Opinión

Un agujero negro

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Para morirse de envidia. ¡Lo bien que se las arreglan los británicos para hacer estas cosas! ¡Qué democracia! ¡Qué dignidad!

Elecciones dentro de un mes. Una nueva coalición dentro de cinco días. Un cambio de gobierno dentro de setenta minutos. Una visita a la reina. El primer ministro cesante coge a su esposa y a sus dos hijos pequeños, sale de la residencia oficial y se aleja. El nuevo primer ministro entra en la residencia.

Elegante, tranquilo, conciso y de buen grado. El pueblo ha hablado, eso es todo.

¿Y nosotros qué?

Nuestras campañas electorales duran meses y meses. El tumulto llena el ambiente, una cacofonía de maldiciones y vulgaridades en general. Después de eso pasan meses antes de que se forme una nueva coalición. Mientras tanto, los vencedores y los derrotados intercambian insultos. Izquierdistas, fascistas, traidores, destructores de Israel, saqueadores de Jerusalén, lacayos de la ocupación, ladrones; todo vale.

El caos es el rey supremo. Surgen nuevos partidos como hongos tras la lluvia. Hasta el último momento, nadie sabe siquiera quién está compitiendo con quién.

Nuestras próximas elecciones quedan aún muy lejos. A menos que estalle una crisis repentina, tendrán lugar en 2014. En Israel, tres años es una eternidad política.

Las campañas electorales duran meses; una cacofonía de maldiciones y vulgaridades llena el ambiente

Muchos creen que el gobierno caerá mucho antes, tal vez en unos meses. Entonces habrá llegado el momento de la así llamada congelación de los asentamientos en Cisjordania. Binyamin Netanyahu tendrá que decidir si ceder a la presión estadounidense que exige prorrogarla, o seguir adelante con la ampliación de los asentamientos, arriesgándose a una confrontación con Barack Obama. En el primer caso, los colonos y sus aliados en el gobierno se rebelarán. En el segundo caso, los remanentes del Partido Laborista podrían abandonar la coalición.

Dudo que ocurra ninguna de las dos cosas. Todos los miembros de este gobierno tienen un interés esencial en mantenerlo con vida. Ninguno de sus componentes tiene asegurado un futuro fuera de él. Ehud Barak, un general sin soldados, no se despega de su escaño. Avigdor Lieberman, el ministro de Asuntos Exteriores al que ningún extranjero querría conocer, no ha conseguido ni una sola de las cosas que les prometió a sus votantes. ¿Por qué deberían aumentar su fuerza? Eli Yishai, un Lieberman con kipa, siente que vuelve a tener encima a su antiguo rival, Aryeh Deri, y se aferra a la pequeña parcela de tierra de su Dios. Todos ellos sienten que, o bien hacen una piña o los ahorcarán por separado.

Eso es de lógica política. Sin embargo, la lógica no es el más común de los sentidos en política. Si no se pone fin a la congelación, o la así llamada congelación, los colonos podrían sublevarse. Los más extremistas arrastrarán consigo a los simplemente extremistas. Contra el deseo de todos sus miembros, el gobierno podría caer de todas formas.
¿Qué pasará entonces?

Ésa es la pregunta que ocupa ahora la mente de todo tipo de personas (artistas, personalidades de la televisión, comentaristas, generales, celebridades de todas clases y sexos, jubilados, estudiantes y profesores, entre otros) que sueñan con un nuevo partido.

Este fenómeno tiene un trasfondo específicamente israelí.

En cada campaña surgen nuevos partidos para los votantes que dicen no tener «a nadie a quien votar»

En Gran Bretaña, el sistema electoral ha sido expuesto en toda su desnudez. Decenas de millones de votos se fueron por el desagüe. Allí, la gente sueña con un nuevo sistema que será, al menos en parte, proporcional. En Israel es al revés: el sistema proporcional ha corrompido la vida política y muchas personas sueñan con un nuevo sistema que estará, al menos en parte, basado en las circunscripciones. Parece probable que la mejor solución esté en un sistema que sea en parte proporcional, en parte basado en las circunscripciones, como el sistema alemán actual. Pero aquí en Israel, todos los políticos van a oponerse a cualquier cambio.

