Entrevista

Günter Wallraff

«Me gusta contemplar la sociedad desde abajo del todo»

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos
Günter Wallraff (Estambul, 2010) | © Ilya U. Topper
Günter Wallraff (Estambul, 2010) | © Ilya U. Topper

Estambul | Diciembre 2010

Esta vez viene sin disfrazar.
Günter Wallraff da la cara ante decenas de cámaras, de espalda a una file de policías armados, ante los juzgados de Estambul. El periodista forma parte de una comisión alemana que observa el proceso contra Dogan Akhanli, un escritor turco-alemán encarcelado en Turquía por un asesinato supuestamente cometido en 1989.

La acusación se basa en declaraciones firmadas bajo tortura y desmentidas. “Los testigos están hoy aquí para aclarar la manipulación y no hay ninguna prueba en su contra. Akhanli es inocente. Basta con leer sus libros para darse cuenta. Os doy mi palabra: es pacifista como yo”, asegura Wallraff.

La palabra de Wallraff pesa porque detrás hay una velada amenaza: ya tiene en el bolsillo un billete para volver a Estambul a finales del mes… y “montar una acción”, si Akhanli no es liberado. Le basta con señalar “Grecia, 1974” para recordar cómo se encadenó a una farola en Atenas pidiendo democracia en plena dictadura de los coroneles. Fue condenado a 14 meses de cárcel.

¿Mejora el respeto a los derechos humanos en Turquía? 

Se han alcanzado ciertos estándares de los que no podrán volver a bajar tan pronto. En las cárceles ya no se tortura. Dogan Akhanli ha vivido condiciones normales en la cárcel. Y eso sí que era muy distinto hace unos cuantos años. Pero hay un pulso, una lucha entre facciones, y en la Justicia hay gente de la línea dura, que mantienen encarcelados a más de 40 periodistas. La libertad de expresión sigue sin garantizarse; basta con pedir que se utilice el idioma kurdo y ya uno corre riesgo de ir a chirona.

¿Está el país preparado para la Unión Europea?

Es importante que se ofrezca la opción real de entrar, eso sí, vinculada a estrictos criterios no sólo económicos, que pronto estarán cumplidos, sino de los derechos humanos, de las mujeres, de las minorías… Pero no hay que cerrarle la puerta a Turquía, porque eso refuerza a quienes quieren darle la espalda a Europa.

¿Cree que el país se islamiza?

Sí. Hay una lenta islamización, se hace limpiezas en diversas instituciones, se cambian profesores laicistas por musulmanes o incluso islamistas.

El islam es uno de los grandes desafíos de Wallraff. Se sitúa del lado de los inmigrantes musulmanes ―turcos, iraníes…― en Alemania pero defiende a sus disidentes. Acogió en su casa al escritor Salman Rushdie, cuando sobre éste pesaba la fetua del ayatolá Jomeini. Eran tiempos tensos y el gobierno alemán le puso protección de los servicios secretos. En 2007 apareció como “enemigo del islam” en una web que se atribuye a Al Qaeda.La causa: su propuesta de leer los Versos Satánicos de Rushdie en una mezquita turca de Colonia cuyos dirigentes querían contar con el apoyo de Wallraff.

¿Qué fue de aquel intento de integrar el islam en una sociedad democrática?

Fracasó completamente. Hace poco intenté que las comunidades musulmanas en Alemania firmasen una iniciativa de solidaridad con Ashtiani, la iraní amenazada con la lapidación. Ninguna se vio capaz de firmar este consenso mínimo en materia de derechos humanos. Esto es espantoso.

Pero si en Turquía nadie defendería o justificaría la lapidación…

Eso es lo que pensaríamos, sí. Pero se trata de ‘no inmiscuirse en un proceso en curso’, como si se tratase de una cuestión de un estado de derecho. En la Ditib, la coordinadora de las comunidades musulmanas turcas, que depende de Ankara, hablaron de ‘problemas de votación’, como si en otros momentos practicasen la democracia. Me sigue espantando pero ya no me sorprende. Ahora, en la Ditib mandan los de la línea dura, y otros que es esfuerzan por la integración están siendo marginados.

¿Son los dirigentes religiosos en la diáspora más fundamentalistas que la media de los musulmanes turcos?

