Buket Uzuner
«El debate del velo lo sacan de la nevera cuando hay algún problema»
Ilya U. Topper
Estambul | Noviembre 2010
Llega a la entrevista acompañada de cámaras de televisión: es noticia que Buket Uzuner una de las escritoras turcas con más proyección, dé una entrevista a medios españoles. La cita forma parte de la promoción de su último libro, Gentes de Estambul, recién lanzado en España por la editorial Edebé, uno de los raros ejemplos de literatura turca traducida al castellano, fuera del nombre de Orhan Pamuk.
Una novela anterior, Ada de Ambar, ya llegó en 2009. Es sólo una muestra ínfima de su extensa bibliografía que salta de la novela histórica (Una larga nube blanca – Galípoli) a la futurista (El sonido de los pasos de los peces o Waltz mediterráneo), pasando por ocho colecciones de relatos cortos, con títulos como El gitano que comía sol.
Buket Uzuner (Ankara, 1955), formada en biología molecular, divorciada, estambulí de adopción, no se limita a hablar de su libro: pronto se lanza a un discurso apasionado de la defensa de los derechos de la mujer, las libertades sexuales, las críticas a la deriva religiosa. Se coloca en abierta oposición al gobierno ―a todos los gobiernos, matiza― lo cual no impide que reciba llamadas de ministros para invitaciones y desayunos.
«Ocurre desde la Edad Media: los hombres se dedican a jugar con el cuerpo de las mujeres»
No acude, aclara: “Creo que un escritor debe mantenerse en la oposición. Hay muchas maneras de comprar a alguien. El primer ministro coge tu libro una vez en manos y luego estás en la lista de los más vendidos”.
¿En qué momento está la literatura turca hoy?
Está floreciendo. La libertad de expresión está mejorando, aunque desde luego no lo suficiente; pertenezco a la primera generación que se puede ganar la vida escribiendo, antes, los escritores eran el enemigo del Estado. Cuando yo tenía 16 años fui a ver a Attila Ilhan, un buen poeta ―también debería conocerse más― que ayudaba a muchos adolescentes que querían ser escritores y les decía: ten cuidado, niño; ser escritor es algo bastante peligroso. Y aún hoy, la libertad que se pide desde el gobierno es sólo la libertad para sus propias creencias.
¿Como llevar el velo en actos oficiales?
En la reciente Feria del Libro, un tercio de mis lectoras tenían velo y me siento orgullosa de que lean mis libros. El problema del velo aquí es como el del aborto en Estados Unidos: lo sacan de la nevera y lo calientan cuando hay algún problema político. Si ves la televisión, parece que el velo es el mayor problema: es lo que más se debate. ¡Como si no hubiera otros problemas de los que hablar! En realidad, sólo un 1% de las chicas que van a la universidad tienen problemas con el velo. Pero ocurre lo mismo desde la Edad Media: los hombres se dedican a jugar con el cuerpo de las mujeres.
«La primera revista feminista turca hablaba de moda y maquillaje y también de orgasmos y compresas»
Muchas veces son las propias mujeres que reivindican en velo.
Entiendo por qué la gente piensa que la libertad es poder ponerse el velo. No se puede discutir una creencia religiosa; te dicen: Alá me lo ha dicho.Es un tabú. Ahí te paras. Una idea o ideología la puedes discutir, pero un tabú no.
Usted ha roto unos cuántos tabúes…
Cuando empecé a publicar, un buen poeta, Cemal Süreya, escribió que había que fijarse en mí, porque yo jugaba con los temas sexuales de la mujer como si fuera algo muy sencillo. Me sentí muy orgullosa. Mis primeros relatos hablaban mucho de virginidad y las primeras relaciones sexuales.
¿Hablar de orgasmos aún choca en Turquía?
Las escritoras que mencioné antes lo intentaron primero: en los sesenta. Yo me crié con los libros de Sevgi Soysal y Tezer Özlü. Eran grandes en lo de hablar de la sexualidad femenina. Luego tenemos un nombre muy importante: la periodista Duygu Asena [1946―2006]. Era la primera feminista de Turquía, diría; escribió una novela autobiográfica llamada No hay nombre para una mujer. Se tradujo a 25 idiomas, era un gran escándalo al principio, mucha gente la trató fatal. Ella fundó la primera revista muy popular que se llamaba ‘Femenino’, Kadinca; las portadas eran grandes escándalos cada mes en Turquía, hablaban de moda y maquillaje, pero también de orgasmos y de compresas.
¿Dos conceptos igual de tabú?
