Opinión

¡Aleluya! ¡El mundo está contra nosotros!

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

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Un canal de televisión local nos hablaba esta semana acerca de un grupo de israelíes que comulgan con las teorías de conspiración.

Creen que George W. Bush planeó la destrucción de las Torres Gemelas para favorecer sus perversos objetivos. Creen que las grandes empresas farmacéuticas propagaron el virus de la gripe porcina para vender sus inútiles vacunas. Creen que Barack Obama es un agente secreto del complejo militar-industrial. Creen que el agua ha sido contaminada de fluoruro para esterilizar a los hombres y reducir así la humanidad en exactamente dos mil millones. Y así sucesivamente.

Me extraña que aún no hayan destapado la conspiración más infame de todas: la perpetrada por la banda de los antisemitas que han tomado el control del gobierno de Israel y lo están utilizando para destruir el Estado judío.

¿La prueba? Más fácil, imposible. No hay más que leer los periódicos.El ministro de Asuntos Exteriores, por ejemplo. ¿Quién sino un diabólico antisemita podría haber nombrado precisamente a Avigdor Lieberman para este puesto? El trabajo de un ministro de Asuntos Exteriores es el de hacer amigos y convencer a la opinión pública mundial de que tenemos razón. Lieberman trabaja duro y hábilmente para conseguir que absolutamente todo el mundo odie Israel.

¿Quién sino un diabólico antisemita podría nombrar a Lieberman ministro de Exteriores?

O el ministro del Interior. Trabaja de sol a sol asustando a los defensores de los derechos humanos y suministrando munición a los enemigos más acérrimos de Israel. Recientemente, ha prohibido que dos bebés entren en Israel porque su padre es gay. No deja que las mujeres se reúnan con sus maridos en Israel. Deporta a los hijos de los trabajadores extranjeros, que ayudan a levantar el Estado.

O el jefe del Estado Mayor. Indujo al gobierno a boicotear la comisión de la ONU para la investigación de la operación ‘Plomo Fundido’, cediendo terreno así a los detractores del ejército israelí. Y desde la publicación de su informe, ha estado orquestando una campaña de difamación a nivel mundial contra el juez judío y sionista Richard Goldstone.

Ahora el ejército israelí ha anunciado su decisión de bloquear la flotilla que planea llevar suministros simbólicos de energía a la sitiada Franja de Gaza. Esto asegurará una cobertura de televisión en directo, con el mundo entero siguiendo los pequeños barcos y dirigiendo su atención al bloqueo atroz impuesto desde hace años a un millón y medio de seres humanos. El sueño de todo el que odie Israel.

La conspiración ha llegado a su clímax esta semana cuando se le ha denegado al profesor Noam Chomsky la entrada en Cisjordania.

Este asunto no tiene más explicación convincente que la de un atroz complot antisemita.

Al principio pensé que se trataba de la mezcla habitual de ignorancia y necedad. Pero he llegado a la conclusión de que no puede ser así. Incluso en nuestro gobierno actual, la estupidez no puede haber alcanzado semejantes proporciones.

La conspiración antisemita llega a su clímax cuando se le deniega a Chomsky la entrada en Cisjordania

En pocas palabras, esto es lo que pasó: el viejo profesor de 81 años llegó al puente de Allenby sobre el río Jordán. Iba de Ammán a la universidad de Birzeit, cerca de Ramalá, donde iba a dar dos conferencias sobre la política estadounidense. Las autoridades israelíes, por supuesto, sabían de su visita con mucha antelación. Un joven agente le hizo algunas preguntas, se puso en contacto con sus superiores en el Ministerio del Interior, volvió a hacerle algunas preguntas más, se volvió a poner en contacto con sus superiores y luego estampó en el pasaporte del profesor las palabras: «Entrada denegada».

¿Y cuáles eran esas preguntas? Por qué no enseña en una universidad israelí. Y por qué no tiene pasaporte israelí.

El profesor regresó a Ammán e hizo sus ponencias por medio de videoconferencia. Al incidente se le dio muchísima publicidad en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. El Ministerio del Interior pidió unas disculpas poco sentidas afirmando que el asunto no estaba bajo su jurisdicción, que era responsabilidad del coordinador militar de los territorios (ocupados).

