Reportaje

La paz turca vuelve a los Balcanes

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos
La fortaleza Rumeli Hisari en Estambul  | © Ilya U. Topper
La fortaleza Rumeli Hisari en Estambul | © Ilya U. Topper

Setecientos setenta y cinco nuevos ataúdes marcaron el decimoquinto aniversario de la masacre de Srebrenica, la localidad bosnia cuyo nombre es ya un símbolo de la guerra fratricida de Yugoslavia.

Cada año se entierra en esta ceremonia los restos de los cuerpos recientemente identificados, un trabajo que no cesa desde que las tropas serbobosnias asesinaron a unas 8.000 personas en julio de 1995, prácticamente ante los ojos de un pequeño contingente de cascos azules holandeses.

El aniversario ha vuelto a poner de manifiesto lo fácil que es desatar los demonios de la guerra civil en un país y lo difícil que resulta volver a atraparlos. La Justicia avanza a paso de caracol: el 10 de junio pasado, los oficiales Vujadin Popovic y Ljubisa Beara, responsables de la matanza, fueron condenados a cadena perpetua en La Haya, y continúa el juicio a Radovan Karadzic, entonces presidente de la ‘República Serbia de Bosnia’. Pero el máximo responsable de los crímenes, el general Ratko Mladic, sigue fugado.

Sin embargo, algo ha cambiado. El 11 de julio de este año, fecha del aniversario de la masacre, los dirigentes de tres naciones enfrentadas ―el presidente serbio Boris Tadic, su homólogo croata Ivo Josipovic y el bosnio Haris Silajdzic― se dieron la mano en Srebrenica. Esta foto de reconciliación no era un éxito de Bruselas o Washington. Quien observó el apretón de manos de los tres hermanos enemigos era Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía.

Desde hace más de un año, Ankara lleva a cabo en los Balcanes una diplomacia silenciosa pero extremamente eficaz. Algo nada fácil, dadas las circunstancias históricas: durante siglos, la identidad de los pueblos cristianos balcánicos, especialmente los serbios, se ha forjado en la lucha contra ‘los turcos’, es decir, los ejércitos del Imperio Otomano, hegemónicos en la zona hasta inicios del siglo XX.

El aniversario ha vuelto a demostrar lo fácil que es desatar los demonios de la guerra civil en un país

La percepción de Turquía como país islámico y aliado natural de Bosnia no ha facilitado las cosas. Ni su inmediato reconocimiento de la independencia de Kosovo en 2008. Motivo de resquemor para Serbia, donde los más nacionalistas temen un nuevo ‘pasillo otomano’ desde Turquía hasta Bosnia, pasando por la región musulmana en el sur de Serbia, el Sandzak.

La alianza entre Ankara y Sarajevo volvió a las portadas en abril, cuando la OTAN decidió aceptar la candidatura de Bosnia como futuro miembro… sobre todo gracias al respaldo turco. Así lo asegura Sabine Freizer, directora del programa europeo del International Crisis Group, en una entrevista con el diario turco Zaman: “Era un éxito de cabildeo impresionante: Turquía tuvo que convencer a Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania». Aún en diciembre, cuatro meses antes, la OTAN había rechazado las pretensiones de Sarajevo.

La percepción de Turquía como país islámico y aliado natural de Bosnia no ha facilitado las cosas

Así no puede sorprender que Bosnia pareciera el ‘hermano pequeño’ de Turquía en los foros internacionales. Pero entre bambalinas, Turquía ha trabajado duro para ganarse todos los bandos en el intrincado mapa balcánico. Cinco veces se reunieron en Ankara los ministros de Exteriores de Serbia y Bosnia-Herzegovina, Vuk Jeremić y Sven Alkalaj, invitados por su homólogo turco, Ahmet Davutoglu, que en febrero pudo anunciar el resultado: gracias a la mediación turca, Bosnia envió por fin un embajador a Belgrado. “Pronto, balcanización querrá decir estabilización”, celebró Davutoglu el éxito. En abril, un encuentro entre los presidentes de Bosnia, Serbia y Turquía en Estambul le puso la guinda al pastel de la fiesta.

Política ‘cero problemas’

Mucho más caliente es la patata kosovar. Turquía no escatima esfuerzos para convencer a otros Estados aún reticentes a reconocer Kosovo, según el analista turco Erdoan A. Shipoli, y en mayo acogió a Hashim Taçi, el primer ministro kosovar, con todos los honores. Pero la diplomacia de ‘cero problemas’ ―como describe la prensa turca el nuevo lema del Ministerio de Exteriores― parece dar sus frutos: al día siguiente del encuentro en Srebrenica, Recep Tayyip Erdogan se reunirá con Boris Tadic y el primer ministro serbio, Mirko Cvetkovic, en Belgrado.

