Opinión

El alma judía

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Tel Aviv | Marzo 2012

Aparentemente, fue un incidente sin importancia. En presencia de todo el establishment político y legal, la presidenta liberal del Tribunal Supremo, Dorit Beinisch, que ya ha alcanzado la edad límite de 70 años, fue reemplazada por el conservador magistrado Asher Dan Grunis.

Al término de la ceremonia, cantaron el himno nacional. La cámara hizo un barrido por todos los rostros. Por un momento, enfocó la cara del magistrado Salim Jubran. Estaba de pie, respetuoso, como todos los demás, pero sus labios no se movían.

La cámara enfocó al magistrado Salim Jubran: de pie, respetuoso, pero sin mover los labios

Estalló una revuelta en todo el país. El magistrado Jubran es el primer ciudadano árabe que ejerce de juez permanente en el Tribunal Supremo.

Los partidos derechistas estaban encolerizados. ¡Cómo se atreve! ¡Es un insulto a los símbolos del Estado! ¡Debe ser destituido inmediatamente! O incluso mejor, ¡deportado a un país cuyo himno se digne a cantar!

Otros trataban al juez con respeto. ¡Él no ha actuado contra sus principios! ¡Si hubiera cantado el himno, habría sido pura hipocresía, si no mendacidad! ¡Así que hizo lo correcto!

El nombre del himno, Hatikvah, significa ‘esperanza’ en hebreo.

Fue escrito en 1878, casi una década antes de la fundación del movimiento sionista, por un poeta mediocre, como himno de una de las nuevas ‘colonias’ judías en Palestina. Más tarde se adoptó como himno oficial del movimiento sionista, después lo hizo suyo la nueva comunidad judía en Palestina y finalmente el Estado de Israel. La melodía es una adaptación de una canción popular rumana, que a su vez habría sido adaptada de una canción italiana más antigua.

Para un israelí judío, las palabras del himno nacional están terriblemente caducadas

Las palabras reflejan el espíritu de la época:

Mientras palpite el corazón de un alma judía,
y rumbo al Oriente dirija la mirada 
no estará perdida aún nuestra esperanza, 
esa esperanza de dos mil años, 
de ser un pueblo libre en nuestra tierra, 
la Tierra de Sión y Jerusalén.

Para un israelí judío, las palabras están terriblemente caducadas. Para nosotros, Israel no es el ‘Oriente’, nuestra esperanza de ser un pueblo libre en ‘nuestra’ tierra ya se ha cumplido.

Pero para un israelí árabe, estas palabras son una ofensa. No es un alma judía; sus ojos nunca esperaban ver “el oriente” y su tierra madre no es Sión (un monte de Jerusalén). Las únicas palabras que podrían atraerle son “la esperanza de ser un pueblo libre” en su tierra.

¿Cómo podría un ciudadano árabe, sin importar lo leal que sea al Estado, cantar estas palabras sin sentir vergüenza de sí mismo? El juez Jubran podría ser un ser humano perfecto, pero no tiene “alma judía”.

Este incidente ha despertado un viejo recuerdo de mi vida. Esto hizo que simpatizara profundamente con el valiente juez.

Yo tenía nueve años cuando los nazis tomaron el poder en Alemania. Estaba estudiando en mi primer año de instituto; yo era el único judío de todo el colegio. Uno de los rasgos más distintivos del nuevo régimen era la frecuencia con la que los acontecimientos nacionales (tales como las victorias del ejército alemán durante siglos) se conmemoraban con ceremonias en las que reunían a todos los alumnos para escuchar discursos patrióticos.

Yo tenía nueve años cuando los nazis tomaron el poder y era el único judío de todo el colegio

Al final de uno de estos eventos, creo que era para conmemorar la conquista de Belgrado por el príncipe Eugenio en 1717, todo el cuerpo de estudiantes se puso en pie y empezó a cantar los dos himnos oficiales, el de Alemania y el del partido nazi. Todos los alumnos alzaron la mano derecha haciendo el saludo nazi.

Tuve que tomar una decisión inmediatamente. Probablemente era el niño más pequeño en la sala, ya que empecé el colegio siendo un año más joven que mis compañeros. Estaba en posición de firme pero no levantaba la mano y no cantaba el himno nazi. Creo que estaba temblando de emoción.

Cuando terminó, algunos chicos me amenazaron con que si no levantaba la mano la próxima vez, me darían un paliza. Afortunadamente nos fuimos de Alemania días después.

No sé si el juez estaba temblando mientras cantaban, pero sé exactamente cómo se sentía.

Más de una semana después, el incidente todavía está creando problemas en los medios, a pesar de los interminables cotorreos sobre el ‘peligro existencial’ de Irán, por su profunda significación.

Si el juez árabe más importante no puede cantar el himno nacional, ¿qué pasa con la actitud del resto del millón y medio de ciudadanos árabes en Israel hacia los “símbolos del Estado”, de hecho, hacia el mismo “Estado judío”? ¿Significa que constituyen un caballo de Troya?

