Opinión

¡A negarlo!

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

Estoy harto de todos estos sinsentidos acerca de reconocer a Israel como el “Estado Judío”.

Se basan en una colección de frases huecas y definiciones vagas, desprovistas de cualquier contenido real. Tienen muchos propósitos diferentes, casi todos ellos malvados.

Benyamin Netanyahu los usa como un truco para obstaculizar el establecimiento del Estado palestino. Esta semana declaró que el conflicto simplemente no tiene solución. ¿Por qué? Porque los palestinos no aceptan reconocer etc, etc.

Cuatro miembros derechistas de la Knesset acaban de presentar un proyecto de ley autorizando al gobierno a negarse a registrar nuevas ONGs y a disolver las existentes si ellos “niegan el carácter judío del Estado”.

Cuatro parlamentarios piden una ley para disolver ONGS que “nieguen el carácter judío del Estado”

Este nuevo proyecto de ley es sólo uno de una serie diseñada para reducir los derechos humanos tanto de los ciudadanos árabes como de los izquierdistas.

Si Samuel Johnson levantara la cabeza en el Israel de hoy, expresaría su famoso dicho sobre el patriotismo de forma diferente: “El reconocimiento del carácter judío del estado es el último refugio de los canallas”.

Para un extranjero, esto podría sonar un poco raro. En una democracia, el Estado claramente pertenece a todos sus ciudadanos. Di esto en los Estados Unidos y estarás repitiendo una obviedad. Dilo en Israel, y estás acercándote peligrosamente a la traición. (Para que se vea lo que son nuestros tan pregonados “valores comunes”.)

En realidad, Israel es de hecho un Estado de todos sus ciudadanos. Todos los ciudadanos israelíes adultos, y sólo ellos, tienen derecho a votar para la Knesset. La Knesset nombra el gobierno y determina las leyes. Ha promulgado muchas leyes declarando que Israel es un “Estado judío y democrático”. En diez o en cien años, la Knesset podría izar la bandera del catolicismo, el budismo o el islam. En una democracia son los ciudadanos los que son soberanos, no una formula verbal.

¿Qué fórmula? puede uno preguntarse.

Los tribunales favorecen las palabras “Estado judío y democrático”. Pero está lejos de ser la única definición disponible.

El uso más extendido es simplemente “Estado judío”. Pero eso no es suficiente para Netanyahu y compañía, quienes hablan del “estado-nación del pueblo judío”, que tiene un bonito regusto decimonónico. El “Estado del pueblo judío” es también bastante popular.

¿Qué es la imprecisa “nación judía”? ¿Incluye a los congresistas que de EEUU?

Lo único que todas estas etiquetas tienen en común es que son perfectamente imprecisas. ¿Qué significa “judío”? ¿Una nacionalidad, una religión, una tribu? ¿Quiénes son el “pueblo judío”? O incluso más imprecisa, ¿la “nación judía”? ¿Incluye a los congresistas que promulgan las leyes de Estados Unidos? ¿O las cohortes de judíos que están a cargo de la política de Oriente Medio de Estados Unidos? ¿A qué país representa el embajador judío del Reino Unido en Tel Aviv?

Los tribunales han estado batallando con la pregunta: ¿Dónde está el límite entre “judío” y “democrático”? ¿Qué significa democrático en este contexto? ¿Puede un Estado “judío” ser realmente “democrático” o, lo que es más, ¿puede un Estado “democrático” ser realmente “judío”? Todas las respuestas que han dado los distinguidos jueces y profesores renombrados son artificiosas o, como decimos en hebreo, “tienen patas de pollo”.

Vayamos al principio: el libro escrito en alemán por Theodor Herzl, el padre fundador del sionismo, y publicado en 1896. Él lo llama “Der Judenstaat”.

Por desgracia, ésta es una palabra típica alemana que es intraducible. Normalmente se traduce como “El Estado judío” o “El Estado de los judíos”. Ambas opciones son bastante equívocas. La aproximación más cercana sería “El Judeo-Estado”.

