Opinión

El Estado de los colonos

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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El otro día, el poderoso Servicio de Seguridad General (Shabak, antes conocido como Shin Bet) necesitaba nuevo director. Es un trabajo de gran responsabilidad,  porque ningún ministro se atreve a contradecir las instrucciones del director del Shabak en las reuniones del gabinete de ministros.

Había un candidato indiscutible, conocido sólo por su inicial J. Pero en el último momento, el lobby de los colonos se movilizó. Como director del ‘departamento de Judíos’, J. había enviado a algunos terroristas judíos a prisión. Por esa razón su candidatura fue rechazada y Yoram Cohen, acostumbrado a llevar kipa y al que los colonos tienen en alta estima, fue nombrado en su lugar.

Eso ocurrió el mes pasado. Justo antes de eso, el Consejo de Seguridad Nacional también necesitaba un nuevo dirigente. Bajo la presión de los colonos, el General Yaakov Amidror, antes el más alto oficial con kipá en el ejército, un hombre de visión manifiestamente ultra-ultra nacionalista, obtuvo el puesto.

El problema quizá no es la anexión de Cisjordania a Israel, sino la de Israel por los colonos

El subdirector de personal del ejército es un oficial con kipá apreciado por los colonos, anteriormente jefe del Comando Central, incluyendo Cisjordania.

Hace algunas semanas escribí que el problema puede no estar en la anexión de Cisjordania a Israel, sino en la anexión de Israel por los colonos de Cisjordania.

Algunos lectores se rieron de esto. Les pareció cómico. Pero no lo era.

Ha llegado la hora de analizar este proceso seriamente: ¿Es que los colonos están a punto de tomar el poder en Israel?

En primer lugar, se debería empezar por analizar el propio término ‘colonos’.

Formalmente, no cabe duda. Los colonos son israelíes que viven más allá de la frontera de 1967, la Línea Verde (‘verde’ en este caso sin connotaciones ideológicas: sólo fue el color elegido para distinguir la línea en los mapas).

Las cifras se inflan o desinflan según las necesidades propagandísticas. Pero se puede suponer que hay unos 300.000 colonos en Cisjordania, y unos 200.000 más en Jerusalén Este. Los israelíes normalmente no llaman a los jerosolimitanos ‘colonos’, encasillándolos así en una categoría diferente. Pero evidentemente colonos sí son.

Pero cuando hablamos de colonos en el contexto político, hablamos de una comunidad aún mayor.

Verdad, no todos los colonos son Colonos. Muchos de los habitantes de los asentamientos en Cisjordania fueron allí sin ningún motivo ideológico, sólo porque podían construir la casa de sus sueños por muy poco, y además con una pintoresca vista de los minaretes árabes. Son estos a los que el presidente del consejo de colonos, Danny Dayan, se refería cuando, en una conversación secreta (recientemente filtrada) con un diplomático de Estados Unidos, reconoció que sería fácil convencerlos de que regresaran a Israel, si se les ofrecía suficiente dinero.

Muchos fueron a los asentamientos porque podían vivir en la casa de sus sueños por muy poco

Sin embargo, toda esta gente tiene interés en el status quo, y por lo tanto apoyarán a los auténticos colonos en la lucha política. Como dice el proverbio judío, si se empieza a cumplir un mandato por las razones equivocadas, se terminará cumpliendo por las correctas.

Pero el colectivo de ‘colonos’ es bastante más grande. El movimiento llamado ‘nacional religioso’ está totalmente a favor de los colonos, su ideología y sus objetivos. Y no es de extrañar: la empresa colonizadora nació de sus entrañas.

Esto hay que explicarlo. Los ‘nacional-religiosos’ eran originalmente una pequeña astilla del judaísmo religioso. El gran campo ortodoxo vio en el sionismo una aberración y un atroz pecado. Ya que Dios había exiliado a los judíos de Su tierra por sus pecados, sólo Él —a través de Su Mesías— tenía el derecho de traerlos de vuelta. Los sionistas así se posicionan a sí mismos por encima de Dios e impiden la venida del Mesías. Para los ortodoxos, la idea sionista de una ‘nación’ laica judía sigue siendo una abominación.

Sin embargo, sí hubo unos pocos judíos religiosos que se unieron al naciente movimiento sionista. No eran más que un grupúsculo curioso. Los sionistas despreciaban la religión judía, como todo lo que pertenezca a la Diáspora judía (‘galut’: exilio, un término peyorativo en el habla sionista). A los niños que (como yo) se criaron en escuelas sionistas de Palestina antes del holocausto les enseñaron a compadecer a la gente que era ‘todavía’ religiosa.

Esto también influyó en nuestra actitud hacia los sionistas religiosos. El trabajo real de construir nuestro futuro ‘estado hebreo’ (nunca hablamos de un ‘estado judío’)  lo hicieron los ateístas socialistas. Los kibutz y los moshav, pueblos comunitarios y cooperativos, al igual que los movimientos jóvenes ‘pioneros’, base de toda la empresa, eran principalmente socialistas tolstoianos,algunos de ellos incluso marxistas. Los pocos que eran religiosos eran considerados marginales.

Por esa época, en los años 30 y 40, poca gente joven llevaba la kipá en público. No recuerdo ni un solo miembro del Irgun, la organización militar clandestina (‘terrorista’) a la que pertenecía, llevando una kipá, aunque había una gran cantidad de miembros religiosos. Ellos preferían algo menos llamativo como una gorra o boina.

