Entrevista

Alberto Manguel

«No hay que sentirse limitado por el lugar en el que uno ha nacido»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
Alberto Manguel |  ©  Daniel Mordzinski (Cedida)
Alberto Manguel | © Daniel Mordzinski (Cedida)

Resulta dificil hablar de la pasión por los libros sin citar a Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948). “Muchos escritores leen, aparte de escribir. Manguel es un lector que, aparte, escribe”, le caracterizó el diario alemán Die Zeit.

Manguel es autor de una obra extensa y variopinta, que se compone sobre todo de libros de ensayo y reflexión. Destacan Una historia de la lectura —que le valió el premio Médicis y fue traducido a 36 idiomas—, Diario de lecturas, La biblioteca de noche, El legado de Homero o La ciudad de las palabras, pero también varias novelas. Para él, leer es un oficio: de joven leía en voz alta al escritor ciego Jorge Luis Borges.

Descendiente de judios rusos y austriacos, nació en Argentina y vivió parte de su infancia en Gran Bretaña. Durante los primeros ocho años de su vida aprendió alemán, inglés y español. La gran mayoría de sus libros los escribe en inglés, aunque hay dos obras escritas en castellano. También trabaja como traductor.

Su adolescencia la pasó en Israel, donde su padre fue embajador argentino. Después de haber vivido en Argentina, Italia, Inglaterra, Tahití y Canadá —es ciudadano canadiense y en ese país se casó, tuvo hijos y se divorció—, Manguel se ha afincado en Francia, concretamente en el minúsculo pueblo de Mondion, en la región Poitou, al suroeste de París. Es allí donde atesora ahora su biblioteca de 30.000 volúmenes. No oculta su escasa simpatía por Sarkozy.

Su último libro hasta la fecha, Conversaciones con un amigo (La Compañía/ Páginas de Espuma), es el resultado de una serie de conversaciones con el editor francés Claude Rouquet, en las que repasa los principales episodios de su vida y brinda algunas claves de su universo literario.

En su libro, afirma no haber entendido nunca la idea de nacionalidad. ¿Su patria es el idioma, o como dice Rodrigo Fresán, la biblioteca?
Como dice Rodrigo Fresán, pero también como dijo Marguerite Yourcenar, mi patria son los libros. Pero más allá de la biblioteca, mi patria son también las conversaciones con los amigos, los lugares por los que me siento interesado. Cuando tenemos la fortuna de contar con un mundo tan rico en experiencias, no entiendo por qué hay que sentirse limitado por el lugar en el que uno ha nacido. Siempre entendí que los nacionalismos padecen de una falta de generosidad enorme.

Tampoco le influye su ascendencia judía, que para muchos es tan determinante. ¿Cómo hizo para vacunarse de esa obsesión que afecta a tante gente?
[Risas]. No hay que vacunarse puesto que no es una enfermedad [Más risas]. No me sentí influido porque para mí ser judío no fue más que una casualidad.No conocí mi herencia hasta bien tarde en la infancia. Mi familia no era apenas religiosa y no se hablaba en casa de esas cuestiones; así que lo descubrí por un acto de racismo en la escuela, cuando un niño me llamó judío para insultarme. Yo no lo entendí y tuve que preguntar a mis padres. Es cierto que hay personas que han crecido encerrados en una cultura concreta, pero la mayor parte de la gente crece y se mueve en muchas culturas diferentes. Séneca decía que él elegía a sus antepasados, y miraba a su biblioteca y señalaba a Sócrates, a Platón… Nosotros también podemos hacer esto y elegir, así que ¿por qué vamos a restringirnos al barrio en el que nacimos?

Y literariamente, ¿qué espacio ha ocupado la cultura judía en sus lecturas?
Pues una parte muy importante, pero no precisamente porque fueran judíos, sino porque son autores fundamentales para el pensamiento occidental. Si hablar de Proust, de Kafka o de Freud es hablar de cultura judía tendría que decir que el espacio que han ocupado en mis lecturas ha sido enorme…

Su padre fue el primer embajador argentino en Israel, y usted habla de una tierra donde convivían en armonía judíos y árabes. ¿Qué sucedió?
Bueno, eso era lo que me contaban mis padres, pero no sé si era cierto. El resto ha sido una cuestión de intereses económicos, cuando éstos aparecen es cuando se produce la división de los pueblos. Y por añadidura, en Oriente Medio todo ello se ha trufado con el fanatismo religioso.

Dice que le habria gustado ser turco. ¿En qué sentido? ¿Se ve como su amigo Enis Batur, el gran bibliófilo?
[Risas]. Uy, me gustaría ser turco por muchas razones. La primera porque mi abuelo fue casi turco, se enamoró de Estambul y quiso vivir allí para siempre, no pudo y ahí fue cuando emigró a Argentina.Después conocí yo mismo el país, y me encantó su cultura múltiple, la Turquía otomana (no se puede casi hablar de cultura otomana, porque muchos lo toman como un insulto) y la Turquía moderna. Hay dos culturas en esa parte del mundo que me interesan muchísimo: la turca y la libanesa.

¿No es un contrasentido que las mismas sociedades que levantan bibliotecas, desde Alejandría a Sarajevo, puedan luego destruirlas?
La historia de las bibliotecas es paralela a la historia de la destrucción de las bibliotecas y a la censura. A lo largo de los siglos, todo centro intelectual que ha cobrado especial importancia ha estado amenazado por el poder. Y es que el lector que lee en profundidad es capaz de reflexionar y hacerse preguntas que son muy peligrosas para el poder. Ustedes tienen un magnífico ejemplo en España, que es el del juez Garzón, un lector en profundidad, un profesional inteligente y curioso que se hace muchas preguntas sobre la historia de España que son peligrosas para el poder. Y el poder actúa siempre igual: acusa a la persona que tiene el coraje de hacerse preguntas de ser el criminal.

En su libro sobre Homero, señala que los árabes fueron depositarios de la cultura griega antes que los europeos. ¿Por qué, entonces, se contrapone tan a menudo islam y civilización? ¿Cuándo se dio ese divorcio?
Se contrapone cuando se es un bruto ignorante. Islam y civilización son sinónimos y constituye una de las partes más importantes de nuestra Historia. Sencillamente, no existiríamos. Andalucía, desde donde usted me llama, no sería nada.

¿Qué obras escogería para un eventual Diario de lecturas mediterráneo? Lo digo porque tenemos mucha más información de la literatura japonesa o anglosajona, que de nuestros vecinos de enfrente.
[Piensa unos segundos]. A ver… De Marruecos, El caballo de Nietzsche, de Abdelfattah Kilito. De Italia, Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. De Turquía, los poemas de Nazim Hikmet. Del sur de Francia, Para saludar a Melville, de Jean Giono. De Mallorca, todas las obras del poeta medieval Ramón Llull. De Andalucía, García Lorca y su Romancero gitano, para dedicárselo a Sarkozy. Y de Argelia, cualquiera de las novelas de Assia Djebar.