Reportaje

Acampados por una revolución que no termina

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 8 minutos
Acampada de protesta en Túnez (Agosto 2011) |  ©  Javier P. de la Cruz
Acampada de protesta en Túnez (Agosto 2011) | © Javier P. de la Cruz

Túnez | Agosto 2011

Mansour Khazri sólo tiene 23 años, pero ya le han disparado dos veces. El ya lejano 16 de enero la policía le marcó en su muslo derecho las dos cicatrices que muestra tímidamente dentro de una tienda de campaña. Aquel día, alrededor de las 15:30, la policía tunecina abrió fuego sobre la multitud que se manifestaba por las calles. A él le alcanzaron detrás del temido Ministerio del Interior.

Seis meses después, hace tan solo una semana, Mansour decidió que era hora de dejar su hogar en la pequeña ciudad de Jendouba, al noreste del país, para volver a la capital a protestar. Llegó solo, pero con un objetivo muy claro: “Hasta que no dimita el actual primer ministro, Béji Caïd Essebsi, no me marcho de aquí”.

“Hasta que no dimita el actual primer ministro, Béji Caïd Essebsi, no me marcho de aquí”

Así es como Mansour se unió a la acampada Destino, situada en las inmediaciones de la gran avenida Mohamed V, a pocos metros del inexpugnable edificio del antiguo RCD, el partido político del derrocado Ben Alí. “Llevamos aquí ya más de un mes y poco a poco sigue viniendo gente. Ahora somos alrededor de unos 400 o 500, depende del momento del día”, afirma Marouene, uno de los organizadores y fundadores de la acampada. “Nuestra intención es llevar el campamento a otra parte cuando seamos más gente, porque aquí no tenemos mucha visibilidad. A la Kasba o algún otro lugar”, continua el organizador.

No es extraño que quiera trasladarse a la plaza de la Kasba, donde se encuentran la sede del Primer Ministro y del Ministro de Finanzas. Allí, en los meses de enero y febrero los tunecinos acamparon hasta dos veces, y consiguieron la caída del primer gobierno de la era post-Ben Alí. Desde entonces la Kasba es un símbolo. El problema es que la policía y el ejército tienen la orden de prohibir la entrada en la plaza. El choque, pues, es inevitable.

Violencia policial

El viernes 15 de julio, se llamó a través de las redes sociales a comenzar una nueva acampada en la Kasba; la tercera, la ‘Kasba 3’. La policía no dudó en actuar y dispersó a los manifestantes con gases lacrimógenos. La jornada se saldó con decenas de heridos y detenidos. Incluso dentro de las mezquitas, donde la policía cargó duramente.

Uno de los arrestados en una mezquita fue Haithem Benayed. “Me tuvieron retenido durante cinco días, en unas pésimas condiciones. Comía casi exclusivamente pan, porque la comida se la daban a los perros”, afirma con entereza Haithem.

Su aspecto adolescente aparenta menos de los 22 años que realmente tiene. Sin embargo, el joven ya posee una larga experiencia en las cárceles tunecinas. En el año 2008, bajo el gobierno de Ben Alí, le fue aplicada la ley antiterrorista, según cuenta, únicamente por un número de teléfono que encontraron en su agenda de contactos del móvil, “un número de un amigo normal y corriente”, apuntilla.

Su arresto se prolongó casi un año, hasta finales de febrero de 2009, aunque el calvario no terminó ahí. “Tenía que firmar diariamente en una comisaría de la ciudad de Nabeul, por lo que no podía viajar a ningún sitio. Y además, no me permitieron volver con mis estudios de odontología. Ahora, después de la revolución, por fin en septiembre podré regresar a la universidad, aunque tengo que empezar desde primero”, explica Haithem con cierto aire de cansancio.

A pesar de ese cambio, tampoco él cree que en Túnez la revolución se haya cumplido. Por ello, tras los cinco días que estuvo detenido, ha vuelto a la acampada Destino. “Ahora, la brutalidad policial es la misma o mayor que con Ben Alí. El otro día no sólo nos pegaron dentro de la mezquita, también en el coche policial y al llegar a comisaría”, afirma de forma tajante.