Esta es una vieja pregunta, tan vieja como el propio Estado. La contradicción ha sido disimulada por la fórmula oficial del Estado “judío y democrático”. (Los árabes lo satirizan como “Un estado democrático para los judíos y un Estado judío para los árabes”). El incidente del juez Jubran pone de relieve el problema como nunca antes. Aquí tenemos un ciudadano leal, que administra la ley al más alto nivel, y que no puede cantar el himno nacional. ¿Qué hacemos?

La respuesta más sencilla es cambiar el himno. Por primera vez, esto lo están discutiendo ahora abiertamente algunos comentaristas.

Revelación: Nunca me gustó “Hatikvah”. La melodía que se utilizó no está mal, pero no es apropiada para un himno. Un himno debería ser enaltecedor, inspirador, mientras que este es tan triste como la canción de Verdi de los esclavos hebreos en Nabucco. En cuanto a la letra, es, en fin, completamente inadecuada.

Muchas naciones tienen himnos estúpidos. ¿Qué me dicen de las manos sangrientas de los monstruos alemanes en el himno francés? ¿Y de la reina gloriosa y victoriosa en el británico? (La última victoria gloriosa de Su Majestad fue contra 15.000 argentinos en las Malvinas.) O el increíblemente absurdo himno holandés. Sin mencionar al actual himno alemán, cuyo tercer verso ha reemplazado oficialmente al primero que fue prohibido, el que mis compañeros de clase cantaban en aquélla ceremonia en 1933.

Pero el hecho de que el “Hatikvah” sea algo estúpido no es mi principal razón para querer cambiarlo. Es el hecho de que una quinta parte de los ciudadanos de Israel, los árabes, no pueden cantarlo (otra décima parte o así, los judíos ortodoxos, lo rechazan de todas formas.)

No es sano para un Estado hallarse en una situación en la que el 20% de los ciudadanos detestan sus símbolos nacionales. Por estas mismas razones Canadá cambió su himno no hace demasiado, sustituyendo el himno británico por uno que los canadienses franceses pudieran cantar con la conciencia tranquila, sin negar su propia identidad. “O Canada” enaltece la unidad de todos los ciudadanos.

No es sano para un Estado que el 20% de los ciudadanos detesten sus símbolos nacionales

Cambiar himnos no es nada nuevo. Durante la segunda guerra mundial, cuando Stalin necesitaba el Occidente, descartó bruscamente la Internacional por un nuevo himno elegido en concurso. Las palabras de este himno (pero no la melodía) las cambió la Federación Rusa cuando la Unión Soviética se disolvió.

Así que aproveché la primera oportunidad que tuve para proponer un nuevo himno. Fue poco después de la guerra de 1967. Naomi Shemer, una famosa compositora, había escrito una canción justo antes de la guerra, “Jerusalén de Oro”, que se convirtió en el himno de la guerra. No me gustan todos sus versos pero aquí estaba la oportunidad de oro para deshacernos del Hatikvah. Así que presenté un proyecto de ley para adoptarlo como el nuevo himno nacional.

El portavoz de la Knesset se mostró a favor, pero me dijo que no podía aceptar el proyecto sin el consentimiento de la autora. Conseguí una cita con Naomi. Era una buena persona, aunque derechista de matrimonio. (Se crió en un kibutz de izquierdas pero se hizo derechista cuando se casó.)

Para mi sorpresa, su reacción fue cualquier cosa excepto entusiasta. Me parecía que tenía una extraña cautela. Pero me dio permiso para presentar el proyecto de ley, que fue rechazado como era de esperar. En ese momento, el Hatikvah era sagrado. (Después llegué a entender la actitud extraña de Naomi en la cita: poco antes de su muerte, confesó que la bonita melodía de esa canción no era suya en absoluto, sino de una canción vasca. Durante muchos años ella estuvo siempre preocupada porque esto pudiera revelarse. Pero ya que la melodía del Hatikvah también es robada, no habría habido mucha diferencia.

Hatikvah podría seguir siendo el himno del pueblo judío en cualquier parte si ellos quisieran. Una nueva canción será el himno del Estado de Israel y de todos sus ciudadanos.

La verdadera historia que subyace al incidente era, por supuesto, el problema irresoluto de la minoría árabe de Israel. Están discriminados prácticamente en todas las esferas de la vida, hecho admitido sin reparos por los oficiales israelíes. No hay sugerencias sobre cómo remediarlo.

Mientras los árabes sean tratados como caballo de Troya, ¿por qué deberían cantar?

Los árabes, y con razón, se sienten rechazados y responden alienándose del Estado. Sus líderes, en competición para conseguir votos, se vuelven mucho más extremos al tiempo que los partidos derechistas israelíes se vuelven cada vez más antiárabes. Paradójicamente, los árabes israelíes se están volviendo cada vez más israelíes mientras que estos se vuelven cada vez más anti-israelíes.

Esto es una bomba de relojería, y algún día explotará, a menos que se haga un esfuerzo real para permitir a un honesto ciudadano árabe que se sienta como un auténtico ciudadano del Estado israelí, y sí, cante un nuevo himno nacional.

Mientras los árabes sean tratados como caballo de Troya, ¿por qué deberían cantar? Los caballos, que yo sepa, no se caracterizan por cantar.