Entrevista

Fernando Aramburu

«Hay algo de místico en la aspiración a una tierra prometida»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Fernando Aramburu (Sevilla, 2012) |  ©  Estefanía González
Fernando Aramburu (Sevilla, 2012) | © Estefanía González

Casi al mismo tiempo que la banda terrorista ETA anunciaba su alto el fuego definitivo, el premio Tusquets de novela recaía el año pasado sobre una novela muy relacionada con el conflicto vasco, Años lentos, que acaba de ver la luz

No es la primera vez que Fernando Aramburu (San Sebastián, 1968) regresa a su tierra natal física y literariamente —lleva casi tres décadas afincado en Alemania— para tratar de entender la barbarie que ha teñido de sangre el País Vasco. Autor de poemarios y libros para niños, ha alcanzado el reconocimiento como novelista y autor de relatos, con títulos como Los peces de la amargura, premio NH Vargas Llosa, o El trompetista del Utopía, adaptada al cine por Félix Viscarret.

Para él la literatura tiene mucho de posicionamiento político y moral: “Cuando está en marcha un proyecto totalitario, se produce de manera instantánea la anulación de los individuos. En eso consiste cualquier dictadura. Todos los criterios son colectivos: el pueblo, la clase, la raza… No hay lugar para la disidencia, no hay lugar para el matiz, para la excepción”, asegura. “El proceso exactamente contrario es escribir una novela. Ahí uno procura salvaguardar al individuo, colocándolo en un contexto determinado”.

¿Cómo ha cambiado su percepción del País Vasco entre Los peces de la amargura (2006) y este nuevo libro?
No ha cambiado mi percepción sobre los hechos, ha sido más o menos constante. Ha seguido siendo la percepción de un ciudadano con convicciones democráticas. La realidad a la que he atendido sí es distinta. En Los peces de la amargura me interesaba la repercusión de las acciones violentas sobre personas concretas. Aquí me he propuesto dejar testimonio de cómo se vivía en un barrio modesto de San Sebastián en las postrimerías del franquismo.

Uno de los personajes más llamativos es un cura abertzale. ¿Cuánta responsabilidad ha tenido el clero en todo lo ocurrido en Euskadi en las últimas décadas? ¿Hasta qué punto la política no ha tenido algo de religioso?
En tu pregunta está la respuesta: te podría decir que sí, así ha sido. En todo caso, no me gusta hablar de la iglesia como un ser uniforme, de miembros que actúan todos en la misma dirección. Yo recuerdo a sacerdotes muy generosos, que practicaban el amor al prójimo y hasta la humildad. Otros antepusieron en cambio la ideología a la difusión de la palabra del Señor, y en éstos últimos me inspiré para hacer mi figura de ficción.

El personaje del sacerdote…
En mi libro aparecen dos sacerdotes: uno real, el famoso señor Oxia, que en el sur de Francia se dedicaba entre otras cosas a recaudar el dinero de la extorsión de la banda terrorista; y otro sacerdote que yo me inventé para que cumpliera una función determinada dentro de la trama. Este tipo de sacerdotes existió, tenía una gran influencia en la población, particularmente en los jóvenes, en el sentido de adoctrinarlos no solo en la fe cristiana, sino en el fomento de cierta ideología.

¿No estaban tan lejos, pues, la feligresía y la militancia?
Algo hay de místico en la aspiración a una tierra prometida. Una manera de predeterminar la conducta de las personas, dejando el miedo a un lado, es infundirles una esperanza. Si convencemos a una parte de la población de que hay un paraíso detrás de la colina, a cuatro kilómetros, uno logra que la gente se mueva en esa dirección. Y el propio movimiento convence al individuo de que ahí hay una verdad. Nadie nace abertzale, las convicciones políticas, y las religiosas, se transmiten. Cuanto antes empiecen, en la infancia por ejemplo, más efectiva es la transmisión.

