Entrevista

Mauricio Wiesenthal

«Todos los místicos han sido eróticos y heterodoxos»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 17 minutos
Mauricio Wiesenthal (Sevilla, 2010)  | ©  Antonio Acedo
Mauricio Wiesenthal (Sevilla, 2010) | © Antonio Acedo

Devoto del maestro ruso, como de Stefan Zweig, Thomas Mann o Romain Rolland, Wiesenthal (Barcelona, 1943) rindió homenaje a sus lecturas y sus lugares en dos portentosos volúmenes, Libro de Réquiems y El esnobismo de las golondrinas, así como en la novela Luz de vísperas. Estos títulos han hecho de él en los últimos años una suerte de inesperado autor revelación, cuando llevaba toda su vida escribiendo, solo que al margen de modas y circuitos comerciales.

Se ganó la vida de mil maneras, ya fuera como músico o en faenas enológicas, para poder ser el dueño de su propia escritura: “He sido mi propio mecenas”, proclama con una gran sonrisa. “Y he sido carísimo para mí mismo, pero uno tiene derecho a estar loco si se lo paga”. Ahora, acaba de reunir sus escritos sobre el autor de Guerra y paz en El viejo León. Tolstoi, un retrato literario, que acaba de ver la luz en Edhasa.

¿Es posible leer a Tolstoi con nuevos ojos?
Es posible y necesario, porque Tolstoi tiene más cosas que decir en el siglo XXI de las que pudo decir en el XX, cuando su dimensión profética no se adivinaba. Hoy día vemos claro cómo se adelantó a todas estas crisis de valores que para nosotros son tan graves.

De hecho, la lectura que su libro propone es sobre todo de índole moral…
Fundamentalmente, porque ésa fue su característica principal, y lo que le hizo tan difícil y tan conflictivo para sus contemporáneos. Tolstoi no es Dostoievski, ni Turgueniev, no fue un puro novelista, sino también ese hombre con un mensaje moral que transmitir, un mensaje a menudo duro para su tiempo. Incluso que creo que sigue siendo hoy un mensaje moral exigente y preocupante, porque nos demuestra que hemos progresado poco desde entonces en esa línea.

¿Podríamos desgranar ese mensaje
El pensamiento moral de Tolstoi parte sin duda de la idea de la no violencia, pero luego también la idea de que un hombre no debe hacerse servir a los demás, y que debe procurar servir a los demás sin utilizarlos. Y que los valores sencillos de la obra bien hecha son los fundamentales, y no los valores del éxito, del triunfo. Él apuesta por la autenticidad, la calidad, valores que desde épocas muy antiguas han proclamado los humanistas: se encuentra lo mismo en los antiguos moralistas judeocristianos, que en los musulmanes, que en los filósofos, que en Nietzsche… Y éste es su pensamiento, algo que todavía le falta por debatir a la civilización moderna: si esos valores sólo pertenecen al mundo de la poesía y del arte, o son urgentemente necesarios para organizar nuestra vida. El capitalismo ha dado respuesta a necesidades materiales, y sin duda tiene una serie de valores prácticos, pero deja sin respuesta una y otra vez preguntas fundamentales que intenta ocultar, hacer olvidar, con todos sus medios.

Y parece que con éxito…
Esos valores del amor, la fe, la esperanza, lo que se llamaban las virtudes fundamentales del alma… El espíritu en general, ¿dónde lo colocamos en nuestra civilización? Predicamos a los jóvenes un mundo en que la única verdad es la científica, soslayando de los científicos algo fundamental del ser humano, que son los sentimientos, que se pueden estudiar también desde muchos puntos de vista, la psicología, la neurología… ¿Vamos a lanzar a los jóvenes al mundo sin decirles qué es el amor? El amor tarde o temprano te atrapa, te cambia la vida, y se te caen todos los principios economistas y empíricos que te habían querido dar. Este es el mundo de Tolstoi, el mundo campesino, el mundo franciscano. La revolución industrial nos dio respuesta a todos los problemas técnicos, pero ¿quién nos da respuesta a las grandes ideas? ¿Qué hacemos con la gente que, por ejemplo, tiene que enfrentarse a la enfermedad y la muerte? Los arrinconamos, los metemos en asilos, los ocultamos. Y lo que queda es un mundo donde aparentemente sólo queda el entretenimiento, donde los escritores son artistas del entretenimiento que valen para pasar media hora, pero no dan respuesta a las preguntas fundamentales. Cuando empecé a escribir, alguien me dijo: “lo importante de un  escritor no es quitar problemas, sino dar dolores de cabeza”. Y ése era Tolstoi.