La compresa no era algo pecaminoso, pero se tenía que susurrar para comprar una, y en algunos pueblos aún hoy te la esconden entre papeles porque piensan que es algo de que avergonzarse. En 1998, la televisión turca TRT emitía breves obras de teatro basados en relatos de jóvenes escritores; adaptaron uno de los míos, y en éste tenían que mostrar una compresa. Recuerdo que hubo un debate, decían: bueno, no creo que TRT vaya a censurarla por lo de la compresa. Pero ahora, el equipo de chicas del Vóleibol Turco está patrocinado por una marca de compresas…
¿Y nadie lo censura?
La mujer de un amigo me llamó para decirme: Buket, tienes que hacer algo, tengo dos hijos adolescentes y ver a estas chicas, con la compresa en la camiseta, eso no está bien. Y también en los anuncios de la tele salen chicas comparando compresas… Eso no es bueno para la salud psicológica de mis hijos. Pero yo estoy muy orgullosa. Creo que estoy en una generación puente, en medio.
«Más del 50% de los jóvenes hoy prefiere casarse con una chica virgen. En mi generación, eso no era así»
¿Todo es progreso?
Me preocupa mucho una encuesta entre chicos jóvenes de la universidad: más del 50% preferiría casarse con una chica virgen. En mi generación, eso no era así. Hay una industria en los países islámicos ―lo aprendí en el extranjero, no lo conocía― de hacerse recomponer el himen. Ni sé cómo se dice eso ni quiero saberlo, es algo tan sesgado, tan falso… Pero si hay demanda, claro que hay quien lo ofrece.
¿Y esa demanda ha ido en aumento?
Sí. Antes no era así. Está relacionado con el auge del conservadurismo, los tabúes y el estilo de vida religioso, que se ha vuelto muy popular en Turquía.
¿Se puede ser religioso y no ser conservador?
Sí. Como mi madre. Ella pertenece a la llamada ‘generación de las hijas de Atatürk’. Tenía una buena educación; en su generación, en el bachillerato estudiaban astronomía. Ahora no tenemos ni filosofía ni astronomía. En mi generación todas estudiábamos las teorías de Darwin, pero ahora depende del profesor; nadie controla lo que se hace.
¿Y cómo vive su madre la religión?
Sigue rezando cinco veces al día, pero nunca la he visto con pañuelo. Porque es el islam turco y estábamos orgullosas de decir que el islam es algo entre tú y Dios, y mostrarlo es un pecado. Así me crié yo. Pero ahora es una época de mostrar todo. El ramadán era un mes agradable para nosotros: nadie te preguntaba si ayunabas o no. Y nadie decía que ayunaba: esconderlo era más valioso a los ojos de Dios. Pero ahora todo el mundo lo quiere mostrar. Incluso en las instituciones estatales, el almuerzo se elimina durante el ramadán, y si uno quiere tiene que pedirlo expresamente, mostrar que no ayuna. Muchos intentan mostrar algo que no son. Y eso crece y crece…
«Tengo la época teocrática en mi ADN cultural, me asusta. Porque la teocracia es un tipo de dictadura»
¿Era mejor la sociedad kemalista, antes de que llegara al poder el AKP islamista?
No soy una de esas liberales que dicen: todo era mejor entonces. Hay que hacer reformas. Pero tenemos un pasado teocrático. Si un adolescente alemán aparece con un tatuaje de la cruz gamada, su familia se pondrá de los nervios. Si mi hijo viniera así, le diría: eso es terrible, pero no me pondría tan fatal, porque no tenemos el pasado nazi. Con el velo de las mujeres pasa exactamente al revés: si las ven en Alemania piensan: oh, será que cree en eso. Pero a mí, que tengo la época teocrática en mi ADN cultural, me asusta. Porque la teocracia es un tipo de dictadura.
La república que estableció Atatürk en 1923 también imponía sus ideas por la fuerza.
Se puede criticar, pero cuando se estableció ese Estado, era correcto lo que hicieron. Atatürk y sus amigos consiguieron un milagro. Si yo estoy sentada aquí, como una mujer turca con orígenes musulmanes, con la vida que llevo, se lo debo a la revolución de Atatürk. Turquía es el único país musulmán que tiene su propia generación intelectual, incluyendo a mujeres. He viajado a muchos países musulmanes, y hay gente maravillosa, por supuesto, pero no hay lugar para ellos, sobre todo para las mujeres: necesitan escaparse hacia otra cultura, muchas están en Francia o en Estados Unidos.
Sin embargo, en el teocrático Imperio Otomano, las minorías estaban mejor tratados que en la Turquía kemalista.
En el sistema monárquico era muy fácil mantenerlas así, pero en la democracia hay que dar derechos a todo el mundo. Y al principio tenían miedo a hacerlo. Era una especie de defensa propia. En su momento era correcto, pero era equivocado a largo plazo.
