Entrevista

Rafael Argullol

«La situación actual va a reforzar las fronteras»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 15 minutos
Rafael Argullol (Sevilla, 2011) |  ©   Jonathan Palanco
Rafael Argullol (Sevilla, 2011) | © Jonathan Palanco

Desde que debutara como novelista hace 30 años con una metáfora del mundo mediterráneo, Lampedusa, este escritor y profesor de Estética ha desarrollado una amplia obra que comprende todos los géneros, de la poesía al blog, y ha tocado las más diversas materias, desde el sentido del arte a la guerra de Iraq.

Aunque afirma que España es un país en el que no se lee, su último libro, Visión desde el fondo del mar (Acantilado) lleva tres ediciones vendidas en tres meses sin perjuicio de las respetables 1.200 páginas que lo componen. “Es un itinerario a través de la experiencia. Un relato complejo que integra todos los ritmos literarios, pero que se puede leer como una novela del siglo XXI que tiene algo de cuántico: con mucha frecuencia, el espacio se convierte en tiempo y el tiempo en espacio. Y es también un autorretrato nada ensimismado, porque la búsqueda de uno mismo se da a través de los otros”.

En esta ocasión, sin embargo, proponemos a Argullol (Barcelona, 1949) que se preste a analizar someramente nuestro momento actual, recordando títulos suyos como El cansancio de Occidente —en colaboración con Eugenio Trías— o Transeuropa.

¿Esta crisis nos ha abierto los ojos a un nuevo totalitarismo? ¿Estamos sometidos a un poder global al que no hemos votado?
En cierto modo sí, hay que tener en cuenta un fenómeno interesante: cuando cae el Muro de Berlín, da la impresión de que se ha producido la victoria de un bando sobre otro, del capitalismo sobre el comunismo. Pero lo que hemos advertido en los últimos 20 años es que el capitalismo de raíz tradicional ha sido vampirizado por una nueva situación, donde lo que priva es el capitalismo de ruleta, de casino, de pura especulación. Los poderes económicos ya no se rigen por la lejana ética burguesa protestante, como era antes. Nos encontramos en una extraña, pero no nueva situación, regida por la Ley de la selva.

…que barre o arincona los viejos principios originales del liberalismo: libertad, igualdad, fraternidad.
No hay que olvidar que en el siglo XX acaban desastrosamente las utopías ilustradas. Otro factor importante es la introducción de esta globalización tecnológica, que expande el modelo de consumo como religión universal; y, vinculado con eso, la progresiva entrada en crisis del modelo ilustrado humanista europeo. Esto último pesa muchísimo, porque toda esa tradición está al margen, vencida por una extraña mezcla de fuerzas: por un lado, la nueva comunicación, la tecnología, y todo ello sometido a esta presión salvaje de la oferta y la demanda. Y por qué no decirlo, a una gran explosión demográfica, que zoológicamente es difícil de mantener.

¿Qué sentido tienen en este escenario las fronteras, aparte de servir para que muera gente intentando cruzarlas?
Exacto, las fronteras tienen sentido mientras determinen un claro cambio de territorio, como son esas en las que se muere tratando de cruzar al otro lado. Las interiores de Europa, por ejemplo, han ido desapareciendo. Pero sin embargo esta especie de lucha del hormiguero por la vida, no tengo ninguna duda de que va a incrementar el sentido de las fronteras en una vertiente distinta. Ni están desapareciendo, ni van a desaparecer. Es más, nos encontraremos con espectaculares fronteras físicas, como las que hay al Sur de Estados Unidos, que van a diferenciar un mundo de otro con gran claridad.

Serán aún más un filtro por el que circule el dinero, pero no las personas…
El dinero circula tranquilamente a través de los ordenadores y los nuevos sistemas. El dinero como tal ha desaparecido, no creo que los grandes poderosos del mundo lleven jamás una moneda encima. Las fronteras sólo son impermeables a los cuerpos, de eso se trata.

