Opinión

Dr. Abdelilah y Mr. Benkirane

Ali Amar
Ali Amar
· 8 minutos

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El primer dirigente islamista en encabezar un gobierno de Marruecos es un hombre con dos caras. El tribuno seductor y azote de la corrupción es también un enemigo declarado de los laicos, los ateos, los homosexuales y la cultura occidental.

Más de un mes después de las primeras elecciones, el rey Mohammed VI nombró, el 3 de enero pasado, un gobierno dirigido por un islamista, Abdelilah Benkirane, dirigente del partido islamista moderado Justicia y Desarrollo (PJD). El partido había ganado 107 de 395 escaños parlamentarios en las elecciones legislativas del 25 de noviembre de 2011. Es la primera vez que hay un islamista a la cabeza del gobierno de Marruecos.

¿Paloma o halcón? ¿Dogmático o conciliador? ¿Partidario del régimen o político visionario?

“¿Paloma o halcón? ¿Dogmático duro o pragmático conciliador? ¿Partidario convencido del majzén [régimen] o político visionario e inteligente?” Abdelilah Benkirane, el nuevo líder de Marruecos, enviado a la cabeza del gobierno después de la histórica victoria de su partido en las elecciones legislativas es a la vez, «un personaje complejo y polifacético”. Así lo describió la revista TelQuel en un perfil bien documentado. Para la prensa, siempre será «el extraño señor Benkirane».

Nacido hace 57 años en Rabat, en el barrio de Akkari en una familia vinculada al Istiqlal, el Partido de la Independencia, Abdelilah Benkirane, de cuerpo bajo, de mirada de carbón y de voz elevada, no ha cesado desde sus años de universidad de abrir un camino atípico en el laberinto del islamismo político marroquí. Cuando no está en el estrado para arengar a su rebaño, el profesor de Física jubilado dirige una escuela privada de la capital.

Sus primeros pasos como militante los dio en la Chabiba Islamía, una organización clandestina islamista que luchaba de forma violenta contra los movimientos izquierdistas en los años 70 y 80. A este grupúsculo se le atribuye el asesinato, en 1975, de Omar Bendjelloun, uno de los líderes del partido socialista de Marruecos. Benkirane se alejó de la organización a tiempo, rindiéndose muy pronto a los cantos de sirena del poder. Un poder que también ha favorecido a los barbudos para eliminar a los izquierdistas de las universidades.

A mediados de los 80, Benkirane volvió a centrarse en la actividad política y aglutinó a lo largo de los años a diversas asociaciones islámistas. En aquella época estaba era un hombre clave en las prolongadas negociaciones con Driss Basri, el ministro del Interior de Hassan II, que desembocaron en la legalización por etapas de su movimiento y, en 1998, en la creación del Partido Justicia y Desarrollo (PJD).

¿Una criatura del Palacio?

Dentro del partido, Benkirane representa una línea dura, sin concesiones, casi feroz, pero no se puede desprender de su pasado como negociador con el gobierno. Se sospecha que es una criatura del sistema, nacido de las entrañas del Palacio.

Militó en Chabiba Islamía, una organización islamista que luchaba contra los movimientos izquierdistas

«Los únicos momentos en los que no puede contener su enfado es cuando se habla de los insistentes rumores que corren sobre él. Niega con vehemencia las sospechas alimentadas por sus opositores, incluyendo al movimiento islamista: el que haya surgido del del aparato administrativo», relata en 1997 un periodista que le entrevistó. Él lo define más bien como pragmatismo. Son las virtudes del realismo político que durante años lo han condenado a desempeñar un papel secundario en el seno del PJD, en el que otros líderes, como Saadeddine Othmani, un psiquiatra de profesión, tenían fama de ser más flexibles, más suaves.

Esta estrategia ha dado sus resultados. Benkirane, el áspero, alcanzó sus objetivos. Con el apoyo de los ‘jóvenes turcos’ del PJD y, especialmente, del MUR, el Movimiento por la Unidad y la Reforma, el vivero de los militantes más extremistas, tomó finalmente las riendas del partido en 2008. Hay que reconocer que el PJD tiene una ventaja para sus miembros ambiciosos: es uno de los pocos partidos que respetan las reglas de la democracia interna. Lo reconoció incluso Mohammed VI, al llamarlo para felicitarle por su victoria.