Hablamos de valores que se han ido cimentando muy lentamente, y que en apenas cuatro o cinco décadas han sido sistemática y municiosamente destruidos ¿no?
Así es, creo que la gran maldad del sistema capitalista ha sido el basar la vida en conceptos económicos y utilitarios que, es verdad, daban un gran bienestar material. Es indiscutible, sería una locura intentar negarlo. Pero el sistema parece ahora que no se sostiene por sí solo como nos habían contado, y no siempre conduce al progreso, tiene graves desfallecimientos, y cuestan el trabajo, la salud, la vida a montones de seres humanos. No digamos las sociedades subdesarrolladas de las cuales vivimos —y de las que Tolstoi habló muy claramente—, que para muchos producen sólo emigrantes, que vienen a este mundo según nuestros gobernantes buscando dinero. Y eso es una ignominia, porque vienen buscando algo más, los principios morales de una cultura, la libertad, la igualdad, la independencia de pensamiento, cosas que no tenían en sus países, y quieren que sus hijos se eduquen en esos sueños y en esas verdades. Eso lo teníamos y lo hemos perdido, sólo vamos a legar bienestar económico, o ni siquiera eso. Quizá nuestros hijos emigren en balsas a aquellos países donde todavía se mantienen los sueños.

¿Cómo es la relación de Tolstoi con la religión? Porque, por un lado, pasa por hereje, y por otro afirma que no se puede vivir sin fe…
Claro, él cree que sin una dimensión trascendente no se llega a comprender el mundo. Él no era un hombre de Iglesia, la prueba es que muere excomulgado y que en su tumba no hay ninguna cruz, lo cual duele cuando uno se da cuenta de la profunda religiosidad que había en aquel hombre, del profundo respeto a las ideas humanistas más bellas que podemos encontrar en los profetas religiosos, y sobre todo en la figura de Jesús de Nazareth, al cual rinde aquel homenaje que llega hasta Gandhi, “no devolváis el mal por el mal, no devolváis la violencia, los golpes a los que os hacen daño”. Y creo que también en eso está la sencillez del campesino. La mayoría de los escritores que hemos tenido luego han salido del mundo industrial, urbano, tecnificado. Aquel viejo escritor campesino, por muy aristócrata que fuera, tenía los valores de la tierra, el respeto a la Naturaleza. En lo que escribe queda grabada esa idea panteísta de que hay el reflejo de un dios, de una obra, de una creación en aquello que labramos y comemos.Que los tiempos de la Naturaleza no son los tiempos de la técnica.
Este es el mundo de Tolstoi, y por eso parece religioso todo lo que dice. Sobre todo su mensaje fundamental: déjalo todo, sigue el mundo del espíritu. Ése es un mensaje romántico, pero también el de todos los profetas. El mismo, seguro, que daba también Sócrates, y por el que fue condenado a beber la cicuta. Todos ellos, de una forma o de otra, fueron condenados. Hablamos sólo de los últimos condenados de manera ignominiosa, como Servet o Giordano Bruno, por herejes. Pero tan hereje fue Jesús de Nazareth, o los que fueron lapidados, o envenenados como Sócrates en un  mundo tan elaborado como la Atenas de Pericles. Algo dijo este maestro cuando las autoridades que le rodeaban lo vieron como un pervertidor de la juventud: lo mismo que dijeron los popes de Tolstoi, que les despertaba el sueño romántico del amor y la belleza, cosas que los jóvenes tienen dentro, sin que pueda pararlo nadie.

A propósito de Grecia, ¿cree que la crisis de valores de la que hablamos tiene relación con el hundimiento económico de ese país, cuyo nombre está tan cargado de resonancias?
Bueno, la sociedad que nació de la Revolución Francesa, la Ilustración, el mundo en que se basa Tolstoi, produce valores muy positivos, innegables y maravillosos, permitieron la libertad, el fin de la esclavitud, los derechos del hombre, ¡la Constitución de Cádiz! Pero en todo ese mundo de los enciclopedistas hubo algo que se perdió sin razón de base, y fue la trascendencia espiritual, la fe, el sentimiento. La ciencia —una ciencia falsa, porque hoy cualquier científico de verdadero nivel es medio filósofo, medio moralista, medio poeta—, la ciencia empequeñecida y racionalista quiso ocultar todo ese mundo humanista. Fíjate en esas diosas racionalistas que se representan en las estaciones de ferrocarril, la Industria, la Labor, y que sustituyen a nuestra vieja mitología de diosas griegas. Aquellas señoras que se inventaron a final del siglo XIX las miro con cierto desagrado: ahí faltaba alguien un poco más idealista para ponerle alas a esas figuras, y no dejarlas como matronas que no están pensando más que en la materia. Ese fue el retroceso estético del mundo griego, y comprendo que a la Grecia actual le cueste incorporarse al nuevo mundo europeo, donde faltan las diosas aladas, donde falta Eros.