Esto es, por supuesto, una excusa falaz, ya que el propio ministerio ha negado recientemente la entrada a varias personalidades que profesan simpatía por los palestinos, incluido el clown más popular de España.

Un recuerdo mío personal: hace una docena de años participé en un acalorado debate público en Londres con Edward Said, el difunto profesor palestino. Resulta que mencionó que su amigo, Noam Chomsky, estaba a punto de dar una conferencia en una universidad local.

Me apresuré allí y encontré el edificio rodeado de un nutrido grupo de jóvenes. Me abrí camino a duras penas hasta la escalera que conducía a la sala de conferencias, pero los acomodadores me cortaron el paso. Les rogué en vano explicándoles que era amigo del profesor y que había venido desde Israel sólo para oírle. Me dijeron que no cabía ni un alfiler; tal era su popularidad incluso entonces.

Noam Chomsky es quizás el intelectual más solicitado de la tierra. Su reputación va mucho más allá de su especialidad académica, la lingüística, en la que se le considera un genio. Es un gurú de masas en todo el planeta. Los medios de comunicación lo tratan como una celebridad intelectual en todo el mundo.

Siendo así, ¿qué podría haber inducido a los ministros del Interior y/o de Defensa a retener a este hombre durante cuatro horas y luego enviarlo de vuelta por donde vino? ¿Estupidez supina? ¿Malicia? ¿Venganza? ¿Todos los anteriores? ¿O tal vez otra cosa?

Este asunto tiene muchas implicaciones de amplio alcance.

En primer lugar: es una provocación a la Autoridad Palestina, con la que Binyamin Netanyahu quiere mantener negociaciones de paz directas (o al menos eso dice). Es como escupirle en la cara.

¿Cómo tiene Israel la poca vergüenza de impedir que los estudiantes palestinos escuchen al profesor?

Chomsky llegó como invitado de Mustafa Barghouti, un líder palestino que defiende la no violencia y los derechos humanos. Vino a dar unas conferencias en una universidad palestina.

¿Por qué iba esto a importarle a Israel? ¿Cómo puede tener Israel la poca vergüenza de impedir que los estudiantes palestinos escuchen al profesor que quieran?

¿Y qué nos dice esto de las peroratas de Netanyahu acerca de «Dos Estados para dos pueblos»? ¿Qué clase de Estado palestino se supone que es éste si Israel puede decidir quién está autorizado a entrar y quién no? ¡Especialmente a la luz de la exigencia israelí de controlar todos los pasos fronterizos del nuevo Estado!

En segundo lugar, está en plena marcha en todo el mundo una campaña para boicotear a todas las universidades israelíes. No sólo al autodenominado ‘Instituto Universitario’ en el asentamiento de Ariel, y no sólo a la Universidad Bar-Ilan, que ayudó a establecerlo. A todas.

Varias asociaciones de académicos en el Reino Unido y en otros países han adoptado resoluciones para aplicar este boicot, y otros grupos se oponen a él. Es una batalla constante.

Los que se oponen al boicot izan la bandera de la libertad académica. ¿Dónde vamos a llegar si boicoteamos a los investigadores y a los pensadores por su país de residencia o sus opiniones? El escritor italiano Umberto Eco ha escrito a sus colegas una emotiva carta en contra el boicot. Yo también estoy en contra.

Y allá va el gobierno de Israel a ponernos la zancadilla. Nadie insinúa que Chomsky apoye el terrorismo o que haya venido para espiar. Se le negó la entrada sólo y exclusivamente por sus opiniones. Esto significa que la libertad académica es buena sólo si está al servicio de aquéllos que alaban a Israel, pero no vale más que la piel de un ajo (como decimos en hebreo) cuando lo utiliza alguien que se opone a las políticas del gobierno israelí.

Se trata de una ayuda directa a los boicoteadores. Tanto más cuando no hay una sola universidad de Israel, ni grupo de académicos alguno, que haya elevado su voz en protesta.

La afirmación de que Chomsky es un enemigo de Israel es absurda.

