Opinión

El regreso de los generales

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Desde el principio del conflicto, los extremistas de ambos bandos siempre se han hecho favores mutuamente. La cooperación entre ellos era siempre mucho más efectiva que los lazos entre los activistas por la paz a ambos lados del frente.

“¿Andan dos hombres juntos si no se han puesto de acuerdo?” preguntaba el profeta Amos (3:3). Bueno, parece que sí.

Esto se ha vuelto a demostrar esta semana.

A principios de la semana, Binyamin Netanyahu estaba desesperado, buscando una salida a la creciente crisis interna. El movimiento de protesta social estaba cogiendo velocidad y planteando un peligro cada vez mayor para su gobierno.

La lucha seguía, pero la protesta ya había marcado una gran diferencia. Todo el contenido del discurso público había cambiado hasta quedar irreconocible.

Las ideas sociales estaban tomando protagonismo, dejando de lado los manidos discursos sobre “la seguridad”. Los paneles de invitados de los programas de entrevistas, antes atestados de generales desgastados se llenaban ahora de trabajadores sociales y profesores de economía. Una de las consecuencias fue que las mujeres eran también mucho más prominentes.

Bibi estaba desesperado, buscando una salida a la crisis interna y las protestas sociales

Y entonces ocurrió. Un pequeño grupo extremista islámico de la Franja de Gaza mandó un destacamento al desierto egipcio del Sinaí, desde el que fácilmente atravesó la indefensa frontera israelí y armaron una buena. Los luchadores (o terroristas, dependiendo quién lo diga) consiguieron matar a ocho soldados y civiles israelíes, antes de morir ellos mismos. Otros cuatro de sus camaradas murieron en el lado egipcio de la frontera. Parecía que el objetivo era capturar a otro soldado israelí, para hacer más convincente un intercambio de prisioneros bajo sus condiciones.

En un santiamén, los profesores de economía desaparecieron de las pantallas de televisión, ocupando su lugar la vieja banda de los ex: exgenerales, exjefes de los servicios secretos, expolicías, todos hombres, claro, acompañados de sus séquitos de serviles corresponsales militares y políticos de extrema derecha.

Con un suspiro de alivio, Netanyahu volvió a su postura habitual. Ahí estaba él, rodeado de generales, el supermacho, el luchador decidido, el Defensor de Israel.

Fue, para él y para su gobierno, un increíble golpe de suerte.

Podría compararse con lo que pasó en 1982. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa, había decidido atacar a los palestinos y a los sirios en Líbano. Voló a Washington para obtener el visto bueno americano que necesitaba. Alexander Haig le dijo que Estados Unidos no podía aceptarlo, a menos que hubiera una “provocación creíble”.

Días más tarde, el grupo palestino más extremista, liderado por Abu Nidal, enemigo mortal de Yasser Arafat, atentó contra el embajador israelí en Londres, dejándole gravemente herido con una parálisis irreversible. Esto sí fue una “provocación creíble”. La primera guerra del Líbano estaba en camino.

El ataque de esta semana fue también la respuesta a una oración. Parece que Dios ama a Netanyahu y al establecimiento militar. El incidente no sólo eliminó la protesta de las pantallas, también puso fin a cualquier posibilidad seria de sacar miles de millones del enorme presupuesto militar para reforzar los servicios sociales. Por el contrario, este acontecimiento demostró que necesitamos una sofisticada valla electrónica a lo largo de los 250 kilómetros de nuestra frontera del desierto con el Sinaí. Aumentar el gasto militar en unos miles de millones en lugar de recortarlo.

Antes de que este milagro ocurriera, parecía como si el movimiento de protesta fuera imparable.

Todo lo que Netanyahu hizo fue demasiado poco, demasiado tarde y mal hecho.

