Opinión

¿Locos o chiflados?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Benjamin Netanyahu puede que esté chiflado, pero no es ningún loco.

Ehud Barak puede que esté loco, pero no es ningún chiflado.

Ergo: Israel no atacará Irán.

Ya lo he dicho antes, y lo volveré a repetir, pese a todo lo que se está hablando del asunto. De hecho, nunca se ha hablado tanto de una guerra antes incluso de comenzar. Citando la frase del clásico cinematográfico: “¡Si tienes que disparar, dispara. No hables!”

Israel no atacará Irán, pese a todo lo que se habla sobre la guerra

De todas las fanfarronadas de Netanyahu sobre la inevitable guerra, hay que destacar una en particular: “¡En la comisión investigadora que haya tras la guerra, únicamente yo asumiré toda la responsabilidad, yo, yo solo!”

Una declaración muy reveladora.

Para empezar, las comisiones investigadoras sólo se nombran tras una derrota militar. No hubo una comisión tras la Guerra de Independencia de 1948, ni tras la Guerra del Sinaí de 1956 o la Guerra de los Seis Días de 1967. Sí hubo, en cambio, comisiones investigadoras tras la Guerra de Yom Kippur de 1974 y tras las Guerras del Líbano de 1982 y 2006. Netanyahu, invocando al fantasma de otra comisión similar, habla inconscientemente de esta guerra como si fuera un fracaso inevitable.

En segundo lugar, según la ley israelí, la totalidad del Gobierno de Israel es jefe supremo de las fuerzas armadas. Y según otra ley, todos los ministros tienen “responsabilidad jurídica colectiva”. La revista TIME que cada semana se vuelve más ridícula, se permite coronar a “Rey Bibi”, pero por ahora no tenemos monarquía. Netanyahu no es más que un primus inter pares (el primero entre iguales).

En tercer lugar, Netanyahu expresa en su declaración un desprecio infinito por sus colegas. Parece que no contaran para nada.

Netanyahu se considera a sí mismo un Winston Churchill de hoy. No creo recordar a Churchill declarando, al tomar el cargo: “Asumo la responsabilidad de la próxima derrota.” Incluso en la desesperada situación de aquel momento, él confiaba en la victoria. Y la palabra “yo” no aparecía tanto en su discurso.

En el lavado de cerebro al que nos someten diariamente, el problema se presenta desde una perspectiva militar. El debate, aunque no merezca llamarse así, concierne tanto al potencial militar como a sus peligros.

Los israelíes están especialmente preocupados, y con razón, por la lluvia de proyectiles que se espera caiga en todo Israel, no sólo proveniente de Irán, sino también de Líbano y Gaza. El ministro de Defensa acaba de dejar su cargo esta semana, y ya lo ha reemplazado un refugiado del desafortunado partido político Kadima. Todo el mundo sabe que una gran parte de la población (yo incluido) está completamente indefensa.

Ehud Barak ha anunciado que un número insignificante de israelíes, unos quinientos, morirá a causa del fuego enemigo. No aspiro a tener el honor de ser uno de ellos, aunque vivo bastante cerca del ministro de Defensa…

Pero el enfrentamiento militar entre Israel e Irán no es más que una parte del problema, y no la más importante precisamente.

Como ya he señalado en otras ocasiones, es mucho más crucial el impacto sobre la economía mundial, sumergida ya en una profunda crisis. Irán verá un ataque israelí como instigado por Estados Unidos, y reaccionará acorde, como han dejado claro en sus declaraciones de esta semana.

Barak ha anunciado que solo unos 500 israelíes morirán por el fuego enemigo

El Golfo Pérsico es una botella, cuyo cuello es el angosto estrecho de Ormuz, que está completamente controlado por Irán. Sería aconsejable que los enormes portaaviones estadounidenses que se encuentran emplazados en el golfo se marchasen antes de que fuera demasiado tarde. Me recuerdan a aquellos antiguos veleros que los aficionados montan dentro de botellas. Ni todo el poder armamentístico de Estados Unidos será capaz de mantener el estrecho abierto. Con unos simples misiles tierra-mar será suficiente para tenerlo clausurado durante meses. Será necesaria una operación por tierra prolongada por parte de EE UU y sus aliados. Un asunto duradero y sangriento de consecuencias imprevisibles.

