Atatürk, el intocable

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 10 minutos

Su fotografía está tanto en edificios públicos como en oficinas y pequeños comercios, en postales, camisetas, e incluso tazas y mecheros. Cualquier viajero que llegue a Turquía por primera vez se verá sorprendido por la omnipresencia de iconos del que sin duda es uno de los personajes más importantes del siglo XX: Mustafá Kemal «Atatürk», de cuyo fallecimiento se cumplieron 73 años el pasado 10 de noviembre.

Pero mientras en el resto del mundo el fundador de la moderna República Turca no es ya más que una figura histórica, en este país es aún querido y reverenciado como el primer día, o casi.

Tanto, que los riesgos de criticarla son enormes, como ha descubierto la periodista Nagehan Alçi. Esta profesional de la televisión se atrevió a decir que «Atatürk fue un dictador» durante un debate en el programa «Los cuatro lados», de CNNTürk, emitido a inicios de noviembre. Y la reacción, especialmente entre los llamados kemalistas (los seguidores de la ideología establecida por Mustafa Kemal), ha sido furibunda. La fiscalía pública ha iniciado una investigación para determinar si se procesa a Alçi.

No es ninguna broma: podrían hacerlo en virtud de la llamada Ley de Protección de Atatürk, establecida en los años 50, que establece penas de prisión para aquellos que «mancillen la figura de Atatürk». En la prensa turca han aparecido decenas de artículos ensalzando al personaje y denigrando el trabajo de Alçi.

La periodista Nagehan Alçi ha sufrido persecución por decir que «Atatürk fue un dictador»

Columnistas como Nihat Genç han llegado aún más lejos, y han escrito cosas como que Alçi «no podrá convencer a nadie de que su futuro bebé es de su marido». «Yo a esto no lo llamaría ni siquiera «críticas». Este hombre parece haber perdido el juicio», se ha defendido Alçi, quien ha indicado que volvería a hacer los mismos comentarios incluso sabiendo la reacción que iban a provocar.

Tan sólo unas pocas voces han salido en defensa de la periodista. Entre ellos, el columnista Mustafa Akyol, liberal cercano al partido AKP de Erdogán, que equipara la legislación que permite el procesamiento de Alçi con las «leyes sobre la blasfemia» de países como Pakistán. «El término «dictador» no es un insulto sino una definición política, y Atatürk realmente encaja en ella bastante bien», asegura Akyol.

«Autócrata blando»

«Desde 1925, cuando inició el régimen de partido único, hasta su muerte en 1938, gobernó Turquía con un estilo dictatorial perfecto: prohibió todos los partidos de oposición, cerró incluso las organizaciones de la sociedad civil (desde las órdenes sufíes hasta los masones), y no permitió una sola voz crítica en los medios», explica. «Naturalmente, Atatürk no puede ser comparado con los dictadores más notorios de esa época, como Hitler o Stalin, que fueron despiadados asesinos de masas. Al lado de esas figuras, Atatürk fue un autócrata bastante blando.

Por ello, el historiador Ahmet Kuyas, que siente una genuina simpatía por Atatürk y su legado, argumenta que se le debe llamar «un buen dictador». Pero un dictador, no obstante», escribe el columnista. La obra política de Atatürk (un sobrenombre que significa «padre de los turcos» que adoptó él mismo) es reivindicada por casi todo el espectro político turco: mientras la izquierda se identifica con su antiimperialismo, otros partidos defienden el importante papel que legó a las fuerzas armadas, al sector público o al nacionalismo turco.

La devoción por este personaje es tal que existen cosas como un tatuador especializado en su figura (que se ofrece a grabar en la piel del cliente desde el rostro de Atatürk a su característica firma, pasando por su caballo), un «Centro de Estudios sobre Atatürk», o historiadores expertos en sus obras completas. Por ello, cada vez que aparece una película, un documental o un libro sobre su figura, la polémica es inevitable, al mostrar aspectos como su vida sexual o su afición por el raki (la bebida nacional de Turquía, que probablemente le provocó la cirrosis que le llevó a la tumba).

Este año, un dibujante fue llevado a juicio por un diputado del Partido Republicano por un cómic en el que Atatürk era arrestado y torturado por oficiales del sultán, algo que, históricamente, nunca ocurrió. El ilustrador Baris Kesoglu se enfrenta a una posible pena de prisión de entre 18 meses y cuatro años y medio por su obra «El joven Mustafa», en la que un Atatürk veinteañero aparece maniatado, golpeado, y sangrando por la boca.

«Nuestro gran líder Atatürk ha sido añadido con las escenas de este cómic, incluyendo la tortura, que no se basan en ningún hecho histórico. Atatürk ha sido presentado al público y a las nuevas generaciones como una persona acusada de conspirar contra el sultán, como un prisionero, en una situación débil e indefensa», indicó el autor de la querella, el diputado por Manisa Sahin Mengü, en la petición judicial.

Los kemalistas exculpan a Atatürk de la masacre de Dersim, a pesar de los datos históricos

Pero, aparentemente, criticar la gestión política del «padre fundador de la patria» sigue siendo el último gran tabú. Se ha convertido en un tópico, por ejemplo, exculpar a Mustafa Kemal de la masacre de Dersim de 1938, en la que al menos 13.000 civiles murieron a manos del ejército de la nueva República de Turquía durante una rebelión tribal kurda contra el gobierno central (otras fuentes elevan la cifra de muertos hasta 70.000).