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En los primeros días, Netanyahu trató el tema como un broma infantil, indigna de recibir la atención de adultos responsables. Cuando se dio cuenta de que este movimiento iba en serio, masculló algunas propuestas vagas para bajar el precio de los apartamentos, pero para entonces la protesta ya se había movido más allá de las peticiones iniciales que reivindicaban “viviendas asequibles”. El eslogan ahora era “La gente quiere justicia social”.

Tras la enorme manifestación de 250.000 personas en Tel Aviv, los líderes de la protesta se enfrentaban a un dilema: ¿Cómo proceder? Otra protesta masiva más en Tel Aviv podría traer consigo un descenso en el número de asistentes. La solución fue sencillamente genial: no harían otra gran manifestación en Tel Aviv, sino manifestaciones más pequeñas por todo el país. Esto desarmó el reproche de que los manifestantes son unos mocosos malcriados de Tel Aviv, “comedores de sushi y fumadores de pipa de agua”, como dijo uno de los ministros. También llevó la protesta a las masas de habitantes judíos orientales desfavorecidos de la “periferia”, desde Afula en el norte hasta Beer Sheva en el sur, muchos de ellos votantes tradicionales del Likud. Se convirtió en un festival de fraternización.

Entonces ¿qué hace un político corriente en esa situación? Bien, por supuesto, designa un comité. Así que Netanyahu le dijo a un respetable profesor con buena reputación que estableciera un comité que, en cooperación con nueve ministros, no menos, presente soluciones. Incluso le dijo que estaba preparado para cambiar completamente sus propias convicciones.

Netanyahu tiene la mano en el grifo de la violencia, puede abrirlo y cerrarlo con placer

(Sí cambió una de sus convicciones cuando anunció en 2009 que ahora defendía la solución de los Dos Estados. Pero después de ese memorable cambio de opinión, no cambió absolutamente nada sobre el terreno.)

Los jóvenes en las tiendas se reían de que ‘Bibi’ no podía cambiar sus opiniones, porque no tenía ninguna. Pero ese es un error; en realidad tiene opiniones muy definidas tanto a nivel nacional como social: “toda la Tierra de Israel” en uno, y la ortodoxia económica Reagan-Thatcher en el otro.

Los jóvenes líderes de las tiendas reaccionaron a la designación del nuevo comité con un movimiento inesperado: eligieron un consejo propio de asesores de 60 personas, compuesto por algunos de los profesores universitarios más prominentes, incluyendo a una profesora árabe y a un rabino moderado, y dirigido por un antiguo vicegobernador del Banco de Israel.

El comité del gobierno ya ha dejado claro que no tratará problemas de clase media sino que se va a concentrar en aquéllos problemas de los grupos de más bajo nivel socio-económico. Netanyahu ha añadido que no adoptará automáticamente sus recomendaciones (para el futuro), sino que las comparará con las posibilidades económicas. En otras palabras, no confía en sus propios candidatos para entender los hechos económicos de la vida.

En ese punto, Netanyahu y sus asesores habían puesto sus esperanzas en dos fechas: septiembre y noviembre 2011.

En noviembre comienza normalmente la estación lluviosa. Ni una gota de lluvia antes de entonces. Pero cuando empiece a caer el chaparrón, esperado en la oficina de Netanyahu, los niños malcriados de Tel Aviv buscarán refugio. Fin de la ciudad-tienda del bulevar Rothschild.

Recuerdo haber pasado algunas miserables semanas de invierno de la guerra de 1948 en peores tiendas, en medio de un mar de agua y fango. No creo que la lluvia haga que los habitantes de las tiendas abandonen su lucha, incluso si los compañeros religiosos de Netanyahu mandaran a los altos cielos las más fervientes oraciones judías para que llueva.

