Entrevista

Maria de Medeiros

«Cada lengua te pide una actitud un poco distinta hacia la vida»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Maria de Medeiros (Sevilla, 2010) | Javier Cuesta
Maria de Medeiros (Sevilla, 2010) | Javier Cuesta

“Espero que disfruten y se dejen llevar por el viaje”. Con estas palabras invita Maria de Medeiros (Lisboa, 1965) a disfrutar de Penínsulas & continentes, su segunda incursión como cantante, que vio la luz unos meses atrás en el sello Universal, y donde interpreta temas de Nino Rota, José Afonso, Lenine o El Último de la Fila.

La actriz conocida mundialmente por sus papeles en filmes como Pulp Fiction o Babel, pero también en producciones españolas como Huevos de oro o Airbag, despliega su talento en una faceta diferente, de la que dio una primera muestra con el  disco A Little more blue (2006).

Después de grabar dos discos propios y participar en varios colectivos, ¿le preocupa que la sigan viendo como una actriz que canta?
No sólo no me preocupa, sino que me reivindico como tal. Mi técnica y mi formación son realmente de actriz. Luego hay actrices que cantan que me parecen fascinantes, quizá la que más Marilyn Monroe, pero también Liza Minelli, Ute Lemper —que ahora es incluso más cantante que actriz— y entre los chicos, Frank Sinatra, Fred Astaire… En el fondo estoy en una tradición muy antigua de actores que aman la música y que cantan y bailan, en la medida de lo posible.

¿Baila también en sus espectáculos?
En este repertorio no mucho, pero creo que hoy en día, tras la revolución de Pina Bausch, ha caído la frontera entre el teatro y la coreografía.No se puede estar sobre un escenario sin la consciencia de que todo el pueblo está expresando algo.

Como demostrara antes en sus películas, en sus canciones es capaz de manejarse en varias lenguas. ¿De qué modo cambia usted cuando se expresa en una u otra?
Es una cuestión muy interesante, y quizá lo siento más como actriz que como cantante. Los cantantes líricos, por ejemplo, están todos acostumbrados a cantar en lenguas que no son la suya. Es como más natural, porque cada lengua tiene su melodía, su musicalidad. En la actuación, he observado que cada lengua te pide una actitud un poco distinta hacia la vida. Es curioso, porque la francesa —una lengua que amo y frecuento, de hecho hice toda mi escolaridad en francés—  te impone una distancia hacia las cosas, casi diría que cartesiana. El español, por ejemplo, me encanta como portuguesa: a nosotros nos gusta dar muchas vueltas, pero vuestro idioma es muy directo, coge el toro por los cuernos, y eso para mí es muy saludable. Y el italiano ya es pura música, te da un lado primaveral del mundo. Hablar en italiano es cantar el mundo, estar en plena dolce vita.

También se atreve con el catalán, y hasta con el valenciano.
Mis hijas son catalanas, su papá es catalán, y es una lengua que tengo muy próxima. Y no podía hablar de la península y de navegación, sin reflejar la diversidad de sus idiomas. Te mueves unos cuantos kilómetros y se habla otro idioma. Eso es muy bonito. Para mí era evidente que tenían que estar el catalán y el valenciano, y además a través de Salvat-Papasseit y Ausias March…

¿Y a qué sabe el valenciano cantado?
Todavía es muy exótico para mí [risas]. Todavía no soy capaz de definir qué actitud me sugiere esa lengua, pero adoro a Raimon, lo vi actuar en Barcelona, y siento que respira mucha inteligencia, mucho gusto por la poesía.

Tengo entendido que desde muy niña se acostumbró a viajar con su familia, y a saltar las barreras lingüísticas, ¿cómo ha contribuido eso a su personalidad?
Sí, fue un capital del cual estoy muy agradecida a mis padres. Me enseñaron el gusto por lo que es distinto, por el otro. Creo que las peores tragedias de nuestra historia vienen del odio hacia el otro, hacia la diversidad y ellos me llevaron justo a lo contrario, a que el otro me parezca super-fascinante y estimule mi curiosidad.