Si esto suena ligeramente antisemita, no es por casualidad. Esto puede resultar un shock para muchos, pero la palabra no la inventó Herzl. La usó por primera vez un noble prusiano con un nombre asombroso: Friedrich August Ludwig von der Marwitz, que murió 23 años antes de que naciera Herzl. Era un antisemita entregado mucho antes de que otro alemán inventara el término “antisemitismo” como expresión del saludable espíritu alemán.

Marwitz, un general ultraconservador, renegó de las reformas liberales propuestas en ese momento. En 1811 advirtió de que estas reformas convertirían a Prusia en un “Judenstaat”, un ‘judeoestado’. Él no quería decir que los judíos estaban a punto de obtener la mayoría en Prusia, Dios no lo quiera, sino que esos prestamistas y otros oscuros trapicheadores judíos pudieran corromper el carácter del país y borrar las viejas virtudes prusianas.

El mismo Herzl no soñó con un Estado que perteneciera a todos los judíos del mundo. Sino todo lo contrario: su visión era que todos los verdaderos judíos irían al Judenstaat (si en Argentina o Palestina aún no lo había decidido). Ellos, y sólo ellos, seguirían siendo “judíos” a partir de entonces. Los demás se integrarían en sus respectivos países de acogida y dejarían totalmente de ser judíos.

Algo lejos, realmente muy lejos de la noción de “un Estado-nación del pueblo judío” como lo imaginan muchos sionistas de hoy en día, incluyendo aquéllos millones que no sueñan con emigrar a Israel.

Cuando yo era un niño participé en docenas de manifestaciones en contra del gobierno británico de Palestina. En todas ellas gritábamos al unísono “¡Inmigración libre! ¡Estado hebreo!” No recuerdo ni una sola manifestación con el eslogan “Estado judío”.

Eso era bastante natural. Sin nadie decretándolo, pronunciándolo, hicimos una clara distinción entre nosotros, el pueblo de habla hebrea en Palestina, y los judíos de la diáspora. Algunos convertimos esto en una ideología, pero para mucha gente era simplemente una expresión natural de la realidad: La agricultura hebrea y la tradición judía, el movimiento clandestino hebreo y la religión judía, el kibbutz hebreo y el ‘shtetl’ [gueto] judío. El yishuv [asentamiento] hebreo (la nueva comunidad del país) y la diáspora judía. “Judío de la diáspora” era el peor de los insultos.

Gritábamos “¡Inmigración libre! ¡Estado hebreo!”, y nunca “Estado judío”

Para nosotros esto no era de ninguna manera algo antisionista. Sino lo contrario: el sionismo quería crear una vieja-nueva nación en la Tierra de Israel (como se llama Palestina en hebreo), y esta nación era por supuesto bastante distinta de los judíos de cualquier otro lugar. Fue sólo el holocausto, con su enorme impacto emocional, lo que cambió las reglas verbales.

Entonces ¿cómo llegó la fórmula “Estado judío”? En 1917, en medio de la primera Guerra Mundial, el gobierno británico emitió la llamada declaración Balfour, que proclamaba que “el Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío…”

Cada palabra fue cuidadosamente elegida, tras meses de negociaciones con los líderes sionistas. Uno de los principales objetivos británicos era ganar a los judíos americanos y rusos para la causa aliada. La Rusia revolucionaria estaba a punto de salir de la guerra y la entrada de la América aislacionista era esencial.

(Por cierto, los británicos rechazaron las palabras “convertir Palestina en un hogar nacional para el pueblo judío”, insistiendo en “en Palestina”, anticipando así la partición del país.)

EN 1947, Naciones Unidas decidió partir Palestina entre sus poblaciones árabes y judías. No decía nada sobre el carácter de los dos futuros Estados; simplemente usaba las definiciones actuales de los dos bandos enfrentados. Alrededor del 40% de la población en el territorio destinado al Estado “judío” era árabe.

Los defensores del “Estado judío” suelen subrayar la frase en la “Declaración del Establecimiento del Estado de Israel” (normalmente llamado la “Declaración de Independencia”) que incluye las palabras “Estado judío”. Tras citar a la resolución de Naciones Unidas que pedía un Estado judío y árabe, la declaración continúa: “En consecuencia nosotros… basándonos en la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, por la presente declaramos el establecimiento de un Estado judío en Tierra de Israel, que será llamado el Estado de Israel.”

