Joann Sfar
«Si Israel lo hubieran fundado los sefardíes, no habría problemas»
Alejandro Luque
Inmerso en el rodaje de su nueva película, Joann Sfar (Niza, 1971) hace un paréntesis para atender las preguntas de M’Sur. Este joven y polifacético artista, cuya carrera sólo puede calificarse de meteórica, vuelve a ser noticia en España por la publicación del cómic Chagall en Rusia (451 Editores), que coincide con el 125 aniversario del nacimiento del maestro del color.
Aunque comenzó en el mundo de la viñeta como guionista, muy pronto pasaría también a dibujar, iniciando series memorables como La Mazmorra y El gato del rabino, para dejarse llevar por su pasión musical en Klezmer. Poco después, daba el salto a la dirección cinematográfica con Serge Gainsbourg, vie héroïque, biopic sobre el cantante Serge Gainsbourg, y con la adaptación a la gran pantalla de El gato del rabino.
En casi todas estas obras, Sfar revela su interés por las raíces judías de su familia, así como una mirada a la vez crítica y desenfadada que le convierte en uno de los creadores jóvenes más interesantes de la Europa actual.
De Gainsbourg a Chagall. ¿Qué le atrae de estos personajes? ¿Tienen más en común de lo que pudiera parecer, además de su común origen judío y su condición de creadores?
Lo que me atrae es la mirada de los artistas judíos rusos sobre Francia, sobre la esperanza. Estaban enamorados de Europa Occidental y veían en ella una salvación posible. Me gustan los judíos rusos por su desarraigo, sus sueños y sus excesos. A parte de eso, poca relación hay entre Gainsbourg y Chagall. Pero sí, yo sueño siempre con Rusia.
En su cómic, Chagall porta “un cuaderno para salvar judíos”. ¿A quién querría salvar usted con su trabajo?
Es una frase auténtica de Chagall, tomada de su autobiografía. ¿Que salvaría yo? El tiempo. A mis hijos, a mi mujer, a mis amigos. Se dibujan las cosas para salvarlas, para protegerlas. Dibujar las cosas manteniéndolas vivas es muy difícil. Hace falta dibujar el movimiento. Sueño con conseguir un dibujo de la música. Es lo más dificil: dibujar la música.
También en su autobiografía, Chagall celebra París asegurando: “No hay palabra mas dulce para mí”. ¿Y para usted?
No. En mi caso es Niza. ¡Mi ciudad natal! Por otro lado, ¡Chagall pasó sus últimos días en Niza!
Llama la atención que en sus libros los personajes femeninos suelen estar liberados, o al menos decididos a emanciparse. ¿Es la proyección de un deseo, o cree que en todos los tiempos han sido así?
No siempre, en Le chat du rabbin la heroína es una muchacha muy clásica. En Gainsbourg hay muchas chicas que sufrían el machismo de Serge Gainsbourg. Pero ellas tenían tal carácter que a la vez ejercían un poder sobre él. En Klezmer sí, mi heroína se emancipa, pero porque es una artista. En Chagall es a la inversa, porque introduzco un personaje de una muchacha reaccionaria. Pero lo determinante no es que se trate de chicas o chicos, sino la relación con el arte. El arte libera. De verdad.
El argentino Borges, ante un cartel que rezaba ‘Dios, familia y propiedad’, exclamó: “Caramba, qué tres incomodidades”. ¿Qué respondería usted?
¡Ah, sí! Yo critico siempre la religión. Sin embargo, hago plegarias, porque tengo necesidad de hablar con alguien y me gusta discutir con Dios. Pero todo eso ocupa demasiado espacio: la moral, la religión, las leyes, las diferencias entre cada religión. Se está volviendo a la Edad Media en la actualidad. Yo soy verdaderamente un anarquista. ¿Es ridículo decir eso? No, sueño con un mundo que se pueda gobernar sin Dios, sin Papa y sin policía. Puede que un día sea posible si se educa mejor a la gente. Se debería explicar a la gente que Dios es como Papá Noel: es una distracción romántica que no hace falta tomar en serio.
Tener una madre asquenazí —hablaría yiddish, o sea alemán— y un padre sefardí bereber ¿qué mezcla produce? ¿Es explosiva?
Mi madre murió antes de que yo cumpliera los cuatro años. Ella era cantante de rock y había grabado varios discos. Mi padre es un abogado mediterráneo, campeón de esquí náutico, conduce grandes coches, todo eso, un verdadero Don Draper [ protagonista de la serie televisiva Mad Men, prototipo de elegancia masculina]. Creo que tuve una infancia muy moderna. Mi madre es una ausencia terrible. Dibujo para subsanar esa ausencia.