Para los ortodoxos, la idea sionista de una ‘nación’ laica judía sigue siendo una abominación

El partido nacional-religioso (originariamente llamado Mizrahi: ‘Oriental’) jugó un papel menos importante en la política sionista. Era definitivamente moderado en los asuntos nacionales. En las confrontaciones históricas entre el ‘activista’ David Ben-Gurion y el ‘moderado’ Moshe Sharett en los años cincuenta, casi siempre se posicionaban con Sharett, sacando de quicio a Ben Gurion.

Nadie prestó mucha atención, sin embargo, a lo que estaba ocurriendo bajo la superficie: en el movimiento juvenil nacional-religioso Bnei Akiva y sus yeshivot [escuelas talmúdicas]. Allí, fuera del alcance del público general, se preparaba una mezcla explosiva de sionismo ultra-nacionalista y una agresiva religión tribal mesiánica.

La increíble victoria del ejército israelí en la Guerra de los Seis Días de 1967, tras tres semanas de ansiedad extrema, marcó un giro en los acontecimientos para este movimiento.

Aquí tenían todo lo que habían soñado: un milagro de Dios, el centro del histórico Eretz Israel (alias Cisjordania) ocupado, ‘¡El Monte del Templo está en nuestras manos!’ como informó un general, aún sin aliento.

Como si alguien hubiera sacado un corcho, el movimiento juvenil nacional-religioso salió de la botella y se convirtió en una fuerza nacional. Crearon Gush Emunim (‘El bloque de los fieles’), el corazón de la dinámica iniciativa de los asentamientos en los ‘territorios liberados’.

Esto debe entenderse bien: para el bloque nacional-religioso, 1967 fue también un momento de liberación dentro del campo sionista. Como dice la Biblia (salmo 117): ‘La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular’. El movimiento juvenil nacional-religioso antes desechado y los kibutz pasaron a tomar protagonismo.

Mientras que el viejo movimiento socialista de los kibutz moría de agotamiento ideológico, y sus miembros se hacían ricos vendiendo tierras agrícolas a agentes inmobiliarios, los nacionalistas religiosos se levantaron llenos de vigor ideológico, impregnado de fervor espiritual y nacional, predicando un credo judío pagano de lugares, piedras, y tumbas sagradas, ligado a la convicción de que el país entero pertenece a los judíos y que los ‘extranjeros’ (es decir, los palestinos que habían vivido aquí durante al menos 1.300 años, si no 1.500) deberían ser expulsados.

La mayoría de los israelíes de ahora nacieron o inmigraron después de 1967. El estado-ocupación es la única realidad que conocen. El credo de los colonos les parece una verdad evidente. Los sondeos muestran un creciente número de jóvenes israelíes para los que la democracia y los derechos humanos son palabras vacías. Un estado judío es un estado que pertenece a los judíos y sólo a los judíos, nadie más tiene derecho a estar aquí.

Este clima ha creado una escena política dominada por un conjunto de partidos de derechas, desde los racistas de Avigdor Lieberman hasta los seguidores declaradamente fascistas del fallecido rabino Meir Kahane… todo ellos totalmente serviles con los colonos.

Los colonos pueden construir nuevos asentamientos, ignorar al Tribunal Supremo…

Si es verdad que el Congreso de Estados Unidos está controlado por el lobby de Israel, este lobby está controlado por el gobierno israelí, que a su vez está controlado por los colonos. (Es como ese chiste del dictador que dice: El mundo teme a nuestro país, el país me teme a mí, yo temo a mi esposa, mi esposa teme a un ratón. Entonces, ¿quién gobierna el mundo?).

Ahora los colonos pueden hacer todo lo que quieran: construir nuevos asentamientos y ampliar los ya existentes, ignorar al Tribunal Supremo, dar órdenes al Parlamento y al gobierno, atacar a sus ‘vecinos’ cuando les plazca, matar a los niños árabes que tiren piedras, arrancar de raíz olivos, quemar mezquitas… Y su poder sigue avanzando sin límites.

La toma de poder en un país civilizado por parte de endurecidos combatientes de la frontera no es algo extraordinario. Por el contrario, es un fenómeno histórico frecuente. El historiador Arnold Toynbee proporcionó una larga lista.

Alemania fue dominada durante mucho tiempo por la Ostmark (o Marcas del Este), que pasó a ser Austria. El centro alemán culturalmente avanzado cayó bajo la influencia de los más primitivos pero más resistentes prusianos, cuya tierra natal no formaba parte de Alemania en absoluto. El imperio ruso fue formado por Moscú, que originariamente era una ciudad a las afueras.

La regla parece ser que cuando la gente de un país civilizado se malcría entre cultura y riquezas, otra raza más resistente, menos mimada y más primitiva toma el mando, así como Grecia fue tomada por los romanos y Roma por los bárbaros.

Esto puede ocurrirnos a nosotros. Pero no necesariamente. La democracia laica israelí todavía tiene mucha fuerza. Los asentamientos aun pueden ser desmantelados. (En un próximo artículo intentaré mostrar cómo.) La derecha religiosa aun se puede rechazar. La ocupación, que es la madre de todos los males, aun se puede erradicar.

Pero para eso debemos reconocer el peligro – y hacer algo.