Lieberman ha asegurado que los palestinos están planeando un “baño de sangre”

Pero dentro de pocas semanas, en septiembre ―así se esperaba―, los palestinos iniciarían una crisis que distraería la atención. Esta semana ya han presentado a la Asamblea General de Naciones Unidas una petición para reconocer el Estado de Palestina. La Asamblea probablemente accederá. Avigdor Lieberman ya nos ha asegurado con entusiasmo que los palestinos están planeando un “baño de sangre” para entonces. Los jóvenes israelíes tendrán que cambiar sus tiendas de Tel Aviv por las tiendas de los campamentos militares de Cisjordania.

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Es un sueño bonito (para los de Lieberman), pero los palestinos por el momento no habían mostrado ninguna inclinación a la violencia.

Todo esto cambió esta semana.

De ahora en adelante Netanyahu y sus colegas pueden dirigir los acontecimientos como quieran.

Ya han “liquidado” a los jefes del grupo que llevó a cabo el ataque, llamado “Los Comités de resistencia popular”. Esto ocurrió mientras todavía había tiroteos en la frontera. El ejército estaba avisado y preparado. El hecho de que los agresores consiguieran, a pesar de eso, cruzar la frontera y disparar a los vehículos se atribuyó a un fallo operacional.

Y ahora ¿qué? El grupo de Gaza disparará misiles en represalia. Netanyahu podría, si quisiera, matar a más líderes palestinos, militares y civiles. Esto fácilmente puede desencadenar un círculo vicioso de represalias y contra-represalias, que llevaría a una guerra al estilo Plomo Fundido a gran escala. Miles de misiles sobre Israel, miles de bombas sobre la Franja de Gaza. Un tonto exmilitar ya argumentó que toda la Franja de Gaza tendría que ser reocupada.

En otras palabras, Netanyahu tiene la mano en el grifo de la violencia, y puede aumentar o reducir las llamas a placer.

Su deseo de poner fin al movimiento de protesta social podría jugar un buen papel en sus decisiones.

Esto nos lleva de vuelta a la gran pregunta del movimiento de protesta: ¿puede uno provocar un cambio real, que no sea exigiendo concesiones a regañadientes del gobierno, sin convertirse en una fuerza política?

¿Puede triunfar este movimiento mientras haya un gobierno que tenga el poder de iniciar o de agravar una “crisis de seguridad” en cualquier momento?

Y la pregunta más importante: ¿puede uno hablar de justicia social sin hablar de paz?

Hace unos días, mientras paseaba entre las tiendas del bulevar Rothschild, una emisora de radio me pidió que le concediera una entrevista y me dirigiera a los habitantes de las tiendas. Dije: “No queréis que hable de paz, porque no queréis que se os tache de “izquierdistas”. Lo respeto. Pero la justicia social y la paz son dos caras de la misma moneda, no se pueden separar. No sólo porque están basadas en los mismo principios morales, sino también porque, en la práctica, la una depende de la otra.”

La justicia social y la paz son dos caras de la misma moneda, no se pueden separar

Cuando dije esto, no podía imaginar cómo se manifestaría sólo dos días después.

Un cambio real significa sustituir este gobierno por un establecimiento político nuevo y muy diferente.

Aquí y allá la gente en las tiendas ya está hablando de un nuevo partido. Pero las elecciones no son hasta dentro de dos años, y por el momento no hay señal de una fisura real en la coalición de derechas que pueda adelantar las elecciones. ¿Será capaz la protesta de mantener su ímpetu durante dos años enteros?

Los gobiernos israelíes han cedido en el pasado a las manifestaciones en masa y los levantamientos públicos. La temible Golda Meir dimitió ante las manifestaciones en masa que la culpaban de las omisiones que llevaron al fiasco el principio de la guerra Yom Kippur. Las coaliciones del gobierno tanto de Netanyahu como de Ehud Barak en los noventa se desmoronaron bajo la presión de la opinión pública indignada.

¿Puede ocurrir esto ahora? En vista del estallido militar de esta semana, no parece probable. Pero cosas más extrañas se han visto entre el cielo y la tierra, especialmente en Israel, la tierra de las imposibilidades limitadas.