Crítica

No es país para ateos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos


Darina al-Joundi / Mohamed Kacimi

El día que Nina Simone dejó de cantar

Género: Novela
Editorial: Alfaguara
Páginas: 160
ISBN: 978-84-2040-542-1
Precio: 17 €
Año: 2008 (2010 en España)
Idioma original: Francés
Título original: Le jour où Nina Simone a cessé de chanter
Traducción: Isabel Murillo.

Joundi Ninasimone

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De un radiocasete sale la voz de Nina Simone. Jazz, blues, lo que sea: una música rebelde, una voz contra las injusticias, unas canciones que no conocen amo ni Dios. Una música universal.

Pero el radiocasete está en una casa de Líbano, y Líbano se ha fracturado en diecisiete pequeños universos con diecisiete amos y diecisiete veces Dios. Adiós a los sueños de nuestros padres, esos que creyeron aún en cosas como la humanidad, la libertad, la justicia, la igualdad. Cosas pasadas de moda. Ahora manda Dios. No es país para ateos. Ya no.

―¿De dónde eres?
―Soy de Beirut.
―No me refiero a eso sino a qué Iglesia perteneces. ¿No te lo han dicho tus padres?
―…
―¿Están muertos? ¿Son sordomudos?
―No, hermana, hablan, están vivos.

―Santo Jesús, ¡una musulmana!

La niña, a la que acaban de expulsar de las clases de catecismo, se vengará haciendo pipí en la pila de agua bendita. Es su primera travesura. Cuando empiece la guerra, hará mil más. Bajarse las bragas siempre es una travesura. En la guerra no importa, en el fondo, porque la gente está demasiado ocupada en morir por Dios y una de esas diecisiete patrias como para encima fastidiar al vecino. Morir al zigzag bajo las balas de un francotirador, morir al sacar el carné con un nombre inadecuado en un control de carretera, morir en un sótano bajo las bombas.

Adiós a los sueños de nuestros padres, que creyeron aún en cosas como la humanidad, la libertad…

Pero tener quince años en el ochenta y dos es también vivir. Al límite. Vivir como si una tuviera que morir mañana (porque probablemente sea así), vivir flotando en nubes de cocaína, follar en los baños de las discotecas o en la tierra de nadie entre dos disparos de bazuca, vivir la ruleta rusa: sobran pistolas. Ésta es la guerra incivil de Líbano en toda su crudeza. Contada a través de ráfagas furiosas. Sexo, droga, disparos.

Pero cuando se calma la guerra, Líbano ha cambiado. Es cierto que por fin han eliminado la casilla de religión del carné de identidad. Pero los piadosos ya se han comido el mundo. En Bagdad se acabaron las fiestas de cerveza y raki a orillas del Tigris. Siria no deja regresar a sus hijos díscolos. Tener un padre sirio disidente, revolucionario, ateo, idealista [Assem Joundi], ya no significa coquetear con Carlos ‘El Chacal’, ya no hace que te cojan en brazos poetas, escritores, pensadores, políticos, periodistas, la flor y nata de la intelectualidad árabe. Ese mundo se ha ido al garete.

Y ponerle a ese padre una canción de Nina Simone en su funeral es todo un homenaje a una época pasada, a un tiempo en el que las fronteras eran políticas y no se les llamaba culturales, porque la cultura era universal y humana. Como los ideales. Como la libertad sexual, como el alcohol y la poesía.

Pero ya no lo son. Ahora te vas al manicomio: donde encierran a las mujeres que siguen creyendo, locas ellas, en los valores de una época pasada. Apagar una cinta con cánticos del Corán se ha convertido en un magnicidio psicológico. Adiós, ingrato Beirut, embebida de sangre y de devoción. Siempre nos quedará París.

Homenaje a una época, en el que la cultura era universal como la libertad sexual, el alcohol o la poesía

El día que Nina Simone dejó de cantar es una obra colectiva de la actriz libanesa Darina Joundi (Beirut 1968) y el escritor argelino Mohamed Kacimi (El Hamel, 1955), Kacimi, novelista afincado en Francia desde 1982, relata la juventud y adolescencia de Darina, también residente en Francia, en primera persona, prestando su pluma a los recuerdos de la actriz. Se basa en un monólogo teatral del mismo nombre, que Joundi representa desde 2007.

De hecho, la herencia teatral es obvia en el libro: la fuerte utilización de la primera persona, la sucesión de secuencias de enorme fuerza narrativa, encadenadas por apenas unas líneas de contexto general, las tintas cargadas en el significado de las escenas, no en su correcto orden cronológico. Una lectura de torrente, imparable. Dura, sí, sin nostalgia por Beirut, sin amor ya: en eso se diferencia del ―igualmente maravilloso― Beirut I love you de Zena Khalil, tan similar en el fondo.

Pero si Zena Khalil, siguiendo la estela de muchos autores libaneses, nunca aclara a cuál de las 17 confesiones reconocidas pertenecen sus personajes, Darina Joundi nos revela que ese silencio no es sólo inteligente sino obligado: las leyes de la televisión libanesa prohíben elegir nombres identificables con una ‘secta’ concreta. Eso sí, de todas las censuras, quizás sea la más defendible, visto lo visto.

Y ahora disculpen, pero les dejo. Me voy a poner un vaso de ginebra y ver si tengo a la Niña Simone entre mis discos. Están empezando a llamar a la oración desde el minarete. Aunque el soniquete de los muecínes de Estambul no llega a la altura de las campanas de Compostela, corroe igual.

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur