Crítica

De la raíz al injerto

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

Saïd El Kadaoui

Radical(es)

Género: Ensayo
Editorial: Catedral
Año: 2020
Páginas: 286
Precio: 18 €
ISBN: 978-84-1667-392-6
Idioma original: español

Kadaoui Radicales

Estimado Saïd

perdona que solo me ponga ahora a escribirte. No recuerdo cómo tu libro llegó a mis manos, ni por qué se quedó invisible en la estantería donde acumulo lo aún no leído. Ni tampoco por qué no me había cruzado antes con tu nombre el la columna de un periódico o unas jornadas universitarias. Ni con tus novelas. Quedan pendientes. Y queda pendiente, espero, alguna copa contigo en Barcelona, Tánger o Estambul.

Radical(es) es un ensayo en el que aplicas las herramientas de tu oficio, el psicoanálisis, para explicar por qué tantos jóvenes marroquíes —o hijos de marroquíes— en España se entregan al islam fundamentalista e incluso al ideario yihadista (quien dice marroquíes en España dice argelinos en Francia, turcos en Holanda o paquistaníes en Londres: el fenómeno es el mismo, pero vamos a centrarnos en lo que tú y yo conocemos). La violencia física, pública, política, por supuesto es solo la parte más visible, o digamos la única parte que la sociedad europea quiere ver, porque todo lo demás, toda la ideología teocrática, patriarcal y misógina que subyace a esa violencia, la sociedad europea la acepta como expresión natural y correcta de «los musulmanes».

Escribes este ensayo en parte para españoles que se han convertido en peones del islamismo radical

Para que nos entiendan quienes lean esta carta voy a apuntar dos ejemplos de tu vida que cuentas en el libro. Que por cierto es muy de agradecer que tu ensayo, lejos de ser una fría reflexión sociológica, coja a manos llenas de la experiencia vivida, la tuya propia, para ilustrar lo que estás contando. Ya podrían otros ensayistas tomar ejemplo… A lo que íbamos. Estás en la discoteca de tu pueblo, Berga en Cataluña, donde llegaste con siete años, según leo (naciste en Nador, en 1975) y un colega, marroquí como tú, te dice que ha visto a tu hermana bailando con no sé quién y que harías bien en controlarla. Le tiras tu cerveza a la cara. Bien hecho. No soy amigo de las peleas de bar, pero ojalá más chicos reaccionaran así cuando alguien les intenta imponer el rol machista de guardián de la castidad de las mujeres de su casa. Que es una gran parte, quizás la parte esencial, del ideario islamista que se expande tanto hoy.

La segunda escena es de Nador, donde tú participas en unas jornadas en las que al final varios marroquíes del público cuestionan el discurso del ponente, un musulmán ortodoxo, y reivindican la libertad de rechazar el velo, provocando un interesante debate. Hasta que pide la palabra una profesora española de Granada y le recrimina al público: «Habéis arruinado nuestras jornadas, que pretendían ser tranquilas».

Porque para muchos españoles que se dedican a promover lo que llaman tolerancia o multiculturalidad, la sociedad europea debe aceptar «el islam» en la forma en la que lo presentan sus portavoces autorizados, es decir teólogos fundamentalistas, y debe facilitar que todos los corderitos del rebaño obedezcan las normas dictadas por el imam. Tranquilidad, sí, debate no. Muy poco falta para que alguna institución pública europea estampe su logotipo en los carteles que hace pocos años se veían por Tánger, y que rezaban: Sé un hombre. Tapa a tus mujeres.

La «identidad», entre comillas: es demasiado cómodo el uso que se hace hoy de ella, que haces tú también, Saïd

Creo, Saïd, que escribes este ensayo en gran parte para españoles como aquella profesora de Granada, que se han convertido en peones, casi digo sicarios, del islamismo radical que intenta aplastar a los marroquíes normales como tú, tanto a los que residen en España como los que viven en Marruecos. Pero por supuesto, también lo escribes para lectores a los que les hace todavía mucho más falta, que ya es decir: los propios inmigrantes, o hijos de inmigrantes, que acuden a tu consulta de psicólogo. Quizás la probabilidad de que se compren tu libro no sea tan alta, pero deberían. Son los protagonistas, pero también los destinatarios de tu análisis.

