La guerra que se congeló en Alepo
Lluís Miquel Hurtado
El alminar de una mezquita, golpeado por un mortero que perforó un agujero redondo y perfecto, es el mojón que señala la frontera de la zona ocupada por los alzados. El mismo límite durante medio año. El frío y la estabilidad de este frente en el barrio de Saif al Dawla, donde hace tres meses no había un alma, ha atraído de nuevo a los vecinos que huyeron de la guerra a los campos de refugiados de Turquía. La revolución coagula en Alepo entre la apatía ciudadana, su empobrecimiento y los conflictos derivados de la convivencia entre milicianos y civiles.
La guerra civil siria ha pasado, en las zonas rebeladas de Alepo, a una fase de letargo sangriento. Del abuso de los morteros, que caían en octubre con una cadencia no superior a los tres minutos, se ha pasado al lanzamiento de un tipo de misil tierra-tierra capaz de arrasar una hilera de viviendas. Menos cantidad, pero mayor capacidad destructora. Los hospitales que quedan en pie, cuyos equipos médicos deben inventar soluciones creativas para tratar a los heridos, ahora se colapsan cada vez que la muerte visita al vecindario.
El único rincón de la ciudad en el que los rebeldes tratan de avanzar y consolidar posiciones a casi cualquier precio es el aeropuerto internacional. Situado en el sureste de Alepo, rodeado de barrios tomados por los alzados y sin aparente actividad civil, sus inmediaciones son el escenario de crudos combates diarios. Abdulá, un activista que se acercó allí por la mañana, regresa con la pierna destrozada y el cuerpo magullado: “Nos tiraron uno de esos misiles y vi a más de treinta milicianos volar por los aires”.
“¿Por qué apenas se mueven los frentes? Pues porque ‘allí’ no quieren la revolución”
“¿Que por qué apenas no se mueven los frentes?”, se pregunta Samira: “Pues porque ‘allí’ no quieren la revolución”, dice, señalando al minarete. “Duele decirlo, pero es así. No vale la pena hacer un esfuerzo militar, con posibles bajas, si la gente del ‘otro lado’ no apoya la causa”, sentencia cariacontecida. Esta activista opositora, cuyo compromiso matrimonial la guerra atropelló al ser su prometido partidario de Asad, estima el apoyo que tiene el presidente sirio en su ciudad: “Diría que hasta un 65% de ciudadanos”.
Marcell es cristiana ortodoxa y trabaja asistiendo a los refugiados que, al perder su casa por los bombardeos, se refugian en colegios y polideportivos de la zona ocupada por los alzados. A finales de agosto, el Ejército Libre de Siria (ELS) tomó los distritos de mayoría cristiana de Jdeide, Tela y Suleimanía. Cinco días después fueron expulsados por las tropas oficiales apoyadas por milicias cristianas armadas por Damasco. “Cuando Asad ofreció armas a los cristianos, sólo los armenios aceptaron unirse al régimen”, asegura la cooperante.
«Cuando Asad ofreció armas a los cristianos, sólo los armenios aceptaron unirse al régimen”
Con un 80 por cierto de habitantes musulmanes suníes, Alepo, donde antes de la guerra vivían casi dos millones y medio de personas, alberga una de las mayores comunidades cristianas de Oriente Medio. Conforman el 12% de su población. Los primeros combates se registraron en el sureste de la ciudad en julio de 2012. Esta capital norteña fue la última que se sumó a las revueltas. Para Samira y Marcell, esto se explica más partiendo de criterios sociales y económicos que religiosos o étnicos.
Elites empresariales
“Hay barrios suníes, como Mokambo, al norte de la ciudad, que son mayormente afines a Bachar Asad”, aclara la cristiana. “Es una cuestión económica. También hay élites empresariales suníes que se desarrollaron al calor del régimen y que ahora ven peligrar su negocio”. “Hay gente que dice apoyar al régimen por miedo a represalias. Pero es también significativo que muchos ciudadanos de las zonas ocupadas por los rebeldes se hayan refugiado en los distritos con presencia del Ejército de Asad”, añade Samira.
Alepo es la segunda ciudad del país por población, pero su infraestructura productiva supera a la de Damasco, la capital. Sus fábricas ofrecían, en 2010, el 50% de los puestos de trabajo de manufacturación de Siria. Su industria de piedras preciosas procesaba el 40% del volumen nacional de oro. El distrito industrial de Seik Najjar recibió inversiones de más de tres mil millones de euros ese año.