Es la consagración. Un año antes de su llegada a la cúpula del PJD, el Ministerio del Interior había puesto frenos al partido para que no ganara las legislativas de 2007. Y Benkirane, que ya estaba irritado, no ocultó su enojo. Entronizado en la cúpula del PJD, su discurso adquiere soltura. Sus apariciones en la televisión arrasan. Su populismo de fachada bonachona seduce tanto a los a los pobres como a las clases medias. Se convierte en la figura indiscutible, casi natural, del antisistema, toda una cumbre para alguien que ha nacido en el seno del sistema.

Y para establecer su reputación de luchador, Benkirane elige para sus diatribas un blanco en el corazón de la monarquía: Fouad Ali El Himma, un amigo íntimo del rey, que a su vez creó de la nada un partido sin carisma y sin ideología, excepto la de estar lo más cerca posible de Su Majestad. Esta formación, que al principio se interpretó como una amenaza para el PJD, será finalmente su bendición, por puro contraste: al encarnar la política de la Administración de crear “partidos exprés”, ha servido para devaluar las instituciones en beneficio de los tecnócratas y oportunistas de todo tipo.

Un discurso preocupante

A partir de ahí, y sin dejar de cultivar sus redes, Benkirane anuncia sus ambiciones sin tapujos. Su audacia no tiene mesura y su gusto por la provocación tampoco. Empieza a ser inquietante. Se queja, durante una sesión del Parlamento, de la ropa de una técnico de televisión que desde su punto de vista es poco islámica. En una reunión de las juventudes de su partido en junio de 2011, declara todo su resentimiento contra la libertad de creencia y la libertad sexual.

«Que se esconda quien arrastre la inmundicia, porque si no, le aplicaremos el castigo de Dios»

«Los laicos quieren prodigar el vicio entre los que tienen fe. Quieren que a partir de ahora, los ciudadanos ¡puedan declarar el pecado! Quieren que se generalice la desviación sexual (homosexualidad en la terminología islámica)», antes de amenazar con un arrojo digno de Bin Laden: «Que se esconda quien arrastre tanta inmundicia, porque si nos muestra su rostro, le aplicaremos el castigo de Dios».

Es evidente, dado que Benkirane lanzó su diatriba en árabe, que el «castigo de Dios» se refiere a la pena de muerte por apostasía y la lapidación para los adúlteros. También había estado a la vanguardia de la condena del Movimiento Alternativo de las Libertades Individuales (MALI) que aboga por la libertad de religión y la despenalización de las prohibiciones religiosas como la de comer en público durante el Ramadán.

En cuanto a la identidad amazigh, Benkirane no escatima recursos para reducir el alcance de la nueva Constitución, y llega a comparar con desprecio el alfabeto tifinagh a los ideogramas del chino. Por no hablar de los festivales de música, considerados como lugares de corrupción de la juventud.

El PJD acusó al músico Elton John, invitado a un festival de Rabat, de “homosexualizar Marruecos”

El PJD ya había creado polémica al acusar a las estrellas invitadas al festival Mawazine en Rabat, como Elton John, de “homosexualizar Marruecos” o a Shakira de «promover una moral ligera». Ni deja tranquilo el cine. Cada vez que se estrenan películas con escenas consideradas atrevidas, los ataques llueven, especialmente en las páginas deAttajdid, el periódico oficioso del partido que clama blasfemia y promete el infierno a los artistas agraciados. Esta misma publicación también había dicho que el tsunami que arrasó el sudeste asiático en 2005 fue un castigo divino.

Para hacer olvidar su discurso hostil a la laicidad, en la lengua bereber y a los homosexuales, Benkirane ha tratado de tranquilizar a las cancillerías occidentales.

«Lo esencial de nuestro programa y del de los que gobernarán con nosotros tendrá dos ejes: la democracia y el buen gobierno», recalca a los medios extranjeros que venían a cubrir su consagración. «Los marroquíes insisten en mantener su monarquía, pero quieren que evolucione con ellos», añade. Como sabemos, el PJD defiende tenazmente el trono y cierra filas con el Estado para condenar el Movimiento 20 de Febrero, que sale a la calle desde el comienzo de las revoluciones árabes para reclamar la libertad y la democracia.

Benkirane, por otra parte, siempre ha declarado que la monarquía parlamentaria, principal reivindicación de la protesta juvenil, sería «totalmente inadecuada para el reino». Testimonios que recuerdan cuál es la realidad: de hecho, los islamistas del PJD deben arreglárselas necesariamente con el Palacio que conserva grandes poderes y actúa como árbitro en los asuntos del Estado.

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