Reportaje

Desgana ante la Unión Europea

Irene Savio
Irene Savio
· 9 minutos
Plaza de Ban Jelasic en Zagreb (2012)  |  © Irene Savio
Plaza de Ban Jelasic en Zagreb (2012) | © Irene Savio

Imperturbable, la vendedora cumple con sus labores con una lentitud eterna. Silenciosa, presta poca atención mientras atiende a los clientes. Está a cargo de la única tienda de recuerdos de Kumrovec, diminuto pueblo donde nació y se encuentra la casa familiar de Josip Broz, Tito, el hombre que dirigió la Yugoslavia socialista durante 35 años.

Es de suponer que Kumrovec dejó de tener fama ya después de la muerte de Tito, en 1980. Pero hoy la ruta empinada y rural de la que se debe servir el visitante apenas revela este pueblo de 300 habitantes situado a pocos kilómetros del río Sutla, fronterizo con Eslovenia. Hay turistas, pero pocos.

Llegan para ver el sitio donde nació y vivió Tito, aunque aquí casi no hay rastro de él. A excepción de unas viejas fotocopias en inglés, apoyadas en un rincón, el recuerdo del mariscal vive solo a través de viejas camisetas, llaveros, tazas y mecheros con su imagen.

Las élites croatas entierran el pasado yugoslavo para mirar hacia Europa

Un destino peor lo sufre la Escuela Política Josip Broz, donde antaño se teorizaba sobre la lucha de clases, que fue cerrada después de la última guerra y nunca reabrió. «La administración nacional gasta 2.5 millones de kunas al año para su mantenimiento pero está cerrada», cuenta Anamarjiana Borosak, directora de Administración de Kumrovec.

La memoria sobrevive así en la Croacia que acaba de adherir a la Unión Europea. O mejor, se esconde así. Como antaño hicieron con la herencia otomana, las élites croatas entierran el pasado que desdeñan para mirar hacia Europa. Y lo hacen mientras aguardan el anhelado acceso, previsto para el 2013 y que trazará un nuevo mapa geopolítico que difícilmente se alterará por la anexión de otros países en los próximos años.

Pero borrar de un plumazo el pasado no siempre significa sanar las heridas, explica la periodista Vesna Fabris. «La gente aún ve con escepticismo el futuro», dice. Una conflictiva versión la dan las clases media y media baja que, alejadas de los círculos de poder, recelan del destino europeísta que les aguarda. Según las encuestas, solo el 24,8% consideran que el ingreso en la UE será positivo, mientras que el 35,7% creen que se beneficiarán sobre todo las clases pudientes.

Así acabó el referendo con el que los croatas fueron llamados los pasados 22 y 23 de enero a ratificar el pacto de entrada en la Unión Europa (aunque paradójicamente ya había sido firmado un mes antes por el gobierno de Zagreb). A pesar de la euforia de la prensa europea por el evento, que fue calificado de «histórico», apenas el 43% de los 4,5 millones de croatas habilitados al voto se presentó a las urnas. Es decir, un porcentaje muy escaso si comparado, por ejemplo, con otro evento clave que marcó un giro importante para Croacia, el con el que en 1991 los croatas optaron por la independencia de Yugoslavia y cuando el 83,5% acudió a votar.

Eso sí, de los que votaron en el último referendo, el 66% lo hizo a favor, según datos oficiales del Parlamento croata. Pero también fue el fruto de una rentable inversión a favor del sí por parte del gobierno de Zagreb, de la UE y hasta de la Iglesia católica.

Falta de entusiasmo

Esa falta de entusiasmo refleja no solo el tradicional pesimismo local, sino también un cierto temor de los ciudadanos por la estabilidad de Croacia, cuya economía se basa en el turismo y en los servicios, al tiempo que, según datos del Banco Mundial, el PIB per cápita es de poco más de 10.000 euros al año, casi la mitad que la vecina Eslovenia, que ingresó en el 2004, y un 39% por debajo de la media europea.

«Hace 20 años nos independizamos de Yugoslavia, y ahora nos quieren enjaular en otra prisión, la de la UE, donde tendremos una diminuta representación política y nuestros productos que van a Europa (el 60%) tendrán crecientes dificultades para competir por el aumento de los costes de producción», recalca el antieuropeísta Marjan Bošnjak, autor del libro ¿UE? No, gracias.

Según el analista político Venislav Raos, el antieuropeísmo se solapa en Croacia con el miedo a perder privilegios del Estado, como la baja maternal, que es de un año (mucho más que en España), aunque también influye el recelo del pueblo a raíz de los escándalos de corrupción que han sacudido este país de 4,4 millones de habitantes. «Hoy la gente tiene confianza nula en los partidos y por eso muchos creen que tampoco sabrán defender al país dentro de la UE», explica Raos.

El caso más clamoroso se produjo en el 2009, cuando los croatas asistieron boquiabiertos a la dimisión sin explicaciones de Ivo Sanader, entonces primer ministro. Sanader está hoy en prisión a la espera de un juicio por presunta corrupción y especulación con la guerra. En paralelo, su partido, la conservadora Unión Democrática Croata (HDZ), está siendo investigado por presunta financiación ilegal de campañas electorales.