Cuando cayó el muro de Berlín, dijo usted que “Occidente, sin muros, deja de tener sentido”. ¿Volvería a formular esa frase hoy?
Lo que ha sucedido desde entonces es que se han confrontado dos posibles desarrollos del mundo: el choque de civilizaciones y la alianza de civilizaciones. Ninguno de los dos modelos se ha afianzado claramente, pero de un tiempo a esta parte asistimos a un gran movimiento de desconfianza en el interior de Europa. Creo que Europa ha sido razonablemente permeable a la inmigración en los últimos 20 años, pero en estos momentos hay un enorme movimiento de miedo, que se está concretando en la llegada al poder de partidos de derecha en toda Europa, y que puede llevar a reforzar esos muros de Occidente de los que hablaba hace veinte años. Dicho de otra manera: es posible que “los años felices”, entre comillas, de la inmigración hayan pasado. Además, desde el 11 de septiembre de 2001 se ha incrementado el miedo al otro en dos grandes derivaciones: miedo al islam y miedo al peligro chino. Ambos miedos tienen sus indicios razonables: el fundamentalismo islámico ha demostrado fehacientemente en estos 20 años que podía ser muy peligroso, y el modelo chino está mostrando una alianza sin precedentes de capitalismo salvaje y fundamentalismo político, muy turbador.

Sin embargo, siempre hemos recibido una imagen del chino cargada de valores positivos (trabajador, austero, culto, espiritual), mientras que del musulmán más bien nos ha llegado todo lo contrario: machismo, fanatismo, incultura…
Ya que estamos en Andalucía, es evidente que la confrontación del islam con la Europa de raíz cristiana es milenaria. China, en cambio, ha sido vista a través de tres movimientos primero, como algo exótico; luego, como una otredad peligrosa y miserable; y ahora es el acreedor de todos nosotros. Y esto es lo que induce a la sensación de mayor peligro: el que deja el dinero, el usurero mayor del planeta, es China. Y todos estamos endeudados con ella. No hay figura más móvil y compleja, incluso literariamente, es el que tiene deudas y lleva un tren de vida superior al acreedor. Es nuestro caso: nos escandalizamos de que China quiera llevar nuestro tren de vida, pero es China quien tiene nuestro dinero.

En El cansancio de Occidente, Trías y usted se anticipaban a bastantes cosas que han sucedido en las dos últimas décadas. Me pregunto incluso si les ha sorprendido algo.
Si hiciéramos una lista de cosas que ahora se consideran imprescindibles y que hace menos de veinte años no existían, nos quedaríamos aterrados. Internet, el teléfono móvil, las redes sociales no existían. Elementos increíbles que han cambiado el modo de actuar de la gente. Y el 11 de septiembre no se había producido aún… Sin embargo, esa conversación sí advertía de la importancia de una guerra, la primera del Golfo, que también era la primera del siglo XXI. Hace un tiempo me entretuve en leer a Huxley y a Orwell, y ver qué cosas verdaderamente intuyeron y qué cosas han sido distintas al mundo que imaginaron. El gran ojo de Orwell, por ejemplo, es hoy infinitamente más complejo y poderoso de lo que él hubiera podido imaginar. En todo caso, creo que mi libro más profético fue La razón del mal, del año 1992, en el que planteaba un proceso de idiotización general a través de un hechizo colectivo, una pérdida colectiva del alma, que ya se insinuaba que vendría por los nuevos medios.

¿Internet nos ha liberado de la tiranía de la televisión, o nos expone a nuevos peligros?
Internet y todo su mundo es obviamente un arma de doble filo. Por un lado, es un suministrador de información impresionante, y como ha demostrado el caso Wikileaks es un instrumento que puede subvertir las normas de poder y sumisión tradicionales. Pero, por otro lado, ya Heráclito decía que no la mucha información procura el conocimiento. El lado oscuro de internet es una avalancha de datos que se está legando a generaciones cada vez más alejadas de los criterios y jerarquías intelectuales, que permiten configurar una interpretación y una opinión. Eso es educar en el igualitarismo por abajo, en el hecho de que la Capilla Sixtina y cualquier mamarrachada valen lo mismo. Internet es un arma de Renacimiento y un arma de edad oscura, al mismo tiempo.

