Opinión

Una palabras

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

En una palabra: ¡Bravo!

Las noticias sobre el acuerdo de reconciliación entre Fatah y Hamás son propicias para la paz. Si se liman las últimas asperezas y se firma un acuerdo completo entre los dos líderes, será un gran paso adelante para los palestinos —y para nosotros.

No tiene sentido firmar la paz con la mitad de un pueblo. Firmar la paz con todo el pueblo palestino puede ser más difícil, pero será infinitamente más productivo.

Por lo tanto: ¡Bravo!

Netanyahu también dice ¡bravo! Puede ahora dar fin a las negociaciones de paz

Binyamin Netanyahu también dice ¡bravo! Como el gobierno de Israel ha calificado a Hamás de organización terrorista con la que no habrá negociaciones en absoluto, Netanyahu puede ahora poner punto y final a cualquier conversación sobre negociaciones de paz con la Autoridad Palestina. ¿Qué? ¿La paz con un gobierno palestino que incluye a terroristas? ¡Nunca! Fin del debate.

Dos bravos, pero con una gran diferencia.

El debate israelí sobre la unidad árabe es un viejo conocido. Ya empezó a principios de los años 50, cuando surgió la idea de la unidad panarabista. Gamal Abdel Nasser izó esta bandera en Egipto, y el movimiento panarabista Baaz se convirtió en una gran fuerza en varios países (mucho antes de degenerar en mafias locales en Iraq y Siria).

Nahum Goldman, presidente de la Organización Mundial Sionista, declaró que la unidad panarabista era buena para Israel. Él creía que la paz era necesaria para la existencia de Israel, y que sólo todos los países árabes juntos tendrían el valor de conseguirla.

David Ben-Gurion, el primer ministro israelí, pensaba que la paz era perjudicial para Israel, al menos hasta que el sionismo hubiera conseguido todos sus objetivos (nunca definidos públicamente). En un estado de guerra, la unidad entre árabes era un peligro que debía ser prevenido a toda costa.

Ben-Gurion pensaba que la paz era perjudicial para Israel

Goldman, el cobarde más brillante que he conocido nunca, no tenía el valor de defender sus convicciones. Ben-Gurion era bastante menos brillante pero mucho más decidido.

Ganó.

Ahora tenemos el mismo problema otra vez.

Netanyahu y su banda de saboteadores de la paz quieren evitar la unidad palestina a toda costa. Ellos no quieren la paz, porque la paz evitaría que Israel consiguiera los objetivos sionistas, tal y como ellos los conciben: un estado judío en toda la Palestina histórica, desde el mar hasta el río Jordan (al menos). El conflicto va a seguir durando mucho mucho tiempo, y cuanto más dividido esté el enemigo, mejor.

Como consecuencia, la propia aparición de Hamás se produjo bajo la influencia de este cálculo. Las autoridades de la ocupación israelí alentaron deliberadamente el movimiento islámico que más tarde fue Hamás, como contrapeso a la laica y nacionalista Fatah, que en ese momento se consideraba el principal enemigo.

Más tarde, el gobierno israelí promovió la división entre Cisjordania y la Franja de Gaza rompiendo el acuerdo de Oslo y negándose a abrir los cuatro pasajes seguros entre ambos territorios, estipulados en el acuerdo. Ni uno de ellos fue abierto ni un solo día. La separación geográfica trajo consigo la separación política.

Israel alentó el movimiento islámico que más tarde fue Hamás, como contrapeso a la laica Fatah

Cuando Hamás ganó las elecciones en Palestina en enero de 2006, sorprendiendo a todo el mundo incluida a sí misma, el gobierno israelí declaró que no negociaría con ningún gobierno palestino en el que Hamás estuviera representada. Ordenó (no hay otra palabra) a los gobiernos de Estados Unidos y a la Unión Europea a hacer lo mismo. Así el Gobierno de Unidad de Palestina se vino abajo.

El siguiente paso era un esfuerzo americano-israelí por situar a un hombre fuerte como dictador de la Franja de Gaza, el baluarte de Hamás. El héroe elegido fue Muhammad Dahlan, un cacique local. No fue una buena elección: el jefe de seguridad israelí reveló recientemente que Dahlan se había desmoronado sollozando en sus brazos. Tras una corta batalla, Hamas tomó control directo de la Franja de Gaza.

Una división fratricida en un movimiento de liberación no es una excepción. Es casi la regla.

El movimiento revolucionario irlandés es un buen ejemplo. En este país teníamos la lucha entre la Haganá y el Irgun, que a veces se volvía terriblemente violenta. Fue Menachem Begin, en aquel entonces el comandante del Irgun, quien evitó una guerra civil con todas sus letras.

El pueblo palestino, con todas las condiciones en contra, difícilmente puede permitirse tal desastre. El cisma ha generado un intenso odio mutuo entre camaradas que han pasado tiempo juntos en las cárceles israelíes. Hamás acusó a la Autoridad Palestina —con cierto motivo— de cooperar con el gobierno israelí en contra de ellos, alentando a los israelíes y los egipcios a endurecer el bloqueo brutal contra la Franja de Gaza. Incluso habría evitado en gran medida la puesta en libertad del prisionero de guerra israelí Gilad Shalit para impedir la liberación de los activistas de Hamás y su vuelta a Cisjordania. Muchos activistas de Hamás se pudren en cárceles palestinas, y el conjunto de activistas de Fatah en la Franja de Gaza no es más afortunado.

Sin embargo tanto Fatah como Hamás son minorías en Palestina. La mayor parte de los ciudadanos palestinos quieren desesperadamente la unidad y una lucha común para terminar con la ocupación. Si el acuerdo de reconciliación final lo firman Mahmud Abbas y Khalid Meshal, los palestinos de todo el mundo darán saltos de alegría.

Binyamin Netanyahu ya está dándolos. Aún no estaba seca la tinta en el acuerdo preliminar iniciado en El Cairo, cuando Netanyahu dio un solemne discurso en la televisión, algo parecido a una alocución a una nación tras un acontecimiento histórico.

«Tenéis que elegir entre nosotros y Hamás», dijo a la Autoridad Palestina. Eso no sería demasiado difícil: por un lado un régimen de ocupación brutal, por el otro, hermanos palestinos con diferente ideología.

«Tenéis que elegir entre nosotros y Hamás», dijo Netanyahu a la ANP, algo no tan difícil

Pero esta estúpida amenaza no era el punto principal de la declaración. Lo que Netanhayu nos dijo era que no habría negociaciones con una Autoridad Palestina de alguna manera relacionada con la ‘terrorista Hamás’.

Todo esto es un gran alivio para Netanhayu. Fue invitado por los nuevos dueños republicanos a dirigirse al Congreso de Estados Unidos el mes que viene y no tuvo nada que decir. Ni tuvo nada que ofrecer a Naciones Unidas, que está a punto de reconocer el estado palestino el próximo septiembre. Ahora tiene: la paz es imposible, todos los palestinos son terroristas que quieren arrojarnos al mar. Ergo: no hay paz, no hay negociaciones, no hay nada.

Si uno realmente quiere la paz, el mensaje debería ser, por supuesto, bastante diferente.

Hamás es parte de la realidad palestina. Claro, es extremista, pero como los británicos nos han enseñado en varias ocasiones: es mejor hacer la paz con los extremistas que con los moderados. Haz la paz con los moderados y tendrás que seguir tratando con los extremistas. Haz la paz con los extremistas, y el asunto se ha acabado.

En realidad, Hamás no es tan extrema como le gusta parecer. Ha declarado varias veces que aceptará un acuerdo de paz basado en las fronteras de 1967 y firmado por Mahmud Abbas, si es ratificado por el pueblo en referéndum o con votos en el Parlamento. Aceptar la Autoridad Palestina significa aceptar el acuerdo de Oslo, en el que la Autoridad Palestina se basa (incluyendo el reconocimiento mutuo de Israel y de la Organización de Liberación Palestina). En el islam, como en otras religiones, la palabra de Dios es definitiva, pero puede ser ‘interpretada’ de muchas maneras. Lo sabemos bien los judíos.

Hamás no es tan extrema como le gusta parecer. Es partidaria de un acuerdo de paz

¿Qué hizo que ambos bandos se hicieran más flexibles? Los dos han perdido a sus patronos: Fatah a su protector egipcio, Hosni  Mubarak, y Hamas a su protector sirio, Bashar Asad, con el que ya no puede contar. Eso ha llevado a ambos bandos a ver la realidad: los palestinos están solos; por tanto, mejor que estén unidos.

Para los israelíes que desean la paz será un gran alivio tratar con un pueblo palestino unido y con un territorio palestino unido. Israel puede hacer mucho por esto: abrir por fin un pasaje extraterritorial libre entre Cisjordania y Gaza, poner fin al estúpido y cruel bloqueo de la Franja de Gaza (estupidez que se vuelve aún mayor con la eliminación del colaborador egipcio), permitir que los habitantes de Gaza abran su puerto, aeropuertos y fronteras. Israel debe aceptar el hecho de que los elementos religiosos forman parte ahora de la escena política en todo el mundo árabe. Serán institucionalizados y, seguramente, se convertirán en bastante más ‘moderados’. Esto es parte de la nueva realidad en el mundo árabe.

La aparición de la unidad palestina debería ser bien recibida tanto por Israel como por los países europeos y Estados Unidos. Deberían prepararse para reconocer el estado palestino dentro de las fronteras de 1967. Deberían apoyar la celebración de elecciones palestinas democráticas y aceptar los resultados, sean los que sean.

El viento de la primavera árabe está soplando también en Palestina. ¡Bravo!