¿Se está corrigiendo?
Espero que pronto abran el seminario ortodoxo en la isla de Heybeliada. A través de mis amigos griegos he oído que hay muchos jóvenes griegos que tenían ancestros en Turquía y que quieren volver. Espero que vuelvan, porque es bonito vivir juntos. Nos necesitamos mutuamente, y ellos tampoco están felices en Grecia. En verano vienen mucho a las Islas del Príncipe y cenamos juntos. En verano se abrió un museo en Büyükada, y era emocionante, las familias se reunificaron, los viejos lloraban… En la zona de Mardin [sureste], los cristianos siriacos que se fueron a Escandinavia en los ochenta, están volviendo y arreglan sus pueblos. Ojalá pudiéramos hacer algo similar con los armenios…
«Me gusta chocar, recordar que algunas de las madres y esposas de los sultanes otomanos eran judías»
Su libro Gentes de Estambul enfoca precisamente las minorías como parte de la identidad de Estambul.
Todas mis novelas tratan de la identidad. Como escritora me han invitado a la Unión de Escritores Mediterráneos, el Decamerón Balcánico, la Unión de Escritores Europeos, a reuniones de escritores del Cáucaso y de Asia; y si hubiera un día libertad de expresión en las culturas de Oriente Medio, desde luego también sería parte. No creo que haya un país en Europa que tenga seis contextos culturales distintos y todos vivos.
¿Y esto se vive sin contradicciones?
Los turcos tenemos un problema de identidad. En los países que antes eran del Imperio Otomano, la gente nos pregunta: ¿qué sois? ¿realmente europeos? ¿o asiáticos? Tras el cambio del siglo, la cuestión era la misma con otra terminología: ¿sois occidentales o de Medio Oriente? Al principio era como una bofetada: tenía 21 años cuando fui a Noruega a estudiar biología molecular, y una chica noruega me enseñó una nevera y me dijo: mira, esto es una nevera. Me sentí fatal: yo era demasiado orgullosa, pensaba que venía de una cultura muy elevada, la otomana… las dos éramos ignorantes.
La cultura otomana se recupera ahora en el consciente colectivo.
Cuando hablo con un público conservador, me gusta chocar. Empiezo diciendo que algunas de las madres y esposas de los sultanes otomanos eran judías. Y la sangre judía se transmite por la madre. De manera que también tenemos sangre judía, porque nuestros emperadores la tenían. La dinastía otomana no era como la británica o la española, no tenía sangre azul; era muy hábil: consiguieron mezclarse con la gente durante 600 años.
«¿Por qué hay tantas cafeterías americanas? Allí te puedes besar. En las típicas cafeterías turcas no puedes»
A qué escritores turcos desearía ver traducido a otros idiomas europeos?
A Adalet Ağaoğlu [Ankara, 1929], una de las primadonnas de la literatura. A Sevgi Soysal [1936―1976]; me gustan mucho las escritoras mujeres. A Tezer Özlü [1943―1986] y a Sevim Burak [1931―1983]. Cuatro mujeres que son muy importantes en mi carrera literaria. Qué valientes eran: empezaron a escribir en los años sesenta, especialmente Adalet, que ahora tiene 80 años. Escribió la novela Ölmeye Yatmak, Acostarse y morir, sobre una mujer joven en Ankara en los años cincuenta que va a un hotel para suicidarse; el motivo es la represión política y sexual en su vida… Una novela maravillosa.
¿Qué falta por hacer para acabar con esta represión?
Todas las mujeres de los políticos del AKP tienen carreras universitarias pero sólo son amas de casa. Incluso hombres muy educados, con un estilo de vida muy europeo, en casa quieren un harén. Una mujer geisha. Y esto es un problema. ¿Sabe por qué hay tantas cafeterías de cadenas americanas en Estambul? No es que el café sea mejor: Lo que compramos allí es el estilo de vida. Las mujeres solas vamos allí con nuestro portátil o con nuestro amante: allí te puedes besar. En las típicas cafeterías turcas no puedes.
¿Y no hay manera de romper este tabú?
Naciones Unidas me consultó y yo sugerí realizar un proyecto que consista en que las chicas vayan a las cafeterías. En esto, no hay diferencias entre los pueblos turcos, de Edirne a Diyarbakir: en las cafeterías están los hombres mientras que las chicas trabajan el campo y luego se van a casa. Sugiero que las mujeres, con su ropa campesina, al regresar del campo, pasen por la cafetería y digan al camarero: hijo, tráigame un vaso de té o una taza de café. Eso cambiaría la actitud de toda la sociedad.
Especial para M’Sur