Opinión

¡Viva Egipto!

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

opinion

Egipto| Enero 2012

Ha ocurrido lo imposible. El Parlamento de Egipto, elegido democráticamente por un pueblo libre, se ha reunido para su primera sesión.

Para mí, eso es un momento maravilloso, lleno de alegría.

Para muchos israelíes es un panorama preocupante, amenazador.

No puedo evitar alegrarme cuando un pueblo oprimido se levanta y gana su libertad y su dignidad humana. Y no por la intervención de fuerzas extranjeras sino por su propia tenacidad y valentía. Ni mediante disparos y derramamientos de sangre sino por la pura fuerza de la no violencia.

El levantamiento egipcio no era sangriento: los egipcios carecen de agresividad y violencia

Dondequiera y cuandoquiera que ocurra, tiene que alegrar el corazón de cualquier persona decente en el planeta.

En comparación con la mayor parte de otras revoluciones, el levantamiento egipcio era no sangriento. El número de víctimas se cuenta por docenas, no por millares. La lucha actual en Siria se cobra este número de víctimas cada día o cada dos días, al igual que el exitoso alzamiento en la vecina Libia, que recibió una enorme ayuda de la intervención militar extranjera.

Una revolución refleja el carácter de su pueblo. Yo siempre tuve una especial simpatía por el pueblo egipcio, porque a grandes rasgos carecen de agresividad y violencia. Son una pandilla extraordinariamente paciente y bienhumorada. Uno lo puede ver en sus miles de años de historia registrada y lo puede ver en la vida cotidiana en la calle.

Por eso, la revolución era tan sorprendente. De todos los pueblos del planeta, los egipcios son los que menos probabilidades tienen de rebelarse. Y sin embargo, se rebelaron.

El Parlamento se reunió tras 60 años de un régimen militar, que también empezó con una revolución no sangrienta. Ni siquiera le hicieron daño al odiado rey, Faruk, que fue derrocado en julio de 1952. Lo metieron en su yate de lujo y lo mandaron a Monte Carlo para que se pasara el resto de su vida jugando a las apuestas.

Coincidí con Nasser varias veces en la guerra de 1948; siempre en batallas nocturnas

El verdadero líder de la revolución era Gamal Abd-al-Nasser. Había coincidido con él varias veces durante la guerra de 1948, aunque nunca nos presentaron formalmente. Era siempre en batallas nocturnas, y sólo después de la guerra pude reconstruir lo sucedido. Él fue herido en una batalla por la que mi compañía recibió como premio el nombre honorífico de “Zorros de Sansón”, mientras que yo fui herido cinco meses más tarde por soldados bajo su comando.

Nunca nos vimos cara a cara, desde luego, pero un buen amigo mío sí lo vio. Durante la batalla de Faluja, se acordó un alto el fuego para recoger a los muertos y heridos que estaban entre las líneas. Los egipcios mandaron al mayor Abd-al-Nasser, de nuestro lado mandamos a un oficial nacido en Yemen al que llamábamos “Gingi” (gengibre) porque era casi totalmente negro. Los dos oficiales enemigos se cayeron muy bien y cuando estalló la revolución egipcia, Gingi me contó, mucho antes que cualquier otro, que el hombre al que seguirle le pista era Abd-al-Nasser.

(No puedo reprimirme: tengo que hacer pública una manía mía. En los filmes y libros occidentales, muchos árabes llevan el nombre de pila Abdul. Ese nombre no existe. “Abdul” es en realidad Abd-al-, que significa “esclavo de” y siempre va seguido de uno de los 99 atributos de Alá. Abd-al-Nasser, por ejemplo, significa: “Esclavo de (Dios) el Victorioso. Así que ¡por favor!).

“Nasser”, como la mayoría de la gente le llamaba para abreviar, no era un dictador nato. Relató luego que tras la victoria de la revolución, no tenía ni idea que hacer ahora. Empezó nombrando un gobierno civil, pero le chocaba la incompetencia y la corrupción de los políticos. Así que los militares empezaron a ocuparse ellos mismos de las cosas y muy pronto el país se convirtió en una dictadura castrense que duró y se fue deteriorando de forma continua hasta el año pasado.

Un gobierno militar “temporal” tiende a convertirse en una dictadura duradera

Uno no tiene que aceptar el relato de Nasser de forma literal, pero la lección es evidente: tanto ahora como entonces, un gobierno militar “temporal” tiende a convertirse en una dictadura duradera. Los egipcios lo saben por su amarga experiencia y es por eso que ahora se están volviendo muy muy impacientes.

Recuerdo una conversación fascinante entre dos grandes intelectuales árabes, hace unos 45 años. Estábamos en un taxi en Londres, camino de una conferencia. Uno era el admirable Mohammed Sid Ahmad, un aristocrático marxista egipcio, el otro era Alawi, un valiente izquierdista marroquí, lider de la oposición. El egipcio dijo que en el mundo árabe contemporáneo, no se puede cumplir ningún objetivo nacional sin un liderazgo autócrata fuerte. Alawi respondió que no se puede conseguir nada que valga la pena sin antes establecer una democracia interna. Creo que la discusión ahora está decidida.

Dice lo mismo la famosa frase de Winston Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando todas las demás formas que se han experimentado”. Lo malo de una democracia es que unas elecciones libres no siempre dan el resultado que uno deseara.

