Reportaje

Ruido de sables y coranes

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 9 minutos

 

Camiones de policía en El Cairo © MASG
Camiones de policía en El Cairo © MASG

Lo decían ellos, (y lo celebraban en Tahrir), lo decían los sondeos, y las asociaciones independientes que habían supervisado los comicios, pero no lo decían los militares: los Hermanos Musulmanes habían ganado la presidencia de Egipto al último primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik.

Pero hubo que esperar aún tres días, 72 horas, 4.320 larguísimos minutos, el tiempo que se retrasó el anuncio oficial, para conocer los resultados de las primeras elecciones presidenciales del Egipto democrático.

El domingo 24 de junio Mohamed Morsy, el rostro que la cofradía islamista había presentado a los comicios, se convertía en el cuarto presidente de Egipto: es el primer civil, tras un trío de generales, en subirse al trono del Palacio de Heliópolis. Y los egipcios, polarizados por completo entre el anhelo de estabilidad que soñaban en el general Shafik, y el cambio que deseaban con Morsy (pero divididos también por sus temores a la islamización del país), hacían una nueva muesca en el bastón de los días históricos.

Por lo que sabemos, esas tres jornadas de espera y todos los días que mediaron entre el fin de la segunda vuelta de las elecciones y el anuncio de la decisión final, los pasaron los líderes de los Hermanos Musulmanes manteniendo encuentros y reuniones con la cúpula militar que gobierna el país desde la caída de Mubarak el 11 de febrero de 2011. Dos fuerzas en una balanza que en los últimos meses han mantenido una dura pugna. Coranes frente a sables, islamistas frente a generales. Los mismos generales que sólo una hora después de cerrar las urnas el 17 de junio se sacaban de la guerrera un anexo a la declaración constitucional aprobada en referéndum el 19 de marzo de 2011 (ya modificada apenas diez días después), y que, a falta de Constitución, es la norma que rige el país.

Morsy es el primer civil, tras un trío de generales, en convertirse en presidente de Egipto

Ese añadido, que muchos han considerado un “leve golpe de Estado”, supone para el presidente electo una merma en sus capacidades de decisión y sus funciones, aunque esté por determinar hasta qué punto. La Junta militar se arroga con dicho addendum el control sobre su presupuesto y el nombramiento del ministerio de Defensa.

El presidente tampoco podrá declarar la guerra sin la aprobación de los generales. Además, éstos serán los responsables de supervisar la redacción de la nueva Carta Magna y podrán disolver la asamblea constituyente y nombrar una nueva si lo consideran necesario. Mientras, detentarán el poder legislativo hasta la elección de un nuevo Parlamento que será votado un mes después de la aprobación en referendo del texto Fundamental.

Esto es así, porque la Cámara Baja, elegida democráticamente el pasado mes de enero y dominada en tres cuartas partes por islamistas, fue disuelta por el Tribunal Supremo Constitucional, a cuya cabeza se encuentra un juez nombrado por Mubarak, dos días antes de iniciarse la vuelta definitiva de las elecciones presidenciales, el 14 de junio. Dicho alto tribunal, decidió que la ley que había regido las elecciones era inconstitucional por lo que quedaba invalidado un tercio de los escaños.

Para redondear el golpe, los generales recortaron los derechos de los ciudadanos al mismo tiempo que los del presidente, al reinstaurar un tipo de ley marcial que les permite detener ciudadanos sin ninguna garantía judicial.

Con este panorama, Mohamed Morsy, que ya ha dimitido de su cargo como presidente del brazo político de los Hermanos Musulmanes, el partido Libertad y Justicia, y de su asociación con la propia hermandad islamista, llega a la jefatura de la República como antagonista de la Junta militar aunque sin que quede claro hasta dónde podrá o querrá presionar a los generales que a priori se han encargado de debilitarle en el cargo. De su lado tiene la legitimidad de las urnas, el apoyo de la cofradía y de los salafistas (islamistas ultraconservadores), además del respaldo de una parte de los revolucionarios (otra gran parte optó por el boicot electoral ante su desconfianza en el proceso o su desacuerdo con los candidatos).

Tal vez por eso el primer discurso del presidente electo ha estado encaminado a tranquilizar a aquellos que sienten el vello erizárseles cuando piensan en un Egipto gobernado por los Hermano Musulmanes. Morsy se ha comprometido a respetar todos los tratados internacionales firmados en el pasado, una alusión directa a los Acuerdos de Camp David con Israel, que tanto preocupan a la comunidad internacional y en especial a Washington.

