Reportaje

La retirada de los alauíes

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 11 minutos
Control rebelde entre Alepo y Lataquía (Oct 2012) |  © Ethel Bonet
Control rebelde entre Alepo y Lataquía (Oct 2012) | © Ethel Bonet

Región de Lataquía | Octubre 2012

Llevan 40 años en el poder. Los alauíes, una rama del islam opuesta a los fundamentalismos, que no da ningún valor a los ritos tradicionales, han dirigido Siria desde el golpe de Estado de 1970, pese a no formar más que el 10% de la población.

Ahora, muchos temen que una victoria de la oposición, no solo suní en su mayoría sino cada vez más islamista, no sólo acabe con su dominio. Sino con su supervivencia como minoría religiosa.

“En Siria te obligan a decidir: o estás con Asad o con la revolución. Como alauíes debemos defender al régimen y proteger a nuestra comunidad religiosa. Creemos que estamos en peligro, que los suníes quieren masacrarnos, y si tú no matas, ellos te matarán a ti. Es la guerra santa”, sentencia Issa, un estudiante alauí de 24 años, que huyó de Damasco al Líbano porque temía por su vida.

«Es la guerra santa”, sentencia un estudiante alauí de 24 años

Pero es ya improbable que el régimen de Bashar Asad sea capaz de apagar el incendio que está arrasando con toda Siria, desde las regiones kurdas del noreste hasta la frontera jordana. Ante la derrota inevitable suena cada vez con más fuerza una alternativa: la retirada de las familias dirigentes y sus allegados a los feudos alauíes del noroeste, para establecer un mini-Estado propio, libre del dominio de lo que será probablemente el primer Gobierno islamista de Siria.

En el bando rebelde, más de uno cree que este futuro ya está diseñado. Abu Ahmad, oficial rebelde sirio“Hay un acuerdo secreto entre el Consejo Nacional Sirio y la comunidad internacional con el régimen de Asad para dividir el país y crear un estado para los alauíes en Lataquia”, asegura Abu Ahmad, un teniendo coronel que dirige un batallón del rebelde Ejército Libre Sirio (ELS) en Salma, la segunda ciudad suni más importante de la provincia de Lataquía.

Cree que este plan cuenta con el beneplácito del Consejo Nacional Sirio (CNS), la plataforma que intenta funcionar como paraguas de toda la oposición de Siria y mantiene lazos con el ELS, aparte de dominar la recién creada Coalición Nacional Siria, que ya ha sido reconocida por Francia como el nuevo gobierno del país.

“Desde hace tres meses el CNS no nos ayuda. Nosotros no tenemos baterías antiaéreas ni ametralladoras pesadas, a diferencia de los otros grupos del ELS que están luchando en Alepo, Homs, Idlib o Damasco”, denuncia. Y cree que no es casualidad.

“El CNS, a través de Qatar y Arabia Saudí, está suministrando armamento y provisiones a los rebeldes que están luchando en otras provincias, además de pagarles un sueldo de unos 200 dólares, pero a nosotros no nos dan nada. Porque quieren debilitarnos para que nos marchemos y así la zona quedará libre y se podrá formar un estado alauí en la región”, denuncia el teniente coronel sublevado.

No sería la primera vez: entre 1923 y 1936 existía en esta zona, de la frontera turca a la libanesa, el llamado Estado alauí, parte del dominio colonial francés, pero separado de Siria. Esta vez podría ser algo más pequeño, desde la costa noroccidental del país hasta la ciudad de Homs, cree Paul Salem, experto del Centro Carnegie para Oriente Medio. En su opinión, “la única solución al conflicto sirio es la creación de un estado alauí independiente” en esta zona, donde numerosas aldeas son enteramente alauíes. El futuro Estado abarcaría la cordillera de Ansaría, paralela al Mediterráneo entre Líbano y Turquía, junto a las ciudades costeras de Lataquía y Tartús. Para conseguirlo, el régimen está “masacrando y aterrorizando a la población en las localidades suníes de Lataquia para que se marchen”, asegura Abu Ahmad.

