Opinión

Antorcha brillante

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Antorcha brillante” suena como el nombre de un jefe indio (¿o debería decir un nativo americano?). En hebreo es el significado literal del nombre de nuestra última sensación política: Ya’ir Lapid.

Esta semana anunció su intención de meterse en política y establecer un nuevo partido político.

No fue precisamente una sorpresa. Durante meses todo el mundo especulaba con esto. Lapid ha dejado caer más de una vez su intención, dando la impresión de que la llevaría a cabo sólo cuando se acercaran las elecciones.  Eso estaba bien pensado, ya que era el presentador más popular en las noticias del canal más vistos de la televisión. ¿Por qué dejar un puesto que te da una exposición pública única (y paga un atractivo salario, además)?

Lapid, el presentador de TV más popular, ya había mostrado su intención de meterse en política

Ahora le han dicho sus patronos, seguramente bajo presión política, que elija: o la televisión o la política.

Hace unos 2061 años, Julio César cruzó el río Rubicón para emprender una marcha hacia Roma, exclamando “iacta alea est” – la suerte está echada―. Lapid no es César y no habla latín, pero el sentimiento podría haber sido el mismo.

Un día después, otra personalidad muy conocida, Noam Shalit, lanzó un segundo dado al tablero. El padre de Gilad, el soldado capturado al que cambiaron por 1027 prisioneros palestinos, ha anunciado que se presentará como candidato a la Knesset en las listas del partido laborista. Tras cinco años liderando la campaña, inmensamente popular, para la liberación de su hijo, ha decidido aprovechar en la política su paso del anonimato a la popularidad.

Una larga lista de ‘exes’ ―exgenerales, exjefes del Mossad, ex directores generales― están esperando su turno.

¿Qué significa eso? Significa que el olor de las elecciones está en el aire, aunque las elecciones teóricamente se deberán celebrar dentro de año y medio, y no hay signos de que Binyamin Netanyahu y sus compañeros de extrema derecha pretendan adelantarlas.

La atracción que supone un escaño en la Knesset es difícil de explicar. Muchos israelíes desprecian la Knesset, pero casi todos venderían a su abuela para convertirse en diputado.

Una larga lista de ‘exes’ ―exgenerales, exjefes del Mossad…― está esperando su turno

(Un chiste judío habla de un extranjero que llega al ‘shtetl’ y pregunta por cómo llegar a la casa del encargado de la sinagoga. “¿Qué? ¿Ese sinvergüenza?” exclama un hombre que pasa por allí. “Ese bastardo”; “Ese hijo de puta”, “ese miserable”, responden otros. Cuando finalmente encuentra al hombre, le pregunta por qué se aferra al cargo, y éste responde: “¡Por el honor!”)

Pero ésta no es la cuestión. La pregunta es: ¿por qué cree tanta gente que un nuevo partido tiene muchas oportunidades de conseguir escaños? ¿Por qué cree Ya’ir Lapid que un nuevo partido dirigido por él se convertirá en una facción mayor en la Knesset y quizá incluso le impulsará hasta el despacho del primer ministro?

Ahora existe un gran agujero negro en el sistema político israelí, un agujero tan grande que nadie puede evitar verlo.

En la derecha está la actual coalición del gobierno, que consiste en el Likud, el partido de Lieberman y varias facciones ultra-nacionalistas, pro-asentamientos y religiosas.

¿Qué hay en la izquierda y en el centro? Prácticamente nada.

El principal partido de oposición, Kadima, está hecho un desastre. Ha fallado miserablemente al intentar crear un papel propio. Tzipi Livni es incompetente, y parece que el único mérito de su rival de partido, un antiguo jefe de personal del ejército, es su origen oriental (nació en Irán). Las últimas encuestas dan a Kadima la mitad de los escaños que tiene ahora.

El partido laborista, que pareció crecer cuando Shelly Yachimovich fue elegida presidenta, ha descendido en las encuestas a donde estaba antes. Ni tampoco ha crecido el apoyo popular de Meretz. Lo mismo ocurre con las facciones comunistas y árabes que vegetan en los márgenes del sistema, si no afuera. Todos ellos juntos no podrían desbancar a la derecha.

El hueco es evidente. Está pidiendo a gritos una nueva fuerza que pueda llenar el vacío. No es de extrañar que los diversos mesías que están esperando oigan una voz interior que les dice que ha llegado su hora.

Con un puñado de frases populares, 3 famosos, 2 generales, 4 mujeres… va en buen camino

El problema es que ninguno de esos pretendientes viene con un mensaje. Aparecen en escena con una mentalidad de libro de cocina: Tome un puñado de frases populares, añada 3 personajes importantes, 2 generales, 4 mujeres, 1 ruso, y con la ayuda de un inteligente experto en relaciones públicas y dos “consejeros estratégicos” estará en buen camino.

Para Lapid, las tres frases populares ahora son: cojamos el dinero de los magnates irresponsables (¿Quiénes son? ¿Hay también magnates responsables?); cojamos el dinero de los departamentos del gobierno inflados (¿Cuáles? ¿Incluido el Ministerio de Defensa?); cojamos el dinero de los asentamientos alejados (¿Cómo de alejados? ¿Qué pasa con los demás asentamientos?).

