Opinión

La victoria de Adnan

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Israel| Febrero 2012

Una aldea palestina, en alguna lugar de Cisjordania.

En mitad de la noche, portazos y gritos en árabe: “Ejército israelí. ¡Abran la puerta!”

Alguien, normalmente la madre, abre la puerta. Los soldados armados hasta los dientes entran a la carrera y sacan a la víctima por la fuerza de la cama. Le tiran al suelo en presencia de su mujer e hijos, le vendan los ojos, le esposan las manos a la espalda, y le meten en un todoterreno. La víctima podría tener 15 o 70 años, o cualquier edad intermedia.

El control judicial es una farsa. Al prisionero no se le informa ni de qué ni de quién le acusa

Tras varios días de interrogatorios, con o sin “presión física moderada” (como el Tribunal Supremo tan delicadamente lo denominó), si no se recibe una confesión satisfactoria, al prisionero se le pasa a “detención administrativa” que puede durar seis meses y renovarse cada año. El control judicial es una farsa. Al prisionero no se le informa de lo que se le acusa ni de quién le acusa, y ni a él ni a su abogado se les permite el acceso a las pruebas.

En el transcurso de la ocupación, decenas de miles de palestinos han experimentado este procedimiento. En la actualidad, unos 300 están en detención administrativa (de los diez mil o así que fueron juzgados por tribunales militares o civiles.)

Ahora uno de ellos ha dicho: ¡Basta!

Khader Adnan Muhammad Musa ya ha sido arrestado en varias ocasiones.

El activista de 34 años de la aldea de Arabba, cerca de Yenín al norte de Cisjordania, ha sido un líder de la Yihad Islámica desde su época de estudiante en la universidad Bir Zeit. Fácilmente reconocible por su barba negra especialmente larga, ha avanzado hacia los primeros puestos de la organización en Cisjordania.

La Yihad Islámica es el más extremista de los grupos palestinos importantes, y Adnan ha predicado, abiertamente y a cámara, la resistencia armada. Ha hecho un llamamiento a los jóvenes palestinos para ponerse chalecos explosivos y llevar a cabo ataques suicidas.

Una huelga de hambre de 28 días se considera muy larga. Adnan ayunó durante 66 días

Las autoridades de la ocupación llevan mucho tiempo con los ojos puestos en él, al igual que los servicios de seguridad de la Autoridad Palestina. Y no es de extrañar, porque Adnan ha acusado a esta última muchas veces de colaborar con el enemigo israelí y de actuar a sus órdenes.

Cuando fue nuevamente detenido el pasado diciembre, exigió ser llevado a juicio o liberado. Como no ocurrió nada de esto, se declaró en huelga de hambre.

Una huelga de hambre de 28 días se considera por regla general muy larga. Adnan ayunó durante 66 días, que podría ser un récord mundial, excepto por el luchador por la libertad irlandés (o “terrorista”) que fue provocado por Margaret Thatcher y ayunó hasta la muerte. Si una huelga de hambre dura 70 días, la muerte es prácticamente inevitable.

Al final fue trasladado a un hospital, atado a la cama con grilletes por los tobillos y por una mano, aunque casi no podía mantenerse en pie. Por ahora, su huelga estaba atrayendo la atención en todo el mundo. En el mismo Israel, la reacción de los medios era reducida, pero los grupos por la paz y los derechos humanos salieron en apoyo a Adnan. Médicos por los derechos humanos (PHR), una organización israelí fundada hace años por el psiquiatra Ruchama Marton, llevó la lucha con especial fervor. Los medios de todo el mundo, incluyendo el New York Times, se interesaron por el caso.

Si Adnan abandonaba la huelga no se renovaría la orden de arresto administrativo

Por fin, los diplomáticos israelíes y los oficiales de seguridad se alarmaron seriamente. Si Adnan hubiera ayunado hasta la muerte, nadie habría podido prever las consecuencias. En los territorios ocupados, eran de esperar revueltas generalizadas, puede que incluso con muertes. Los prisioneros palestinos en cárceles israelíes podrían iniciar una huelga de hambre general, que podría extenderse fácilmente a la población palestina de fuera. En los medios de comunicación mundiales, a Israel se la compararía con Siria e Irán. O lo que es peor, la misma práctica de detención administrativa estaría bajo escrutinio internacional.

Así que el establishment político y de seguridad se tragó su orgullo y ofreció un compromiso: si Adnan abandonara la huelga de una vez, las autoridades de seguridad no renovarían la orden de arresto administrativo después de abril, fecha en la que expira.

Adnan, que ya se ha ganado el status de héroe nacional, aceptó. Ya ha conseguido su propósito principal: llamar la atención sobre esa práctica.

La detención administrativa no es una invención israelí. Israel la heredó del régimen colonial británico, como parte de las regulaciones de emergencia, que el futuro ministro de Justicia israelí describía como “peor que las leyes nazis”. Pero cuando se creó Israel, las regulaciones permanecieron vigentes o bien fueron suplantadas por leyes parecidas “hechas en Israel”.

Sucesivos oficiales de seguridad han mantenido que la detención administrativa es absolutamente esencial en la “lucha contra el terrorismo”.