Usted le dedicó, como a Tolstoi, unas emocionadas páginas a Nikos Kazantzakis…
Ambos son personajes extraordinarios. Kazantzakis, como Tolstoi, es un contradictorio que viene del comunismo, religioso hasta el fondo de su alma, con una mística inconsolable, porque los místicos han sido todos heterodoxos, son todos eróticos. La mística se basa en la sensualidad, una sensualidad sublimada. Me hace mucha gracia cuando ahora ven a la Santa Teresa de Bernini como una escultura erótica, ¡claro que lo es! ¿Quién ha dicho que el misticismo no era erótico? Condenarlo por eso es absurdo, es de puritano. El mundo racionalista quiso interpretar la religión, los movimientos del alma, la sensualidad, mirándola casi como una enfermedad. Se quisieron dar hasta noticias psicológicas e interpretaciones freudianas del mundo religioso, me parece absurdo. Dar interpretaciones del amor es lo último que se puede hacer: si uno se enamora, se enamora, y si enloquece, bendito sea…

Y ante todo eso, las iglesias se encierran en sus cuarteles de invierno.
Se encierran en su propio racionalismo. El fenómeno de crisis que hubo cuando el profeta Jesús de Nazareth, ese judío heterodoxo, se enfrenta a toda la iglesia de su tiempo como se ve en los Evangelios, ese gran enemigo que es la iglesia farisaica, racionalista, donde faltan los valores humanistas, por eso los llama “sepulcros blanqueados” y tantas cosas… Pues todo esto parece que va unido a esa idea de la burocratización de las iglesias. Cuando aquellos apóstoles itinerantes y peregrinos, como el pescador Pedro o el exaltado Pablo se colocan en Roma, pierden ese sentimiento realmente místico, romántico, que sin embargo sí tienen los grandes misioneros, un San Francisco Javier o cualquiera de los misioneros de América que siguieron a Fray Junípero Serra. Estos sí estaban movidos por la idea de creer algo, de estar enamorados de algo. Vuelvo al mundo tolstoiano: quien encuentra un mundo de fe, lo que Tolstoi llama el Reino de Dios, quiere predicarle a los demás que ese reino da felicidad. Don Quijote quiere decirle a todos que Dulcinea es la más bella, Dante que no hay otra como Beatrice, lo mismo el enamorado en lo que sea quiere llevarlo adelante. Por eso Tolstoi escribe que “el Reino de Dios está en nosotros”. La pasión no se puede ocultar, y se transmite. Sólo los racionalistas, los hipócritas, los fariseos, ocultan lo que les da la gana. Y ése es el mundo terrorífico que hemos creado, en el que a los apasionados se les llama locos, y se les condena.

Curioso también que una fe tan pasional como el islam, que usted conoce bien, haya caído también en manos muy represivas.
Ahí se me ocurre que hay un tema muy interesante, que es el del fanatismo. Se dice que en la fe está el fanatismo, y no es verdad: el fanatismo puede estar en cualquier sentimiento, incluso en la ciencia. Se puede ser fanático del dinero. Y la fe puede ir unida a la tolerancia, a la sabiduría. Los liberales islámicos —que no es que los haya habido, es que los hay— sufren tremendamente cuando ven quién se va apoderando de su mundo. El islam ha tenido un problema, y es que les faltó una revolución intermedia para separar la religión de la política. En el Corán se unen la fe, la justicia y la política, y esto es un mal. Tienen la religión contaminada por todos esos políticos que van manipulando la fe islámica, un mundo tan bello, tan poético… Si leemos a los grandes poetas musulmanes, heterodoxos todos, poseen una belleza sublime, impregnado de mística. Es una pena que cada vez que se hable de islam salgan cuatro políticos, la mitad de ellos sin fe ninguna. Todos salen disfrazados de profetas, pero no hay ni uno que tenga fe. A ver si uno solo de ellos me puede enseñar, como hizo un día Sadat en una conversación, el callo en la frente de rezar con la cabeza en el suelo. Ninguno de estos ayatolas tiene ese callo en la frente.