La mayor parte del suministro mundial de petróleo tiene que atravesar esta vía marítima única. La simple amenaza de su cierre hará que el precio del crudo se ponga por las nubes. Las hostilidades reales derivarán en un colapso económico a nivel mundial, con cientos de miles (si no millones) de nuevos desempleados.

Cada una de estas víctimas maldecirá a Israel. Ya que quedará más claro que el agua que esta es una guerra israelí, la cólera se volverá en nuestra contra. Aún peor, mucho peor, ya que Israel insiste en que es “el estado del pueblo judío”, esa rabia puede cobrar la forma de un brote antisemita sin precedentes. Los islamófobos de hoy en día volverán a convertirse en los antijudíos de los viejos tiempos. “Los judíos son nuestra ruina”, como los nazis solían proclamar.

Al ser nuestra guerra la cólera se volverá contra nosotros

Esta situación puede ser aún peor en Estados Unidos. Hasta ahora, los estadounidenses se han limitado a observar con una tolerancia admirable, puesto que su política sobre Oriente Medio prácticamente la dicta Israel. Pero ni el todopoderoso AIPAC (el grupo de presión proisraelí norteamericano) y sus aliados serán capaces de contener el estallido de rabia popular. Cederán como los diques de Nueva Orleans.

Todo esto tendrá un impacto directo sobre las principales previsiones de los belicistas.

En conversaciones privadas, no sólo en ellas, afirman que Estados Unidos quedará inmovilizado en vísperas de elecciones. En las semanas anteriores al 6 de noviembre, los dos candidatos estarán muertos de miedo por la presión ejercida por el lobby judío.

La previsión sigue así: Netanyahu y Barak atacarán, sin importarles un bledo los deseos de los norteamericanos. El contraataque iraní irá dirigido contra intereses norteamericanos. Estados Unidos se verá arrastrado a una guerra que no desea.

Pero incluso en el caso improbable de que los iraníes actuaran con un autocontrol excepcional y no atacaran objetivos estadounidenses, contrariamente a lo que han dicho, el presidente Obama se verá obligado a rescatarnos, enviándonos ingentes cantidades de armamento y munición, reforzando nuestras defensas antimisiles, financiando la guerra. Si no lo hiciera así, se le acusará de dejar a Israel en la estacada y Mitt Romney será proclamado salvador del estado judío.

Esta previsión se basa en la experiencia histórica. Todos los gobiernos israelíes anteriores se han aprovechado de los años electorales norteamericanos para sus propósitos.

En 1948, cuando se le pidió a EE UU que reconociera al nuevo estado de Israel, en contra de la recomendación expresa tanto del secretario de Estado como del de Defensa, el presidente Truman luchaba por su supervivencia en la política, pues su campaña electoral estaba en quiebra. En el último momento los millonarios judíos aparecieron al rescate. Truman e Israel estaban salvados.

En 1956, el presidente Eisenhower se encontraba en medio de su campaña de reelección cuando Israel confabulado con Francia y Gran Bretaña atacó Egipto. Fue un error de cálculo; Eisenhower no necesitaba ni los votos, ni el dinero judío y puso así fin a la aventura. En otros años de elecciones las apuestas han sido inferiores, pero siempre se ha aprovechado la ocasión para obtener algún beneficio de EE UU.

Si Israel desata una guerra ¿le apoyará la opinión pública estadounidense?

¿Funcionará esta vez? Si Israel desata una guerra en vísperas de elecciones, en un claro intento de chantajear al presidente, ¿apoyará la opinión pública estadounidense a Israel, o puede resultar al contrario? Será una apuesta crucial de proporciones históricas. Pero como le ocurre a Mitt Romney, Netanyahu es un protegido del magnate de los casinos Sheldon Adelson, y puede que Netanyahu no sea más reacio a las apuestas que los pobres desgraciados que se dejan el dinero en los casinos de Adelson.