Tiene un nombre de pila sumamente hebreo, al igual que su hija, Aviva, que lo acompañaba.

Le conocí en los años 60, cuando le visité en sus abarrotadas dependencias del MIT, una de las instituciones académicas más respetadas de Estados Unidos y del mundo.

Hablaba con cierta nostalgia sobre el kibbutz (Hazorea, del movimiento sionista e izquierdista Hashomer Hatzair), donde había vivido durante un año en su juventud. Intercambiamos opiniones y coincidimos en que la idea de los dos Estados era la única solución práctica.

Chomsky hace una aguda crítica al gobierno israelí, pero es mucho más crítico con el de Estados Unidos

Sus padres, que nacieron en el Imperio Ruso y emigraron a Estados Unidos en su juventud, le pusieron su nombre de pila. La lengua materna de ambos era el yídish, pero dedicaron su hogar a la cultura hebrea, y Noam hablaba hebreo desde su más tierna infancia. En el mundo de su joven mente, el socialismo y el anarquismo se mezclaban con el sionismo. Su tesis doctoral versó sobre la lengua hebrea.

He estado siguiendo sus declaraciones desde entonces. Nunca he encontrado oposición alguna a la existencia de Israel. Lo que sí encontré fue una aguda crítica a las políticas del gobierno israelí; las mismas críticas que expresan las fuerzas de paz israelíes. Pero es mucho más crítico con las sucesivas administraciones de Estados Unidos. Opina que sus políticas son la madre de todos los males.

Cuando los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt publicaron su revolucionaria exposición apoyando la afirmación de que Israel controla la política de Estados Unidos a través del lobby de Israel, Chomsky los contradijo argumentando que era justo lo contrario: que es Estados Unidos el que se aprovecha de Israel por su diseño imperialista, contrario a los verdaderos intereses israelíes.

En cuanto a mí, creo que ambas tesis son correctas. La afirmación de Chomsky se puede ilustrar con el actual veto estadounidense a la reconciliación entre Fatah y Hamás, así como con la intervención norteamericana que impide el intercambio de presos por Gilad Shalit.

Así que ¿por qué, por el amor de Dios, se le negó a este hombre la entrada al país?

Tengo una teoría que lo explicaría todo.

Durante muchos siglos, los judios fueron perseguidos en la Europa cristiana. El antisemitismo hizo de sus vidas un infierno. Fueron víctimas de pogromos, de expulsiones en masa, de confinamiento en guetos, de los edictos opresivos y las leyes discriminatorias. Con el transcurso del tiempo, desarrollaron mecanismos de defensa psicológicos y prácticos, métodos de supervivencia y rutas de escape.

Desde el Holocausto, la situación ha cambiado radicalmente. En Estados Unidos los judíos viven ahora en un paraíso sin parangón desde la Edad de Oro de la España musulmana. Cuando nació el Estado de Israel, provocaba simpatía y admiración por todo el mundo.

Cuando los gentiles alaban a los judíos, es sospechoso. Las cosas no son como las conocíamos. Es aterrador

Aquello era maravilloso, pero bajo la superficie de la conciencia nacional, si se puede generalizar, se crea una sensación de incomodidad, de desorientación. Los mecanismos de defensa, probados y comprobados, que habían dado a los judíos una sensación de orientación y consciencia del peligro que les acechaba, se desintegraron. Intuían que algo estaba fuera de servicio, que las señales de tráfico que tan bien conocían ya no funcionaban. Cuando los gentiles alaban a los judíos o están dispuestos a hacer alianzas con ellos, es sospechoso. Es evidente que tras ello debe haber algo siniestro. Las cosas no son tal y como las conocíamos. Eso es aterrador.

Desde entonces, hemos estado trabajando sin descanso para que la situación vuelva a la normalidad. Sin ser consciente de ello, hacemos lo que podemos para que vuelvan a odiarnos, para sentirnos como en casa, en terreno conocido.

Si hay una conspiración, es una conspiración de nosotros mismos contra nosotros mismos. No descansaremos hasta que el mundo sea antisemita de nuevo y sepamos cómo comportarnos.

Como dice la canción: «El mundo entero está contra nosotros pero, qué demonios…»