De acuerdo a su propia experiencia familiar, ¿hay algo que una a asquenazíes ucranianos y sefardíes argelinos, aparte de la religión común?
¿Israel? No lo sé. No es tan diferente. Los textos religiosos, las costumbres son las mismas. Además, los judíos se impregnan del país que visitan, aunque desde un lado más frío, más reflexivo. Pero también hay muchos intelectuales entre los judíos del Magreb. Las diferencias no son tan caricaturescas como se dice. Yo veo una diferencia mayor, que explica muchos de los problemas israelíes: los asquenazíes no han comprendido jamas a los árabes y no los comprenderán nunca. Mientras que los sefardíes son bereberes y comprenden mejor el mundo musulmán. Creo que si Israel hubiera sido fundada por sefardíes no habría los problemas de hoy en día.
Hay una importante comunidad judía en Francia y otra musulmana. En los diarios leemos a veces noticias sobre tensiones, agresiones, etcétera. La relación ¿es más tensa que la que hubo o aún pueda haber en los países magrebíes?
Sí, hay muchos idiotas en Francia en este momento. La enseñanza religiosa tiene una gran responsabilidad en ello. Pero también es una oportunidad el hecho de vivir tantos musulmanes y tantos judíos en el mismo país. Se pueden construir verdaderamente cosas optimistas. Yo creo en las utopías.
¿La ultraderecha francesa les tiene en el punto de mira, o centran su fijación en los emigrantes magrebíes y africanos?
Como siempre, la extrema derecha juega con dos barajas. Va a ver a los judíos y les promete deshacerse de los árabes, y va a ver a los árabes diciéndoles que van a borrar a Israel del mapa. ¿Le parece que estoy haciendo una caricatura? ¡Pues no!
¿Y qué opinión le merece la práctica desaparición de la comunidad judía del Magreb, que usted definió como “tolerante e iluminada”?
Los judíos han debido dejar el Magreb porque les han fastidiado bien desde el exterior. En particular después de la creación del Estado de Israel. Esto también es verdad en todos los demás países musulmanes. Es una herida muy profunda. Se trata de millones de personas desplazadas, y nadie ha hablado jamás de este éxodo.
En Klezmer le leímos: “La memoria no debe servir para hacerse las víctimas o exigir beneficios o reparaciones”. ¿Hasta qué punto cree que ha sucedido eso con el judaísmo en el último medio siglo?
Es muy complicado. Siempre me ha sorprendido que se pida a los judíos que se comporten mejor que los demás a causa de Hitler. “¿Cómo podéis hacer daño a los palestinos después de lo que sufristeis con Hitler?”. Creo que un Estado judío tiene el derecho de ser tan injusto y mal organizado como el de cualquier otro país. Me gustaría que se tratase a los judíos con normalidad, sin pedirles ser “mejores” que los otros. Art Spiegelman decía que el Estado de Israel se debería haber creado en Berlín. Me gusta esa idea. Me gustan todas las ideas provocadoras. Creo que es esencial enseñar la historia, pero no para hacerse las víctimas. Sino para educar. Para comprender. Para reconocer los mecanismos inquietantes.
En ese mismo trabajo, proclamó que los israelíes “son mucho menos judíos que yo”. ¿Puede explicarlo? ¿Es por esa manía de señalar qué es ser buen judío?
Cuando yo era niño me enseñaron que los judíos eras más judíos si vivían en Israel. Yo pienso lo contrario. Adoro Israel porque una parte de mi familia vive allí. Pero cuando un judío acaba siendo israelí, acaba siendo como los demás pueblos: tiene su Estado, su ejército, su policía. Creo que es una ventaja ser judío fuera de Israel. Adoro esta idea que proviene del Bund1: el judaísmo es una de las voces de la polifonía europea. Me encanta ser a la vez plenamente francés, plenamente europeo y desesperadamente judío. Los intelectuales judíos europeos deben inventar una nueva forma de ser judío fuera de Israel y de Estados Unidos. Eso me parece muy importante. Creo que esa voz puede aportar mucho a Europa.
1 Movimiento político judío de corte socialista creado a finales del siglo XIX en el Imperio Ruso. El bundismo se oponía al sionismo y a las tendencias centralistas de los bolcheviques rusos.