La reciente elección egipcia la ganaron los “islamistas”. La primera sesión tumultuosa, resultado de este soplo de libertad, estuvo dominada por diputados con barbas religiosas. La mayoría del hemiciclo lo forman los Hermanos Musulmanes y los salafistas, más extremistas (seguidores de la salafía, una tendencia suní que asegura seguir las enseñanzas de las tres primeras generaciones del islam). Los israelíes y los islamófobos del mundo, para los que todos los musulmanes son lo mismo, están aterrados.

No me gustan los partidos religiosos de ningún tipo, sean de la religión que sea

Francamente, no me gustan los partidos religiosos de ningún tipo, sean judíos, musulmanes, cristianos o lo que quieras. Una democracia plena exige una separación plena entre Estado y religión, tanto en la práctica como en la teoría.

No votaría a políticos que utilizan el fundamentalismo religioso como escalera para sus carreras, sean candidatos a la presidencia de Estados Unidos, colonos israelíes o demogogos árabes. Incluso si fueran sinceros, aún votaría en contra. Pero si esta gente sale elegida libremente, yo la acepto. Desde luego no permitiré que el éxito de los islamistas estropee mi alegría sobre la victoria histórica de la Primavera Árabe.

Por ahora parece que los islamistas de diferentes graduaciones tendrán mucha influencia en todos los nuevos Parlamentos que surgirán como productos de la democracia árabe, desde Marruecos a Iraq, desde Siria a Omán. Israel no será un “chalé en la jungla” sino una isla judía en un mar musulmán.

Islas y mares no son enemigos naturales. Al contrario: se complementan. Los isleños pescan en el mar, la isla da abrigo a los peces jóvenes.

No hay motivo por el que judíos y musulmanes no puedan vivir juntos en paz y colaborar. Lo han hecho muchas veces en la Historia, y eran buenos tiempos para ambos.

En todas las religiones hay muchas contradicciones. En la Biblia hebrea están los capítulos de los profetas, tan inspiradores, y las llamadas abominables a favor de un genocidio, por ejemplo en el libro de Josué. En el Nuevo Testamento está el bello Sermón de la Montaña y la asquerosa (obviamente falsa, posteriormente insertada) descripción de los judíos que exigen la crucifixión de Jesús, que ha causado el antisemitismo y inenarrables sufrimientos. En el Corán hay varios pasajes desagradables sobre los judíos, pero se quedan pequeños ante la admirable orden de proteger a los “pueblos del Libro”: judíos y cristianos.

Los fieles deciden sacar de sus textos sagrados los pasajes en los que se quieren orientar

Los fieles de cualquier religión deciden sacar de sus textos sagrados los pasajes en los que se quieren orientar. Una vez vi un libro nazi compuesto íntegramente de citas del Talmud: había cientos. Yo estaba seguro de que todas eran falsas, y me sentí profundamente chocado cuando un amistoso rabino me aseguró que eran todas auténticas, únicamente sacadas de su contexto.

Judíos y musulmanes pueden vivir juntos en paz y lo han hecho, al igual que israelíes y egipcios.

Sólo un capítulo: en noviembre de 1944, dos miembros de la organización clandestina preestatal Lehi (también conocida como ‘Banda Stern’), asesinaron en El Cairo a Lord Moyne, el ministro británico del Estado para Oriente Medio. Fueron detenidos y su juicio en un tribunal egipcio se convirtió en una manifestación antibritánica. La sala estaba llena de jóvenes patriotas egipcios que no hicieron ningún esfuerzo por ocultar su admiración por los acusados. Uno de los dos (al que yo conocía personalmente) respondió con un discurso fogoso, en el que descartaba el sionismo y se definió a sí mismo como un luchador por la libertad dispuesto a liberar toda la región del imperialismo británico.

Cuando Israel se fundó poco después, algunos sugerimos que el nuevo Estada usara estas actitudes y otras similares para presentarnos como el primer Estado semita que se habia liberado de un régimen extranjero. En este espíritu dimos la bienvenida a la revolución de 1952 de Abd-al-Nasser. Pero en 1956, Israel atacó Egipto en colusión con Francia y Gran Bretaña y fue marcado como avanzadilla del colonialismo occidental.

Tras la histórica visita de Anwar Sadar a Jerusalén, yo era uno de los primeros cuatro israelíes en llegar a El Cairo. Durante semanas éramos los héroes de la ciudad, perseguidos por los fans. El entusiasmo por la paz con Israel llevaba hacia un espíritu de carnaval. Esta sensación sólo se evaporó más tarde, cuando los egipcios se dieron cuenta de que Israel no tenía absolutamente ninguna intención de permitir que los palestinos alcanzaran su libertad.

Las nuevas democracias árabes ¿nos causan simpatía y admiración o nos asustan?

Ahora es el momento de recuperar este espíritu. Se puede conseguir si, de forma decidida, miramos a la cara de la Primavera Árabe y sus secuelas de invierno.

Esto vuelve a hacer surgir una de las cuestiones más esenciales de Israel ¿Queremos ser parte de esta región o una avanzadilla de Occidente? ¿Son los árabes nuestros aliados naturales o nuestros enemigos naturales? Las nuevas democracias árabes ¿suscitan nuestra simpatía y admiración o nos asustan?

Esto lleva hacia la cuestión más profunda de todas: ¿Es Israel simplemente otra rama más del judaísmo mundial o es una nueva nación, nacida en esta región y formando parte integral de ella?

Para mí, la respuesta es clara. Y por eso saludo al pueblo egipcio y su nuevo Parlamento. ¡Enhorabuena!