Hace ya meses que largas colas de camiones echaron el freno de mano frente al paso fronterizo de Cilvegözü, en la provincia turca de Hatay, una vez Ankara decidió cerrar sus aduanas al comercio. Decenas de coches cada día, cargados hasta los topes, tratan hoy de sustituir, en negro, el ambicioso proyecto de zona de libre comercio emprendido en 2007 por Siria y Turquía. Nahel, un comerciante de cosméticos convertido en cooperante en los campos de refugiados, contempla los vehículos y suspira: “Todo este material va a Alepo. Ellos sólo intentan mantener su negocio. No están con nosotros”.
Otra vertiente del negocio de la guerra hierve en Reyhanli, la última población turca antes de la frontera. En la ‘Siria liberada’ las abusivas tasas a la importación de vehículos, impuestas por Asad, han sido abolidas. La policía local turca no da abasto ahuyentando a los vendedores, que aparcan ostentosos vehículos, procedentes del este de Europa, en la rotonda de la carretera que conduce a Siria. Muchos de estos coches serán adquiridos aquí con los fajos de billetes que manejan los combatientes del ELS o por intermediarios que tratarán de revenderlos en Alepo o inmediaciones.
En Alepo hay comida pero es cara: el pan vale seis veces más que hace un año
El galón de gasolina, que antes de la guerra costaba 5 dólares, hoy en las calles de la Siria ocupada por los alzados vale más de 45. En el corazón del barrio alepino de Bustan al Qasr los puestos callejeros animan una vida social entumecida por los incesantes bombardeos y un frío glacial. Falafel, una amplia variedad de verduras, bebidas energéticas… No todos los géneros escasean; pero sí faltan bolsillos capaces de pagar hasta los productos más básicos: el pan hoy vale seis veces más que hace un año.
En el mismo vecindario, desde primera hora de la mañana, decenas de personas se apelotonan ante una verja. Enarbolan pasaportes y tarjetas de racionamiento. Es la pelea diaria por conseguir harina para hacer pan, el único alimento que pueden permitirse muchas familias de la ciudad. Los distribuidores anotan, en un largo listín, el nombre del vecino que se llevará a casa una bolsa de no más de tres kilos. El recuerdo de los anteriores bombardeos a este tipo de colas y la lentitud del proceso soliviantan la espera.
Hasan quema sus libros para calentar las almendras que vende: no queda leña
Tras el amasado, el siguiente paso lógico es hornear el pan, tarea casi imposible debido a que la electricidad está cortada en la mayor parte de las zonas opositoras. Pese a los esfuerzos por recuperar el suministro eléctrico, los alzados sólo han logrado victorias pírricas en forma de encendidas provisionales en pequeñas manzanas. Sólo los generadores, en manos de unos pocos afortunados, logran iluminar Alepo cuando la oscuridad la engulle. Momento en que se aparece el fantasma de la impagable gasolina.
“Hemos tenido que cortar los árboles de los parques y arrancar las puertas de madera para podernos calentar, ¡no es justo!”, exclama Omar, un anciano que recorre el barrio de Bustan al Qasr arrojando gritos lastimeros por doquier. En efecto ni aquí, ni en Saif al Dawla, ni en Shaar, quedan árboles sin talar. La falta de combustible ha hecho tal mella en la población de este lado de la ciudad que Hasan, un vendedor callejero de frutos secos, ha decidido tirar de su biblioteca personal y quemar los libros para calentar las almendras.
Urbe contra labrantío
“Imagina que gente de pueblo, campestre, decide un día venir a tu ciudad, ocupar tu casa en nombre de ‘su’ revolución y comenzar a disparar por las calles. Y en respuesta, te comienzan a bombardear”, inquiere Samira. “Claro que hay combatientes de Alepo en el ELS”, prosigue, “pero la mayoría proceden del campo. Son gente que ya estaba familiarizada con las armas, que viene de zonas rurales, conservadoras, pobres y abandonadas por el régimen. Hay una diferencia abismal entre los habitantes del campo y los de ciudad. Podría decir casi como una tradicional animadversión mutua”.
En un apartamento del distrito de Karm al Miasar, la falta de electricidad no permite más entretenimiento que cantar canciones. “No grabes ahora con la cámara”, solicita un activista opositor. Nasma, una pequeña de diez años, se ha hecho famosa en el barrio de Bustan al Qasr porque, durante las manifestaciones que celebran allí cada viernes, entona himnos para alentar a la oposición a Asad. Cosa que no significa siempre apoyar a los insurgentes: “Ahora va a cantar un tema crítico con el Ejército Libre”.