¿Quiénes son los alauíes?

Los alauíes, también conocidos como nusairíes, son una rama del islam, a menudo integrado en el abanico chií, aunque se distinguen considerablemente de la interpretación chií mayoritaria. Su interpretación de la fe tiene un fuerte componente gnóstica y mística, hasta el punto de no ser considerados musulmanes por algunos estudiosos del islam ortodoxo.

El rasgo más distintivo de esta rama es su convicción de que el Corán tiene dos signficados: el aparente y el oculto. Creen que no hace falta cumplir los ritos típicos del islam —las cinco oraciones diarias, el ayuno en ramadán o la peregrinación a La Meca— dado que sólo expresan el significado externo, no el verdadero de la fe. Tampoco siguen las normas respecto a las prohibiciones en comida, alcohol o recato de la mujer. En ciudades de mayoría alauí, como Lataquía, es frecuente ver a jóvenes en minifalda, al igual que en la provincia turca de Hatay, poblada por alauíes de habla árabe.

La relación entre los alauíes de Siria y Líbano y los alevíes turcos y kurdos, cuya religión es muy distinta al islam, es difusa. Ambos grupos coinciden en la búsqueda gnóstica del sentido de la fe, sin dar peso a las normas exteriores. En el debate político turco actual, se les pinta a alevíes y alauíes como bloque aliado frente al islam suní.

La dinastía marroquí, que también se llama alauí, no tiene relación con estas corrientes y profesa el islam ortodoxo.

En el otro bando también hay miedo. “Nos lavan el cerebro. Nos dicen que los suníes son nuestros enemigos y que si cae el régimen se vengarán de los alauíes y nos matarán a todos”, declara Mazem, un policía alauí que ascendió a capitán hace unos meses. Fue capturado por el Ejército Libre Sirio en una emboscada contra un puesto militar del régimen en Ubbine, también en la provincia de Lataquia.

Hasta hace 50 años, los alauíes constituían una minoría marginada en Siria

“Yo decidí ser policía porque es el camino más fácil. El régimen escoge a los alauíes para sus fuerzas de seguridad. Tienes una carrera militar y un sueldo base de 300 dólares al mes; algo mucho mejor que ser profesor o estudiar una carrera donde después apenas tienes oportunidades para trabajar”, afirma Mazem. Esta atracción se ha multiplicado en el último año, durante el que la guerra ha disparado tanto las penurias de la población como las necesidades del régimen de reforzar sus tropas leales.

Pero la división viene de lejos. Hasta hace 50 años, los alauíes constituían una minoría marginada en Siria. Muchos de sus miembros trabajaban las tierras de terratenientes suníes. “Para los alauíes era impensable comprar una vivienda o tierras en la costa de Lataquía porque era una de las zonas más caras del país y la mayoría vivía en las áreas rulares de las montañas”, recuerda el doctor Rami, oriundo del distrito de Yebla en Lataquía.

Tras el golpe militar de 1970, el general alauí Hafez Asad tomó las riendas del poder. Como buen estratega fortaleció su alianza con otras familias de la misma minoría religiosa y unificó las facciones del partido Baath, laico y reivindicador de una “nación árabe”, pero indiferente ante la procedencia religiosa de sus miembros.

Asad exprimió el concepto de solidaridad confesional, dio tierras a los alauíes y colocó a un número desproporcionado de miembros de su comunidad en puestos de mando de los cuerpos de la seguridad interna, así como en las unidades militares de élite, como la Guardia Presidencial y la Guardia Republicana. Un concepto que no ha cambiado en 40 años: hoy en día, el 90 por ciento de los puestos de altos cargos del Gobierno y fuerzas militares los ocupan alauíes.

Pero Hafez Asad también procuró rodearse de hombres de negocios suníes y cristianos. Con el dinero de las élites comerciales y el apoyo pretoriano de la minoría alauí, el general se mantuvo en el poder durante 30 años y dejó el testigo de mando en manos de su hijo Bashar, el actual presidente.

