Reportaje

Por la gran Albania

Ángel Villarino
Ángel Villarino
· 6 minutos
Banderas macedonia y albanesa en Skopie (2007) |   ©  A. Villarino
Banderas macedonia y albanesa en Skopie (2007) | © A. Villarino

Skopie | Marzo 2007

Suena la campana en un instituto de Skopie, la capital de Macedonia. Los alumnos de etnia eslava van hacia la derecha, los de habla albanesa, a la izquierda: estudian en clases separadas, con profesores, libros e idiomas distintos. Los eslavos aprenden que la tierra en la que viven perteneció a sus familias desde tiempos inmemoriales. Los albaneses, que los Balcanes occidentales fueron poblados por sus antepasados, los ilirios.

En este diminuto país, que se separó pacíficamente de Yugoslavia en 1992, los niños de ambas etnias aprenden a enfrentarse. “Las reivindicaciones nacionalistas nos han obligado a cosas que empeoran una situación que ya es difícil. Además se crea una brecha educativa, porque los albaneses no tienen aún profesores preparados”, asegura Nikolova Nada, la psicóloga del centro.

Muchos líderes de la minoría albanesa de Macedonia exigen la independencia

La minoría albanesa representa un 22% de la población macedonia. Está concentrada sobre todo en una franja a lo largo de la frontera occidental. Con más o menos vehemencia, sus líderes exigen la independencia o la anexión a Albania, aunque también juegan a la integración: el Partido Democrático Albanés, que consiguió el 7,5% de los votos y 11 de los 120 escaños del Parlamento en las legislativas de julio pasado, forma hoy parte de la Coalición gubernamental. Su competidora, la Unión Democrática para la Integración —con el 12% de las papeletas y 18 escaños, el mayor partido albanés— fue excluida del Gobierno, en el que participaba hasta 2006.

El paso de Kosovo hacia la independencia, que a finales de marzo votará el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es una señal esperanzadora para muchos albaneses macedonios. Están bien organizados en Skopie, donde superan el 30% y donde sus altas tasas de natalidad les hacen ganar terreno. En el barrio de Chair, el 57% de los 60.000 habitantes son albaneses. En la Junta del Distrito ondea la bandera rojinegra del águila al lado de la macedonia… y la de Estados Unidos, que ayudó a construir el edificio.

“Según la ley, los municipios con más de un 20% de albaneses tienen derecho a izar su bandera. Pero que nadie se preocupe: sentimos Macedonia como nuestro país”, explica el portavoz municipal, Avni Kallaba, sentado bajo un póster de Skanderbeg, héroe nacional albanés del siglo XV.

El conflicto de Kosovo y la llegada de refugiados albanokosovares radicalizaron las reivindicaciones de los albaneses macedonios, aunque el movimiento nacionalista llevaba tiempo activo: en 1995 se abrió la primera universidad en lengua albanesa en Tetovo, al oeste de Skopie. Con ella llegaron los primeros enfrentamientos —que dejaron algunos muertos— y las células del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK).

«No soporto a los albaneses. Les tengo miedo y son salvajes. No estoy a gusto»

En 2001, la situación se calmó tras aprobarse una ley que reconocía ciertos derechos a la minoría albanesa. Pero la tensión sigue a flor de piel. “Ellos me reconocen aunque no hable. No los soporto. Les tengo miedo y son salvajes. No estoy a gusto”, explica Anita, estudiante de Filología de etnia eslava. “No nos llevamos bien con ellos. Nos divide la cultura y la historia. No podemos estar juntos”, comenta Besim, un informático albanés de 27 años.

Rodeado de enemigos

“Los albaneses siempre hemos estado rodeados de enemigos, que se han repartido nuestras tierras. Yo no digo que Albania vaya más allá de Belgrado —como afirman algunos nacionalistas—, pero sé que mi pueblo sigue bajo la ocupación extranjera en Kosovo, en Macedonia, en Grecia y en Montenegro.

Ahora empezamos a tener amigos, como Estados Unidos, que se han dado cuenta de esta gran injusticia histórica”, añade Besim, hijo de una familia de Tetovo, que acaba de adquirir un gran hotel de Pristina, la capital de Kosovo.

Los flujos migratorios causados por el conflicto kosovar —en 1999, unos 60.000 albanokosovares se instalaron temporalmente en Macedonia— ayudaron a borrar las fronteras. A efectos sociales, la ‘Gran Albania’ parece funcionar desde hace años.

Frente al auge y optimismo del nacionalismo albanés, el orgullo nacional de los eslavos del sur —serbios, macedonios y montenegrinos— se siente acorralado. “Somos muy pesimistas. Ya se han quedado con Kosovo y se reproducen mucho más de prisa que nosotros. Dentro de poco pedirán que dividamos también nuestro país para quedarse con una parte”, asegura Dorian, de 52 años, un policía del norte de Skopie.

Grecia también es escenario de reivindicaciones albanesas. Cameria, una región repartida entre el sur de Albania y el norte de Grecia, enfrenta a los dos vecinos. Los griegos defienden con uñas y dientes los intereses de las comunidades helénicas que sobreviven en Albania mientras que Tirana reivindica el patrimonio albanés de la Cameria bajo control griego, de donde fueron expulsados miles de albaneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Tirana reivindica el patrimonio albanés de Cameria, una zona en el norte de Grecia

Las tensiones alcanzaron su punto álgido en 2004, cuando Grecia amenazó con bloquear para siempre una posible entrada de Albania en la Unión Europea si seguía aventando las reivindicaciones territoriales de Cameria. Además, centenares de miles de albaneses emigraron desde inicios de los años noventa a Grecia, donde trabajan en la construcción o como temporeros. Esta comunidad inmigrante es, de lejos, la más numerosa del país, y una de las peor consideradas. Su marginación ha dado nuevo alimento a los sentimientos panalbaneses.

En el sur de Montenegro también hay una fuerte presencia albanesa. Con la independencia, el año pasado, de la minúscula república, esta minoría ha empezado a organizar movimientos políticos nacionalistas. El único país de la zona donde no parece avecinarse un conflicto es Turquía, cuya parte europea también alberga a decenas de miles de albaneses, en parte autóctonos, en parte exiliados de Kosovo.

La presencia de Estados Unidos en Skopie es llamativa. La embajada norteamericana acaba de comprar un enorme terreno en una colina estratégica de la capital. El interés en el pequeño país, sin recursos naturales abundantes, puede estar relacionado con los planes del Gobierno de Bush de impulsar un gasoducto —conocido por las siglas AMBO— que comunicaría la costa del Mar Negro con el Adriático para exportar al mundo el gas caspio —sin necesidad de pasar por el atascado Bósforo— a traves de un puerto de Albania.