Sí, se puede observar que en la diáspora domina a menudo una línea más dura. Pero se debe también a la posición de rechazo de la sociedad alemana. Hay un ambiente general ahora, provocado por el libro de [Thilo] Sarrazin, que habla con desprecio de grupos enteros de población y los coloca bajo sospecha general. En Alemania siempre había un 24 % que tenía reservas contra de la inmigración, eso es muchísimo, y desde este libro es casi el 50%.

Wallraff tiene que saberlo: acaba de recorrer Alemania caracterizado como refugiado somalí, junto a un equipo con cámara oculta. Nadie se dio cuenta, aunque confiesa que tardó tiempo en encontrar a un maquilladora con una técnica apta para cambiar de piel. Pero un negro sigue siendo un negro: no se le mira. El filme resultante se estrenará en televisión en enero.

El periodista lleva años regresando a “abajo del todo”, título original del libro ‘Cabeza de turco’. Entonces, disfrazado del turco Alí, investigaba la explotación de los obreros inmigrantes. El año pasado retomó uno de sus primeros personajes: la del vagabundo. Como en 1964, pero ahora con 67 años, Wallraff volvió a dormir al raso, bajo puentes y en albergues durante los días de Navidad.

Hoy, ‘abajo del todo’ ya no están sólo los inmigrantes. El periodista fue panadero y teleoperador de marketing agresivo, siempre entre alemanes al borde del paro de larga duración. Cada vez causó oleaje: la fábrica de pan en la que trabajó fue cerrada después de que el periodista denunciara las condiciones laborales.El resultado de estos años es el libro Con los perdedores del mejor de los mundos (Anagrama, 2010).

¿Ha cambiado el panorama de los de ‘abajo del todo’ desde los ochenta?

La pobreza se ha ampliado, ha ido erosionando el centro. En las clases medias ya hay miedo… De ahí la xenofobia: en una sociedad con actitud de súbditos, uno se inclina y pisotea lo que hay abajo y necesita cabezas de turco para desviar la atención de las causas reales.

¿Por qué siempre regresa hacia ‘abajo’?

Me gusta contemplar la sociedad desde esta perspectiva. Y he encontrado más ternura y simpatía entre los ‘sin techo’ que en las esferas altas de la sociedad. Hace tiempo que no vivimos sólo en una sociedad de clases sino en una sociedad de castas. Existen los parias, los intocables: los parados de larga duración, hijos de familias inmigrantes, rechazados por el nombre que llevan. Y los de arriba miran con condescendencia a este así llamado ‘submundo’, pero ellos mismo viven en una sociedad paralela, casándose entre ellos, con sus propios clubs, sus códigos… Pienso explorar próximamente estos círculos.

¿Su método de trabajo sigue siendo válido?

Sí. Tengo sucesores. En Francia está Florence Aubernat, una periodista legendaria que ha explorado Francia como señora de la limpieza. Su libro es un bestseller. En Italia, Fabrizio Gatti estuvo en los hospitales como solicitante de asilo. Hay colegas en  Ghana, China… En Suecia, cada dos o tres meses alguien ‘wallraffea’. En España no me suena ninguno.

¿Faltan buenos maquilladores?

Si no eres conocido, no necesitas maquillaje. Pero hay que hacer las cosas bien, es cansino, cuesta tiempo… dinero no tanto, yo vivía de los salarios de las empresas que investigaba. Pero está el riesgo de un proceso judicial. Y a un periodista normalmente no se le ofrece este tiempo.

¿Qué efecto tendrá Wikileaks?

Ahora se tiene más respeto a la diplomacia americana que antes, porque lo que dicen de los políticos alemanes es de un maldito realismo; se desearía que nuestros medios de comunicación lo dijeran alguna vez de esta forma tan poco diplomática. Por otra parte me parece que finalmente acabará reforzando Irán, porque éste ahora puede sacar conclusiones y presionar a quienes hayan tenido cierta actitud.

¿Aplaude la filtración?

