Opinión

La paradoja del desierto

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 5 minutos

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Aparentemente, secuestrar a un cooperante en los campos de refugiados saharauis en el sur de Argelia es una tarea fácil. Los hombres armados que irrumpieron en las chozas que sirven para alojar a los visitantes en el campamento de Rabuni, y se llevaron por la fuerza a los españoles Ainhoa Fernández del Rincón y Enric Gonyalons y a la italiana Rosella Urru, no encontraron ningún obstáculo, ni humano ni físico, para marcharse por donde habían venido. Entre la estéril “hammada” argelina y las vastas zonas despobladas del norte de Malí, donde todo apunta que han llevado a los cooperantes, no hay otra cosa que desierto.

Los secuestros no ocurren porque sí, y menos en Tinduf; es necesaria una preparación previa, una logística

Pero los secuestros no ocurren porque sí, y menos en un lugar como Tinduf. Es necesaria una preparación previa, una logística, una motivación. Y la ‘hammada’ es uno de los lugares más indiscretos del mundo, porque, recortado el individuo contra el vacío, es imposible pasar desapercibido.

Cualquiera que haya visitado estos campos de refugiados, y haya sido capaz de ver más allá de la deliciosa hospitalidad saharaui, habrá percibido lo implacable del desierto; se habrá sentido pequeño, vulnerable; habrá comprendido cuán a merced de los demás se está en un lugar como este. Los saharauis son capaces de leer en la arena, de reconocer dunas, piedras, arbustos, y, por supuesto, rostros y vehículos. Su supervivencia en este medio hostil depende de ello.

El prestigioso reportero Jon Lee Anderson, que vivió varios meses en Tinduf para documentar su libro “Guerrillas”, describe en él cómo los saharauis se jactan orgullosos de ser “la única sociedad libre de crimen del mundo”. Por supuesto, esto es una exageración.

Un golpe como este hubiera sido imposible sin ayuda interna, de alguien que vive en los propios campamentos

Pero, como apuntan los criminólogos, lo que disuade a un delincuente de cometer un delito no es la dureza de la pena sino la certeza del castigo. En los campamentos de Tinduf, el criminal potencial se sabe permanentemente observado.

Todo apunta, entonces, a una conclusión lógica: un golpe como este hubiera sido imposible sin ayuda interna, de alguien que vive en los propios campamentos y sabe cómo sortear o atravesar los puestos de vigilancia que los rodean.

Es poco probable que, tratándose de un saharaui, sea un islamista radical: en los campos de Tinduf no existe nada parecido, en primer lugar porque el islam del desierto es bastante tolerante y heterodoxo (los nómadas, por ejemplo, solo rezan tres veces al día, en lugar de cinco), y en segundo lugar porque la estructura de control social establecida por el Frente Polisario ha impedido siempre la penetración de misioneros salafistas.

Los marroquíes se frotan las manos ante la posibilidad de “probar” el vínculo entre Al Qaeda y el Frente Polisario, tras años de insistir en ello. Pero, más allá de las fronteras de Marruecos, esta tesis nunca ha encontrado demasiado eco. Probablemente el cómplice, o los cómplices, que los secuestradores han tenido en los campamentos, no lo han hecho por ideología, sino por razones más mundanas. En otras palabras, les han pagado.

Se está creando toda una industria del secuestro de los trabajadores humanitarios, que tiene pinta de ir a más

Así pues, es posible sacar varias conclusiones de este incidente. Ser cooperante se está poniendo verdaderamente peligroso, porque se está creando toda una industria del secuestro de los trabajadores humanitarios, que tiene pinta de ir a más en los próximos años. Tindouf estaba considerado un destino sin riesgo en el mundo de la cooperación, pero si el ejemplo se extiende, no habrá ningún lugar verdaderamente seguro para los cooperantes en todo el planeta: las mafias están en todas partes.

Se cree que la facción de Al Qaeda en el Magreb Islámico que es responsable de estos hechos es la dirigida por el argelino Mojtar Belmojtar, menos radical que su colega y rival Abu Musab Abdel Wadoud, y más interesado en las cuestiones económicas.

Esto es una noticia relativamente buena, porque a Belmojtar le motiva más la obtención del rescate que el decapitar infieles. Mientras el dinero llegue a sus manos, la posibilidad de que los rehenes sean liberados ilesos son muy altas. En todo caso, el hecho de que a un mes de los secuestros el grupo no los haya reivindicado indica que no se trata de una acción política, sino de un asunto meramente criminal, y confirma la deriva delictiva de los yihadistas norteafricanos.

Habrá en España, donde el pueblo saharaui ha sido idealizado hasta extremos sorprendentes, quien se negará a creer en la complicidad de alguien de los propios campamentos. Pero los saharauis, y ese es el drama que enfrentan en el desierto, son seres humanos. En Tinduf también hay criminales y traidores. Como en todas partes.