Reportaje

La margarita de la guerra

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 15 minutos
Protestas contra la guerra ante la casa de E. Barak
Protestas contra la guerra ante la casa del ministro de Defensa israelí, Ehud Barak. Sep 2012 | © Carmen Rengel/M’Sur

La violencia dialéctica entre Irán e Israel está subiendo hasta alcanzar casi una temperatura de guerra. El presidente Mahmud Ahmadineyad amenaza con una Tercera Guerra Mundial y el primer ministro Benjamín Netanyahu avisa de que no permitirá un nuevo Holocausto. Uno defiende su derecho a la investigación nuclear con fines civiles y el otro advierte de que quedan seis o siete meses para que su enemigo logre una bomba atómica.

El coste económico y armamentístico de la hipotética guerra es inasumible

Ruido de sables y arengas belicosas que no tienen visos de cuajar realmente en una guerra. Porque Israel sabe de los peligros de golpear en solitario, con Estados Unidos, aliado esencial, defendiendo la baza de la diplomacia y las sanciones, esa “ventana de diálogo” aún abierta, antes de enredarse en un nuevo contencioso en Oriente Medio. Porque no tiene pruebas concluyentes que avalen el riesgo nuclear de Irán y le permitan tener un respaldo internacional. Porque saben que sólo pueden retrasar las investigaciones atómicas, destruir las instalaciones iraníes, pero no borrar el conocimiento adquirido. Porque los ayatolás no son unos locos fanáticos que atacan sin saber las consecuencias de sus actos. Porque los dos tienen medios defensivos para tocar territorio del contrario pero también grandes lagunas de material y en el frente interno. Porque el coste económico y armamentístico es inasumible.

Las agencias de espionaje estadounidense e israelí han dicho repetidamente que no creen que Teherán dé el primer paso, aunque es evidente que se defendería si se ve atacado. Aquí no hay factor sorpresa, como en los golpes rápidos de Israel contra instalaciones nucleares de Osirak (Irak, 1981) o Deir Ezzor (Siria, 2007). Teherán está “listo para responder”. Sólo algún mando intermedio de la Guardia Revolucionaria ha expresado la posibilidad de lanzar un ataque “preventivo” si tienen “certeza” de la inminencia de una acción israelí. La decisión, pues, parece pender del gabinete de Netanyahu.

Durante meses, el primer ministro y su titular de Defensa, Ehud Barak, han defendido la necesidad de una incursión armada como único medio de paralizar los avances iraníes, pero ahora Netanyahu se va quedando solo. Barak ha virado, sabedor de que es conveniente mantener a su lado a EEUU, consciente de la brecha insólita que la amenaza iraní está causando entre ambos, tratando a la vez de desmarcarse del discurso del líder del Likud, cuando apenas falta un semestre para las elecciones.

Una guerra con Irán produciría no menos de 500 víctimas mortales en Israel

La cúpula de las IDF ha mostrado en público su rechazo a la guerra, argumentando que no lograrán desintegrar el programa nuclear de Irán, que tienen carencias de material, que el gesto enramblaría todo Oriente Medio, que no podrían dar un golpe rápido sino que, como mínimo, se enredarían en un mes de combates, y que no se evitarían menos de 500 víctimas mortales en suelo israelí.

Son muy pocos los responsables de la industria de Defensa local que se frotan las manos ante un posible “resurgimiento” de sus firmas, con más encargos, porque saben que una guerra sería “suicida para las economías locales”, afirma Amir Kahanovich, economista jefe de CLAL Finance, la principal compañía de corredores de bolsa de Israel, que ha elaborado el primer esbozo económico de la hipotética guerra. Su conclusión: sería perder “décadas” de progreso.

El Pentágono no ha difundido cifras del coste que supondría para EE UU, aunque Richard Clarke, ex asesor de seguridad en la Casa Blanca, alerta a The New York Times de que, al conflicto clásico, habría que sumarle gastos en ciberguerra y el costo material y humano de los atentados que desencadenaría, dice, un Irán herido, con el mundo entero como diana.

