes de noviembre sirvieron de detonante para reactivar los planes de conquista diseñados por los estrategas norteamericanos y europeos.

Conviene señalar que, desde el punto de vista del reordenamiento de las estrategias planetarias, el control de los confines europeos de Rusia reviste una importancia capital para los designios de Washington. Los politólogos estadounidenses barajan la hipótesis de un mundo tripolar, gobernado por Norteamérica, Rusia y China. Si bien el interés de los tres grandes se centrará en la región del Pacífico, cantera de potencias económicas emergentes, la presencia militar en las regiones marginales, como por ejemplo la  Europa oriental, constituye un factor sine qua non para el éxito del operativo.

Estados Unidos espera afianzarse en el Este europeo. Pero esta opción implica también un cambio de estructuras socio-económicas de los países de la región. En este caso, la economía de mercado vendrá de la mano de la democracia. O viceversa…

 Ficticia o real, la democracia juega a favor de los aliados de Rusia en Crimea y su referéndum

 

Lo cierto es que la UE no tardó en complacer a las nuevas autoridades de Kiev, anunciando la concesión de una ayuda de emergencia de 11.000 millones de euros. El Fondo Monetario, organismo poco altruista y laxista, facilitará el resto – otros 20.000 millones – imponiendo sus  impopulares reformas.

¿Y Crimea? ¿Cuál es el porvenir de esta región autónoma, cedida por Moscú en 1954 a Ucrania? Recordemos que el imperio zarista anexionó la península en 1783. En la actualidad, la minoría rusa (¡que no rusófila!) representa un 58 por ciento de la población. Un dato de poca relevancia para los gobernantes occidentales, quienes exigen el respeto de la integridad territorial de Ucrania. Ello presupone la retirada de las tropas estacionadas en Crimea y el desmantelamiento de la gran base naval de Sebastopol, cuartel general de la marina rusa en el Mar Negro, amén de otras desventajas económicas y estratégicas para el Kremlin.

En este caso concreto, los aliados crimeos de Rusia decidieron jugar la baza del legalismo, anunciando la celebración inminente de un referéndum sobre el porvenir de Crimea. Ficticia o real, la democracia juega a su favor.

Partiendo del supuesto de que la guerra de Crimea no tendrá lugar, conviene plantearse la pregunta: ¿Y el porvenir de Ucrania?  Hace apenas un año, el Secretario de Estado John Kerry afirmaba, en una reunión de empresarios celebrada en Washington: “América Latina es nuestro patio trasero (…) tenemos que acercarnos a ella de manera vigorosa”  ¿Y Ucrania? ¿De quién es este… patio trasero?