También le oí hablar hace mucho sobre la conveniencia de que España actuara como interlocutor entre Europa y el Mediterráneo Sur, pero esa expectativa no parece haberse cumplido del todo.
Creo que España puede ser considerada la gran decepción de estos últimos 15 o 20 años. En los años 80 y primerísimos 90, parecía que por fin daba un salto que lo igualaba intelectualmente a Europa, y subsanaba sus dos grandes hándicaps históricos, la ausencia de Renacimiento e Ilustración. Hubo un gran movimiento esperanzador, con intelectuales, pensadores, que parecían tomar cierto movimiento homologable. Pero a partir de un momento determinado, coincidiendo con el nuevo riquismo militante que se instala en España, se deshace toda esta idea. Y vuelven a salir todos los demonios localistas, aldeanos, populistas, de la España castiza, de los nacionalismos unos contra otros… Basta ver los periódicos: en los 80, los artículos de opinión eran válidos, en su mayoría, más allá de los Pirineos. En los últimos 15 años, el 90 por ciento se aplican sólo a un escenario local. Se ha vuelto a un ensimismamiento intelectual de España, un país que nunca produce ideas locales, sino que continuamente se está mirando el ombligo.

¿Y qué pierde Europa en el momento en que prescinde esa orilla del Mediterráneo, cuando entiende –por usar una imagen suya- el mar como un muro?
La mediterránea es la cultura fundadora de lo que llamamos civilización europea. Cuando después del Renacimiento el eje de gravedad pasa del Sur al Norte, se produce toda la revolución moderna, pero siempre queda el anclaje y el matiz del Sur: el contrapunto mediterráneo evitaba el descarnamiento genuino de la tradición nórdica. El problema de España es que hasta ahora ha sido un país pobre rozando la miseria, y en los 90 le hicieron creer que era una potencia económica mundial. Pero las bibliotecas privadas no se incrementan al ritmo del parque de los coches de lujo. Por eso es un país de ignorantes. Lo que marca la altura intelectual de un pueblo es la capacidad de leer; a las otras formas de cultura, el cine, la imagen, asistes pasivamente. Leer es una actividad activa y solitaria, y todo lo que esté vinculado a opciones tomadas en soledad, para el español no es lo suyo.

Se habla de dinero más que nunca, y cada vez menos de ideas y sensibilidades. ¿Podemos hablar atrofia espiritual o el baudelairiano “embotamiento de la sensibilidad”?     
Hay que pensar que, por un lado, el fracaso de las utopías románticas deja a la opinión pública muy escarentada, y la quiebra del modelo ético protestante burgués hace que la justificación del capitalismo desaparezca. Entramos en un mundo en el que el dinero, el pragmatismo y el utilitarismo, elementos propios de la Ley de la Selva. Ahora encontramos generaciones jóvenes que tienen tanto miedo –en la selva siempre se tiene miedo– que se olvida del poder de las ideas, y para ello es imprescindible tener trabajo y asegurarse determinadas cosas. El capitalismo salvaje ha logrado crear un mundo en el que parece innecesario tener ideas. Lo cual no quiere decir que un brusco movimiento pendular no produzca una generación que se rebele contra eso. Pero de momento, es el paisaje que encontramos.

