Opinión

El mundo no es ningún Golem

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Israel es, como bien sabemos, la tierra de las imposibilidades ilimitadas.

En Israel, por ejemplo, los diplomáticos están en huelga.

¿Una huelga de diplomáticos? ¡Pero eso es imposible! Huelga de carteros. Huelga de estibadores. Pero ¿de diplomáticos? ¿los más conservadores? ¿la gente más asentada? ¿la gente que sirve a cualquier gobierno israelí, sea cual sea su carácter? ¿ésos que encuentran un modo de excusar todos sus actos, sean cuales sean?

Bueno, en Israel es posible. Todos los servicios de la oficina de Asuntos Exteriores han dejado de funcionar. No hay nuevos pasaportes para los ciudadanos que han perdido la documentación en Moscú, ni asistencia consular a los ciudadanos a los que han encarcelado en Nueva York. Ni preparativos para la visita de Binyamin Netanyahu a París.

Netanyahu no hace nada para poner fin a la huelga

Durante años, la gente de la oficina de Asuntos Exteriores ha sufrido unas condiciones de trabajo miserables. Sus salarios rozan lo ridículo. Así que se han puesto en huelga.

¿Ha enfurecido esto al primer ministro? ¿Está preocupado el ministro de Asuntos Exteriores? Ni lo más mínimo. Netanyahu no se sale de su camino para poner fin a la huelga y Avigdor Lieberman no hace absolutamente nada para convencer a sus empleados de que deben volver a sus escritorios. No les importa a ninguno de los dos. Al contrario, se les ve casi felices. Por lo que a ellos respecta, que sigan en huelga toda la vida.

Y tienen razón. Esta semana, todo el mundo se ha dado cuenta de cuánta razón tienen.

El presidente de la Federación Rusa, Dimitri Medvedev, tenía previsto visitar Israel. Pero antes fue a Jericó, que se considera la ciudad más antigua del mundo. Allí, en presencia del presidente Mahmud Abbas, declaró que Rusia había reconocido el Estado palestino desde hacía mucho tiempo, y que sigue reconociendo el derecho de los palestinos a un Estado propio, con capital en Jerusalén Este.

No exactamente. No fue Rusia la que reconoció Palestina, sino la Unión Soviética. Y el reconocimiento le fue conferido al Estado virtual declarado por Yasser Arafat en 1988. No es lo mismo que reconocer el Estado palestino ahora, cuando se está convirtiendo en una realidad.

Después de su visita a Jericó, Medvedev iba a venir a Jerusalén para fotografiarse junto a Binyamin Netanyahu y estrecharle la mano a Avigdor Lieberman. ¿Cómo reaccionaría Netanyahu a las declaraciones del presidente ruso en Jericó? ¿Cómo podría librarse de  este asunto sin humillarse a sí mismo ni ofender al país más grande del mundo?

Lieberman se jactaba de haber establecido relaciones íntimas con Rusia

Esta vergüenza se evitó gracias a las sanciones de los diplomáticos israelíes. Se negaron a preparar la visita y a organizar las reuniones. Medvedev se dio por vencido y los dos grandes estadistas, Netanyahu y Lieberman, pudieron respirar de nuevo.

En el fondo, Lieberman seguramente bendijo a la gente de su oficina, a la que odia. Ellos lo salvaron. ¿Qué podría decirle a Medvedev? Desde que entró en el ministerio de Asuntos Exteriores como el toro en la cristalería del cuento, se ha jactado de sus excelentes relaciones con Rusia. ¿Que los estadounidenses lo detestan? ¿Y qué? Estados Unidos es un imperio en declive. ¿Que los europeos no quieren reunirse con él? ¿Y qué? Total, ¿qué importan?

Pero Rusia es Rusia. Aquí tenemos un verdadero amigo. Lieberman admira a Vladimir Putin, ese gran demócrata que sabe cómo tratar con caraduras como los chechenos. Lieberman habla con él en su lengua materna. Se jactaba de haber establecido relaciones muy íntimas con Rusia. Y ahora le hacen esto. Qué vergüenza.

