Opinión

Un taco

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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El jueves por la noche no pude pensar nada más que en Libia.

Primero oí el discurso de pelos de punta de Muammar Gadafi, en el que prometía ocupar Bengasi en cuestión de horas y ahogar a los rebeldes en un baño de sangre.

Estaba preocupadísimo y muy furioso con la comunidad internacional y especialmente con Estados Unidos, que habían perdido días y semanas de un tiempo precioso con fraseología vacía mientras el dictador reconquistaba Libia poco a poco.

Luego llegó la visión casi increíble del consejo de seguridad de la ONU que se convocó en una hora, prescindiendo de los discursos y aprobando por unanimidad la resolución que pedía la intervención militar.

La escena que se produjo en la plaza central de Bengasi y que Al Yazira transmitió en directo me recordó a la plaza Mugrabi de Tel Aviv el 29 de noviembre de 1947, justo después de que la Asamblea General aprobara la resolución la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe. Los sentimientos de alegría y alivio eran palpables.

Para mí, «no intervención» es un taco, me recuerda a la guerra civil española

Las vacilaciones de Estados Unidos y otros países a la hora de intervenir militarmente en Libia han sido un escándalo. Más que eso: han sido monstruosas.

Mi corazón está con el pueblo libio. (De hecho, en hebreo «libi» significa «mi corazón».)

Para mí, «no intervención» es un taco. Me recuerda a la guerra civil española, que tuvo lugar cuando yo era muy joven.

En 1936, la República española y el pueblo español fueron atacados brutalmente por un general español, Francisco Franco, con tropas procedentes de Marruecos. Fue una guerra muy sangrienta, con atrocidades indecibles.

Franco contó con la ayuda inestimable de la Alemania nazi y la Italia fascista. Los aviones de las Fuerzas Aéreas alemanas aterrorizaron las ciudades españolas. El bombardeo de la ciudad de Guernica fue inmortalizado en un cuadro de Pablo Picasso. (La historia cuenta que cuando los nazis ocuparon París un año más tarde, se sintieron indignados con el cuadro y le gritaron a Picasso: «¿Usted hizo eso?» «No», contestó en voz baja: «¡lo hicisteis vosotros!»)

Las democracias occidentales se negaron rotundamente a ayudar a la República y acuñaron el término «no intervención». La no intervención en la práctica significó que Gran Bretaña y Francia no intervinieron mientras que Alemania e Italia sí, y todo fue para peor. La única potencia extranjera que ayudó a los asediados demócratas fue la Unión Soviética. Como hemos sabido mucho más tarde, los agentes de Stalin explotaron la situación para eliminar a sus compañeros de lucha: los socialistas, los sindicalistas liberales y otros.

En ese momento, parecía una lucha limpia entre el bien y el mal absolutos. Los idealistas de todo el mundo se unieron a las Brigadas Internacionales de la República. Si yo hubiera sido sólo un poco mayor, también habría ido voluntario. En 1948, cantábamos con entusiasmo las canciones de las Brigadas Internacionales en nuestra propia guerra.

Para alguien que ya vivía en el momento del Holocausto, sobre todo para un judío, no puede caber duda alguna.

Cuando todo terminó y empezó todo aquel terrible genocidio, se alzó una protesta que todavía no ha amainado.

«¿Dónde estaba el mundo? ¿Por qué los aliados no bombardearon las vías de tren que conducían a Auschwitz? ¿Por qué no destruyeron desde el aire las cámaras de gas y los crematorios de los campos de exterminio?»

Se podría haber argumentado que no era asunto de otros países, y menos de sus fuerzas armadas

Estas preguntas no han obtenido respuesta satisfactoria hasta este mismo día. Sabemos que Anthony Eden, el ministro de Asuntos Exteriores británico, preguntó al presidente Franklin D. Roosevelt: «¿Qué vamos a hacer con los judíos [que logren escapar]?» También sabemos que a los aliados les daba un miedo espantoso que se pensara que en la guerra estaban «de parte de los judíos», como proclamaba la propaganda nazi a todas horas. De hecho, los alemanes lanzaron panfletos sobre las posiciones americanas en Italia con la imagen de un judío feo, de nariz torcida picafloreando con una americana rubia, con la leyenda: «Mientras arriesgáis vuestras vidas, los judíos seducen a vuestras esposas en casa».

El uso de la fuerza militar para impedir que los nazis mataran a los judíos alemanes y a los romanos, definitivamente habría constituido una injerencia en los asuntos internos de Alemania. Se podría haber argumentado con muy buen criterio que no era asunto de otros países, y desde luego no de sus fuerzas armadas.

¿Debería haberse argumentado? ¿Sí o no? Y si la respuesta es sí, ¿por qué se aplica a Adolf Hitler y no a este pequeño Führer en Trípoli?

Esto, por supuesto, nos lleva directamente a Kosovo.

Allí surge la misma pregunta. Slobodan Milosevic estaba cometiendo un acto de genocidio: la expulsión de todo un pueblo, cometiendo barbaridades por el camino. Kosovo era parte de Serbia y Milosevic dijo que se trataba de un asunto interno de Serbia.

Cuando se elevó una protesta mundial, el presidente Bill Clinton decidió bombardear instalaciones en Serbia para inducir a Milosevic a desistir. Nominalmente se trataba de una acción de la OTAN. Logró su objetivo, los kosovares volvieron a su patria, y hoy existe la república independiente de Kosovo.