 «¿Sabe por qué los croatas no nos reímos? Por qué estamos demasiado preocupados por sobrevivir»

«El HDZ es el partido más salpicado por la corrupción y por eso los sondeos lo ven como perdedor. Pero también hay dudas sobre el otro bando, la coalición de centroizquierda Kukuriku que encabeza el Partido Socialdemócrata (SDP) de Zoran Milanovic», precisa Raos. «¿Sabe por qué los croatas no nos reímos? Por qué estamos demasiado preocupados por sobrevivir mientras nuestros políticos acaparan todo el bienestar», coincide Mirsad, un taxista croata de origen bosnio. Según el informe de Transparencia Internacional del 2011, el país está en la 62ª posición, después de Túnez.

La situación económica, por otra parte, no es precisamente de color rosa. Con la crisis de la deuda de los país de la UE en la puerta, el actual primer ministro croata, Milanovic, un jurista de 45 años y elegido en los últimos comicios del 4 de diciembre, no escondió lo que le espera al país ni durante su campaña electoral.»La cuestión clave de estas elecciones es que los ciudadanos apoyen al nuevo Gobierno aun cuando dentro de poco lo vayamos a pasar con dificultades», dijo en un mitin en Zagreb, refiriéndose a los recortes del gasto público y a la reforma de la administración pública que planea adoptar.

Por contra, Jadranka Kosor, su contrincante y ex primer ministro del país, ha vuelto últimamente a mencionar la polémica figura de Franjo Tudjman, el hombre que llevó a Croacia fuera de la Yugoslavia socialista y que goza de una alta popularidad entre los nacionalistas.»Todo para Croacia, Croacia a cambio de nada», dijo Kosor al cierre de su campaña electoral, repitiendo el eslogan que ideó Tudjman.

En 2011, 30.000 croatas se manifestaron para defender al general Ante Gotovina, juzgado en La Haya

Otros expertos como el escritor inglés Marcus Tanner subrayan además que los croatas han digerido mal el precio que tuvieron que pagar para entrar en la UE. «Eso ha incluido dejar en el cajón del olvido sus litigios con Eslovenia e Italia en el mar Adriático y el apoyo informal que se daba a los nacionalistas croatas de Bosnia», argumenta Tanner.

«Los croatas han colaborado activamente con el Tribunal Penal Internacional de la Haya para la Antigua Yugoslavia respecto a los crímenes de guerra. Y también han instituido muchos procesos por crímenes de guerra dentro de sus fronteras, aunque aún no hayan concluido», advirtió el eurodiputado austríaco Hannes Swoboda.

En el futuro, posiblemente la perspectiva cambiará, pero las transformaciones en las mentalidades son muy lentas. Prueba de ello fueron los 30.000 croatas que en abril pasado salieron a la calle en Zagreb contra la sentencia dictada por el Tribunal Penal Internacional contra el exgeneral genocida Ante Gotovina, al que muchos croatas ven como un héroe de la independencia del país de Serbia. O, por citar un caso más reciente, los violentos enfrentamientos que se registraron el pasado 23 de enero en Zagreb después de que ganara el sí para la entrada del país en la UE.

Eslovenia, también en apuros

Al ascender hacia las empinadas montañas de los Alpes Orientales y llegar por la A3 a Eslovenia, uno casi no se percata de que está dejando Italia para entrar en la que fue hace 20 años la Yugoslavia socialista. La vieja aduana, huella del pasado, yace abandonada, mientras el cartel de los 27 países de Unión Europea aparece resplandeciente recordando que el país integra esa comunidad desde hace casi 8 años.

La «pequeña Suiza» de los Balcanes, como la llaman los orgullos eslovenos, ha sido la primera de la clase en el avispero balcánico. No sólo fue la primera en ingresar en la UE en 2004, también la que antes se independizó de Yugoslavia en 1991 y que hizo entrar en circulación el euro en 2007, registrando además una tasa de inflación menor a la de otros países europeos cuando introdujeron la moneda única. «Un éxito», sintetizó entonces un informe de la UE.

Las prolijas plazas, las arboladas avenidas, los modernísimos párkings subterráneos de Lujbiana hablan del «éxito» de este país que, a diferencia de sus hermanos balcánicos, no ha desperdiciado décadas lidiando con sus nacionalismos y sus reivindicaciones territoriales.

«Eslovenia supo venderse bien, pero no hay que olvidar que en sus venas corre sangre austrohúngaro», explica Alman, un camarero bosnio que desde hace 43 años vive y trabaja en Ljubiana, la capital.

Más recientemente, sin embargo, el país ha registrado crecientes turbulencias económicas, y la previsión es que su PIB crezca apenas un 0,3% en el 2012, tras cerrar este año con un 1% de aumento, según datos de la OCDE. Dichos líos llevaron a las elecciones anticipadas de diciembre, en la que finalmente se impuso el izquierdista Zoran Jankovic.

En paralelo, todavía sigue pendiente la cuestión de los borrados, personas cuya condición de residentes permanentes les fue revocada ilegalmente en el 1992, pero que viven en el país. Según el ACNUR, las personas en esa situación suman 4.090.