Entre una gran parte de los votantes, nuestro sistema ha despertado una indignación generalizada hacia todos los políticos. La gente detesta todo el sistema político y todos los partidos existentes.

Por lo tanto, en cada campaña electoral surgen nuevos partidos que tratan de atraer a los cientos de miles de votantes que dicen no tener «a nadie a quien votar». Estos ciudadanos podrían, por supuesto, abstenerse por completo e irse a la playa, pero no quieren desperdiciar su voto. Por lo tanto, deciden en el último momento votar por uno de los nuevos partidos cuya voz iracunda contra lo que sea es lo más irritante para la opinión pública en ese momento. El partido que logra reflejar ese estado de ánimo gana estos votos. Sólo para desaparecer poco después.

Eso pasó con el partido Dash, del general Yigael Yadin, que surgió en las elecciones de 1977. Tenía una medicina específica para todos los males de la población como la guerra, la corrupción, la pobreza y la coacción religiosa: la reforma electoral. Fue un gran éxito (¡quince escaños en la Knesset!) y desapareció sin dejar rastro en las siguientes elecciones. Entonces, todo tipo de partidos de ‘centro’ y de ‘tercera vía’ aparecieron y desaparecieron. Las elecciones de 2005 vieron al Shinui (‘Cambio’), el partido de Tommy Lapid, un presentador de un programa de entrevistas de la televisión que se había hecho un nombre por su agresividad y la vulgaridad sin límites de su estilo. Izó la bandera del odio hacia los ortodoxos y ganó 15 escaños en la Knesset sólo para desaparecer en la siguiente ronda.

Muchos sueñan con fundar un nuevo partido: cantantes de boda, futbolistas famosos, celebridades…

Después de él vino Rafi Eitan ―el hombre que había secuestrado a Adolf Eichmann y fue responsable del desastre Jonathan Pollard― y creó un Partido de los Pensionistas. Ganó la nada desdeñable cantidad de siete escaños, no gracias a los pensionistas, que en su mayoría no le hicieron caso, sino a los jóvenes, que se lo tomaron todo como una enorme broma. En las siguientes elecciones, por supuesto, este partido también desapareció.

(En honor a la verdad: En 1965, mis amigos y yo creamos el ‘Haolam Hazé’ (‘Partido de la Nueva Fuerza’), que estuvo durante dos legislaturas en la Knesset y luego se convirtió en parte del partido Sheli y, más tarde, de la ‘Lista Progresista por la Paz’. Sus programas nunca llegaron a estar de moda).

Ahora, muchas personas vuelven a soñar, cada una para sí misma, con otro intento. No parece importarles si es sólo durante un mandato; lo principal es entrar en la Knesset al menos una vez. Entre los candidatos está Yair Lapid, hijo del antes mencionado Tommy, un atractivo presentador de televisión, tranquilo y agradable, que aparece a diario en pantalla y casi nunca expresa una opinión que no sea agradable a todos, ni toma partido a favor de nada, ni expresa una idea original. El candidato ideal.

No está solo. Hay muchísimos otros: cantantes de boda apreciados por el público, jugadores de fútbol famosos, o celebridades que deben su fama a sus agentes de relaciones públicas. Incluso Rafi Eitan ha vuelto a aparecer de la nada. Cuando cientos de miles de votos están tirados en la calle, cunde la tentación.

Surgirán partidos, los partidos se desvanecerán. Como aquella mata de ricino de la Biblia «que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció». El profeta Jonás, que había disfrutado de su sombra, estaba tan furioso que «se desmayaba, y deseaba la muerte» e incluso le dijo a Dios «Mucho me enojo, hasta la muerte.» (Jonás, 4) Pero eso no es lo que realmente importa.

