Opinión

Medio Shas

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

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El partido Shas se ha dividido en dos. Según los sondeos de opinión, ambas partes oscilan alrededor del umbral del 3,12 por ciento que ahora es necesaria para conseguir un escaño en la Knesset, después de que se elevara ese límite en la última legislatura.

Mucha gente en Israel estaría feliz si no lo consiguiera ninguna de las dos partes y el Shas desapareciera de una vez por todas de nuestro paisaje político.

Yo no.

Shas es el partido de los judíos israelíes ortodoxos orientales. Se puede debatir si es en primer lugar ortodoxo o en primer lugar oriental. Yo creo que la parte oriental de su percepción es mucho más importante.

Crece el abismo entre los orientales, que componen la mitad de la población judía de Israel, y los asquenazíes

(Hay que explicar el término “oriental”. A los judíos de los países musulmanes se les solía llevar “sefardíes”, pero esto es un término erróneo. Sefarad es el nombre hebreo de España y el término sólo se puede utilizar correctamente para los judíos que fueron expulsados de España por las Majestades Católicas Fernando e Isabel en 1492. El Imperio Otomano les dio la bienvenida y se asentaron desde Marruecos a Bulgaria e Irán. Sin embargo, la mayoría de los judíos de países musulmanes no son sefardíes. Mi revista, Haolam Hazeh, empezó a llamarlos mizrajíes, orientales, y este término se acepta ahora de forma general.)

Los orientales componen ahora más o menos la mitad de la población judía de Israel. Crece el abismo entre ellos y los judíos de origen europeo, pese a que se esperaba que con el tiempo iba a desaperecer. Los orientales sienten que la “élite” asquenazí los discrimina y los desprecia y en general los trata mal. Guardan un profundo rencor (Asquenaz es el antiguo nombre hebreo para Alemania, pero ahora se refiere a toda Europa).

Aquí tengo que explicar mi relación especial con el problema oriental. Si ya lo ha escuchado con anterioridad, no me interrumpa.

En medio de la guerra de 1948 me ascendieron de soldado raso a comandante de un pelotón y me permitieron escoger entre reclutas polacos y marroquíes. Elegí a los marroquíes, salpicados con algunos libios y turcos.

Sin tener un idioma en común los entrené y los llevé a la lucha. Hice todo lo que pude para tratarlos bien. Me lo agradecieron arriesgando sus propias vidas para salvar la mía cuando fui gravemente herido.

Ya durante esa guerra me di cuenta de que algo iba muy mal. Mis soldados, voluntarios que habían venido a Israel para luchar sin sus familias, sentían que los veteranos – y especialmente las chicas – los consideraban salvajes armados con cuchillos.

Mis soldados orientales sentían que los europeos – y especialmente las chicas – los consideraban salvajes

La interacción entre estos inmigrantes y los habitantes “antiguos” se basaba en malentendidos mutuos. Los veteranos, que habían nacido y crecido en el país se sentían inmensamente superior y querían ayudar sinceramente a los recién llegados “primitivos” a llegar a ser como nosotros. Los recién llegados, que se encontraban con prejuicios en todas partes, desde luego se molestaban con esa actitud. Eso suele pasar en los países de inmigración.

Recién vuelto de mi experiencia en el ejército, me di cuenta pronto de que se estaba cocinando una tragedia. Ya en enero de 1954 publiqué en mi revista una investigación titulada “Joder a los negros”, que causó un escándalo a nivel nacional. Nos acusaron de incitar al odio, de sembrar división y no sé qué más. El país tardó décadas en darse cuenta de que se hallaba frente a un problema de grandes dimensiones. En los años entretanto, mi revista apoyaba en general a los orientales.

La división entre asquenazíes y orientales es sólo uno de varios que hay en Israel. Hay otra fractura profunda entre ortodoxos y laicos, judíos y árabes, inmigrantes veteranos y recién llegados (de la ex Unión Soviética), izquierdistas y derechistas, habitantes de Tel Aviv y su área, y los de la “periferia”, y desde luego, entre los acomodados y los pobres.