Pero la verdad es que Putin no es realmente su amigo. Yvette Liberman (su nombre real) tiene un solo amigo de verdad en el mundo: Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia, «el último dictador de Europa».

Cierto. Lieberman no nació en Bielorrusia sino en la República Socialista Soviética de Moldavia. Pero no hay duda de que Bielorrusia es su segunda patria. En su capital, Minsk, es donde pasa sus vacaciones. Allí decidió esconderse para intentar (y conseguir) chantajear a Netanyahu cuando «Bibi» le rogó que se uniera a la coalición de gobierno.

Lukashenko es su alma gemela. Es su modelo. De él aprendió a lidiar con las organizaciones de derechos humanos. La patente pertenece al presidente de Bielorrusia y sólo tiene licencia el líder de «Israel nuestra casa». Fue Lukashenko el que envió una advertencia oficial a los activistas por los derechos humanos de su país y les amenazó con severas sanciones si continuaban «falseando la información» sobre Bielorrusia.

Lieberman llamó «colaboradores del terrorismo» a los activistas por los derechos humanos

«El ministerio de Justicia ha emitido una advertencia por escrito», decía el texto, «al Comité de Helsinki bielorruso que se encarga de las violaciónes de la ley referente a las organizaciones cívicas y medios de comunicación así como de la difusión de información dudosa que desacredite a los organismos de aplicación de la ley y la justicia de la república.» La policía hizo una redada en los locales de las organizaciones por los derechos humanos y la KGB (sí, la vieja nomenclatura pervive aún en Bielorrusia) ha empezado a investigar.

En esto se inspiró Lieberman, cuando abrió su campaña contra la paz y los activistas por los derechos humanos en Israel, a quienes llamó esta semana «colaboradores del terrorismo». Yo no hablo lenguas eslavas pero estoy seguro de que eso suena más convincente en bielorruso que en hebreo.

Uno se puede reír (de momento) de la afirmación de Lieberman de que la paz y las organizaciones por los derechos humanos provocan la deslegitimación del Estado de Israel y especialmente la deslegitimación del ejército israelí.

Pero uno no puede reírse de la deslegitimación en sí. Cada vez más gobiernos van reconociendo el Estado de Palestina, dándole un buen sopapo al gobierno de Netanyahu, de paso.

Cuando el Consejo Nacional Palestino declaró, hace 22 años, la fundación del Estado palestino independiente, cerca de 110 países lo reconocieron. Todos ellos ascendieron a las delegaciones palestinas otorgándoles el rango de embajadas. El gobierno israelí no les hizo ni caso. En su opinión, aquélla era una declaración vacía y un reconocimiento sin sentido. No cambiaba la realidad sobre el terreno. A sus ojos, era más importante un nuevo asentamiento en Cisjordania que la opinión de un centenar de países. Como se dice en yiddish, Oilam Goilam: el mundo es un Golem (el monstruo patoso de la leyenda judía.).

A la delegación de la OLP en Washington se le permitió ondear la bandera palestina

Pero la nueva ola de reconocimiento de Palestina es un asunto completamente diferente. Cuando países importantes como Brasil, Argentina y Chile reconocen a Palestina y arrastran tras ellos a los demás países de América Latina, es significativo. Cuando Rusia reitera su reconocimiento, a través de sus oficiales de más alto rango y en suelo palestino, es un evento importante. Si alguien sigue apoyándose en la sólida roca estadounidense en la que estamos acostumbrados a apoyarnos, debería prestar atención a una pequeña noticia de esta semana: a la delegación permanente de la Organización para la Liberación de Palestina en Washington DC se le permitió hacer ondear la bandera palestina sobre su edificio; derecho que generalmente se reserva sólo a las embajadas.