“Hay quienes acusan los rebeldes de ser los responsables de los bombardeos, pues desde que llegaron a la ciudad la represión se ha recrudecido”, revela Marcell. “Hay miedo a criticar en público a los alzados por miedo a represalias”, añade Samira. “Uno de los asuntos que provoca mayor enfado es la ocupación de domicilios”, continúa. “Los rebeldes creen que, en nombre de la revolución, se pueden permitir el lujo de reventar la puerta de las casas y disponer de cuanto haya dentro. Y que, además, si una familia ha abandonado su casa, o bien es cobarde para combatir o bien es pro Asad”.
La impopularidad de tales acciones propició que el propio Ejército Libre de Siria tomara cartas en el asunto. “Un tribunal civil, de reciente creación en la ciudad, ha juzgado y condenado a varios combatientes por el saqueo de viviendas”, recuerda Samira. “El Ejército Libre ha cometido muchos errores. Hay milicianos buenos y malos. Pero tampoco es justo juzgarlos a todos por culpa de unos cuantos”, se justifica Alí, un chaval de apenas dieciocho años y, a la postre, líder más joven de una falange en Alepo.
El dilema yihadista
Pero la justicia de los rebeldes, hoy, igual que la autoridad, se imparte por barrios y de forma desigual. La mayor fuente de problemas, sugiere Samira, es la diferencia de pareceres entre el Ejército Libre de Siria y el resto de organizaciones combatientes en Siria: Ahrar al Sham (Los libres de Siria) Ghuraba al Sham (Extranjeros de Siria) y, especialmente, Yabhat al Nusra (Frente de la Victoria para el pueblo sirio). La coordinación en combate entre estos grupos es accidentada y, en ocasiones, incluso trágica.
Hay peligro de que la oposición se hunda en una espiral de venganzas internas
Thaer Waqqas, un comandante rebelde, fue tiroteado en enero en Sermin, apenas a unos pocos kilómetros de la frontera con Turquía. Según el ELS, fueron miembros de Yabhat al Nusra quienes empuñaron las armas que acabaron con la vida de Waqqas. A la postre el asesinato era, según publicó el Daily Beast, una ‘vendetta’ tras el homicidio, cuatro meses antes, del yihadista Firas Absi. Para el activista Fawaz Tello, citado por ese mismo medio, la amenaza de engullir a la oposición suní en una espiral de venganzas y combates entre falanges no es una quimera.
Centenares de banderines negros con el emblema yihadista cuelgan de las farolas de una carretera que conduce a la zona rebelde alepina. Antes de alcanzar la ciudad es necesario cruzar dos controles establecidos por el Frente. No es el único lugar donde los hay. En algunos rincones de Alepo, la bandera negra ondea entre los kalashnikovs. Delimitando zonas bajo su protección y dirección, el yihadismo reivindica su autoridad como contrapartida por su determinación en los avances logrados por los opositores.
Los yihadistas se han ganado la reprobación del ELS, pero muchos combatientes los admiran
Mientras Washington resolvía incluir a Yabhat al Nusra en su lista de grupos terroristas, la popularidad de sus miembros en Siria, especialmente entre la población opositora, no dejaba de crecer. Y se ha incrementado al mismo ritmo que se conocían casos de corrupción en el seno del ELS, algunos aireados interesadamente por los yihadistas. Esto ha provocado la desconfianza de los vecinos en la primera milicia que se alzó en armas contra Bachar Asad.
Por algunas de sus acciones, como los ataques suicidas, al menos un episodio de ejecuciones sumarias y las luchas entre falanges, los yihadistas se han ganado la reprobación del Ejército Libre de Siria. Aún así, numerosos combatientes del ELS, especialmente aquellos de ideología salafista, contemplan con admiración las acciones del ‘Frente’. De unos meses a acá está habiendo un tímido pero incesante trasvase de combatientes de unas filas a otras.
Abu Haidar es uno de ellos. Tras enrolarse en una kativa rebelde en el barrio de Saif al Dawla, este antiguo editor de revistas combate hoy, cinta negra atada en la frente (moda escogida por numerosos milicianos yihadistas) bajo la bandera negra en Bustan al Qasr. “No puedes ir por ahí vestida así, ¡cúbrete!”, le ordena Haidar, visiblemente molesto, a la cristiana Marcell. Ella esboza una media sonrisa y opta por hacer caso omiso.
“Los de Yabhat al Nusra son buenos estrategas y disciplinados en el combate. Por eso la gente les quiere mucho y les respeta”, señala Samira. “Pero respecto a sus actuaciones, hay algo que me inquieta”, duda la activista. “En Homs, Hama e Idlib, el Frente sólo lucha junto al Ejército Libre. En cambio, en Alepo ejercen labores de control y hasta de gobierno. La gente no está aquí tan contenta con ellos como lo está en otras ciudades. Creo que Yabhat al Nusra planea, para el futuro de Alepo, algo que aún no nos han contado”.
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