¿Y qué opinan los israelíes de todo esto?

A pesar del continuo lavado de cerebro, las encuestas muestran que la mayoría de los israelíes son totalmente contrarios a un ataque. A Netanyahu y a Barak se les ve como a dos adictos, muchos dicen que son unos megalómanos, que están alejados de todo pensamiento lógico.

Uno de los aspectos más llamativos de la situación es que el jefe de nuestro ejército y todo el Estado Mayor, así como los jefes del Mossad y del Shin Bet (servicio de inteligencia y seguridad nacional israelí), y casi todos sus predecesores están completa y públicamente en contra del ataque.

Es uno de esos raros momentos en que los jefes militares son más moderados que sus homólogos políticos, aunque no es la primera vez que ocurre en Israel. Uno se pregunta: ¿cómo pueden los líderes políticos comenzar una guerra fatídica cuando prácticamente todos los asesores militares están en contra, que son los que conocen nuestro potencial militar y verdaderas posibilidades de éxito?

Una de las razones de su oposición es que los jefes militares conocen mejor que nadie lo totalmente dependiente que es Israel de Estados Unidos. Nuestras relaciones con Norteamérica son fundamentales para la seguridad nacional.

También habría que ver si Netanyahu y Barak tienen el apoyo mayoritario para el ataque dentro de su propia administración y Gabinete. Los ministros saben que por encima de todo, el ataque ahuyentaría a los inversores y a los turistas, causando así un daño colosal a la economía israelí.

¿Entonces por qué todavía la mayoría de los israelíes creen que el ataque es inminente?

Los israelíes, en general, ya están completamente convencidos de: a) que Irán está gobernado por un puñado de ayatolás chiflados sin sensatez alguna, y b) que en cuanto posean una bomba nuclear nos la lanzarán sin lugar a dudas.

Estas creencias se basan en unas declaraciones de Mahmud Ahmadineyad, en las que afirmaba que borraría a Israel de la faz de la tierra.

¿Pero dijo eso realmente? Cierto: ha manifestado en repetidas ocasiones su convicción de que la entidad sionista desaparecerá de la faz de la tierra. Pero lo que parece que nunca dijo es que él o Irán se encargarían de hacerlo.

Esto puede parecer un simple matiz retórico, pero en este contexto esta diferencia es muy importante.

La amenaza de un “segundo holocausto” es producto de una manipulada imaginación

Por otro lado, Ahmadineyad será muy bocazas, pero su influencia real en Irán nunca ha sido muy grande y disminuye rápidamente. Los ayatolás, los que mandan de verdad, no son en absoluto unos irracionales. Toda su conducta desde la revolución muestra que son una gente muy cautelosa, reacia a aventuras en el exterior y marcada por las cicatrices de la larga guerra contra Iraq, que ni empezaron ni deseaban.

Un Irán nuclearizado puede ser un vecino próximo poco conveniente, pero la amenaza de un “segundo holocausto” es el producto de una manipulada imaginación. Ningún ayatolá lanzará una bomba cuando la respuesta segura es la aniquilación total de las ciudades iraníes y el fin de la gloriosa historia cultural de Persia. La disuasión era, después de todo, el único sentido que tuvo la creación de una bomba israelí.

Si Netanyahu y compañía realmente tuvieran miedo de la bomba iraní, harían una de estas dos cosas:

O bien consentirían en la desnuclearización de la zona, entregando nuestro propio armamento nuclear (algo poco probable). O bien harían las paces con los palestinos y con todo el mundo árabe, desbaratando así la hostilidad de los ayatolás hacia Israel.

Pero las acciones de Netanyahu demuestran que, para él, mantener Cisjordania es más importante con diferencia que la bomba iraní.

¿Qué mayor prueba necesitamos de la insensatez de todo este frenesí alarmista?