¿Se debe a eso su firme militancia europeísta?
Creo mucho en la apuesta de Europa, aunque sea un poco loca: una unión dentro de una multiplicidad absoluta. Pero es un paso de civilización muy importante. Hacer los Estados Unidos de América, bajo una misma lengua, parece ahora más fácil, pero un proyecto de unión dentro de una increíble diversidad y de una historia que nos ha enfrentado durante siglos, pero que también nos ha unido, me parece una idea muy bonita.

En su debut como directora, Capitanes de abril (2000), hay un reflejo de la lucha del pueblo portugués por la democracia sin violencia. ¿Piensa que hay pueblos mejor preparados para la democracia que otros? ¿O, como incluso se ha llegado a decir, pueblos que no pueden ni quieren tener democracia?
Eso se dice después de destrozarles cualquier posibilidad de desarrollo, hay una hipocresía tremenda al respecto. Creo que todos los pueblos están preparados para la democracia, pero es verdad que hay que dar la posibilidad a las personas de disfrutarla. Porque sin la educación, que es la base del disfrute de derechos cívicos, sin la salud, sin la cultura, se pierden los medios para disfrutar de la democracia. Hay un riesgo inherente a las democracias, que es dejarse llevar por la alienación, el consumismo, las angustias por la supervivencia, de un gran poder destructivo. Cuanta más educación tenga un pueblo, más y mejor disfrutará de sus derechos democráticos.

Francia, que durante años ha sido un ejemplo de integración, está adoptando medidas muy polémicas con sus inmigrantes. ¿Cómo lo ve usted desde París?
Yo, como muchos extranjeros que vivimos en París, vinimos atraídos por la mitología de las Luces, Libertad, Igualdad y Fraternidad, y es evidente que existe en este momento una deriva represiva que asusta. La policía está por todas partes, hay un odio ambiente muy perceptible, y ya ni siquiera se habla de incluir: todo se ha vuelto un pretexto para la exclusión. Se llega al punto de que personas que son franceses desde hace generaciones, y que quieren renovar sus papeles, de repente se les plantea la posibilidad de ser expulsados. La amenaza de la exclusión es constante. Cuesta mucho aceptarlo.

Y después de este verano, cuando parecía que Grecia se hundía e iba a arrastrar a la Península Ibérica tras de sí, ¿cuál es el momento actual de Portugal?
Pues mira, aunque mi hermana es diputada, no tengo mucho conocimiento interno de Portugal. Sé que se está debatiendo en un momento de crisis muy grande, pero bueno, es una crisis general…

Me refería no sólo a la economía, sino también al momento de creatividad, a la vida social…
Verás, en el tiempo en que hice Capitanes de abril, hace diez años, fue un momento muy bueno, cuando se celebró también la expo de Lisboa. Los portugueses empezaron a creer en sus artistas en su producción cultural, y eso está muy muy en crisis ahora. Han vuelto actitudes que son una aberración, que hacen pensar mucho en el oscurantismo de Salazar: la idea de que los artistas son todos unos parásitos, que son ridículos y no sirven para nada. Es tremendo.

Algo de eso hay también aquí, sobre todo hacia la gente del cine y la música que hizo campaña por Zapatero.
Pues ya llorarán todos más tarde. A veces es difícil entender la suerte que se tiene cuando se vive en una verdadera democracia. Los problemas hay que contextualizarlos para comprobar que no siempre son las cosas tan fatales como parecen.

¿Y cree que el sueño panibérico que defendía Saramago, la unión de España y Portugal, tendría sentido en la situación actual?
Sí, no soy nada opuesta a esa idea, y más justamente ahora, que es una evidencia la multiculturalidad de esta Península, cuando han ganado tanta fuerza las identidades regionales, ¿por qué no organizarse en un proyecto común, que nos haría más fuertes?

Tal vez sería un buen primer paso conocernos un poco mejor.
Bueno, encuentro que los artistas portugueses son muy bien recibidos en España, ¿eh? Siempre es un gusto venir aquí. Este país contribuye mucho al reconocimiento de los creadores portugueses. Claro que queda trabajo por hacer, pero la curiosidad existe, y se agradece mucho.