Pero déjame decirte, Saïd, que discrepo en parte de este análisis. Explicas la tendencia de tantos jóvenes marroquíes —o españoles con raíces magrebíes— en España a entregarse al islam radical con la profunda sensación de desarraigo que tienen en una tierra que no es suya. Mejor dicho, en una sociedad que no es la suya porque no los acepta como parte. Porque arroja sobre ellos una capa de estereotipos que ahogan a cualquiera, lo anulan como persona y lo convierten en una pieza de un mundo ajeno, una otredad, como decís los psicólogos, y no se trata solo de los clichés negativos: escuchar todos los días que los moros son todos unos putos violadores que encierran a sus mujeres es grave, pero no mucho mejor es oír que los marroquíes son todos hospitalarios, serviciales y que les encanta el té con menta.

Hasta allí estamos totalmente de acuerdo, y yo siempre he destacado este sentido de rechazo por parte de la sociedad europea como una de las circunstancias fundamentales que facilitan la adhesión de los jóvenes inmigrantes al islamismo. Rozas solo tangencialmente un aspecto de este rechazo que yo creo que merecería mucho mayor atención: la enorme dificultad de los hijos de inmigrantes para ligar, para estar en el mercado sexual, una vez que llegan a la adolescencia. O quizás, la sensación subjetiva de que ellos lo tienen más difícil (todos los chicos adolescentes lo tienen difícil) y que esto se debe al rechazo de las chicas «blancas» hacia los «moros». Haría falta la experiencia de un psicólogo como tú para contarnos si esa sensación tiene base real o es imaginada, pero no me cabe duda de que contribuye a la tendencia de buscar refugio en la «identidad» islámica.

La «identidad». Pongo la palabra entre comillas, porque me parece demasiado cómodo el uso que se hace hoy de ella —y que haces tú también, Saïd— , fingiendo que describe algo. Cuando no es más que un término para enmascarar determinadas categorías que una fuerza política o religiosa instila a los rebaños que quiere controlar. Sin un movimiento independentista catalán con fines cuantificables en escaños y presupuestos, no existiría una «identidad catalana», no más que una «identidad» zamoranoleonesa. Sin un movimiento islamista internacional con fines cuantificables en geopolítica, no existiría una «identidad musulmana», no más que una «identidad de creyentes en la magia negra» (que de todas formas tiene más adeptos en Marruecos que las leyes del Corán).

Lo que hoy llamamos islam, esa ideología a la que se adhieren tus pacientes, es una secta

Por eso, Saïd, creo que te equivocas cuando dedicas la mayor parte de tu análisis al desarraigo del hijo de inmigrantes. No es que no importe, sino que no es el elemento principal del problema que nos ocupa. Por una parte porque los rasgos fundamentales de ese problema también los estamos viendo —tú mismo lo cuentas— en el propio Marruecos. Y por otra porque los hijos de rumanos y chinos en España no reaccionan igual durante el mismo proceso de desarraigo. No han reaccionado con violencia religiosa los hijos de los muy numerosos contingentes de inmigrantes y exiliados arrojados a cualquier parte del mundo durante el agitado siglo XX. Y no es porque el islam sea distinta al resto de las religiones. No lo es. Sino porque lo que hoy llamamos islam —más correctamente islamismo o wahabismo— , esa ideología a la que se adhieren tus pacientes y que los impulsa a apartarse de la sociedad y a intentar que se aparten de ella sus familias, sus mujeres, sus hijas, es una secta. Una secta enormemente rica y poderosa que los capta, uno por uno, a través de internet y redes sociales en gran parte, pero principalemente a través de las mezquitas que ha ido edificando en toda Europa como nudos de su telaraña (eso también lo cuentas). Sin esa red y sus prédicas, a nadie se le ocurriría reemplazar su sensación de desarraigo, de soledad y de desamparo con el globo de aire explosivo llamado «identidad». Sin esa secta, tú aún tendrías pacientes a los que atender, porque la inmigración no es algo fácil, pero no tendríamos un problema social, y tu libro no se llamaría «Radical(es)».

No creo que estés en desacuerdo, Saïd, pero claro, como dijo alguien, si solo tienes un martillo, el mundo te parece un clavo. Tú afrontas el problema con los herrramientas que tienes, que son los del psicólogo. Algo es algo: seguramente has conseguido hacer más tú con tus herramientas en tu consulta, que yo con todo lo que he escrito en periódicos denunciando el apoyo público, institucional y financiero a la secta islamista. Estamos en el mismo barco, Saïd, y tú al menos estás remando.

Pero no olvidemos que la raíz del radicalismo no es el desarraigo. El problema de tus pacientes no es que no tengan raíces. Es que les han hecho un injerto y los han abonado con petrodólares.

Un abrazo, y a ver esa copa.

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© Ilya U. Topper (2024)