Lo que importa es la necesidad de cerrar el agujero en el sistema político israelí: el agujero negro de la izquierda.

La derecha está floreciendo. Fascistas declarados, que una vez fueron marginales, son ahora aceptados en el centro. Un alumno del ultrarracista Meir Kahane es el protagonista de la Knesset, y a nadie parece importarle. Los colonos planean una ‘opa hostil’ del Likud. La derecha está floreciendo.

Además del Likud, el único partido grande es el Kadima, que está tan lejos de la izquierda como la Tierra de Alfa Centauri. Recientemente, dos diputados del Kadima, Ronit Tirosh y Otniel Schneller, presentaron un proyecto de ley racista que ponía los pelos de punta. Está diseñado para prohibir cualquier organización para la paz que ‘mancille’ Israel al exponer sus atrocidades y facilite la detención de los oficiales del ejército israelí en el extranjero. Tzipi Livni no movió un dedo para oponerse.

En general, se acepta que en las próximas elecciones el Partido Laborista, que se ha convertido en el ‘partido Ministerio de Defensa’, será aniquilado, al igual que el Meretz. Ambos son ahora sólo sombras de lo que fueron. Dejarán tras de sí un desierto político.

Esta situación clama al cielo. Cientos de miles de electores israelíes llevan en sus corazones los valores básicos de la izquierda: la paz, la justicia, la igualdad, la democracia, los derechos humanos para todos, el feminismo, la protección del medio ambiente, la separación entre Estado y religión. ¿Dónde están? ¿Quién los representa?

Una gran parte de la población reflexiona ahora sobre esta cuestión. Muchos coinciden en que «hay que hacer algo». Pero parece que nadie sabe a ciencia cierta qué.

Algunos están buscando una receta de libro de cocina tipo «coger cuatro huevos, dos cucharadas de harina, una pizca de sal…»

Así que, «coger a doce celebridades, siete profesores respetados, tres defensores de los derechos humanos, dos activistas por la paz (no muy radicales), una estrella del pop, un famoso personaje de la televisión, espolvorear la mezcla con lemas prudentes (no muy extremos), remover bien y servir templado…»

O, alternativamente, «coger a cuatro individuos de entre los restos del Partido Laborista, dos refugiados del Meretz, tres miembros decepcionados del Kadima, un verde, un activista de vecindario pobre…»

Buscan una receta tipo «coger cuatro huevos, dos cucharadas de harina, una pizca de sal…»

No, no funciona de esa manera.

La creación de un nuevo partido, un partido que pueda cambiar el escenario político, competir seriamente por el poder y funcionar durante mucho tiempo, no es un ejercicio gastronómico.

Es necesario un acto de creación que no será inferior al de un cuadro de Leonardo, ni inferior al de la construcción del Taj Mahal o el Duomo de Florencia.

Tal partido debe encarnar esos valores, no como una colección de consignas, sino como parte de un todo integral. Un partido que no seguirá el camino de los restos del naufragio político, ni se adherirá a formas de pensamiento anticuadas ni a consignas de asistente de relaciones públicas. Un partido que definirá un modelo completamente nuevo. Un partido que no pondrá parche sobre parche, no propondrá un trabajo de reparación aquí y allá, sino que presentará un nuevo modelo del Estado de Israel, un plan integral para una Segunda República israelí.

El líder de tal partido no va a encontrarse en el depósito de chatarra política. Un verdadero líder surge con fuerza propia, como Barack Obama: un joven con un mensaje nuevo.

Mientras no aparezca tal líder, la iniciativa debe venir de abajo. En todas las manifestaciones veo nuevos jóvenes, idealistas que me impresionan con su sinceridad y su valentía, activistas por la paz, activistas por los derechos humanos, activistas por el medio ambiente. De entre ellos debe surgir la nueva iniciativa que nos unirá a todos en torno a sí.
La naturaleza aborrece el vacío. Tarde o temprano, el agujero negro se llenará. A menos que lo hagamos nosotros mismos, puede que lo llene un monstruo de muchas patas.

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