Esto, en sí, no es tan trágico. Todo país tiene fracturas internas de varios tipos.

Lo grave de estas fracturas es que son todas una y la misma. La gran mayoría de los orientales son también religiosos, de derechas, pobres y viven en la periferia. No les gustan los asquenazíes, los laicos, los árabes, los izquierdistas, los de Tel Aviv, los ricos y las “élites” en general.

También son la base electoral del Likud.

¿Por qué, por el amor de Dios?

La lógica dictaría justo lo opuesto. El Likud es neoliberal, un instrumento de los superricos, y propone políticas que hacen a los pobres aún más pobres, que desvían enormes fondos de la enseñanza, la salud y el sistema social hacia los asentamientos y el Ejército. La gran mayoría de los colonos en los asentamientos son asquenazíes.

Los judíos recién llegados se apresuraron de desprenderse de todos los atributos árabes, aunque con poco éxito

De manera que cuando un oriental vota por el Likud, está votando contra sus propios intereses. ¿Por qué lo hace, pues?

Hay muchas explicaciones, todas válidas.

Una es que cuando la masa de los orientales llegó a Israel, se encontraron con una sociedad que consideraba a los árabes no sólo como archienemigos sino también como primitivos y despreciables. Pero los orientales hablaban con el acento gutural de los árabes, su música era árabe, su cultura y mentalidad eran árabes. Así que los recién llegados se apresuraron de desprenderse de todos estos atributos árabes, aunque con poco éxito. Profesaban un odio duradero a todo lo que fuera árabe.

Un aspecto curioso era la creación retroactiva de la Historia. Los dirigentes musulmanes habían dado la bienvenida a los refugiados sefardíes, que se asentaron en todo su imperio. Los judíos en las tierras islámicas vivían en paz, protegidos por los dirigentes musulmanes a los que el Corán les encomienda proteger a los judíos (y a los cristianos) como “pueblos del Libro”. No hubo pogromos (es una palabra rusa), no hubo expulsiones y, desde luego, no hubo Holocausto. Si había incidentes antijudíos eran infrecuentes y locales.

Sin embargo, en Israel, los inmigrantes de Marruecos, Egipto, Iraq e Irán, y mucho más aún sus descendientes, están convencidos de que su vida en el mundo musulmán había sido un único largo infierno, incluso desde antes de que el surgimiento del sionismo inició una lucha de verdad.

Los palestinos creían que los “árabes judíos” traerían paz y reconciliació. Vivieron una amarga desilusión

Una vez, durante un debate en la Knesset, Abba Eban dijo lo mismo. Le envié una nota privada y protesté enfurecido. Se disculpó con la boca chica (“Había luces y sombras….”) y me envió su grueso libro sobre la Historia judía, en la que no sostiene nada por el estilo.

Curiosamente, los palestinos creían durante muchos años que los “árabes judíos” traerían paz y reconciliación, a diferencia de la cúpula dirigente asquenazí que odiaba a los árabes. También los árabes de Israel creían que los judíos orientales se convertirían en un “puente”. Vivieron una amarga desilusión.

Otro motivo de la lealtad de los orientales a la derecha israelí es su estatus socioeconómico. Es un fenoméno a nivel mundial: en los países coloniales, la capa más baja de la nación dominante (“basura blanca” en Estados Unidos) es el enemigo más extremo de las minorías del país.

Y luego está el factor emocional. La derecha normalmente se expresa en un lenguaje emocional, dirigida al corazón, mientras que la izquierda utiliza una lógica fria, dirigida al cerebro. La lógica laica no atrae a las masas de los orientales, que llevan kipá. Sin embargo, la religión de los orientales es en general mucho más moderada y tolerante que la fanática fe de los ultraortodoxos asquenazíes.

El partido Shas se fundó en 1982, después de que fallasen varios intentos previos de establecer una fuerza política oriental. El Shas (el nombre significa 360, el número de los libros del Talmud) era ortodoxo moderado. En general, los judíos orientales son mucho más relajados y tolerantes en su visión de la religión que sus homólogos ortodoxos asquenazíes.