Lo justo y básico

La comisión de Defensa del Parlamento de Israel calcula que su Gobierno debería gastar 12.000 millones de dólares para tener “lo justo y básico” para afrontar con garantías un ataque y su respuesta. EE UU ha accedido a venderle cuatro aviones KC-35 para recargar combustible en el aire (1.600 kilómetros separan Tel Aviv de Teherán y las IDF no tienen en la zona bases amigas) y al menos 20 bombas antibúnker GBU-28, indispensables para atacar instalaciones subterráneas como las de Fordow, clave en el programa nuclear de Irán, donde la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) denuncia que ya se enriquece uranio al 20%.

Los aviones costarían como mínimo 800 millones de dólares (con precio especial de aliado y pagos fáciles) y las bombas, no menos de 330, y porque Washington ya diseña otras mejores. Ninguna de las dos armas estará en manos de Israel antes de fin de año. Ambas son imprescindibles para una contienda en el Golfo Pérsico.

A eso se suman los 10.000 millones de dólares para el programa antimisiles, cifra que los partidos más exigentes elevan a 50.000 por mejoras de seguridad. Este montante incluye el programa Flecha, contra misiles de corto alcance, que derriba misiles balísticos en el espacio; el proyecto Varita Mágica, para largo y medio alcance, en su etapa final de ajuste, y que protegería bases militares e infraestructuras esenciales; el complemento de misiles Jetz yPatriots (cada uno cuesta 3,2 millones de dólares) y la Cúpula de Hierro, centrada ahora en Gaza.

Cada proyectil que se lanza para interceptar otro cuesta 200.000 euros

Esta última va a instalar en breve su cuarta batería, pagada con la partida anual de 205 millones de dólares que EE UU le destina, más un regalo extra de 70 millones ante las “nuevas amenazas”. Pero desde las IDF sostienen que, para abordar el choque con Irán, harían falta al menos siete más. Cada proyectil que se lanza para interceptar otro cuesta 200.000 euros. Sólo en marzo, en el peor repunte del año con las milicias palestinas de la franja de Gaza, se lanzaron con éxito 37, así que se gastaron 7,4 millones. “El problema es que hay que integrar muy bien todos los sistemas para que trabajen coordinadamente, ya que tememos que el enemigo inunde el cielo, quiera saturar el sistema, desde Irán o con sus aliados. La integración cuesta casi 500 millones de dólares extra”, añaden fuentes militares. A eso se suman los sueldos de militares y reservistas.

La Cúpula de Hierro se ha activado temporalmente en Safed, cerca de la frontera libanesa, ante la amenaza de Hezbolá de “cubrir todo Israel” con proyectiles. Un ataque a Irán puede hacer que organizaciones como la Yihad Islámica y Hamás en Gaza y Hezbolá en Líbano, que reciben financiación de Teherán, golpeen a la vez en territorio israelí. Un triple frente muy dañino. 50.000 misiles podrían caer en el país, diez veces más que en la guerra con Líbano de 2006.

Irán, hermético, no difunde datos de inversiones en armamento, pero sí presenta sus avances. Ya está en poder de misiles balísticos de medio y largo alcance capaces de hacer diana en Tel Aviv, los Shahab 3, de fabricación nacional. Cuenta con un arsenal de al menos nueve modelos distintos de misiles y la semana pasada anunció que su sistema antimisiles ha sido testado con éxito, y que ya es capaz de interceptar amenazas a más de 50 kilómetros de distancia. Sin embargo sigue siendo “extremadamente débil” en el mar y el aire, reconocen técnicos de la OTAN. “Hay constancia de que han minado el Estrecho de Ormuz y es un terreno delicado. El ataque más certero y limpio, por eso, debería venir por el aire, pero en caso de llevar la guerra al Golfo, Irán tiene armas de casi de papel”, insisten.