El viaje de Erdogan respalda los últimos pasos dados por Belgrado hacia una reconciliación balcánica. Boris Tadic causó revuelo el año pasado al asistir por primera vez a la conmemoración de Srebrenica y en marzo pasado, el Parlamento de Serbia condenó por una exigua mayoría la masacre. La cuestión bosnia sigue dividiendo las facciones políticas serbias, pero la apertura hacia un socio comercial fuerte, como es Turquía, parece dar argumentos a los partidarios de una línea más flexible.

Shipoli apuesta incluso porque Ankara se convierta en el mediador capaz de sentar en la mesa de negociación a kosovares y serbios, gracias a su histórica relación con esta región, donde aún hoy viven miles de musulmanes turcoparlantes.

Tal vez sea una quimera, pero Belgrado hizo en todo caso un elocuente gesto hacia su invitado: dos días antes anunció que abolía el visado, hasta ahora un requisito para los turcos que deseaban visitar Serbia. La medida facilitará enormemente las iniciativas comerciales entre ambos países, estima el diario turco Zaman.

Al día siguiente de la ceremonia de Srebrenica, Erdogan inauguró una Casa de Cultura turca en Novi Pazar, en la región de Sandzak, fronteriza con Montenegro y Kosovo. Una zona que fue parte del Imperio Otomano hasta 1913, es decir prácticamente ayer, a la luz de las históricas reivindicaciones que hoy enfrentan a serbios y kosovares, bosnios y croatas, macedonios, albaneses, búlgaros y griegos…

En este intrincado juego de todos contra todos, que se torna sangriento con demasiada facilidad, el tándem de Erdogan y su ministro de Exteriores Ahmet Davutoglu ha sabido posicionarse como amigo de todos los bandos, por difícil que parezca.

Los Balcanes, por volumen de negocios y por ser puente estratégico con Europa, son un tablero clave

Un alto cargo del Ministerio de Exteriores explica la nueva visión del gobierno: “Nos hemos criado con una mentalidad de estar asediados por enemigos. Queremos superar esta visión. El mes pasado firmamos 22 acuerdos con Grecia… más de lo que firmaron Ankara y Atenas en los últimos 70 años”.

El juego de los Balcanes

La iniciativa balcánica se inscribe así en una ofensiva diplomática general para derribar barreras en todas partes y fortalecer, paso a paso, la posición de Turquía en el Mediterráneo Oriental. A la reconciliación con Grecia se suman las tentativas de apertura hacia Armenia, las vías de comercio abiertas con Irán, el reciente espíritu de buena vecindad respecto a Siria e incluso la nueva presencia política y económica en Asia central. Pero los Balcanes, por cercanía, por volumen de negocios y, sobre todo, por puente estratégico con Europa, son un tablero clave.

Las fichas no son sólo Bosnia y Serbia. Días antes del viaje de su jefe, el ministro de Estado turco, Egemen Bagis, asistió a la ‘Cumbre de Croacia’ en Dubrovnik, en la que se diseñan estrategias para la integración del sudeste europeo en las estructuras comunitarias.

Dos días más tarde, el presidente turco, Abdullah Gül, viajó a Eslovenia para encontrarse con su homólogo Danilo Türk y asistir al Consejo de Negocios turco-esloveno. Le acompañaron 30 empresarios turcos. Eslovenia ya forma parte de la Unión Europea y puede ser una excelente plataforma para estrechar relaciones comerciales entre Anatolia y Europa, según la prensa turca. De hecho, los intercambios comerciales entre Ankara y Liubliana se multiplicaron por diez en la última década: de 65 a 650 millones de euros.

Sólo un imperio parece haber conseguido imponer cierta unidad en esta región: la administración otomana

Han pasado 20 años desde que se resquebrajó Yugoslavia y las guerras civiles dieron al traste con los esfuerzos de mantener los diferentes pueblos balcánicos en un solo Estado. En toda la historia, sólo un imperio parece haber conseguido imponer cierta unidad en esta accidentada región de Europa: la administración otomana.

Puede que sea una ironía de la historia pero todo indica que, justo cien años después de que el Imperio Otomano fuera expulsado de los Balcanes, su heredero se está convirtiendo en la última esperanza para traer un poco de paz a una región con demasiados enfrentamientos, demasiada sangre derramada, demasiados resquemores como para poder convivir sin un árbitro, un gran hermano vigilante. Ni Washington ni Bruselas: la pelota ha vuelto a la vieja Constantinopla, ciudad imperial desde hace milenios.