El joven estudiante de odontología está convencido del hecho de que estar en la lista negra del antiguo régimen le perjudica seriamente ahora. “Además, cuando me cogieron llevaba conmigo dos libros sobre el islam, lo que se tradujo en muchos más golpes de los policías”.

Gran parte de la sociedad tunecina comparte estas reivindicaciones. Béji Caïd Essebsi, el actual Primer Ministro, no consigue arrancar del presente gobierno la etiqueta de continuación del antiguo régimen. A esto hay que sumarle los casos de brutalidad policial que se han documentado durante los últimos días. Y además, muchos internautas ven en el actual debate sobre la prohibición de la pornografía en Internet una nueva forma de censurar y filtrar los contenidos en la web.

Desconfianza en los acampados

Sin embargo, no todos confían en las buenas intenciones de la acampada Destino. “Yo digo, ¿por qué justo ahora, después de tanto tiempo, deciden acampar en un sitio en el que nadie les ve? Y, sobre todo, ¿de dónde sacan el dinero?”, se pregunta Houssem Hajlaoui, bloguero y activista.

Houssem cree que existen intereses ocultos en los últimos acontecimientos que han sacudido el país. Desde la ‘Kasba 3’ a las manifestaciones en diferentes puntos del país, las protestas han derivado en actos de violencia como quemas de comisarías e, incluso, la muerte de un niño de 14 años.

Algunos ven al partido islamista Ennahda, el favorito según las encuestas para las elecciones constituyentes de octubre, detrás de este intento de desestabilización. “Son el partido con más dinero y apoyo en Túnez, pero también tienen una gran oposición desde el sector laico de la sociedad. Puede que eso les asuste de cara a las elecciones”, explica Rafik Ouerchefani, otro activista en la red y amigo de Houssem.

Por otra parte, desde el gobierno se apunta “a los extremistas” como causantes de este intento de boicotear las elecciones. Caïd Essebsi promete “mano dura” con ellos, un discurso que Marouene, el organizador de la acampada, ve calcado a los que Ben Alí hizo durante los días previos a su dimisión.

“Desde el gobierno están intentando vender una imagen negativa de los que protestamos. Dicen que estamos bloqueando la economía. ¿De verdad alguien cree que estemos bloqueando algo aquí?”, exclama mientras señala a la calma que reina en la acampada. “No somos más que un grupo de personas que queremos un cambio real en Túnez, que se juzgue a los asesinos y que se termine la brutalidad policial. Y yo creo que si estamos juntos podremos conseguirlo”, concluye Marouene.

Por eso es por lo que Mansour Khazri se unió a la acampada Destino. “En mi ciudad, en Jendouba, no hay ahora un movimiento de protesta, así que decidí venir aquí, a la capital, para que la gente que me disparó no quede impune”, afirma. Su familia le apoya totalmente ya que, como un gran porcentaje de los tunecinos, rechazó la ayuda económica que el gobierno presta por familiar herido o muerto durante las manifestaciones. Además, en su casa ya deben estar acostumbrados a verle marchar, pues Mansour también estuvo en las dos concentraciones en la plaza de la Kasba realizadas a principios de año.

El futuro para Mansour, Haithem y el resto de acampados es incierto. También para el resto del país. Según las últimas encuestas, alrededor del 80% del electorado no tiene decidido a qué partido, de los más de 100 que se presentan, votará en octubre.

Sin embargo, en la acampada Destino no ven a las elecciones constitucionales como la solución. “Yo me preparo a mí mismo para el peor escenario posible”, se sincera Marouene, el organizador. El joven Mansour confiesa que tiene tantas cosas en la cabeza que no puede pensar en el futuro: “con el paro, la pobreza, la policía… Tengo mi mente como ida, no puedo pensar en qué va a pasar”. Lo que sí tienen claro todos y cada uno de los acampados es que la revolución en Túnez está todavía muy lejos de terminar.

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