Dentro de casa, también se ha apresurado a tranquilizar a las minorías asegurando que gobernará para todos los egipcios. Algo que no parecen tomar en consideración los cristianos que están intentando dejar el país y que cada día abarrotan los consulados de las legaciones diplomáticas europeas y estadounidense, porque, en estos 17 meses, la postura de los hermanos ha sido tan voluble que, a pesar de los gestos de buena voluntad y los guiños a la sociedad laica egipcia, Morsy aún está muy lejos de haberse ganado la confianza de la mayoría de los egipcios, muchos de los cuales le votaron para evitar que un felul, un remanente del antiguo régimen como Shafik, se alzara con el poder.

A pesar de haber entregado el mando, los generales no están dispuestos a volver a los barracones

Al otro lado de la balanza, el miedo de muchos a la conversión de Egipto en un Estado islamista con una estricta aplicación de sharia (ley islámica), ha dado ventaja a los militares.Estos lo han usado, como ya hiciera el régimen del que han sido sostén los últimos 60 años, para mostrarse como garantes de la laicidad egipcia y aferrarse al poder.

Pero el temor de la vuelta de la violencia a las calles o a la presión de Estados Unidos (que manifestó sus quejas ante el retraso del proceso y que de algún modo ha presionado para que los militares y los islamistas lleguen a un entendimiento y devuelvan la estabilidad económica y política al país), propiciaron que esta vez la Junta no fuera tan lejos para mantener sus privilegios como para nombrar a Shafik presidente. Lo que no significa que no tengan intención de seguir jugando sus cartas, y todos los ases que aún conservan, para mantener los privilegios económicos y el Estado dentro del Estado que han levantado en las últimas seis décadas.

La asignatura pendiente de la sociedad laica egipcia será la de cohesionar un frente común con el que Morsy pueda formar un Gobierno que dé cabida a todas las tendencias (la del presidente electo será precisamente garantizar esa pluralidad), y que pueda ser una fuerza clara ante la presión de los generales en su intento por atrincherarse en el poder, que oficialmente deberían traspasar a una autoridad civil el próximo sábado 30 de junio. Aunque a la vista de las prebendas que se han atribuido en las últimas semanas, el hecho de que hicieran un entrega nominal del bastón de mando no implicaría su vuelta a los barracones, y la balanza del poder seguiría oscilando en Egipto.

Que todo cambie para que todo siga igual

El 25 de enero de 1952, cincuenta policías fueron asesinados por los británicos en el Canal de Suez, lo que provocó una reacción en las calles con protestas contra la monarquía de Faruk y la potencia ocupante. El Cairo se incendió literalmente mientras el Ejército permanecía ajeno a la revuelta. En julio de ese mismo año un grupo de militares, los llamados oficiales libres, entre los que se encontraban los futuros predecesores de Hosni Mubarak, Gamal Abdel Nasser y Anwar el Sadat, daban un golpe de Estado. Hasta el pasado año, el 25 de enero fue desde el suceso de Suez el Día de la Policía.

Los militares están reconduciendo en su beneficio las expectativas de libertad

Sesenta años más tarde, los jóvenes egipcios lo convirtieron en el día que empezaba su revolución y el principio del fin del régimen. Una vez más la sociedad civil, los militares, la izquierda y los Hermanos Musulmanes parecían ponerse del mismo lado para luchar contra un Estado que se había olvidado de sus ciudadanos. Pero los 17 meses que han seguido a ese alzamiento han demostrado que de nuevo ha habido más que ruido de sables entre bambalinas. La Junta Militar consolidó, dándole cobertura legal a través del anexo a la Declaración Constitucional, un golpe de Estado.

El descontento de la cúpula militar con el nuevo cariz que tomaba el futuro, con el hijo de Mubarak, Gamal, perfilándose como nuevo presidente y dejando el poder económico en manos de su camarilla de hombres de negocios, encontró una salida cuando Tahrir se inundó de egipcios cansados de la corrupción, la ausencia de libertades y la injusticia social.

Pero como hace sesenta años los militares se están encargando de reconducir en su beneficio las expectativas de libertad y democracia de los ciudadanos, dándoles un presidente que, ni llena, ni convence a gran parte de la población de Egipto.

En septiembre, un tribunal decidirá de nuevo sobre la legalidad de los Hermanos Musulmanes, organización que ampara y alimenta ideológicamente al presidente electo Mohamed Morsy, y que fue ilegal en Egipto desde 1954 hasta 2011. Veremos si los generales encuentran entonces una nueva excusa para dar otro golpe de mano y si se demuestra finalmente que han dejado que todo cambiara, para que todo siguiera igual.