Se está desarrollando un argumento interesante. Dos tercios de los países del mundo ya han reconocido el Estado de Palestina y la ola está cobrando impulso. Ya no son sólo los pequeños países del tercer mundo sino los actores principales del escenario mundial. Mahmud Abbas y Salam Fayad construyen discreta y persistentemente las instituciones del Estado palestino. Están invirtiendo mucho esfuerzo en desarrollo para la construcción de una nueva ciudad al norte de Ramalá, restringiendo los poderes de los servicios de seguridad y ganándose la simpatía y la atención de los gobiernos del mundo.

¿Y qué?, pregunta el israelí de a pie. Después de todo, los gentiles sólo demuestran una vez más que son todos unos antisemitas. ¿Cómo va a ser eso importante? Nosotros controlamos el territorio y ningún truco diplomático va a cambiar eso. Y mientras contemos con el apoyo ilimitado de Estados Unidos, nos importa un comino.

¿En serio? Durante muchos años pudimos confiar en los estadounidenses con los ojos cerrados. Todas las resoluciones «antiisraelíes» se encontraron con un firme veto estadounidense. ¿Pero sigue siendo esto así de seguro? Cuando todos los países importantes del mundo reconozcan el Estado de Palestina, ¿aguantará solo Estados Unidos eternamente?

Mientras los diplomáticos israelíes siguen en huelga, va cobrando impulso en el Consejo de Seguridad de la ONU una nueva iniciativa de condena de los asentamientos. El mundo entero está en contra de estos asentamientos, que son manifiestamente ilegales según el derecho internacional.  Incluso Estados Unidos ha exigido la congelación. ¿Puede vetar Estados Unidos una resolución que expresa su propia política sin convertirse en un hazmerreír? Y si es capaz de conseguirlo esta vez, ¿qué pasará la próxima, o la siguiente a ésa?

Los gobiernos árabes, siempre hablando a favor de la causa palestina, ahora tienen que replantearse las cosas

Y por mucho que el veto estadounidense aún controle al Consejo de Seguridad, no controla a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue la Asamblea General, y no el Consejo de Seguridad, la que resolvió en 1947 que se establecieran en Palestina, uno junto al otro, un Estado judío y otro árabe. Si la Asamblea decide ahora que ha llegado el momento de cumplir la segunda mitad de la resolución ─la creación de un Estado árabe en Palestina─ fortalecerá aún más el reconocimiento mundial de Palestina.

Los gobiernos árabes, que últimamente han ido de boquilla con la causa palestina y no han movido un dedo para ayudar en la creación del Estado, ahora tienen que replantearse las cosas.

En Túnez, el pueblo se levantó contra una dictadura que es igual que todas las demás dictaduras árabes: una pequeña élite corrupta, indiferente a los deseos del pueblo y que colabora encubierta o abiertamente con Israel.

Durante los 13 años de estancia de Yasser Arafat en Túnez, fui allí de visita muchas veces. Siempre supe que detrás de su atractiva fachada liberal había un duro y opresivo estado policial. Pero viendo a los hombres de Túnez caminar por las calles con una flor de jazmín sobre la oreja (se llama shmum) jamás habría imaginado que allí, de entre todos los lugares, estallaría la primera revuelta popular árabe.

Ahora ha sucedido. Y en Túnez. Es una llamada de atención a todos los países árabes, desde Marruecos a Omán, para dejarles ver que las dictaduras caerán, que se hará un esfuerzo para establecer regímenes democráticos liberales y, si eso no funciona, se harán cargo unos regímenes islámicos.

Eso se ve venir de lejos. El actual gobierno israelí nos está llevando hacia el desastre. Pero esta semana este gobierno se ha lucido aún más cuando Ehud Barak, un Napoleón de palo, ha abandonado finalmente toda pretensión de pertenecer a la izquierda socialdemócrata y ha creado un partido claramente de derechas, una especie de Likud II, que será socio leal de Netanyahu y de Lieberman.

Con estos líderes, ¿realmente necesita enemigos nuestro país?