El presupuesto de Defensa de Israel es de 15.000 millones de dólares, tras una partida añadida en febrero de 190 millones, cuyo destino no ha trascendido. Aún se están negociando las cuentas del año que viene. El choque con el Ministerio de Finanzas es intenso, tras el recorte de más de 600 millones de euros, atendiendo así las peticiones de los indignados en 2011.

Y es que la calle no quiere problemas en el exterior. Con el paro en los peores niveles en tres años (6 %, pero con un enorme volumen de infraempleo o a tiempo parcial), la cesta básica de la compra un 17% más cara, el gas y la gasolina disparados y la vivienda subiendo un 250 % en siete años, se entiende por qué los ciudadanos israelíes son poco partidarios de otra guerra que devoraría su presupuesto, daños materiales y personales aparte.

En la televisión nacional enseñan recetas con champiñones y atún en lata para cuando no se pueda ir al mercado, pero la población está más preocupada en cómo pagar esos ingredientes, frescos o no. Aunque la incertidumbre no cede, y menos aún cuando la estadística desvela que hay cosas que resolver, como el hecho de que la mitad de la población carece de máscaras de protección o un 25 % no tiene cuarto blindado. Por eso hay quien se ve comprando chapas y hormigón para reforzar su casa. Son casos contados.

Según el Instituto para la Democracia de Israel, de la Universidad de Tel Aviv, el 61% de la población rechaza cualquier tipo de ataque. El 56% cree que sin EE UU, Israel no se atreverá.

Más de 400 artistas, profesores universitarios e intelectuales han redactado un documento en el que piden a los pilotos de las Fuerzas Aéreas que se nieguen a obedecer si reciben la orden de disparar contra Irán. Frente al “riesgo de ser procesados”, el “gran servicio” de evitar una contienda, “infinitamente más importante que la obediencia ciega”.

En Irán, la censura y la persecución a los críticos hacen complicado saber las posiciones ante un ataque. “Yo manejo encuestas que dicen que el 80% de la población está en contra de ir contra Israel, pero tampoco podemos esperar que den la bienvenida a una incursión extranjera. Un ataque puede ayudar al régimen, con el pueblo arropándolo ante una agresión. Es una fórmula peligrosa”. Habla Meir Javedanfar, profesor del IDC de Hezliya, uno de las instituciones sobre seguridad y relaciones internacionales más respetadas en Oriente Medio, iraní de origen.

“El belicismo de nuestros políticos está haciendo además un enorme daño a la economía local. Es difícil saber si Netanyahu va de farol o habla en serio cuando plantea fechas para el ataque, pero lo cierto y tangible es que con sus palabras está imponiendo él mismo sanciones contra Israel. Ya hay muchas empresas que tienen miedo a invertir aquí. Eso es lo que Irán quiere. Nadie desea que logre una bomba, pero hablar de un nuevo Holocausto… de que nos pueden arrasar… eso genera tanta inseguridad que es intolerable, sobre todo porque, pese a las carencias, Israel es muy fuerte”, añade Javedanfar.

Menos petróleo

El Banco de Israel avala sus palabras con datos: las inversiones se han retraído un 12% desde que comenzó la escalada de advertencias de Netanyahu, en el mes de mayo. Sólo un movimiento de tropas llevaría el precio del barril de petróleo a los 200 euros (ya ha llegado a máximos de 1,451 euros el litro). “Ese temor es el que mueve a Occidente a buscar una salida negociada”, añade el profesor.

La ronda de contactos entre Irán y las principales potencias se retomó en abril, tras 15 meses sin que las delegaciones se sentasen a la misma mesa. Un intervalo de silencio y lejanía en el que la Unión Europea y EE UU comenzaron a imponer las sanciones más duras contra Irán, tratando de asfixiarlo diplomáticamente y someterlo económicamente. El PIB del país ha caído desde enero un 23% y su moneda, el rial, ha bajado casi un 20% en su cotización en el último mes y medio. Son datos del Banco Mundial. El veto europeo a las exportaciones de petróleo –en vigor desde julio- ha sido el golpe más duro, el que hace que el propio Ahmadineyad hable de los “graves problemas” que afronta la economía patria, especialmente para vender crudo, transferir fondos o comprar alimentos. “Las sanciones funcionan”, es la frase que repite siempre la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton.

La OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) confirma que Irán ha pasado de vender 3,5 millones de barriles al día en enero a poco menos de 2,8 millones en el mes de agosto. Una cifra que supone retroceder 20 años en las ventas iraníes. En julio, recién estrenado el embargo, bajó aún más, a los 1,7 millones. Las exportaciones remontaron gracias a China, Japón e India, grandes clientes de Teherán, que crearon fondos para asegurar los petroleros; la UE también sanciona a las aseguradoras que avalen la carga, con lo que en la práctica hace casi inviable el transporte.

Francia, Reino Unido y Alemania han pedido a Bruselas una ampliación de las sanciones, que impiden ya la entrada de material industrial sospechoso de ser usado en el programa nuclear, multa a las entidades que hagan negocio con el Banco Central iraní e incluye a políticos y empresarios en listas negras que les cierran el paso a los Veintisiete. “Si se obliga a Irán a pagar un precio mayor, su programa atómico puede acabar siendo más costoso y peligroso para el régimen que el propio Israel”, dice el economista Kahanovich.

Ni el daño económico ni la amenaza de guerra han retraído a Irán

Ni el daño económico ni la amenaza de guerra han retraído a Irán, que no ha cedido en la ronda de contactos, aún viva. “Si seguimos adelante es porque hay de qué hablar, hay con quién hablar y hay disposición para hacerlo”, dijo un miembro de la delegación francesa a AFP en la primera cita, en Estambul. Los contactos anunciados para dentro de un mes evidencian que la baraja, al menos, no se ha roto todavía.

Ahmadineyad, el lunes, en una entrevista al diario norteamericano The Washington Post, dijo que está dispuesto a limitar el enriquecimiento de uranio de sus instalaciones. Lo ha prometido varias veces, pero nunca se ha comprometido a ello formalmente. Insiste en mantenerse al 20%, “porque es necesario para desarrollar proyectos médicos, industriales y energéticos”, pese a que una central nuclear, por ejemplo, no requiere más de un 4%. Una bomba necesita uranio enriquecido al 90%, un proceso que, según la OIEA, podría alcanzar Irán en año y medio si sigue al ritmo actual, triplicando sus centrifugadoras en los últimos nueve meses sólo en la base de Natanz (ya tiene más de 9.000). “Es extremadamente exagerado para uso civil. Como construir una refinería para una sola gasolinera”, explica un asesor de Benjamín Netanyahu.

Netanyahu insiste en que se marquen “líneas rojas” infranqueables para Irán

EEUU exige no sólo ese freno al uranio, sino el cierre de Fordow, excavado en la roca, donde se teme que se estén haciendo pruebas, explosiones necesarias para preparar ojivas nucleares. Irán nunca ha confirmado esas prácticas, pero se niega sistemáticamente a que los inspectores internacionales acudan a sus centrales y revisen su trabajo. Alegan que es una cuestión de seguridad nacional la que le impide abrirles las puertas. Tiene derecho a desarrollar energía nuclear pero como firmante del Tratado de No Proliferación, no está autorizado a iniciar esa carrera armamentística.

En el plano puramente político, el israelí Netanyahu se aferra ahora a su exigencia de que se marquen “líneas rojas” infranqueables para Irán. Si se superan, toca castigo, toca guerra. Israel entiende que esas marcas amedrentarían al régimen de Teherán, pero el presidente estadounidense Barack Obama se niega, porque cree que esos límites no son útiles, pueden llegar a ser variables en un proceso negociador, y suponen además enseñar las cartas al enemigo. “La línea roja es la bomba”, dicen en su embajada en Tel Aviv. Obama y Netanyahu no podrán debatirlo estos días, no se verán durante la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Hay, supuestamente, “problemas de agenda”.