Robar el alma

por Juan María Rodríguez
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NO PHOTO!!!

Lance de amargo encontronazo, resplandor de rechazo en mitad de la contradanza que toda fotografía de calle baila o, a menudo, arisca antesala de un buen rato del complaciente posado que suele venir después, cuando el que empezó ocultándose tras su mano acabe seducido ante tu cámara, la “No photo!!!” es un género tan interesante como agreste situado al límite de las habituales convenciones fotográficas.

De entrada, no hay (verdadera) foto de calle previamente autorizada. Toda es -por supuesto, también legalmente- robada, salvo la consentida posteriormente a la toma. El debate del permiso es ocioso: Cartier-Bresson revoloteaba como una bailarina alrededor de sus víctimas escondiendo su pequeña Leica hasta encontrar el instante decisivo en el que el buen encuadre encajaba con el momento de tomarlos desprevenidos o William Klein no habría podido fotografiar el salvaje Nueva York de su tiempo tramitando firmas y permisos antes de levantar velozmente la ventanilla de su obturador. Y hoy, ¿qué debate moral sobre la intimidad pública puede suscitar hacer fotos en la calle sin permiso, en una sociedad constantemente espiada por el Gran Hermano de la masiva red de cámaras de control y vigilancia?

Pero en la tensión consustancial al lance del disparo se producen rechazos provocados bien por la dureza del tema de la escena, bien por la identidad antropológica de las personas fotografiadas -Gabriela Iturbide ha contado cómo los indígenas del Méjico profundo esquivaban su cámara por temor a que el fotograma les robara el alma, a que su imagen fuera objeto de vudús y otros conjuros si era alfileteada por los brujos curanderos o porque, en sus culturas, solo se fotografiaba a los muertos asociando tanto la fotografía con su muerte que le imploraban a Gabriela: “No me hagas fotos, que me vas a llevar al “extranjero”- o, incluso, bien por la actitud corporal con la que se desenvuelva el fotógrafo, pues es cierto que hay fotógrafos que ametrallan y rapiñan moviéndose alrededor de sus víctimas como agresivos saqueadores.

En otras (muchas) ocasiones, sin embargo, el rechazo inicial, ese imperativo “No photo!!!” con el que el fotografiado responde al primer clic de la cámara, es solo la reacción inicial con la que se abre un delicioso juego de cortejos y seducciones que el sujeto -ocurre mucho en Marruecos, por ejemplo- plantea deliciosamente, como si se tratara de un reto amoroso: conquístame y entonces seré tuyo y de tú cámara amablemente. Solo el oficio de patear las calles con una cámara colgando al cuello puede ayudarte a discernir cuándo un primer rechazo será solo la antesala protocolaria a un buen cortejo. De estas fotos, la mayoría de las tomadas en Marruecos y alguna de Etiopía son el resultado de ese proceso.

En la era fatua, engreída y vanidosa del selfie y los etiquetados compulsivos, ciudadanos anónimos que ignoran o desprecian el poder hipnótico de la arroba y el hastag, se enfrentan a la cámara con la voluntad insólita del que no desea dejar rastro ni huella visual alguna. Por eso, el gesto de su rebelión ante el espía constituye, paradójicamente, un poderoso testimonio gráfico. El testimonio revolucionario de los que se parapetan tras su mano de la cámara, que hoy es como parapetarse del mundo y de la Historia expresando a toda costa la voluntad de No Ser, más allá de la rutina de sus vidas domésticas, y de no figurar en el inmenso catálogo con el que, al modo de las perturbadoras cartografías de Borges, estamos levantando, individuo por individuo, el acta visual del Mundo.

Juan María Rodriguez