La dinastía de los Asad ha respetado el principio de laicidad institucional

Durante estos 42 años, la dinastía de los Asad ha respetado el principio de laicidad institucional, por el que las minorías religiosas —tanto alauíes como chiíes, o cristianos de todas las ramas— reciben un tratamiento de igualdad respecto a la mayoría suní, que conforma el 75% de la población siria. Pero si esta igualdad ha permitido una convivencia armónica, hoy, la división sectaria es ya una realidad palpable en Siria. El pasado 5 y 6 de noviembre murieron 19 civiles en el barrio de Al Wurud de Qusdaya y otros 13 en «sector 86″ del barrio de Maze, dos suburbios de Damasco poblados mayoritariamente por alauíes.

El barrio de Maze, bastión alauí de Damasco, ha visto duplicar su población desde que estalló la crisis. Muchos analistas consideran que el ataque en Maze constituyen un giro significativo: por primera vez “la comunidad alauí, que hasta ahora no había sido atacada como tal, se convierte en un objetivo», advierte Paul Salem.

“El clan Asad ha logrado involucrar a la comunidad alauí en la represión y las matanzas. Militares, fuerzas de seguridad, agentes de los servicios secretos y shabihas (matones a sueldo), han causado muchas víctimas entre la población suní”, explica el analista libanés Bassam Lahoud. Un profundo rencor y unos deseos de venganza de las víctimas se dirigen contra quienes dominan tanto el ejército como la policía: los alauíes.

Issa relata que su hermano mayor es militar, al igual que otros familiares son miembros de las cuerpos de seguridad. “Dos de mis tíos pertenecen a las fuerzas especiales, que cargan contra los manifestantes”, detalla el universitario refugiado en Beirut, que estudiaba Biblioteconomía en la Universidad de Damasco. Sus padres le pidieron que abandonara el país por su seguridad, pero ahora Issa se siente “un traidor” hacia su comunidad. “Mi obligación es estar en Siria para defendernos”, asegura.

Quienes se aprovechan del caos de la guerra suelen invocar ideales políticos o confesionales

También Taufik está en el exilio. Este joven de 19 años estudiaba Ingeniería en la Universidad Al Baaz de Homs, pero la institución permanece cerrada desde septiembre de 2011, por lo que su padre le envió a estudiar a Beirut. Le gustaría volver a Siria para hacer el servicio militar, asegura, pero su padre quiere para él un futuro diferente. “Él desearía que terminase mi carrera de ingeniero y que buscara trabajo en Europa porque en Siria no tenemos muchas oportunidades”, señala.

Taufik es hijo de un oficial de la Guardia Presidencial en Tartús. “Al principio muchos jóvenes alauís apoyábamos la revolución, íbamos a las manifestaciones pacíficas para exigir reformas políticas y libertades. Pero después se convirtió en una insurrección armada”, lamenta el joven. “En Homs no hay una revolución; se ha convertido en una ciudad sin ley. Todo el mundo tiene armas y se matan los unos a otros, no por ideales políticos o por pertenecer a una u otra comunidad religiosa, sino que está lleno de asesinos a sueldo, de bandas criminales que matan o secuestran por dinero”, denuncia Taufik.

Pero como ocurre en la mayoría de estos conflictos, quienes se aprovechan del caos de la guerra suelen invocar ideales políticos o confesionales para cimentar su nuevo poder social. En el bando opositor, el islam suní de la corriente rigorista wahabí, importado de Arabia Saudí junto a las armas, hace estragos. No sólo los alauíes, también muchos cristianos se sienten perseguidos por los nuevos líderes de lo que iba a ser una Siria libre, y en el que la religión se convierte cada vez más en bandera. Y no pocos suníes contemplan con temor la destrucción de los fundamentos laicos de lo que es hasta ahora, junto a Líbano, el último Estado árabe que no reivindica el islam como identidad nacional.

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