Volvamos a Tolstoi, ¿ese alma rusa que reconocemos en él, hasta qué punto perdura?
Creo que ese alma rusa estaba unida también a la religión rusa, y a los jóvenes de hoy se les ha materializado y se les ha quitado ese mensaje, que era muy peligroso: la Iglesia ortodoxa rusa, más que la griega y la romana, guardaba un mensaje de pobreza. Ahí está la mística rusa, los hombres que lo dejan todo para seguir un mensaje de felicidad. La Naturaleza allí, con esas grandes extensiones y esos bosques, como pasa en las primitivas religiones de América o o en las religiones animistas de África, deja un sentimiento panteísta. En el ruso la Naturaleza dominaba sobre el raciocinio. La revolución bolchevique la hacen unos racionalistas que eliminan buena parte de esa mística. Por eso Tolstoi reacciona contra ellos y siente que va a traicionar al pueblo ruso. Hoy día, cuando se cayó el Telón de Acero, vemos que tenía razón. Todo iba a ser reemplazado por este grupo de discípulos de Marx que eran en su mayoría rabinos judíos racionalistas, ni siquiera judíos místicos. Freud, Einstein, Marx, todos vienen de la misma rama. Por eso a los pueblos místicos aquel mensaje les vino del revés.

¿Quedarán místicos en Israel?
Quedan, acallados. Una vez más, ahí tenemos un poder que está presente con fuerza, más aún tratándose de un país con un conflicto de supervivencia. Creo que todos necesitamos la mística tibetana, la judía, la musulmana, la alejandrina de los neoplatónicos. Eso es lo que estás realmente en crisis en la época actual. Sólo encuentras racionalistas, y siento que estamos dividiendo por la mitad nuestras posibilidades mentales. Se está ocultando que tenemos todo un hemisferio dedicado a la música, a la imaginación. Vamos camino de carecer de la posibilidad de la armonía, del abandono, lo que han hecho todos los místicos para aprender. Muchos de los problemas de memoria que tiene el mundo actual es que estamos acabando con la emotividad. Si acabamos con eso, cada día habrá más personas con problemas de memoria, que radica en la emotividad. Nos acordamos fundamentalmente de las cosas que nos emocionaron. Y en nuestras valoraciones morales, ocupan en primer lugar las cosas emotivas, aquel perfume, aquello que nos conmovió. Este mundo nuestro sin emociones va a caer en una amnesia terrorífica.

¿Hay freno posible a esa debacle?
Desde la II Guerra Mundial vemos en el arte, en Picasso, en Joye, en todos los que rompieron las formas, en Schonberg, se pierde la palabra y la armonía. Los artistas se manifiestan como comerciantes para vender no sé cuantas copias de un disco o ejemplares de un libro, pero no para preocupar a la Humanidad y decirle, ¿pero qué estamos tirando por la borda? Es por eso por lo que los quemaban antes.

¿Cómo debería ser el creador futuro que cambie esta inercia?
Hay una industria que está creando grandes figuras, los va clonando, y va faltando la originalidad natural del verdadero artista, que puede ser un señor sentado bajo un árbol que de pronto uno oye, y que posee ese misterio que se hereda de padres a hijos. Por eso los rusos se identificaban con Tolstoi, el escritor sentía como sentían ellos, los dramas, las pasiones… El otro día me contaban que había un club de españoles con James Joyce, y me resulta muy difícil creer que haya hispanos que sientan como Joyce. Un irlandés cargado de whisky habla un idioma que no es el nuestro, y decide romper con las formas porque no encuentra solución a la novela. Los anglosajones han convertido su mundo en nuestro modelo, y es preocupante. Este año se celebra, junto a Tolstoi, el centenario de Mark Twain. Cada vez que escucho un discurso en Estados Unidos, parece que Twain es Leonardo da Vinci, y con todos mis respetos no es Leonardo, ni es Tolstoi. Pero como es de ellos, es sagrado. Tolstoi es nuestro, y por eso está en una especie de duermevela, de sombra. Comprendo que les interese más Twain, Whitman o Poe.

¿Por eso han acabado imponiendo su modelo?
Las muñecas eróticas de los americanos, sus Marylin Monroe, se vinieron a comer nuestro mundo de mujeres sofisticadas europeas, las Juliette Greco y las Marlene Dietrich. Hasta eso vino a conquistar nuestro mundo erótico de juventud. Se nos ha dado un mundo de grandes distancias: ahora vas a algún evento universitario y lo llaman campus. Cuando yo era jovencito nuestro mundo universitario era el del claustro, era un mundo interior. El mundo americano es inevitablemente de grandes distancias, Europa es un continente pequeño. Yo no puedo montarme en un concord, que me saca de todo en un segundo, mi medio de locomoción es el tren, y si me apuras la bicicleta o el pie. Yo me puedo hacer Europa a pie, o en tren, pero en Estados Unidos el tren quedó preterido por los aviones. América vive en la cabeza con esas dimensiones, nosotros no, incluso eso es nuestro conflicto: los viejos nacionalismos europeos se nos superponen en nuestras pequeñas nacionalidades, todo cambia cada veinte metros. ¿Cómo un continente tan pequeño es tan complicado? Porque Europa se recorre en bicicleta.