En esta matanza participó la hija adoptiva de Atatürk, la aviadora Sabiha Gökçen (que da nombre al segundo aeropuerto de Estambul), la primera piloto militar de la historia, que bombardeó a rebeldes y civiles desde el aire, un hecho del que no se habla demasiado en Turquía.

Así, la tendencia de los historiadores kemalistas hasido la de considerar que Atatürk no estaba al tanto de la violencia desplegada por el ejército turco, aunque otros estudiosos consideran que esto es prácticamente imposible ante semejante operación militar.
La raíz del conflicto era la pretensión de Ankara que desplazar parte de la población de Tunceli hacia otras zonas para evitar posibles rebeliones en una zona habitada por turcos, kurdos y zaza ―una etnia que habla un idioma cercano al persa y las lenguas caspias― y en su gran mayoría alevíes, es decir seguidores de una religión distinta del islam, aunque considerado a menudo una rama musulmana.

«Me disculpo en nombre del estado»

Hace unas semanas, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan destapó la caja de los truenos al pedir disculpas por los sucesos de Dersim. «Si es necesario disculparse en nombre del estado, puedo hacerlo, y me disculpo», dijo en una reunión de su partido, transmitida por televisión. Añadió que, en todo caso, si alguien debía hacerlo era el líder del Partido Republicano (CHP), Kemal Kiliçdaroglu: era el CHP, fundado por el propio Atatürk, que estaba al mando durante esta época histórica, ya que fue partido único hasta 1946.

La reacción de los kemalistas fue inmediata y fulminante: «Su intención es saldar cuentas con Atatürk para apropiarse de la República. Somos conscientes de ello», declaró Kiliçdaroglu. Más tarde contraatacó: “Pedir perdón está muy bien, pero no basta: lo que hay que hacer es abrir los archivos estatales y permitir el acceso a los documentos de la época para discutir qué es lo que ocurrió”, exigió. “Hubo deportaciones: hay que aclararlas y devolver las tierras a las familias”, remachó.

Por su parte, los ultranacionalistas del MHP consideraron las palabras de Erdogán «un escándalo». La rebelión de Dersim «era parte de un proceso para derrocar al gobierno y destruir la naciente República», sentenció su líder, Devlet Bahçeli: «Las autoridades de la época hicieron lo que su responsabilidad requería», afirmó.

En realidad no fue Erdogan quien dio el primer paso. El abogado Erdal Dogan anunció ya en abril de este año que iba a llevar el “genocidio” de Dersim ante el Tribunal Penal Internacional. En septiembre, Canpolat Yakar, hijo de una de las víctimas de la masacre, inició un juicio por el paradero de su padre, ejecutado junto a otras 94 personas en 1938… y la Fiscalía de la provincia de Erzincan ordenó a la gendarmería buscar la fosa común en la que se enterraron. Y a mediados de noviembre, Hüseyin Aygün, un diputado del CHP, el partido en la oposición, se lanzó: dijo públicamente que era precisamente el CHP quien había sido responsable de las masacres, y que Atatürk estaba al tanto, aunque habitualmente se considera que debido a su mal estado de salud ―moriría en noviembre de 1938― ya había delegado todas las responsabilidades en su delfín, Ismet Inönü, dirigente del CHP.

Sabiha Gökçen, la hija adoptiva de Atatürk, participó en el bombardeo aéreo de Dersim

Las declaraciones de Aygün desataron un huracán en su propio partido; varios diputados pidieron su expulsión.El líder del CHP, Kemal Kiliçdaroglu, guardó un comprensible silencio: el partido recluta sus votantes entre los sectores kemalistas, fieles a la memoria de Atatürk… pero Kiliçdaroglu es oriundo de Tunceli, es decir el antiguo Dersim, y aleví, por más señas y Tunceli es una de las pocas zonas del país donde el CHP conquistó una amplia mayoría de diputados en las elecciones de junio.

La polémica pronto se convirtió en huracán. Un delegado del CHP en Diyarbakir pidió perdón, por su cuenta, a Dersim… y el partido aclaró que había sido cesado horas antes, con lo cual no era oficial. El vicepresidente del partido, Gürsel Tekin, felicitó irónicamente a Erdogan por “colocar dinamita bajos los fundamentos de la nación”.

Una legión de columnistas en la prensa pedía extender la petición de perdón: a la guerra sucia de los años noventa contra los kurdos, a la masacre de alevíes en Kahramanmaras en 1978, a los pogromos contra la población griega de Estambul en 1955, a los judíos arruinados y expulsados de facto en los años cuarenta mediante la ‘tasa de la riqueza’… y, por qué no, al genocidio armenio.

Polémica no faltará: un diputado del BDP pidió cambiar el nombre del segundo aeropuerto de Estambul, Sabiha Gökçen, por otro, preferiblemente el de Seyit Riza, el líder zaza aleví de Dersim, ahorcado en 1937, cuya tumba no se conoce aún. Y hay una oleada de peticiones para que la provincia de Tunceli recupere su nombre original.

«Tenemos que ser críticos sobre este tema. Hay fanatismo sobre Atatürk», asegura Nagehan Alçi. «Aparentemente, hay tabús en Turquía en lo que respecta a la libertad de expresión. Aquellos que se llaman a sí mismos intelectuales deberían pensar sobre ello», ha dicho la periodista en una entrevista con la agencia de noticias Cihan. «No digo que todo el mundo deba pensar que Atatürk era un dictador, pero aquellos que lo piensen deberían poder decirlo», afirmó la reportera. Algo, por lo que se ve, que todavía está lejos de ocurrir.