En aquel momento lo aplaudí públicamente, para consternación de muchos de mis amigos de izquierdas, israelíes y de todo el mundo. Insistieron en que la campaña de bombardeo fue un crimen, en particular porque la llevó a cabo la OTAN, que para ellos es un instrumento del diablo.

Mi respuesta fue que para evitar el genocidio estoy dispuesto a hacer un pacto hasta con el diablo.

Esto se aplica también a día de hoy. No me importa quién ponga fin a la guerra criminal de Gaddafi contra su propio  pueblo, y especialmente a los bombardeos de sus fuerzas aéreas. Que Dios bendiga a quien quiera que lo consiga, la ONU, la OTAN o Estados Unidos.

La extrema derecha aboga por la zona de exclusión aérea y los «liberales»se oponen

Hace unos días, un día que los pilotos de Gaddafi estaban matando libios como de costumbre, leí un artículo de una periodista americana que me gusta y a la que aprecio mucho. Atacaba ferozmente la idea de que Estados Unidos hiciera respetar una zona de exclusión aérea sobre Libia, sobre todo desde que el abominable Paul Wolfowicz la defendía.

Parece que esto se ha convertido en un asunto interno estadounidense. Mientras que la extrema derecha (llamada por alguna razón «conservadora») ─los del Tea Party, neoconservadores y tal─ aboga por la zona de exclusión aérea, los políticamente correctos «liberales» (otro de estos términos curiosos) se oponen a ella.

Hay un dictador despiadado y medio loco que está asesinando gente, todo un país se va por el desagüe… ¿qué demonios tiene eso que ver con la política interna de Estados Unidos? ¿Y por qué ha llevado a mis amigos por el mal camino?

Barack Obama estuvo otra vez como nunca, diciendo todo lo correcto y haciéndolo todo mal… o no haciendo nada en absoluto.

Le dijo a Gadafi que se fuera y luego miró tranquilamente como el tirano, en vez de irse a ninguna parte, aterrorizaba a su pueblo. Su secretario de Defensa dijo a todo el mundo lo difícil que sería una operación para hacer respetar una zona de exclusión aérea, con sus generales advertidos para que no tomen parte en otra guerra que no pueden luchar. El todopoderoso Estados Unidos de América se ha parecido a una potencia del pasado, incapaz de organizar la más mínima operación militar contra las insignificantes fuerzas aéreas de un dictador de poca monta. Cualquier comandante de las fuerzas aéreas israelíes habría terminado el trabajo a la hora del almuerzo.

No somos la policía del mundo, argumentaron los políticos estadounidenses. Pero eso es exactamente lo que es una superpotencia. El poder conlleva responsabilidad.

El espectáculo lamentable de la administración Obama a lo largo de esta crisis muestra que Estados Unidos ya no es una superpotencia; sólo una gran potencia deseosa de mantener seguro su suministro de petróleo con la ayuda de reyes y emires cuidadosamente seleccionados. Teniendo en cuenta que esto viene después de su abyecta capitulación ante el lobby derechista israelí y de su veto a la resolución del consejo de seguridad contra la ampliación de los asentamientos, la conclusión es triste.

Los cínicos dirán que los estadounidenses realmente desean mantener a Gadafi para que pueda seguir dándoles petróleo, igual que apoyan a los autócratas de Arabia Saudita y Bahrein que machacan a sus pueblos y siguen manejando el petróleo como si fuera una propiedad privada.

La «no intervención» dejó al pueblo español a merced de Franco y protegió a Hitler en las etapas más sensibles de su preparación a la guerra. La intervención directa, por otra parte, mandó a Milosevic a una prisión de criminales de guerra.

Quiero dejar perfectamente clara mi postura sobre esto.

La doctrina de la no intervención en los asuntos internos de otros países en lo que a asuntos de genocidio y asesinatos en masa se refiere está muerto y debería enterrarse antes de que el cadáver comience a apestar.

En este momento de la historia, es deber de todas las naciones evitar las atrocidades sistemáticas cometidas por un gobierno criminal contra sus propios ciudadanos. Esta obligación recae sobre instituciones internacionales como la ONU, pero cuando éstas fallan, como tan a menudo ocurre, el deber recae sobre las naciones o grupos de naciones. A su favor, decir que la Liga Árabe, que comprende 22 naciones árabes, salió de forma inequívoca en defensa de la intervención militar contra Gadafi, aunque no en contra de otros tiranos árabes, algunos de los cuales votaron a favor de la resolución.

La humanidad va hacia un orden mundial civilizado y la no intervención es todo lo contrario

Hace siglos, se aceptó que cada nación es responsable de la captura y el enjuiciamiento de piratas, independientemente de dónde y contra quién se cometieran sus crímenes. Este principio debe aplicarse ahora a los crímenes cometidos por regímenes contra sus ciudadanos. Muammar Gadafi debe ser capturado y llevado a juicio.

La humanidad se está moviendo hacia  un orden mundial civilizado. La no intervención es todo lo contrario.

La apresurada resolución del consejo de seguridad este jueves fue un paso histórico en esta dirección. En mi imaginación, vi aviones franceses rodando por las pistas de aterrizaje minutos después del recuento de votos. Eso no ha sucedido. Sin embargo, Libia está a salvo y el destino de Gadafi está sellado.

En el lenguaje internacional, la no intervención se ha convertido en un taco.