Parece que no hay nadie por aquí que venga con una profunda convicción, un mensaje que “le arda en los huesos”, como se dice en hebreo. Shelly, del partido laborista tiene un serio mensaje social, pero se niega categóricamente a hablar de cualquier otra cosa, especialmente de esos temas tan desagradables como la paz y la ocupación. Kadima se limita a ser lo más difuso posible en todo. ¿Y Lapid?

Ah bueno, eso depende de las encuestas. Lapid es un prolífico escritor con muchos libros en su haber y una columna semanal en el muy popular diario Yediot Aharonot. Pero ni con un microscopio puede uno ver rastro de una respuesta seria a ninguna de las preguntas calientes nacionales o sociales del país.

Lapid no da una respuesta seria a ninguna de las preguntas del país

Eso puede ser inteligente. Si dices algo que está fuera del consenso, te creas enemigos. Cuanto menos digas, menos problemas. Esa es la obviedad básica política. Pero no es la materia de la que están hechos los grandes líderes.

Se ha dicho a menudo de Lapid que es el hombre que todas las madres judías querrían para sus hijas. Es alto, muy atractivo, no aparenta los 49 años que tiene, y posee cualidades de estrella de cine. También tiene un padre famoso.

“Tommy” Lapid fue un superviviente del holocausto. Nació en el enclave de habla húngara de la antigua Yugoslavia y pasó la Segunda Guerra Mundial en el Budapest de Adolf Eichmann. Se convirtió en un escritor de folletines (aunque con menor éxito que su colega húngaro Ephraim Kishon), pero se hizo un hueco como panelista de televisión que introdujo un estilo completamente nuevo de agresividad, llamada por algunos vulgaridad. Ejemplo: cuando una mujer afectada por la pobreza se queja de su lamentable condición, le lanzó a la cara: “Entonces ¿cómo pagaste al peluquero?”.

Lapid padre tenía doble personalidad: en las relaciones personales era de trato fácil, incluso encantador. Pero su persona pública era beligerante y desagradable.

Así era su mensaje político. Era famoso por la intensidad de su odio a los judíos ortodoxos. También era un ultranacionalista rabioso, que incluso defendió a Slobodan Milosevic. Pero en asuntos nacionales era un auténtico liberal.

Casi por accidente llegó a ser el líder de un partido moribundo y lo llevó a un triunfo increíble en las elecciones, haciéndose con 15 escaños en la Knesset y convirtiéndose en un buen ministro de Justicia. Después, el partido se redujo de nuevo tan rápido como había crecido.

Todo esto nos dice poco de Lapid junior. ¿Qué clase de programa político representará, una vez que se vea obligado a dar respuestas? A diferencia de la agresividad de su padre, predica conciliación, unión, moderación. Se posiciona en el centro exacto y se agarra al consenso más amplio posible. Parece que sus oportunidades son excelentes.

Sin embargo, desde ahora hasta las elecciones, cuando quiera que sean, puede pasar mucho tiempo. Israel es un país cruel y la popularidad puede desvanecerse rápidamente. La primera prueba política de Lapid será si puede mantener el interés del público durante mucho tiempo sin su púlpito en la televisión.

Creo que su entrada en la escena política es algo bueno. Nuestro sistema político necesita urgentemente sangre nueva. Y no puedo ponerme muy bien de parte de los que dicen que los periodistas no deberían meterse en política

¿Cuáles son sus oportunidades? Imposible de predecir. Dependerá de muchos factores: ¿cuándo serán las elecciones?, ¿qué ocurrirá antes?, ¿habrá una guerra? (Lapid no era un soldado de combate, un gran fallo a los ojos de muchos israelíes.) Y lo primero de todo: ¿quién más se unirá a la lucha mientras tanto?

Espero que emerja una nueva fuerza de centro-izquierda con un mensaje claro

Espero fervientemente que emerja un tipo diferente de nueva fuerza política, un partido de centro-izquierda con un mensaje claro e inclusivo: la reforma social, la reducción de la distancia entre ricos y pobres, la solución de los Dos Estados, la paz con los palestinos y el final de la ocupación, la igualdad entre todos los ciudadanos (independientemente del sexo, raza, origen étnico y creencias, la total separación entre Estado y religión, salvaguardar los derechos humanos con unos tribunales fuertes e independientes (todo esto consagrado en una constitución escrita revestida de acero.)

Para esto se necesitan líderes con mucho arrojo, dispuestos a luchar por sus convicciones.

A lo mejor Lapid, al final, reúne las condiciones, al menos en parte. A lo mejor incluso atrae votos de miembros del Likud que estén disgustados por el giro neofascista que han dado algunos líderes de su partido (suficientes votos para afectar al equilibrio en la Knesset y poner punto y final al frenesí ultraderechista).

En los próximos meses se verá si la antorcha brillante sigue alumbrando, y qué exactamente alumbrará.