¿Están las religiones usurpando ese terreno espiritual abandonado?
Por lo que veo, la única religión en pleno avance es hoy el islam, con un papel muy agresivo en Asia y en África. El cristianismo está en claro retroceso. Y dentro del cristianismo, el catolicismo está en retroceso frente a determinadas sectas visionarias protestantes, que cada vez tienen más poder en Latinoamérica. Si el islam es la única en posición militante de avance, es porque es la única que mantiene viva una fibra mística. He visto en mezquitas chiíes de Irán y de Siria lo que uno puede imaginar que era el cristianismo en los buenos tiempos místicos. Por eso puede producir suicidas, gente que cree en el Paraíso… Algo que el cristianismo actual no puede ni soñar. Luego está el budismo, casi una no religión; está la religión estatal china, que conecta un poco con el estado confuciano… Pero en Europa tenemos las iglesias vacías. El papel de la religión lo tienen por un lado el propio dinero y los espectáculos, ya sean domésticos, tipo videojuegos, o el espectáculo de masas por excelencia, que es el deporte.

Se olvida del judaísmo, que mantiene bastante protagonismo…
Pero el judaísmo no se expande, es una religión enquistada a través de una exquisitez y una capacidad de composición enorme, por su ilustración, por su cultura. Pero el judaísmo nunca busca el proselitismo. Busca autoperpetuarse, y ahí es donde tiene su gran fuerza, con Israel o sin Israel. De todos modos, los propios judíos neoyorquinos están bastante alarmados con su pérdida de poder en el Estados Unidos de hoy, bastante distinto al de hace un siglo. Ha dejado de ser una Europa trasatlántica para pobres y se ha convertido en una sociedad multirracial, en la que el peso de los hispanos, de los negros, los orientales es cada vez mayor. Estados Unidos ya no se reconoce en el padre mayor que era Europa, como antes hacía a través de sus universidades. Ahora no sabe bien por dónde tirar. Obama sabe qué es el Partenón o la galería de los Uffizi porque es un hombre medianamente culto, pero no lo siente como algo nostálgicamente suyo, como lo sentían los padres fundadores de la patria o lo sentía Kennedy.

¿Y que Europa haya sido más una asociación sustentada en la economía que en la cultura común, no es una debilidad de la Unión Europea?
Ahí ha habido un gran error de la izquierda, que tuvo en sus manos la mayor parte del tramo de construcción de la UE. Hubo miedo y prejuicios que se concretaron muy bien en el momento de  la Constitución Europea. Entonces escribí que era partidario de meter la tradición cristiana en la Constitución, pero acompañada de la tradición grecorromana, judía, las tradiciones revolucionarias e ilustradas, una constitución donde Europa enseñara sus raíces. Pero la izquierda siempre ha tenido miedo a recurrir al pasado, ha creado un iceberg sin montaña sumergida debajo, condenada a disolverse. Los europeos han tenido una construcción economicista, pero no se ha reforzado lo mejor de Europa: la región del mundo que más ha desarrollado el sentido de la crítica y la autocrítica.

La pregunta de… Juan Carlos Marset

Puesto que siempre te ha preocupado el destino de Europa, ¿qué papel crees que puede jugar en el actual marco, con las nuevas tensiones que estamos viviendo?

Los diarios hablan de necesidad de contentar a los mercados y a las agencias de calificación, y vete a saber a qué se refieren. Pero si se tiene esta sumisión hacia algo en el fondo desconocido, es porque estos tienen un poder que los periodistas ni siquiera son capaces de analizar. Lo que está claro es que, entre las manifestaciones de este poder, no interesa que haya una moneda europea fuerte, lo que interesa es la debilidad: para que los mercados sean fuertes, los países deben ser débiles.

Tampoco entiendo es cómo nuestros diarios no distinguen la calidad de las sociedades según los mercados, y la calidad segín la ciudadanía. Pero claro, lo que conviene al capitalismo actual es lo que se personifica en este extraño personaje que es Soros, al que califiqué de filantropófago: de día hace de filántropo y de noche hunde monedas de países enteros. Cuanto más débiles sean las estructuras de aquello que es visible al ciudadano, los mercados se sentirán más cómodos. Por eso el euro incomoda, como probablemente también el dólar. Les incomoda todo lo que sea una alternativa a ellos.