¿No se habrán puesto en peligro personas al sacarlo todo así, sin filtrar? Eso sí me supone un problema. Pero la manera cómo ahora le cazan [a Julian Assange] mediante la ‘violencia sexual’, eso me parece lo más vergonzoso de todo. Sobre todo cuando una de las mujeres incluso había anunciado antes en internet cómo vengarse de amantes infieles. Me parece que a este hombre habría que darle asilo, tendría que existir un país que le protegiera.

Pero tampoco es tan secreto lo que sale en Wikileaks…

Desde luego no son los archivos de la CIA: ésos darían una imagen muy distinta. Mucho se basa en cotilleos y los medios han inflado el asunto para aumentar tirada. Tampoco ha dañado las relaciones entre diplomáticas: los políticos saben perfectamente lo que piensan de ellos; basta con mirarse al espejo.

En las distancias cortas, Wallraff transmite la sensación de hablar de tú a tú, de compartir sus dudas, de querer conocer la opinión del otro. Alguien con quien irse a tomar cañas para charlar y arreglar el mundo. Pero no hay tiempo: más de una entrevista se hace en un taxi camino de una conferencia. Wallraff siempre corre de un lado a otro, ya bajo uno de sus disfraces, ya como experto o activista invitado. Excepto cuando toma el vuelo a Canarias.

“Un lugar de retirada”. Así define la casa que posee en Lanzarote. “La sensación de poder cerrar la puerta, hacerme invisible, dejar atrás todo. Eso me da fuerza y tranquilidad”. Allí puede dedicarse a sus grandes pasiones privadas, el maratón, el ajedrez y desde luego el ping-pong, del que se confiesa adicto severo, capaz de jugar hasta la extenuación.

Pero sobre todo es el kayak el que le devolvió la vida tras algunas operaciones a finales de los noventa que casi le dejaron en silla de ruedas.Cruzar por el archipiélago es una forma de desconectar del todo. “Y si sucede que los delfines me hacen acompañarles es la mayor sensación de felicidad que existe”, resume.

Felicidad. Wallraff se confiesa “por tercera vez felizmente casado” y cree que el secreto está en no compartir vivienda. “Estamos dos o tres meses al año juntos cuando las niñas tienen vacaciones ―tengo cinco hijas fantásticas de tres matrimonios― y el resto del tiempo hablamos por teléfono, compartimos vida mentalmente”, detalla, antes de aclarar que “debería vivir en celibato, pero esto ni lo consiguen quienes toman los votos, como sabemos, y tampoco está mal: forma parte de la naturaleza humana”.

Hay más motivos para separar familia y vida laboral: “Mi trabajo es agotador y me expone a amenazas que no se le pueden imponer a una familia. Además vivo en un constante caos productivo que haría sufrir a quien viva conmigo”, confiesa. La familia está dispersa: una de sus hijas, Elena, hace sus prácticas en una galería de arte de Barcelona.

Wallraff va trasladando poco a poco su centro de vida de Colonia a Canarias. Está a punto de comprar una cueva volcánica que acondicionará “como lo hizo César Manrique, pero a escala reducida”. Planifica trasladar allí su colección  de minerales, “porque es en Lanzarote donde empezó mi adicción a las piedras”. Posee piezas del neolítico, pero la mayor parte son inverosímiles “esculturas naturales” recogidas en todas partes del planeta. “Los geólogos me mandan hablar con los arqueólogos y viceversa” asegura Wallraff. “Son caprichos de la Creación ante los que los escultores se quedan empequeñecidos o se pueden inspirar. Pero es mejor no enseñárselos a quienes ven la mano de los extraterrestres en todo…” bromea.

El autor quiere “seguir la senda de Manrique, un hombre que ha vuelto a crear la isla al impedir que el turismo salvaje la destruyera” y piensa en una fundación que podría gestionar la cueva y la colección. ¿Para que sea pública? “Quizás en un primer momento no; tampoco voy a vivir ya tanto tiempo; pero más tarde sí”.

Termina la entrevista, con Wallraff ya pasando los controles del aeropuerto, donde le saluda uno de los empleados con su nombre. Al autor de ‘Cabeza de turco’ le gusta. Promete usar el billete de vuelta “pero no para ir a la cárcel ―a Dogan Akhanli le acaban de poner en libertad provisional― sino “para disfrutar de esta maravillosa ciudad que es Estambul. Estoy aliviado, estoy feliz, a ver cuánto me dura”.