Desde el Sur, hemos percibido siempre como algo exótico esa mezcla de nacionalismo y jesuitismo tan frecuente, por ejemplo, en el PNV…
Quizá sea ésta una característica propia de algunas zonas del Norte, particularmente del ámbito rural, donde el cura es dueño de las almas, tiene acceso a la intimidad de las familias, en el confesionario o en la convivencia diaria…

¿Y la lengua? ¿En qué medida ha estado el euskera en el centro del llamado conflicto vasco?
En los años 60, la lengua vasca estaba en una situación muy precaria, sobre todo en los centros urbanos. En el campo se hablaba más, pero no se enseñaba en las escuelas, estaba partido en dialectos… Entonces se pone en marcha una iniciativa para recuperar el idioma, se unificó, nacieron editoriales, revistas, empieza a hacerse visible una literatura en lengua vasca, la música, el teatro… En esos años, se supera el criterio étnico o racial sobre el que se apoyó el nacionalismo en sus inicios, y la lengua ocupa un lugar central a la hora de establecer una identidad vasca. Lo cual, por otro lado, es comprensible. La situación hoy, con emisoras de radio, cadenas de televisión en euskera, enseñanza a los niños, es mucho mejor.

El fenómeno de la inmigración ha llegado, como a todas partes, al País Vasco, donde cada vez es más frecuente ver a un marroquí sirviendo en una cafetería, o a una trabajadora peruana. ¿De qué modo cree que va a condicionar este hecho el nacionalismo?
Me es difícil responder a tu pregunta, puesto que no vivo en la zona y no soy testigo directo de lo que planteas. Conocí de niño, sí, a numerosas familias inmigrantes y yo creo que en líneas generales se integraron bien. Los vascos suelen ser acogedores, en todo caso más que otros que se cierran instintivamente al forastero. Esa es mi impresión.

El primo que se hace etarra en su novela es un ser bastante tosco, iletrado. Sin embargo, se dice que la universidad vasca ha ido volviéndose cada vez más abertzale, tanto entre el alumnado como entre los profesores. ¿Cómo explica esta evolución?
Una puntualización: no es verdad que la universidad vasca sea uniforme en ese sentido, todo lo contrario. Es muy plural, en ella han trabajado y trabajan personas que han sufrido el acoso del terrorismo, precisamente por no pasar por el aro. La función de la cultura en los ciudadanos es uno de los valores que defiendo en este libro y en otros libres anteriores. El primo es en efecto un personaje ingenuo, de poca cultura, que no tiene la formación suficiente como para pensar en las consecuencias del paso que ha dado, inducido por sus compañías y el párroco del barrio. Cuando se desvincula, emigra a Brasil y desde allí financia los estudios de su primo. Yo no justifico por qué hace eso, pero es evidente que juega la baza de la cultura como vacuna contra los dogmas ideológicos. Yo también he tenido 14 años, también he sido muy susceptible al influjo ideológico, pero considero que los libros me ayudaron a no caer en determinados abismos, y a comprender que la realidad es algo complejo y plural.

Pero hay gente que ha tenido acceso a los libros, y ha seguido escorándose hacia la violencia…
Pero el hombre culto que recurre a la violencia es porque aspira al poder. Y, por tanto, al manejo de las conciencias ajenas. No todo el mundo se sitúa de manera igual cuando quiere llevar a cabo un proyecto totalitarista: hay quien quiere dominar a los demás, y para eso hace falta un domino del lenguaje, estar bien puesto en doctrina… La mera lectura de libros no convierte a las personas en seres bondadosos. Sería una grave simplificación.

En España ostenta ahora el poder un partido, el PP, que en los últimos ocho años ha insistido en que la única negociación posible con ETA era fijar el día y el lugar de la entrega de las armas. ¿Qué cree que sucederá?
He tomado la decisión de no hacer vaticinios por dos motivos: uno, porque no acierto nunca, y en segundo lugar, porque mi fuente es la prensa, y sé que por mucho que la lea sólo accedo a la superficie de la realidad. Estos asuntos tan delicados se resuelven siempre, sin excepciones, en la sombra. Allí se dialoga, se proponen acuerdos, negociando, etcétera. Por otro lado, es muy fácil prometer y exigir en la oposición. Es más fácil ser puro desde ese lado. Cuando uno llega al poder, se da cuenta de que tiene que tragar sapos. Es humano y ocurre siempre.