Israel heredó la detención administrativa del régimen colonial británico

Su punto de vista puede ilustrarse con un caso en el que estuve involucrado yo. Cuando era el redactor jefe de la revista de noticias Haolam Hazeh, un periodista árabe israelí, llamémosle Ahmad, que trabajaba para nuestra edición árabe, desapareció. Después de buscarle durante algún tiempo, me enteré de que le habían aplicado la detención administrativa. Ya que yo era miembro de la Knesset en aquél momento, se me permitió hablar con un oficial de alto rango del Servicio de Seguridad (Shabak o Shin Bet), que me reveló, en confianza, el motivo del arresto.

Resultó que el Servicio de Seguridad había cogido a un miembro de Fatah de fuera del país, que llevaba un mensaje a dos árabes en Israel, pidiéndoles que establecieran células de Fatah en el país. Fatah, en ese momento, estaba considerada una organización terrorista peligrosa. Uno de los árabes era Ahmad.

“Francamente,” me dijo el oficial del Shabak, “No tenemos no idea de si tu hombre es un terrorista o fue elegido al azar por la gente de Fatah en Jordania. No tenemos pruebas que pudiéramos presentar en el tribunal. Por supuesto no podemos revelar en el juicio que hemos cogido al mensajero. Pero tampoco podemos dejar libre a Ahmad, porque podría ser un terrorista peligroso. ¿Qué harías en nuestra posición, cargando con esta responsabilidad?

Harel propuso a Ben Gurion que estuviera en detención administrativa como espía soviético

La verdad, no me hago a la idea de ser destrozado por un terrorista suicida. Pero respondí que en esas circunstancias, Ahmad debería ser liberado inmediatamente. Sin embargo, le retuvieron en prisión durante meses. Cuando finalmente le soltaron, emigró a América. Esa podría haber sido perfectamente una condición para salir de prisión.

Ya he escrito anteriormente sobre un caso diferente que me concernía a mí directamente y que me enseñó el inherente peligro de esta práctica. En su primera entrevista en profundidad tras llegar al poder en 1977, Menachem Begin reveló que veinte años antes, cuando Isser Harel (apodado “pequeño Isser”) estaba a cargo de todos los servicios de seguridad israelíes, propuso al primer ministro David Ben Gurion que me pusiera en detención administrativa como espía soviético. Harel me tenía un odio patológico y más tarde escribió un libro entero acerca de eso.

La acusación era bastante ridícula, porque nunca en mi vida he sido comunista, ni siquiera marxista. Al mismo tiempo que Arthur Koestler escribió su rompedor libro El cero y el infinito, yo, adolescente por aquél entonces, pensé que algo debía de andar muy mal con un sistema que condena a casi todos sus fundadores como espías imperialistas. Más tarde, cada vez que invitaban a una delegación israelí a la Rusia soviética, la KGB tachaba mi nombre de la lista. (Los espectadores de la excelente serie de televisión británica “Spooks” reconocerán a la primera que esta es precisamente la marca distintiva de un espía profesional.)

Ben Gurion no era uno de mis mayores fans; en pocas palabras, no me tragaba. Teniendo en cuenta que yo le atacaba todas las semanas, esto resultaba bastante comprensible. Sin embargo, también era un político inteligente y le preocupaba que mi detención provocara un escándalo. Así que le dijo a Harel que antes de arrestarme, debería conseguir el apoyo de Begin, líder del mayor partido de la oposición.

Begin me dijo: “Si tienes pruebas, por favor enséñamelas. Si no, lucharé contra tu confabulación con uñas y dientes.” Ben Gurion olvidó esa idea, y Begin envió a su teniente de mayor confianza para advertirme.

Cuando invitaban a una delegación israelí a la URSS, la KGB tachaba mi nombre de la lista

Si Begin hubiera apoyado mi detención, ¿quién habría dudado de que el Shabak tuviera pruebas sólidas de mi traición? Se habría silenciado mi voz y destruido mi revista.

En un Estado democrático, no hay lugar para la detención administrativa, ni mucho menos para juicios en los que las pruebas vitales las ocultan a acusados y abogados defensores. Debe de haber mejores formas de proteger a los informadores y otras fuentes secretas de información. Por ejemplo, permitir a los acusados en esos casos que elijan abogados solo de una estricta lista de aquellos que tengan la más alta autorización de seguridad.

Por cierto que esto ocurrió de verdad en el juicio más delicado en lo que concierne a la seguridad de todos: el del soplón nuclear (o “espía”) Mordechai Vanunu.

El trato que se llevó a cabo en el caso Adnan muestra la irracionalidad del sistema. Si Adnan fuera tan peligroso que tuviera que ser metido en prisión sin fianza ni juicio, ¿cómo pueden soltarlo? Y si no era tan peligroso, ¿entonces por qué lo cogieron?

Al final, Adnan ha creado una paradoja para él mismo y sus camaradas.

La propia esencia de él y de la ideología de su organización es que no hay método eficaz de resistencia a la ocupación y opresión israelí, si no es la violencia del tipo más extremo. La no-violencia, según ellos, no tiene sentido. Lo que es peor, significa capitulación y, finalmente, traición. La Yihad Islámica ahora acusa a Hamas de flirtear con esta idea.

Pero una huelga de hambre es la forma definitiva de la no-violencia. Gandhi la usaba con frecuencia, confiando en su impacto moral.

Lo que ha conseguido Khaled Adnan es exactamente eso: una victoria brillante de la no-violencia.