Caza al subsahariano en Libia
Daniel Iriarte
Un libio nos enseña un video en su teléfono móvil: los cadáveres de decenas de mercenarios africanos maniatados y ejecutados. «Abid», dice, una palabra del árabe clásico que significa ‘esclavo negro’.
El racismo se ha desatado en Libia después de que Gadafi reclutase a miless de pistoleros en África Central y el Sahel para lanzarnos contra su propia población. La rabia que esta medida ha generado es tal que, en la batalla de Bengasi, muchos de aquellos mercenarios que fueron capturados por los rebeldes acabaron descuartizados.
En el cuartel de Shahad mantienen prisioneros a diecisiete de ellos. Algunos son niños soldado de Chad, de quince años. Según relatan, les ofrecieron un vuelo gratis a Libia, una pequeña cantidad de dinero y la promesa de emigrar a Europa después del encargo. Cuando empezaron los disparos, se asustaron y tiraron los fusiles.
Ese es el único motivo por el que siguen vivos. A los demás los ejecutaron de un tiro en la cabeza, según admiten los rebeldes que custodian a los supervivientes. El video que lo prueba, además, circula libremente entre los habitantes de las zonas bajo control rebelde.
En el camino hacia Bengazi encontramos un control de carretera en el que han arrestado a tres jóvenes negros, a los que mantienen arrodillados, con las manos en la cabeza «Viajaban sin pasaporte», afirma uno de los guardias del retén, para quien eso es una prueba irrefutable de su condición de mercenarios. Probablemente lo son, puesto que la historia que relatan es idéntica a la de los arrestados en Shahat.
Todos los subsaharianos son sospechosos de ser «murtaziqa», «mercenarios»
Uno de ellos es de Sudán, de Jartúm, sostiene cuando le preguntamos. Pero el guardia insiste en que son de Chad, «porque es de allí de donde vienen los “murtaziqin”, los mercenarios. Un comentario que no augura nada bueno para los tres jóvenes africanos, a los que los milicianos rebeldes introducen en un coche y se llevan lejos de las miradas de los periodistas. Por ello, muchos temen que la situación esté cobrándose víctimas inocentes entre los inmigrantes africanos en Libia, legales o ilegales.
En la cafetería de un hotel en Al Beida, en la carretera entre Tobruk y Bengazi, le pedimos un café a un camarero de raza negra. «Un momento», contesta, y desaparece para siempre. «Es que es sudanés, y tal vez tiene miedo de que le confundan con un mercenario», nos cuenta riéndose uno de los clientes, cuando comentamos el incidente.
«Un infierno para nosotros»
Se desconoce el número exacto de africanos subsaharianos en Libia, pero en todo caso alcanza varios cientos de miles de personas: se calcula que puede haber unos trescientos mil tan sólo de Chad, y unos cincuenta mil nigerianos. También hay inmigrantes de Sudán, Senegal, Malí, Mauritania y Ghana, puesto que las autoridades de Libia —un país oficialmente islámico, donde, por ejemplo, está totalmente prohibido el alcohol— han favorecido tradicionalmente la importación de trabajadores musulmanes.
Ahora, muchos optan por salir del país. En el puesto fronterizo de Al Sallum, ya en territorio egipcio, decenas de ellos se hacinan en los bancos y en el suelo a la espera de evacuación, todavía asustados por lo que han visto en Libia.
«Aquello se ha convertido en un infierno, se ha vuelto muy peligroso para nosotros. La gente está persiguiendo y matando a los africanos», dicen Daniel y Eric, dos ghaneses que trabajaban en la construcción en Bengasi. «Hemos estado escondiéndonos. Tenemos amigos libios que nos han estado ayudando, pero les ponemos en peligro quedándonos, así que hemos decidido intentar salir por Egipto», cuentan a M’Sur.
Quemas
Los relatos de otros inmigrantes son similares: campamentos de trabajadores quemados, y grupos de libios atacando a cualquier africano que se cruzase en su camino, al grito de: «¡Mercenarios, mercenarios!» Tener un pasaporte en regla no es una garantía de seguridad: muchos cuentan que los policías y funcionarios de aduanas les han robado durante la huida, especialmente los teléfonos móviles y dinero.
Libia ha sido en la última década una de las rutas tradicionales de la inmigración ilegal a Europa, especialmente a la isla italiana de Lampedusa. En estos años, cientos de miles de subsaharianos han cruzado en camión desde Agadez, en Níger, hasta Sabha, en el sur de Libia, un peligroso viaje de cuarenta días a través del desierto. Muchos de ellos se quedaban una temporada en Libia antes de intentar el viaje en patera, puesto que el país, rico en petróleo pero escaso de población, ofrecía salarios relativamente altos para trabajos no cualificados, especialmente en el sector de la construcción.
En agosto de 2008, el primer ministro Silvio Berlusconi firmó un tratado de cooperación entre Libia e Italia, por el que el régimen de Gadafi se comprometía a controlar el problema migratorio. No es de extrañar que, en uno de sus últimos discursos, Gadafi haya intentado agitar este fantasma, amenazando con «oleadas de africanos llegando a Europa».