Esta frase no dice nada sobre el carácter del nuevo Estado, y el contexto es puramente formal.

Imposible llegar a un acuerdo ideológico; firmaron desde ultraortodoxos hasta el partido comunista

Uno de los párrafos de la declaración (en su versión original hebrea) habla del “pueblo hebreo”: “Extendemos los brazos a todos los Estados vecinos y sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad, y apelamos a establecer lazos de cooperación y ayuda mutua con el pueblo hebreo independiente en su tierra.” Esta frase está descaradamente falseada en la traducción oficial inglesa, que cambió las últimas palabras por “el soberano pueblo judío establecido en su propia tierra.”

De hecho habría sido prácticamente imposible llegar a un acuerdo en alguna fórmula ideológica, ya que la declaración fue firmada por los líderes de todas las facciones, desde los ultraortodoxos antisionistas hasta el partido comunista orientado hacia Moscú.

Cualquier conversación sobre el Estado judío lleva inevitablemente a la pregunta: ¿Qué son los judíos: una nación o una religión?

La doctrina oficial israelí dice que “judío” es tanto una definición nacional como religiosa. El colectivo judío, como ningún otro, es tanto nacional como religioso. Con nosotros, nación y religión son una y la misma cosa.

Pero la única puerta de acceso a este colectivo es religiosa. No hay puerta nacional.

Cientos de miles de inmigrantes rusos no judíos han venido a Israel bajo la Ley de retorno con sus familiares judíos. Esta ley es muy amplia. Para atraer a los judíos permite que incluso los familiares no judíos vengan con ellos, incluyendo el cónyuge del nieto de un judío. Muchos de estos no judíos quieren ser judíos para ser considerados israelíes al cien por cien, pero intentan en vano que se les acepte. Bajo la ley israelí, un judío es una persona “nacida de una madre judía o conversa, que no ha adoptado otra religión”. Esta es una definición puramente religiosa. La ley religiosa judía dice que para este propósito, sólo cuenta la madre, no el padre.

Es extremadamente difícil ser converso en Israel. Los rabinos exigen que el converso cumpla con todos los 613 mandamientos de la religión judía, algo que hacen muy pocos israelíes. Pero uno no puede convertirse en un miembro oficial de la estipulada “nación” judía por ninguna otra vía. Uno se convierte en parte de la nación americana aceptando la ciudadanía estadounidense. No existe nada parecido aquí.

¿Qué tienen que ver los palestinos con el carácter judío del estado?

Tenemos una batalla en curso sobre esto en Israel. Algunos queremos que Israel sea un Estado israelí, perteneciente al pueblo israelí, concretamente un “Estado de todos sus ciudadanos”. Otros quieren imponernos la ley religiosa supuestamente establecida por Dios para todas las épocas en el monte Sinaí hace unos 3200 años, y abolir todas las leyes contrarias de la democráticamente elegida Knesset. Muchos no quieren ningún cambio.

Pero, por el amor de Dios (perdón), ¿qué tienen que ver los palestinos con esto? ¿O los islandeses, pongamos por caso?

La petición de que los palestinos reconozcan a Israel como el “Estado judío” o como “el Estado-nación del pueblo judío” es ridícula.

Como dirían los británicos: ¿qué coño les importa? Equivaldría a inmiscuirse en los asuntos internos de otro país.

Pero un amigo mío ha sugerido una salida simple: la Knesset puede simplemente cambiar el nombre del Estado a algo como “La república judía de Israel”, de manera que cualquier acuerdo de paz entre Israel y el Estado árabe de Palestina automáticamente incluirá el reconocimiento exigido.

Esto también traería a Israel a estar de acuerdo con el Estado al que más se parece: “La República islámica de Pakistán”, que se creó casi al mismo tiempo, tras la partición de la India, tras una horripilante masacre mutua, tras la creación de un gran problema de refugiados y con una guerra fronteriza perpetua en Kashmir. Y la bomba nuclear, claro.

Muchos israelíes se sorprenderían con la comparación. ¿Qué? ¿Nosotros? ¿Parecidos a un Estado teocrático? ¿Estamos acercándonos al modelo pakistaní y alejándonos del americano?

Al diablo, ¡lo mejor es simplemente negarlo!