El destacado líder religioso y político delu Shas era el rabino Ovadia Yosef, un carismático rabino nacido en Iraq, considerado un genio de la religión. El partido consiguió 4 escaños en 1984, subió a 17 en 1999 y se estabilizó alrededor de 12 escaños.

Su éxito inicial se debía al ascenso meteórico de un joven nacido en Marruecos, Aryeh Deri, un político de enorme talento, que a la tierna edad de 28 años ya había alcanzado el rango de director general del Ministerio de Interior.

Me empecé a fijar en Deri cuando abogaba claramente por la paz con los árabes y consideraba su partido como un instrumento para este fin. También el rabino Ovadia abogó por la paz y a diferencia de prácticamente todos los demás rabinos prominentes declaró que era permisible devolver los territorios ocupados a los árabes si con ello se salvaba sangre judía. Visitó Egipto y expresó allí ideas similares.

Los grandes personajes de los judíos orientales, desde Maimónides al poeta Yehuda Halevy, hablaban y escribían árabe

Todo esto me convenció para apoyar el partido. Elegí a Deri como Hombre del Año de mi revista y escribí un largo artículo en el que subrayé la misión de los orientales para hacer la paz, basada en la simbiosis cultural de árabes y judíos desde tiempos medievales. Todos los grandes personajes de los judíos orientales, desde el pensador religioso Moshe Maimónides, que era el médico de Saladino, al gran poeta Yehuda Halevy, hablaban y escribían árabe y forman también parte de la cultura árabe.

Sin embargo, a lo largo de los años, el Shas se desplazó más y más hacia la derecha, empujado por la masa de sus votantes. Habitualmente era un aliado del Likud. Pero durante el interludio de Yitzhak Rabin, era el Shas el que hizo posible que el gobierno de izquierdas alcanzara los Acuerdos de Oslo.

El rabino Ovadia murió hace 15 meses y fue enterrado con el funeral más grande que Israel ha visto en su Historia. Dejó a dos herederos que no se aguantan mutuamente.

Uno es Deri, que entretanto ha sido condenado a cuatro años de cárcel por sobornos y fraudes y fue puesto en libertad tras dos años y seis meses.

El otro es Eli Yishai, un político fanático sin humor. Una vez estuve sentado a su lado en un banquillo del Tribunal Supremo. Era como estar sentado al lado de un volcán nervioso. No se quedaba quieto en ningún momento; movía sus miembros todo el rato y a veces se ponía de pie con un salto para decir algo. Los jueces le ordenaron una y otra vez que se sentara y se quedara quieto.

Un sueño: que el movimiento por la paz de Israel salga de su gueto asquenazí y se encuentre con las masas orientales

La enemistad entre los dos es personal, pero tiene implicaciones políticas profundas. El Shas se ha dividido en dos partes casi iguales.

La parte encabezada por Yishai se ha ido de forma decidida hacia la extrema derecha y busca aliados entre los elementos extremistas e incluso los fascistas. Lanzaron ataques furiosos contra Deri, al que acusan de ser un izquierdista amante de los árabes. Como prueba hicieron circular una entrevista que me hicieron hace años y en la que yo alababa la actitud de Deri a favor de la paz. (Cuando le acusaron de que yo era su amigo, respondió con un seco humor que con amigos como yo, no necesitaba enemigos).

Las implicaciones prácticas de todo esto son que si el Shas de Deri sobrevive las elecciones de marzo con 5-7 escaños en la Knesset, su partido podrá ser un candidato posible para una coalición de centro-izquierda… si las matemáticas lo permiten. Podría ser un elemento crucial.

Para mí, esto significaría que un sueño se convierte en realidad. Que el movimiento por la paz de Israel salga de su gueto elitista, asquenazí y se encuentre con al menos una parte de las masas orientales.

En este momento, es la única posibilidad. Si fuera religioso, rezaría para que ocurra.

Publicado en Gush Shalom | 10 Enero 2015 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper